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Categoría: Maduras

Una divorciada necesitada

Normalmente dejo parte de mis vacaciones para el mes de septiembre, en concreto, para la segunda quincena. Suelo acudir a un pueblo de la costa de Cádiz y allí disfruto de quince días de playa de forma más tranquila que en la temporada alta de verano.



El pasado 14 de septiembre comenzaron mis vacaciones y llegué a esa localidad costera, donde tres días más tarde me ocurrió lo que voy a contar a continuación.



Por la tarde, sobre las 16.30, fui a la playa y elegí una zona que conozco bien de otros años y que sé que suele estar casi desierta de bañistas a estas alturas del año. Solo puedes llegar a pie, caminando por un estrecho sendero de tierra unos 10 minutos desde el final de lo que es el paseo marítimo o la zona principal de la playa.



Como he dicho antes en esta época ya no suele haber bañistas en esa zona (los pocos que quedan acuden a la playa principal) y únicamente de vez en cuando pasa algún lugareño paseando por allí.



Bajé las escalerillas que dan acceso a la arena, anduve varios metros a la derecha y coloqué allí mi toalla. Tras acomodarme y relajarme un rato tomando el sol, decidí darme un baño, pues la temperatura era elevada y hacía calor. No es una playa nudista, pero como no había absolutamente nadie, aproveché para quitarme el bañador y bañarme completamente desnudo, como ya había hecho otras veces.



La sensación de sentir el agua del mar acariciando mi cuerpo desnudo y aliviando el calor fue muy placentera.



A los pocos minutos de estar en el agua, vi aparecer entre los arbustos que hay al lado de las escalerillas de acceso a la playa la figura de una mujer. Comenzó a bajar dichas escalerillas y a recorrer la arena de la playa. Supuse que pasaría de largo de donde yo había extendido mi toalla, pero me equivoqué por completo: se detuvo a escasos 4 o 5 metros. Empezó a sacar su toalla del bolso de playa que llevaba y la colocó sobre la arena. Me quedó claro que la mujer iba a ponerse a tomar el sol casi a mi lado y que yo estaba desnudo y que tendría que salir así del agua y llegar hasta mi toalla pasando por delante de aquella mujer. Ella tendría unos 50 años (luego supe que tenía 55), era rubia de bote, con el pelo recogido en una cola, su cuerpo era bonito y esbelto pese a la edad y llevaba una camiseta negra, unos shorts vaqueros cortitos, que le tapaban poco más que los glúteos y unas sandalias blancas con algo de cuña, que se las había quitado en cuanto pisó la arena de la playa.



Mientras yo continuaba en el agua esperando inútilmente a salir sin ser visto desnudo, ella comenzó a desvestirse: se quitó primero la camiseta y después los ajustados shorts vaqueros. Eran tan ceñidos que tuvo que agarrarse con una mano la braguita del bikini mientras se los quitaba, para no dejar su sexo al descubierto por el hecho de que se le bajara también la braguita. Guardó las dos prendas en su bolso, se llevó las manos a la espalda y se desabrochó la parte superior del bikini negro, que dejó caer dentro del bolso. Sus dos tetas grandes, algo caídas y con las aureolas marrones quedaron al descubierto. Se giró para cerrar bien el bolso y, para mi sorpresa, la braguita negra del bikini resultó ser un tanga. La postura de la mujer, agachada mientras cerraba el bolso, dejaba ver el fino hilo del tanga hundiéndose provocativamente entre los glúteos. Se sentó en la toalla y comenzó a ponerse crema solar por todos los poros de su cuerpo: primero por su rostro, por el cuello, por la espalda, hasta que llegó a los senos. Mientras se los embadurnaba de crema, estos botaban hacia arriba y hacia abajo. Lentamente fue bajando por el resto de su cuerpo. Se puso de pie para darse crema en los glúteos y finalmente terminó poniendo crema sobre sus muslos.



Aquella mujer me estaba causando una enorme excitación: todavía dentro del agua, me llevé la mano a mi polla y comencé a masturbarme mientras contemplaba el cuerpo semidesnudo de la madura. En medio de mi placer vi cómo se acercaba un hombre mayor paseando por la orilla. Tendría unos 65 años y cuando se percató de la presencia de la mujer en topless, se fue acercando disimuladamente hacia donde ella estaba, hasta pasar por delante mirándole descaradamente las tetas. Después continuó caminando hasta alejarse poco a poco. Yo no aguanté más y culminé mi masturbación eyaculando dentro del agua, mientras la mujer permanecía sentada sobre su toalla.



