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Nancy y yo cumplíamos 3 años de casados cuando decidimos que lo mejor era emplear a una chica para que organice un poco nuestro desorden, limpie los pisos, las voluptuosas bibliotecas, y que de paso nos deje la cena lista para las noches. Los dos somos docentes, ella de historia y yo de literatura. Realmente no teníamos tiempo de ocuparnos demasiado de la casa. Lo bueno es que por el momento ninguno piensa en hijos. Mucho menos en mascotas.
Una amiga de Nancy nos habló de su empleada con mucho respeto y confianza. Se llama Carina y solo cumple 4 horas en su casa, día por medio y solo por la tarde. Era importante que la persona que entre a nuestro hogar sea alguien honrada. Por eso yo mismo la llamé al celular que apunté, le dije que venga a casa a las 9 de la mañana del lunes luego de darle la dirección y quedé conforme con su amabilidad. Cuando la conocí me pareció un poco más fría y tosca. Tiene 19 años y había venido de Bolivia con su hermana menor a trabajar. No quiso que la pusiera en blanco. Ella terminaba la jornada y cobraba el total de las horas en efectivo.
Estuvimos de acuerdo en todo. La primer semana Nancy le dio el visto bueno por lo bien que había dejado la cocina, lo reluciente que se veía el baño y por lo guapa que era para planchar, cosa que a ella la ponía de muy malhumor. Desde entonces Carina trabajaba en casa 4 horas, desde las 9 y de lunes a viernes. Casualmente los viernes a la mañana yo no daba clases en escuelas. Aprovechaba para ver películas, corregir exámenes, preparar clases o para tomar mates en el jardín. Nancy en cambio solo tenía libre los lunes y viernes por la tarde, y jamás almorzaba en casa.
Debo reconocer que Nancy era algo más distante con ella. Anotaba minuciosamente cada vuelto, o minutos de tardanza, y no le largaba un peso más. Yo intentaba ser agradable, y siempre le pagaba un poco más de lo acordado. A veces la invitaba a almorzar conmigo. En esos almuerzos supe que no tenía novio, que estaba terminando el secundario en una escuela nocturna, que sus padres jamás estuvieron de acuerdo con que se aleje de su país, que le gusta el cine y la música romántica. También que unos pibes la manosearon a la vuelta de la casa de la amiga de Nancy, y que su marido una vez fue deshonesto con ella. No quise averiguarlo tan rápido, pero ella prosiguió diciendo que le ofreció 200 pesos si le tiraba la goma.
También vi como se le entristecieron los ojos cuando habló de su primer amor, y supe que su hermana atiende un kiosquito en una escuela primaria.
Digamos que Carina no es lo que se dice una belleza de mujer. Tiene el pelo algo descuidado y semicorto, no llega al 1,55, es rellenita, tiene varias pequitas en la cara, dos lunares en la nariz y otro en el labio superior, tiene las cejas tupidas, poca teta, y su olor es algo invasivo que por momentos repele a cualquier deseo que pudiera posarse en sus ojos hermosos. Pero tiene un culito perfecto, una voz encantadora aunque con no más de cien palabras en su lenguaje, lindas piernas y algo que no supe descifrar pero que la hacía distinguirse del montón. Su olor a hembra con poco sexo encima era evidente. Su cuerpo al andar por los rincones de la casa, sus ojos, su inocencia o sus charlas lo hacían notorio.
La vez que la vi colgando bombachitas de Nancy y bóxers míos en el tendedero de la ropa mientras yo tomaba un licuado tuve la primer fantasía con ella. La segunda fue cuando desde el living la vi en la cocina apretarse las lolas por adentro de su remerita beige, paradita contra la mesada y con los ojos cerrados. La tercera fue cuando salí del baño envuelto en una bata luego de darme una ducha confortable, y ella fregaba el piso del pasillo que comunica las habitaciones con el baño. Tenía un shortsito a punto de reventar ante mis ojos, y medio que se le caía, por lo que le miré un trozo de la bombacha rosada que traía.
