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Una cosa dura para la madura (Parte 2 de 3)

Una mañana decidió hacer una pequeña reforma en su casa. Dado que la pared del cuarto de gimnasia y la de su habitación era la misma, se le ocurrió hacer un ventanal y cubrirlo con cristal-espejo. Por el lado del trastero parecería un espejo y por el de su cuarto sería una diáfana ventana, a través de la cual se podría observar la sala de al lado. El marido de una de sus amigas tenía una pequeña empresa de construcción, por lo que la obra quedó lista en unas horas y a cambio de un precio simbólico.
 
            Esa misma tarde, Sara no salió de su casa. Cuando escuchó la llamada de Jorge se apresuró a encerrarse en su habitación. Al no obtener respuesta de ningún tipo, el muchacho tomó la llave oculta bajo la alfombrilla y entró. Como cada día, se dirigió al cuarto de la lavadora, aunque al entrar notó algo extraño. El aire estaba enrarecido, olía a sexo; más concretamente olía como las bragas de la macizorra. Allí olía a coño de Sara. Apenas prestó atención al espejo, el aroma de ese cuarto lo estaba excitando sobremanera. Encima de la botonera de la máquina había un tanga blanco, suave y brillante. Lo cogió en sus manos y notó que estaba mojado, muy mojado. Su pene se retorcía furiosamente, los pantalones le apretaban. Sara no perdía detalle de lo que ocurría, vestida únicamente con un conjunto de lencería rojo y un batín de seda dorado.
 
            El chico se bajó los pantalones hasta las rodillas. Lamió la braguita que sostenía en las manos que tenía abundante flujo fresco. “¿Habría estado la madurita masturbándose antes de salir?” se preguntaba Jorge. Su pene estaba muy gordo, colorado y apuntando al techo de la habitación. Notaba la sangre a presión latiendo a través de las venas que se marcaban a lo largo del imponente miembro. Sara pegó su cara al cristal para observar mejor. Enrolló el tanga alrededor del falo y comenzó a masturbarse.
 
           -         ¿Quieres que te folle, Sarita? – dijo él en voz alta.
 
           Tras la cristalera, la mujer lo observaba incrédula. Su pene parecía todavía más
grande que en el vídeo. Empezó a acariciarse un pecho mientras susurraba:
 
           -         Oh, sí, fóllame, vamos…
 
           El joven dejó caer el tanga al suelo y empezó a mover el miembro rápidamente.
Ella lo miraba fijamente: sus músculos en tensión, su cuerpo desnudo, gotas de sudor cayendo por su torso y su rostro, sus bíceps hinchados y su pene enorme, majestuoso.
 
           -         Te gusta mi rabo, ¿eh? – musitaba Jorge - ¿a que te encanta?
           -         Sí, sí… Es una buena polla – decía al otro lado la rubia mientras se tocaba sobre la braga.
 
           Su batín se le había deslizado de los hombros y una de las tiras del sujetador
había resbalado, hasta quedar descansando lateralmente. Tenía el tanga ligeramente bajo y empezada a juguetear con su escaso vello púbico. Jorge seguía a lo suyo:
           -         Si, eh… Pues a mí me encantan tus tetas, quiero arrancarte los pezones a mordiscos. Oh sí… mmm. Mete mi polla entre tus tetas, así…
 
Ella estaba colorada y acalorada. Jamás había oído a nadie dirigírsele de esa
forma, y le gustaba. Metió una mano en una de las copas del sostén y se pellizcó fuertemente un pezón. Soltó un pequeño gemido que llenó de vaho una parte del cristal:
 
           -         Sí, muerde, muerde. – jadeaba mientras su otra mano comenzaba a acariciar sus labios.
 
            El muchachote paró un poco, acercándose al cesto de la ropa sucia. Allí encontró un conjunto de ligueros con portaligueros y sostén, adornado con encajes. Se levantó colocándose frente al espejo con las prendas entre los dedos.
 
           -         Me encantaría verte vestida sólo con esto…
 
           Al otro lado del cristal, Sara había dejado al batín deslizarse a lo largo de su espalda hasta caer al suelo. Se encontraba de pie, con las piernas ligeramente abiertas y el tanga en los tobillos. Se masajeaba el sexo con dos dedos, apoyándose contra el cristal. La otra mano seguía dentro del sujetador, acariciando sus pechos.
 