Esperé un par de minutos para que mi verga se relajase y recuperase su tamaño en reposo y decidí salir por fin del agua. Respiré hondo y comencé a caminar, mientras el nivel del agua iba bajando y dejaba al descubierto cada vez más mi cuerpo. Terminé de salir del agua y comprobé que la mujer me miraba sin apartar la vista ni un segundo. Llegué a ponerme rojo de vergüenza cuando estaba pasando por delante de la madura y pensé en disculparme. Tapándome con las manos mis genitales le dije:



- Perdone, pero cuando entré en el agua no había nadie aquí, por eso me he bañado desnudo. Espero no haberle causado ninguna molestia. Ahora mismo me vuelvo a poner el bañador.



- Por mí no tienes que hacerlo, puedes tomar el sol como quieras, no me molesta en absoluto. Además ya te he visto desnudo, ¿no?. Tengo que reconocerte que sabía que te estabas bañando sin el bañador, porque antes de bajar a la arena me metí entre los matorrales de arriba para hacer un pipí y vi que te metías en el agua desnudo- me comentó ella.



Yo me quedé sin saber lo que decir y lo que hacer. La mujer continuó:



- Mira, a mis 55 años ya no me voy a escandalizar por nada. Además, ya ves que yo estoy semidesnuda ante ti.



Comprendí que ya no tenía mucho sentido que me tapara mis partes íntimas con las manos, pues ella ya me lo había visto todo, así que retiré mis manos y quedé completamente desnudo ante aquella mujer.



Cuando iba a continuar andando hasta mi toalla, la mujer volvió a dirigirme la palabra:



- Si te apetece, puedes coger tu toalla y sentarte aquí conmigo. Yo he venido sola y, la verdad, no me importaría tener algo de compañía para charlar un rato. Si vas a sentirte incómodo por tu desnudez, no te preocupes. Mira, me voy a quitar el tanga y así estamos en igualdad de condiciones y no tienes que sentirte cortado. ¡Ah!, y tutéame, por favor.



Ante mi sorpresa, se puso de pie y empezó a bajarse el tanga, hasta que se lo quitó y lo guardó en su bolso. La mujer me acababa de mostrar su coño completamente depilado y con unos gruesos y carnosos labios vaginales.



No lo pensé más, fui a por mi toalla y a por mi mochila y me dispuse a hacerle compañía a la madura. Sin embargo, la visión de aquel coño había hecho que mi polla se empezara a poner dura y empalmada y ella no tardó en darse cuenta y, mirándome la verga, dijo:



 - ¡Vaya! Parece que te ha gustado lo que has visto, ¿no?



Casi tartamudeando le respondí:



- La verdad es que sí. Tienes un cuerpo muy bonito. Siento esta reacción.



- Es la segunda vez que te disculpas. Ya te he dicho que no tienes que hacerlo, que no me voy escandalizar por nada. Para mí es un halago que un hombre bastante más joven que yo sienta esa reacción al ver mi cuerpo. Por cierto, ¿cuántos años tienes?



- Tengo 36 y me llamo David- le respondí.



- Ya sabes que yo tengo 55. Me llamo Claudia- me dijo ella, mientras se levantaba y me daba dos besos en las mejillas. Al acercarse para besarme mi polla empalmada rozó la parte baja de su vientre y sus enormes pechos chocaron mi torso. Sentí un intenso deseo sexual por dentro: me habían entrado unas ganas tremendas de hacer el amor con esa mujer, aunque trataba de disimularlo.



Los dos nos sentamos sobre nuestras toallas y Claudia continuó hablando:



- Quiero que sepas que yo también estoy disfrutando viendo tu cuerpo, que no soy de piedra. Te voy a contar una cosa: he estado casada 30 años y me divorcié hace dos. Pillé a mi marido en la cama con nuestra asistenta doméstica, de tan solo veinte añitos. Para mí fue un golpe duro comprobar cómo me engañaba con una chica tan joven que podía ser nuestra hija. Empecé a creer que ya no le gustaba a los hombres y pasé unos meses muy malos, hasta que hace poco decidí que no podía continuar así, que tenía que seguir disfrutando de la vida. Comencé a cuidarme más que antes, a vestir de forma más atrevida, a hacer topless en la playa (cosa que nunca había hecho estando casada) y a volver a sentir deseos sexuales.