Pronto mi cerebro comenzó a idealizarla, y no podía evitar pensar en ella sin que se me pare la pija. La imaginaba arrodillada con sus tetas enlechadas por mí, o en cuatro patas entregándome el culo, o sentada en la mesa pidiéndome que le rompa la concha. No lo hablé con Nancy porque lamentablemente es muy celosa. Pero hasta la imaginé lamiéndole las piernas a Carina mientras mi mujer la obligaba a lavar su ropa interior.
Los días pasaban. Mis fantasías a esta altura ya eran voces que me incitaban a pecar, y Carina estaba más charlatana cada vez.
Una mañana vi que se estaba cambiando el pantalón porque se lo había salpicado con lavandina. Estaba lo más pancha en el baño con la puerta abierta, y esa vez vi su cola preciosa bajo una bombachita blanca que logró empalarme al tope de mis posibilidades. Entonces allí fue cuando le dediqué la primera paja en la soledad de mi habitación cuando ella entretanto cocinaba.
El próximo viernes no aguanté y la invité a desenchufarse un poco de la rutina. Le pedí que se tome unos mates conmigo en el jardín y aceptó gustosa.
Yo salí a comprar unas facturas, y cuando volví todo estaba listo en la mesita. El termo, el mate, un cenicero por si se me antojaba fumar, yerbero y azucarero, una jarrita con jugo de naranja, dos vasos, y ella echada en una reposera con la remerita subida y una mano debajo de la cola. Ni bien me senté hablamos de todo y sin tapujos. Incluso hasta se quejó del machismo con que se vive en su país, de las niñerías de su hermana con su noviecito, y del marido de Clara, la amiga de Nancy.
¡a los hombres cualquier agujero les viene bien… aparte son re cochinos, y no les importa si a una le gusta o no eso de chupar penes… a mí el marido de su amiga me pagó, y todo bien… pero me obligó a hacerle un pete en la vereda de su casa como si fuera una puta, y no me agradó que me diera todo el semen en la boca!, me largó con soltura después de un rato de charla y mate, y mis hormonas necesitaban saber más de ella.
Le dije que en general los hombres ven a todas las mujeres con especial belleza, pero ella no me creyó.
¡Usted será así patroncito, pero lo que son los hombres que conocí, todos quieren meterla y sacarla adentro de una, y una vez que eyaculan se desentienden de todo!
Sus palabras turbaban mi estable armonía, y entonces preferí levantarme con la excusa de enviar un sms laboral. Pero lo cierto es que tenía la verga tan dura y parada que hasta me dolía el tronco. Además la calcita que tenía, y más al permanecer tumbada en la sillita, dibujaba con fiel realismo los contornos de su vagina, y eso era leña para mi incendio carnal. Encima con Nancy no teníamos relaciones hacía más de un mes.
Me encerré en el baño para pajearme frenético y veloz para disimular y entonces volver al jardín. La pija no se me deshinchaba, y menos con el ir y venir de Carina al colgar ropa, regar plantas y ordenar la parrilla. Yo fumaba para calmarme, pero cuando le ofrecí un mate y me lo rechazó sentí que era hora de actuar.
La calcita le partía el culo y se ajustaba a su figura inquieta, hasta que sin saber qué hacer saqué mi pija afuera del pantalón para zarandearla un poco mientras ella juntaba una parva de broches que se le habían caído al pastito. Entonces me le acerqué tan feroz como caballero y me atreví a sobarle el culo con las manos, y luego a frotarle la pija en la zanjita de esas tersas nalgas. Ella ni se inmutó. Pero en cuanto me despegué, justo cuando ella se ponía de pie dijo:
¡¿Anda medio calentito el jefecito, medio alzadito?, imagino que no quiere que su Nancy sepa lo que me hace, no?
