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Categoría: Confesiones

Una cita a ciegas

Le conocí en un chat. Empezamos tonteando y fuimos subiendo de tono.

Era adulador y educado, muy locuaz. Despertó en mí mucha inquietud y… deseo.

Acepté su invitación para unas tapas y unas cervezas. Junto al mar. Cerca de donde vivo. Casualidad o ansia, porque no sé de dónde es él, ni los kilómetros que hizo para quedar.

Le veo llegar y siento como me da un vuelco el estómago. Sin conocerlo, sé que es él.

Me he puesto un vestido ligero, de vuelo y fresco. Hace mucho calor. Nada de medias. Un zapato de tacón medio, un ligero retoque en mi rostro, y un perfume embaucador. Me gusta su cara cuando se acerca y me sonríe. Se presenta. Viste informal. Su pelo color ceniza se mueve al compás del viento que lo ondula.

Su conversación es fluida, elegante, amena. Sin rallar la pesadez. Se detiene a veces en su habla y me mira con firmeza e insistencia. A pesar de mis tablas, casi me ruboriza, y me provoca una corriente intensa que me recorre de la cabeza a los pies.

Le mantengo la conversación. Hablo y río con sus sugerencias. Tiene un humor mordaz y pícaro y conduce la conversación hacia callejones perversos. Pero no me amedrento y le sigo el juego. Con sensualidad. Me gusta ese tipo de juego. Más bien me encanta. Y me calienta. Él también manifiesta su aumento de excitación.

Han corrido dos cervezas por cabeza. Y ha pedido de nuevo otra ronda. Casi no me he dado cuenta, pero va a ser la tercera… me he de controlar.

La brisa de levante empieza a soplar con más fuerza. Y contrasta su temperatura con el calor de mis hombros casi desnudos. Me estremezco.

Me invita a pasear un poco. Acepto. Hay que bajar el alcohol.

Nada lejos hay una plaza, casi en primera línea de mar. Con bancos en forma de círculo, y palmeras alrededor.

Me coge del talle, y me aprieta hacía sí, en un gesto de abrigo y proteccionismo. Y me dejo hacer. Me gusta cuando siento su mano firme en mi cintura, y como se mueven sus dedos presionándome.

Inclino un poco la cabeza, y me apoyo en su hombro. Me volteo y le miro a los ojos mientras sonrío. Me besa. Un beso cálido en los labios, con su boca entreabierta mojando con los suyos los míos, mientras mueve su rostro para empaparme toda la boca de su saliva ardiente.

Hemos llegado a uno de los bancos, y separándome de él, me apoyo en el respaldo de listones de madera, adelantándome a su llegada. Me da tiempo a mirarlo con detalle, mientras mi vestido revolotea al aire impulsado por el viento de mar. Me parece hasta sentir en mi rostro diminutas partículas de arena que el viento levanta de la playa.

Me gusta, es elegante en su andar y me tiene excitada.

Se acerca y se coloca de frente a mí, casi entre mis piernas que he separado un poco. Una toca en el suelo, la otra ligeramente al vuelo, y mis manos aferradas a ambos lados de mi cuerpo, en ese respaldo del banco.

Me abraza y empieza a susurrarme al odio palabras con esa voz grave que me va embrujando. Me cuenta que hay dos parejas mayores en una de las mesas del bar, que nos están mirando. Que deben tener envidia de nuestra situación, curiosidad mordiente de unas personas que ya deben estar en la tercera edad.

No los puedo ver, porque quedan a mis espaldas, pero me excita el imaginarlos, y el ser carne de su curiosidad. Me da morbo.

Me besa de nuevo. Esta vez con mucha más pasión y fuerza, y me hurga con su lengua para que abra más mi boca. Lo hago y siento como explora todo mi interior y se enzarza en darme golpecitos contra mi lengua. Acepto el juego y me entrego a ese rol. Le siento casi llegar a mi garganta: Me besa con mucha fuerza. Ha subido sus manos hasta mis hombros que acaricia mientras me sujeta la cabeza para llegar más adentro. Casi me ahogo. Me encanta.

Se aproxima aún más a mí, y yo abro más las piernas, porque le quiero cerca, muy cerca. Mis uñas se clavan en la madera del banco mientras me lame el lóbulo de la oreja y me dice que hay otro admirador: un guardia de seguridad del edificio que hay justo al otro lado del bar. Ha salido a fumar un cigarrillo y nos devora con la mirada mientras suelta el humo lentamente.

