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Categoría: Confesiones

Una confesión más

Todo lo que te escribo tiene forma de confesión, una más. Aunque puede que todas las confesiones sean una sola confesión, infinita. Tenemos mucho que agradecer a los limitadores, a las personas que dicen tener la verdad absoluta en su boca sobre las buenas conciencias. Gracias a ellos sé que nací maldito, proscrito, diferente. Hay algo de belleza, no lo voy a negar, en ser un pecador, un pervertido y un cínico. Gracias a todos esos hombres y mujeres que han dicho lo que es el bien, sé lo que es el mal. Y esa dialéctica, en apariencia ingenua, basta para entender la civilización. Puede que me gustes, que me excites, que me enloquezcas más precisamente por ser prohibida.



Me gusta imaginarte tendida de espaldas, recién bañada, con tu cabello todavía mojado y envuelta en una toalla. Entonces yo observo tu espalda, las líneas delicadas de tu espalda, esos senderos que de tu nuca a tus nalgas hacen un mapa del jardín de las delicias. Yo aprieto tus nalgas, estrujo tus deseos; mis dedos largos y gruesos acarician tus muslos y la curva de tu sexo, meto un dedo y luego dos para apretar la parte superior de tus paredes vaginales. Luego meto el meñique y anular entre tus labios húmedos, mientras que con el dedo grueso estímulo tu clítoris y acaricio tu monte de Venus.



Me inclino un poco para lamer tus tetas, dos lamidas largas, desde tu ombligo hasta la punta de tus pezones. Imagino todo esto en la soledad de mi alcoba, no te mentiré, con el pene durísimo, lo acaricio con mi mano, te imagino gimiendo con la boca entreabierta, mi pene se pone más grueso, se exaltan las venas, imagino tus nalgas sobre mí, tus senos dentro de mi boca, eyaculo entonces, la simiente vuela por el aire y se riega sobre mi barriga. Gracias Dios mío, por crear al Diablo.



Te imagino recién bañada, tendida en la cama. Meto la mano debajo de la toalla y descubro los frutos maduros, la deliciosa savia, el olor a flores. Jalo la toalla y seco tus pies, los beso, pinto las uñas... Sientes las cerdas deslizándose, dejando una estela de pintura. Soplo para que la pintura se seque y cambio de pie. Muerdo tus talones, lamo tus empeines y subo besando y lamiendo tus deliciosas pantorrillas, juego en tus rodillas y continúo mi viaje por tus piernas y hasta tu sexo, mi lengua se mueve despacio, como dibujando los contornos de tus labios vaginales. Toco tus senos, más para reconocerme a mí mismo que para reconocerte a ti, mientras sumerjo la lengua en ti, la punta de mi lengua se mueve zigzagueante, tratando de provocarte cada vez más placer.



Entonces arqueas tu espalda, en mi mente, y yo me aferro a tus piernas, las sujeto con fuerza, te atraigo en lo que mi lengua se mueve de tu monte de Venus a tus labios vaginales como un free jazz enloquecido, o como el órgano de Ray Manzarek. Muerdo tu cintura, me embriago con tu aroma, un sabor a miel azota mi paladar.



Te escribo todo esto con el anhelo, sempiterno, de tenerte en mi cama, gimiendo, húmeda, aullando. Volviendo a la pasión desbordada, un sueño, sueño contigo, despierto, veo tu clara belleza fluyendo por mis venas. Imagino todo esto mientras me baño, mi verga está durísima, imagino mi verga dentro de tu boca, mi verga dentro de tu culo, tu espalda, tu espalda...



Y dejo que el semen resbale mojando mis piernas, yéndose por la coladera.


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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