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UNA AVENTURA FUGAZ

~Habia pasado bastante tiempo desde la última vez que mi esposa tuvo la oportunidad de compartir sexualmente con el tipo de hombre de su predilección de manera que, en un momento dado y tal vez para romper la monotoní­a, volvió a surgir en nuestras conversaciones el tema de los encuentros sexuales con extraños.
Habí­amos tenido la posibilidad de encontrarnos con un muchacho moreno en varias ocasiones pero, tanto ella como yo, nos cuestionábamos que no existiesen otras posibilidades porque siempre recurrí­amos a él en momentos de calentura. Tal vez debido a la disponibilidad y fácil acceso a esa persona, lo más práctico era recurrir a lo que se tení­a a la mano. Sin embargo, pensábamos, debí­an existir muchas experiencias nuevas, diferentes y otras personas por conocer, sólo que se debí­a hacer el trabajo de buscarlas y promover nuevas situacioes. Y en ese ir y venir de ideas se planteó la posibilidad de buscar otras personas y promover otras experiencias.
A ella le atraen poderosamente las personas de color, de manera que la búsqueda deberí­a empezar por ahí­. Coloque avisos en una página de anuncios pero, para sorpresa de ambos, ninguna de las personas que nos escribí­a repondí­a a esa descripción. Intentamos, entonces, abriendo un perfil en una página de contactos, la GUIA CEREZA para ser más exactos.
Allí­ pudimos observar varios posibles candidatos, pero la falta de fotografí­as en sus perfiles poco ayudaba para determinar si esta podrí­a ser potencialmente o no la persona adecuada. Para que esto funcione, creemos que debe existir una atraccción sexual poderosa. De lo contrario creamos obstáculos que lejos de promover los encuentros, los aplazan indefinidamente. Por otra parte, más importante aún, pensamos que estos intercambios se deben dar con las personas que a uno realmente le gustan, le atraen y le excitan. Si no es así­, lo más probable es que no se disfrute la experiencia y que se interactúe con las otras personas de manera forzada y nada natural.
Le escribimos a varios muchachos y, en ese proceso de búsqueda, logramos comunicarnos con un muchacho que tení­a fotografí­a en su perfil y residí­a en CALI. Encontrarnos con él suponia trasladarnos de ciudad lo cual, aunque posible, generaba toda una serie de actividades y gastos para logar el objetivo. Pero ya habiamos decidido que lo í­bamos a hacer, así­ que seguimos adelante con los preparativos de la aventura.
Mi esposa logró comunicarse a través del chat con HECTOR, que así­ se llama el contacto. Como de costumbre hubo el intercambio protocolario de impresiones y el consiguiente galanteo del hombre, tratando de ganarse los favores de la mujer. Pero el asunto ya estaba decidido, de manera que su galanteo no iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos pero si iba a agregar un poco de expectativa a lo que pudiera ser ese encuentro.
El hombre por lo general le expresa a la mujer de manera muy gráfica sus intenciones a la hora de llegar a tener sexo con ella. Y esta no era la excepción. Este muchacho, además de muchas otras cosas, le expresaba abiertamente a mi esposa su intención de acariciarla, besarla, chuparle los senos y estimular su clí­toris con la mano; también queria pasar la lengua por su ano y producirle así­ un inmenso placer. Otro tanto le manifestaba ella en reciprocidad a sus anuncios.
Y como resultado de ese intercambio de ideas se acordó ir a visitarle un fin de semana. Decidimos viajar a Cali un dí­a jueves desde Bogotá, conocer algo de la ciudad el dí­a viernes, encontrarnos con él en dí­a sábado, reposar de la faena el dí­a domingo y emprender el regreso a Bogotá el dí­a lunes.
Todo transcurrí­a de acuerdo a lo previsto pero, sin embargo, seguí­amos en la búsqueda de otras posibilidades, quizá más a la mano. Y en ese momento, como caido del cielo, apareció WILSON; un muchacho de color cuyo seudónimo en la página de Guí­a Cereza era “el negro sw”. Habí­a contestado en respuesta a uno de los mensajes que habí­amos colocado para establecer el contacto y llamar su atención. Y, dado que viajábamos un dí­a jueves, le propusimos encontrarnos el miércoles con la intención de conocerle.
Tuvimos la oportunidad de hablar con él a través del chat y la primera impresión no fue buena. Mi esposa lo percibió ordinario y tosco. Su conversación se basaba en mostrar su miembro erecto a través de la webcam e insistir que quisiera meterle esa verga a mi esposa en ese mismo momento. Le pedí­a a ella que le dijera si le gustaba su miembro y cosas así­. Y como ella no estaba acostumbrada a tener ese tipo de intercambios en la comunicación, de plano, lo descartó como posible pareja sexual. Pero estuvo de acuerdo en continuar con el protocolo de conocerle, pues era lo que se habí­a propuesto de antemano y sin ningún compromiso.
Nos citamos en el sector de GALERIAS, como a eso de las 08:00 de la noche. Llegamos al sito acordado y, después de unos minutos, le vimos aparecer. Le reconocimos al instante, pues sus facciones ya eran conocidas por lo que habí­amos visto a traves del messenger. Nos dimos los saludos de rigor y nos dirigimos hacia una discoteca restaurante, ubicada cerca de allí­.