-“Seguro que me envidia. Le gustaría ser yo en ese momento y tenerte así, como yo te tengo”-me dice mientras dibuja con su dedo el escote de mi vestido, para después lamerme los hombros con lujuria.

Siento que me estoy mojando. Y no percibo nada, no pienso. Será la cerveza o las ganas, pero me gusta cómo me trata y me conduce.

Su mano está ahora sobre mi muslo, por encima del vestido. Y él muy pegado a mí. Tanto que siento su pecho apretarme contra sí, con el otro brazo ciñéndome el cuerpo. Me besa con efusividad, con lujuria, mientras me aprieta las carnes de mi pierna.

Me siento más excitada, mucho más. Y suelto una mano del banco para rodear su talle y palpar su culo. Me gusta el culo bien redondeado en un hombre: Comprobar su firmeza y palparlo con descaro.

Me está levantando el vestido, arrugándolo entre sus dedos, hasta posar su mano sobre mi muslo: Ahora sin nada por medio. Y ese contacto de piel con piel, me estremece, aunque me sienta arder.

-“¿Qué haces? Atrevido…”- le susurro con un lenguaje bien locuaz de que no pare… y ahora soy yo la que le besa con toda mi lujuria, quien le recorre el interior de su boca, hasta que no aguanto más y me separo para decirle: -“Estoy empapada”-

-“A ver…”- Me responde dibujando una sonrisa maliciosa y perversa. Al tiempo que su mano se acerca a mi ingle, y uno de sus dedos se introduce hábilmente por debajo de mi tanga.

Me coloco de pie, por un instante, sin separarme de él, sujetándome a su cintura y clavándome a su cuerpo. Y es así como le noto su excitación. Su sexo está erecto, y… debe estar delicioso.

Al colocarme de pie, le he permitido que su dedo ya debajo del tanga, haya podido estirarlo ligeramente hacia abajo. Y la verdad es que su habilidad es notoria, porque lo siento bastante deslizado. Es entonces cuando empieza a empapar su yema en mis jugos, para asearse después lentamente por encima de mis labios vaginales, hinchados por la excitación y que dibujan el portal de entrada a mi más reservado interior.

Empiezo a jadear, y a mirarle fijamente a los ojos mientras me mordisqueo el labio inferior. Me siento vencida, entregada totalmente.

Son ya dos dedos los que hurgan: Tres. Uno se entesta en dar círculos encima de mi botón excitado y deseoso, mientras los otros dos se pasean por todo mi interior, provocando mucha más emanación de jugos lubricantes de mi cuerpo que arde.

Miro a un lado y a otro. Deprisa, como una niña dispuesta a hacer su travesura más atrevida. Sonríe mientras me sigue hablando de lo que deben estar diciendo los de la mesa del bar.

Están alejados, no puede oírlos, pero tiene buena imaginación, y me excita en sobremanera con sus palabras. Palabras que empiezan a rozar la brusquedad, mezcladas con algún calificativo soez sobre nosotros.

A quien sí puedo ver es al guarda, que sigue impasible fumando, y que, por la proximidad y el ángulo de visión, casi seguro que debe poder deleitarse con los movimientos de sus dedos dentro de mí.

Y le bajo la cremallera, buscando con avidez ese tesoro que esconden sus pantalones.

¡Sorpresa! No lleva ropa interior. ¡Ohhh!, ese hombre sabe lo que hace. Siento el tacto caliente de su miembro en mis dedos, y me apresuro a sacarlo de su encierro.

Lo miro codiciosa, anhelante, deseosa de llevármelo a la boca, aunque sé que es imposible. Pero me apresuro a rodearlo con mis dedos e imprimirle un primer movimiento de vaivén que, poco a poco, voy acelerando.

Ha cesado de hablarme y ahora es él quien jadea, y suelta algún improperio. Acelero más y siento como aumenta de tamaño de forma elocuente. Me gusta su tacto, es suave su piel, y me esmero en bajársela del todo, hasta hacerle soltar un leve gemido en cada final.

Saca su mano de mí, y sostiene mi vestido izado lateralmente. Me vuelvo a apoyar en el banco y me apunta su miembro en mi entrada. Me sujeta con su mano la otra pierna en alza, y se ladea un poco para que pueda apoyarla en el respaldo del banco ligeramente.