Después de todos los años de casada y de los dos que llevo divorciada, tú eres el primer hombre al que he visto desnudo. Y por si aún no te has dado cuenta, me has provocado un buen calentón. Has despertado en mí sensaciones que tenía olvidadas. Desde que me divorcié no he vuelto a follar y tengo ahora mismo unas ganas enormes de sentir tu verga dentro mí.



Terminó de hablar y no me dio tiempo ni de reaccionar: con su mano agarró mi pene y comenzó a acariciarlo suavemente, mientras que con la otra mano jugueteaba con sus erguidos pezones. Poco a poco fue retirando hacia atrás la piel que recubre mi glande, hasta dejarlo al descubierto. Acercó su cara y empezó a lamérmelo con su lengua, al mismo tiempo que su vagina comenzaba a humedecerse cada vez más, chorreando su flujo.



Por fin me decidí a tomar algo de iniciativa y empecé a acariciarle sus pechos con mis manos. Ella ya tenía toda mi polla en su boca y la saboreaba, hasta que paró un momento para decirme lo siguiente:



- Quiero que me penetres primero por detrás y que después lo hagas por delante. Por el culo sigo siendo virgen: mi exmarido siempre se negaba a follarme por detrás.



Se inclinó hacia delante, yo le separé los glúteos, humedecí con saliva mi polla y su ano y muy despacio comencé a penetrarla. En cuanto Claudia sintió la punta de mi verga dentro de su ano, gimió mezcla de placer y de dolor.



Continué empujando mi miembro hacia el interior de su culo hasta que quedó completamente hundido en él. Entonces empecé a meter y sacar mi polla entre los suspiros de Claudia y con mis dos manos le agarraba desde atrás con fuerza sus senos.



Cuando estaba en plena aceleración de mis movimientos, comprobé que por la orilla se acercaba de nuevo el viejo que había pasado hacía un rato. Se lo hice saber a Claudia y ella me comentó:



- Me da igual que nos vea follando. Tú sigue y no pares, por favor.



Así que continué unos segundos más hasta que volví a levantar la cabeza y, ante mi sorpresa, teníamos a aquel viejo justo delante de nosotros, parado y mirándonos con total descaro. Comenzó a tocarse su paquete por encima del bañador y se iba envalentonando al ver que ni la madura ni yo le reprochábamos nada. Se bajó el bañador y le acercó su polla de dimensiones respetables y sus testículos peludos a la cara de Claudia. La mujer no lo dudó ni un segundo, cogió con su mano la verga del viejo y comenzó a hacerle una masturbación.



- ¡Dos años sin follar y ahora tengo aquí dos pollas para mí solita, ummmm!- exclamó Claudia.



Por su parte, el anciano estaba que ni se lo creía: tenía delante de él a una mujer madura, pero de cuerpo espectacular, con dos tetas enormes, con su coño rasurado al descubierto y que además le estaba machacando su pene.



Claudia dejó el trabajo manual y se metió toda la polla del viejo en la boca, para hacerle una felación. Yo aceleraba cada vez más mis movimientos de penetración, mientras el sudor empapaba la espalda de Claudia y todo mi cuerpo.



De repente el viejo sacó su verga de la boca de la mujer y, apuntando hacia el rostro de ella, soltó varios chorros de espeso semen que impactaron de lleno en la cara de Claudia. Ella lo fue recogiendo con sus dedos y lo lamía con su lengua, saboreando el esperma del anciano, que se sentó sobre la arena contemplando la escena y para terminar de ver la sesión de sexo que teníamos montada.



Yo poco a poco comencé a sentir los síntomas inconfundibles de que se acercaba mi descarga de leche, así que hice varias embestidas bruscas y tras una explosión de placer empecé a derramar mi semen caliente dentro del culo de Claudia. Mantuve mi polla dentro hasta que solté la última gota y después saqué lentamente mi verga del ano de la madura.



El viejo, creyendo que ya no había más que ver, se puso su bañador y se alejó de nosotros sin decir palabra.