Me vi obligado a tomarla de la nuca y a besarla en la boca con la sensación de que se me venía flor de correctivo. Sentí su lengua en la mía, su aliento dulce en mi interior, y hasta los latidos de sus venas en mis dedos que no se apartaban de su cuello.
¡Seguro ahora me va a pedir que se la chupe!, dijo con resignación aunque con los ojitos brillosos.
Me separé de ella y le tomé la mano para dejarla sobre mi verga desnuda. Ella me la apretó, acarició mis huevos, subió y bajó por la extensión de mi tronco con su palma mojada por la ropa que tendía, la sacudió varias veces haciendo salpicar mi presemen por el aire, y justo cuando un escalofrío recorrió mi columna vertebral al verla agacharse dispuesta a devorarme la pija sonó el timbre. Nancy había sufrido un golpe de calor y salió antes del colegio para recuperarse un poco en casa.
Corrí a abrirle mientras los huevos y la culpa me punzaban como flechas de fuego en la garganta, y Carina para colmo, cada vez que nos cruzábamos en el living o en la cocina se me reía con gestos de inocente burla.
Pero al viernes siguiente no hubo nada que pudiera detenerme. Aquella mañana, luego de mi café en el escritorio hice un par de llamadas, tipié algunos prácticos y revisé el correo. Luego fui a la cocina a prepararme un jugo, y antes de llegar la vi fregándose la fresa por arriba de su short, con la mirada extraviada y un montoncito de ropa interior lista para lavar en el brazo izquierdo. Esperé a que me viera, y cuando lo hizo aclaró:
¡Espero que no haya tenido problemas con su mujercita el otro día!, ¿estoy equivocada si pienso que hoy sí me va a pedir que le chupe la pija?
Entonces, le pedí que deje la ropa sobre la mesa, y le di un cuadro para que cuelgue en la pared, para lo que debía subirse a una silla. Era una foto de Nancy y yo enmarcada que nos regalaron nuestros padrinos de boda que por alguna razón no estaba colgado.
En cuanto inclinó el cuerpo para poner la cintita del cuadro en el clavito me acerqué a su trasero para apretarle las nalgas, bajarle el short hasta las rodillas y pegar mi cara a su canal vertical en el que se advertía una tanguita roja. Le besé las piernas, le olí el culo y no pude evitar nalguearla apenas la oí gemir.
Casi se cae de la silla cuando le froté la pija dura en las gambas, por lo que le ordené que se siente en ella y le acerqué el bollo de ropa que la huela. Eran dos corpiños azules, unas medias finas y unas bombachitas de Nancy. También había un bóxer rojo mío.
Ella se pasaba toda la ropita usada por la nariz mientras yo le abría la blusa para amasarle las tetas, me pajeaba pegado a su cuerpo, le daba algún que otro beso en la boca y le pedía que gima como una nenita. Apenas la descalcé y le saqué el short la puse de pie, me agaché para oler su conchita repleta de vellos, le bajé la tanguita empapada y le pedí que se colara dos deditos sin dejar de oler mi bóxer y la colales verde de Nancy, la que ella misma eligió.
Pronto la arrodillé arriba de la mesita ratona y le encajé de prepo la pija en la boca. ¡Les juro que nadie me la había succionado con tanta pasión como esa hembra! Le encantaba de vez en cuando sacársela y pegarse con ella en la cara, pasársela por el pelo, olerla con desesperación, escupirla con fuerza y volver a exprimirla con su lengua que me descontrolaba por completo. Además decía cosas como: ¡me encanta tomarle la mamadera a los jefecitos casados, quiero la lechita de mi patrón toda en mi boquita!
Creo que cuando la vi cogerse la conchita con dos dedos mientras lamía mis pelotas y me pajeaba con la otra mano le dije que estaba cerca de acabar, y ella entonces empezó a saltar con su garganta casi envolviendo mi glande, hasta que mi leche se derramara inexorablemente allí como un huracán insolente. Apenas se la saqué de la boca ella eructó, se saboreó toda lamiéndose los labios y colándose dedos en la vagina.