Su mano ahora se desliza por mi muslo hasta el inicio de mi cadera doblada… y entra en mí. Me la clava despacio, pero sin parada. La siento como va entrando, como se desliza suave por mi extrema lubricación. Hasta que llega al fondo.

Es una sensación indescriptible. El tiempo ha parecido ir más lento, y ese recorrido se ha hecho eterno, sabroso, con todos los calificativos aduladores que se le puedan otorgar. Su miembro, erecto en mi justa media interna, ha rozado en su avance cada pliegue, cada centímetro de mi sexo, Ha sido lento pero constante, único, hasta llegar a sentir como su cuerpo se aplasta contra el mío, y su vello, roza el exterior de mi sexo. Su glande toca el fondo de mi interior, y ahora se mueve en círculo, en un bamboleo suave, sin apenas retroceder.

Nunca había percibido a un hombre en mi interior de ese modo. Y he de confesar que me enloquece esta novedad. Su boa de nuevo se une a la mía, y su mano se clava en mi muslo, amasándolo con firmeza, mientras nuestras lenguas se enzarzan en un nuevo intercambio de golpecitos suaves, que nos extasían a ambos.

Ambos sabemos que no queremos montar un espectáculo. Sin mediar palabra parece que lo teníamos pactado, y su vaivén es apenas imperceptible, muy suave. Pero de intensidad suficiente para que yo pueda percibir en el interior de mis entrañas el choque cadencioso de su glande endurecido, que me provoca una excitación suprema.

-“No hemos tomado precauciones de ningún tipo”-me susurra entre gemidos, después de soltar mi boca por unos instantes –“pero estoy sano”- añade.

-“Yo también, y tomo pastillas. Así que no pares, quiero que me inundes con tu leche”- le respondo nerviosa, sin poder reprimir mi deseo más extremo.

-“Avísame cuando llegues”- me indica con su voz grave y segura. –“Quiero correrme contigo”-

-“Lo haré”-

Le respondo con rapidez. Y es que siento que mi cuerpo va a estallar en breve. No sé si es por el entorno, por las cervezas o por el morbo del momento. Tal vez porque sé que me miran desde lejos, pero siento que mi tiempo se acaba. Y un enrome cosquilleo empieza a circular por mis venas.

-Me voy a correr. Me vengo: Me acabo…”- murmuro nerviosa mientras persiste ese cadencioso choque de su glande contra mi interior.

-“Vamos a ello, vamos. Te marco. Te lleno. Toma mi leche, toda. Tómala…”-

Sus últimas palabras suenan junto a mi oreja entrecortadas, al  tiempo que una lava ardiente me quema todo mi interior.

Son varias sacudidas. Todas fuertes, que me invaden y me llenan de su semen, mientras repito con insistencia que me lo de todo, que lo quiero, que me marque, que soy suya…

Me suelta la pierna para abrazarme fuerte. Y yo apenas acierto a apoyar mi pie en el suelo. Así permanecemos unos segundos. O minutos tal vez. He perdido la noción del tiempo.

Su miembro sigue dentro de mí, aunque empieza a perder volumen. Y eso me proporciona una rabieta, porque no quiero que se termine esa sensación.

Su mano está hurgando en su bolsillo, del que extrae un pañuelo de papel. Aparta su cuerpo, sin dejar de abrazarme, para limpiarse el miembro. Que rico debe estar. Sabroso y con jugo: Tiene un aspecto delicioso.

Por encima de mi vestido, me subo la tanga, en un vano intento de retener su semen dentro de mi sexo. Pero ya está empezando a empapar mis muslos, bajando por unos ríos sinuosos a través de ellos.

Empezamos a reírnos. Hasta alcanzar una risa casi histérica, inconexa. Nos abrazamos de nuevo, y echamos a andar mientras me dice cerca del oído:

-“Anda, vamos a buscar algún sitio donde puedas asearte”-

No puedo evitar girar la cabeza y mirar al guardia de seguridad, y luego a la mesa del bar. Y una amplia sonrisa se dibuja en mis labios. Habréis podido imaginar, incluso ver algo… pero ninguno de vosotros ha podido sentir lo que este hombre me ha hecho sentir.

Y mientras jugamos a darnos besos cortos, aceleramos el paso hacia no sé dónde. Y por mis muslos baja su semen caliente, que me vuelve a excitar….

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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