            El chico decidió reanudar su masturbación frente al espejo, sosteniendo uno de los tangas en su cara, mientras aspiraba todo su aroma. Sara tenía la cara pegada al ventanal y se masturbaba ya sin contemplaciones, introduciendo dos dedos enteros en su vagina y estimulando su clítoris con el pulgar húmedo. Se daba palmaditas en su sexo y se lo acariciaba de forma amplia, lenta y cadenciosa con toda su mano. Articulaba pequeños jadeos y gemiditos mirando esa enorme polla que estaba siendo exprimida a pocos centímetros de ella. Con una mano aguantaba su peso contra la pared.
 
           -         Venga, abre tus piernas. ¿Quieres que te la clave? – hablaba él.
           -          Sí, sí, vamos. – gemía ella, completamente debruzada contra la cristalera, masturbándose rápidamente
           -         Venga madurita, quieres que te la meta, ¿no es así? – decía entre jadeos, con la voz entrecortada
           -         Oh sí… - gemía ella, con la boca muy abierta y los ojos entrecerrados – Vamos, méteme esa cosa tan dura…
 
           De pronto, Jorge soltó un gruñido y un pequeño bufido, mientras cerraba con fuerza sus ojos. Arqueó su cuerpo hacia atrás. Notaba un fuerte cosquilleo en sus bajos. Sara tenía mucho calor, su piel quemaba. Flexionó sus piernas apoyándolas contra el cristal, mientras su vientre hacía lo mismo y sus pechos se aplastaban también contra el frío vidrio. Sus dedos estaban perdidos en su interior, notaba su visión nublada y su piel erizada. El chico dio una última serie de caricias sobre su manguera y un inmenso chorro salió despedido, mientras soltaba un sonoro suspiro de alivio. La rubia vio venir hacia su cara un gran río de leche blanca y espesa y abrió la boca, quería saborearla, tragársela toda. En ese instante notó una gran explosión en su interior, un hormigueo que crecía desde su vagina hasta el último pelo de su cabeza y el último dedo del pie. Cerró los ojos y dejó escapar un gritito ahogado. El cristal paró la abundante corrida, que salpicó la pared, el suelo y las piernas de Jorge. Ella se dejó resbalar con su cuerpo contra el ventanal, hasta acabar arrodillada en el suelo, sobre un charco de flujo. Al otro lado, él se dejó caer sentado en el suelo de baldosa.
 
            Durante las semanas siguientes, Sara continuó espiando a Jorge dos, tres o hasta cuatro días por semana. Permanecía frente a la cristalera contemplando como se masturbaba ese insolente jovenzuelo con su ropa usada. Cuando no podía quedarse en casa por la tarde, dejaba la cámara grabando y, al volver, se quedaba en el sofá dándose placer hasta altas horas de la madrugada viendo los vídeos de “Jorge y la polla maravillosa”. Su obsesión por el miembro del chico se veía saciada con estas actividades, aunque con el transcurrir de las semanas se le hacía insuficiente. No podía estar tan cerca de esa enorme cosa sin poder tocarla, sin poder saborear su semen. Quería sentir ese tesoro en su interior, quería que se la clavara hasta lo más profundo de su ser, que la atravesase. Y no iba a descansar hasta conseguirlo.
 
            El muchachote no tenía ni idea de las ocupaciones de la atractiva divorciada. Cuando se encontraban en las escaleras charlaban, como siempre. Ninguno mostraba comportamiento extraño ante la presencia del otro. Jorge se seguía sintiendo fascinado por ella y más desde que tenía la oportunidad de husmear entre su ropa interior y correrse en su casa. Cada vez que la veía no podía evitar imaginársela con aquellos diminutos tangas o con los provocativos portaligueros con sus ligas a juego. Últimamente y cada vez más, tanto dentro de su casa como fuera, la explosiva rubia se estaba convirtiendo en el único objeto de los furiosos y salvajes tocamientos del joven.
 
            Poco a poco volvió el verano, como un invitado no deseado pero imposible de esquivar, y con él la posibilidad de salir a ejercitarse a la calle bajo el agradable sol matinal. Jorge dejó de subir a correr al piso de Sara, deseando encontrar la excusa que le permitiese volver allí y quedarse sólo en el apartamento. Sara se dio cuenta de que necesitaría un plan para volver a tener ese aparato frente a ella antes del invierno.
Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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