Mientras Claudia y yo nos recuperábamos a la espera de penetrarla vaginalmente, le pregunté:



- Claudia, ¿te importaría regalarme tu tanga? Me encantaría quedármelo como recuerdo tuyo.



- Yo te lo doy sin problemas, pero te advierto de que igual está algo sucio: lo llevo puesto desde esta mañana y con este calor y las veces que he orinado….- respondió ella.



- Por eso no te preocupes - le dije.



Ella se levantó, metió la mano en su bolso, sacó el tanguita negro del bikini y me lo entregó con una sonrisa pícara. Yo no dudé en olerlo delante de ella:



- ¡Ufff! Tenías razón. Huele bien a hembra - le comenté.



En el escueto forro blanco interior del tanga se apreciaban varias manchas de pipí o de flujo vaginal. Guardé la prenda en mi mochila y Claudia me comentó:



- Quiero pedirte algo a cambio.



- Lo que quieras - le respondí.



Ella sacó su móvil del bolso, me fotografió desnudo y a continuación me dijo:



- Túmbate entre mis piernas.



 Yo obedecí sin saber las intenciones de la mujer. Entonces ella se agachó colocando su coño a escasa distancia de mi cara, comenzó a grabar con su móvil y a los pocos segundos empezó a brotar de su vagina un interminable chorro de orina que regaba todo mi rostro. Hasta que no echó la última gota no se levantó y me dijo:



- La foto y este vídeo es el recuerdo que me llevo de ti, para poderme masturbar recordando lo de hoy.



 



Volvió a guardar su móvil y me ordenó que la follara ya por delante, que lo estaba deseando. Yo continuaba tendido en la arena y empapado por el orín de la mujer. Ella aprovechó para manosearme mi polla hasta proporcionarle una cierta dureza. Entonces se abrió de piernas, se separó con las manos los labios vaginales y se agachó sobre mí hasta que mi polla quedó engullida por su coño. Cuando estaba totalmente dentro, comenzó a cabalgar sobre mi pene, mientras sus senos botaban al compás del movimiento. Le coloqué mis manos sobre sus senos y le pellizcaba los pezones. Los tenía completamente tiesos y eran tan gruesos que se le debían de marcar a través de cualquier prenda que se pusiera.



 Su cuerpo comenzó de nuevo a sudar y las gotas de ese sudor iban cayendo sobre mi propio cuerpo. Ella seguía moviéndose insistentemente y de su vagina comenzó a chorrear flujo de forma exagerada, producto de un orgasmo. Aceleró sus movimientos, ya totalmente cubierta de sudor y con el rostro enrojecido por el esfuerzo y la excitación. Yo ya no aguanté más y me corrí dentro de aquel maravilloso coño depilado. En cuanto sintió mi semen en su interior, Claudia puso cara de satisfacción y comenzó a parar hasta detener por completo sus movimientos. Se tumbó exhausta a mi lado y estuvimos así varios minutos hasta que nos dimos un baño para refrescarnos y quitarnos la arena que teníamos pegada a nuestros cuerpos sudorosos.



Cuando salimos del agua, nos secamos y comenzamos a vestirnos. Claudia se puso sus shorts vaqueros sin nada debajo, pues me había regalado el tanga del bikini, y después la camiseta negra. Yo también me vestí, recogimos las toallas y abandonamos la playa. La acompañé hasta donde había dejado aparcado su coche, a unos 500 metros de la playa.



 Al llegar al coche, me dijo:



 



- Dentro de unos igual vuelvo por aquí. Soy de un pueblo cercano y algunos días, como he hecho hoy, aprovecho para venir a hacer algunas compras y gestiones por la mañana y por la tarde me pongo a tomar el sol un rato antes de regresar. Espero verte otra vez.



- A mí me quedan algunos días de vacaciones. Te prometo que estaré en esa zona de la playa todas las tardes por si apareces- le comenté.



Me dio un beso de despedida, se subió al coche y arrancó, mientras yo emprendí el camino a pie hasta mi alojamiento en el pueblo.



 



Mientras he estado escribiendo el relato, he tenido aquí a mi lado el tanga de Claudia, que he olido varias veces para recordar el aroma de su sexo.



Coincidí con ella otra tarde más durante mis vacaciones y esta vez no venía sola: venía acompañada de su hija.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
  • Votos: 1
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