Disfruté de su cuerpo estremecido por sus embates dedales, hasta que mi pija tomó forma otra vez y mi instinto animal me condujo a tomarla en los brazos para llevarla a mi cuarto, arrancarle la blusa y el corpiño por el camino y tumbarla en la cama, donde me decidí a chuparle la concha a pesar de su fuerte fragancia y el olor a pis de su tanguita. Le lamí el clítoris y le penetré la vulva con la lengua como si se tratara de un delicioso postre, y saboreé su bombachita inundada de jugos mientras le exigía que me muerda y succione los dedos. Le lamí los pies en medio de un concierto de gemidos y jadeos, le chupé las tetas como un bebé recién nacido, le froté el pene contra ellas luego de babeárselas enteras y la puse en cuatro patas sin sacarle la bombacha ni advertirle riesgo alguno.
Enseguida me le subí para cogerla unos instantes por la concha cuando ella me imploraba que no le acabe adentro, y le di más fuerte cuando la oí lloriquear luego de que le dijera que no iba a parar hasta embarazarla. Pero, apenas mi pubis sintió la frescura de uno de los pedos que se le escaparon durante nuestra guerra sexual, se la saqué con violencia, se la puse en la cara para que la lama toda mientras yo le cacheteaba la cara, y nuevamente corrí a treparme a sus caderas, aunque esta vez para penetrarle el culo.
No entró con facilidad. De hecho gritó, lagrimeó y mordió la almohada un rato al tiempo que mi pija se abría paso cada vez más adentro de su túnel oscuro y estrecho. Pero cuando al fin mi carne era devorada por esa colita perfecta con gratitud comencé a bombearla sin piedad, a moverme infalible, a pajearla con una mano y hacerle lamer los dedos que se colmaban con sus flujos, a decirle que era una puta barata, a llenarle la nuca y las orejas de mordiscones, a convencerla de que toda su vida tendrá que chupar pijas para tener más guita y a darle masa como un condenado, sin dejar de retorcerle los pezones.
Cuando el ritmo de mi injundía comenzaba a vencerme y mis testículos me pesaban como si fuesen de plomo, le di unas penetradas a fondo a su almeja, y luego la sentencié a chupármela toda con su sabor a culo. La lamió y mordisqueó con un gozo que me enternecía de a ratos, y cuando sentí que mi leche eran agujas de espasmos en todo mi ser se la sacudí toda contra su cara, me pajeé hasta decorar sus rasgos de india, y preso de la misma calentura le meé las tetas. Pronto le pedí que me la mame otra vez, y tras unos largos minutos de lametazos, caricias genitales, chupadas a mi ano y paja violenta sobre su boquita asqueada de semen volví a empomarla por el orto, donde esta vez mis implosiones que no duraron más de dos minutos le colmaron la colita de leche ni bien me la empezó a pedir con una voz de trolita que me desquiciaba.
La vi vestirse entre sudor y algo de mareo, y vi también que mientras iba al baño a lavarse la cara, se le manchaba el shortsito con los chorros de leche que le goteaban del culo.
Esa mañana Carina se fue luminosa y satisfecha, y no solo porque le dupliqué las horas de trabajo. El tema fue que Nancy, después de la cena decidió irse a dormir mientras yo le daba de comer a los peces. Ahí fue que encontró la tanguita de Carina, e inmediatamente me llamó para que le dé una explicación. No me creyó cuando le inventé que Carina necesitó cambiarse por el calor, y me dijo que no quería ver más a esa chica en casa. Así que ahora estoy a la espera de otra bolivianita gaucha que se preste a limpiar nuestro hogar, y por qué no, a lustrarme el pito con su lengua.
Fin
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