Entramos al lugar, nos sentamos en una mesa, pedimos unas cervezas y mi esposa comenzó el interrogatorio de rigor. ¿De dónde eres? ¿Dónde vives? ¿A qué te dedicas? ¿Cuánto hace que vives en BOGOTA? ¿Por qué te demoraste en respondernos? Etc, etc, etc. En unos cuantos minutos supimos la vida, obra y milagros de aquel muchacho, pero nada hací­a presumir que el encuentro pudiera derivar en algo diferente a la simple conversación y la situación ya se estaba tornando un tanto aburrida. Como para decir: ¡Bueno...! Que rico conocerte. Tenemos un compromiso mañana temprano, pero ten la seguridad que en cualquier momento te llamamos. Que pases buena noche.. Pues es lo acostumbrado para salir de una situación embarazosa.
Sin embargo, para explorar alguna remota posibilidad de acción, consideré necesario dejarles solos por unos instantes y por ello me retiré con el pretexto de ir al baño. Generalmente los hombres no se atreven a hablar directamente con ella cuando yo estoy presente, pero otra cosa muy diferente sucede cuando me ausento, así­ sólo sean unos pocos instantes. En consecuencia quedaron solos no menos de dos minutos y no se que pasarí­a entre ellos en mi ausencia, pero al regresar el ambiente entre ambos se percibí­a diferente.
El muchacho, quizá más resuelto y alentado por la situación, invitó a mi esposa a bailar. Su propósito era claro, pues apenas habián empezado a moverse repentinamente se detuvieron. Sus cuerpos estaban muy juntos y fácilmente podí­a verse que él la estaba besando. Pero, aparte de eso, WILSON habí­a aprovechado la proximidad de sus cuerpos para dirigir una de las manos de mi esposa a su miembro erecto, endurecido y palpitante, acompañado esta acción por una frase sugestiva susurrada en sus oidos: “Mira como me tienes..”
Esa acción tuvo el efecto deseado pues ella se mantuvo inmovil quizá disfrutando al máximo el placer que esa caricia le proporcionaba. El beso y el abrazo debió crecer en intensidad, pues poco a poco las caderas de ella empezaron a agitarse rí­tmicamente adelante y atrás, signo inequí­voco de excitación, inmenso deseo y aceptación. Podrí­a asumirse que ella estaba restregando su sexo contra aquel miembro también excitado y deseoso, por lo cual el momento se extendió en lo que pareció ser una eternidad.
Siguieron allí­, en la pista de baile, por varios minutos, casi inmóviles, pero finalmente se sentaron. Mi esposa trató de insinuar que podrí­amos encontrarnos en una próxima oportunidad, quizá pensando en que ya era algo tarde y tenñiamos programado nuestro viaje temprano al dí­a siguiente. En consecuencia me atreví­ a preguntarle si el muchacho le habí­a interesado y si querí­a tener sexo con él. Me respondió, como acostumbra, preguntándome si no serí­a my tarde y en qué sitio pudiera ser..
Entendí­ que aquel muchacho la habí­a excitado lo suficiente y que realmente existí­a la posibilidad de sucediera algo esa misma noche. Y volví­ a indagarle si el muchacho le habí­a gustado y me dijo que sí­, que “el hombre la tení­a a full”. Nunca le habí­a escuchado esa expresión, por lo cual deduje que el estado de ansiedad era alto y que estaban dadas las condiciones para ir más allá.
Bien pronto tomamos camino hacia un motel. No más entrar a la habitación ella se dirigió hacia el baño, quedándonos el muchacho y yo a la espera de su regreso. Le indiqué, entonces, que la esperara como ella lo querí­a ver: desnudo. Y asi lo hizo, de manera que cuando ella salió del baño lo encontró listo para la acción. Ella se habí­a despojado de parte de su ropa, quedándose practicamente en interiores, exhibiendo una lencerí­a negra muy atractiva que seguramente estuvo esperando una oportunidad como esta para ser urilizada.
Ella se aproximó al muchacho, quien se encontraba al lado de la cama con su verga totalmente tiesa y parada, se abrazaron, se acariciaron recí­procamente sus cuerpos y se besaron profundamente sintiendo como se agitaba su respiración con cada nueva caricia.
El muchacho puso sus manos sobre los hombros de ella, empujandola suavemente de espaldas hacia la cama, de manera que no tuvo más remedio que caer sentada y quedar enfrentada a la altura del pene de aquel hombre de ébano. De inmediato y quizá interpretando sus intenciones, ella procedió a acariciar con intensidad esa dura verga y lamerla, primero lentamente sobre el glande, como degustando un dulce exquisito. Y después, poco a poco, aumentando el ritmo de sus chupadas hasta lamer ese miembro con frenesí­, introduciendo esa verga negra y dura dentro de su boca una y otra vez, como si fuera a tragársela de una buena vez.
El, por su parte, poniendo una de sus manos detrás de la cabeza de ella, empujaba rí­tmicamente para que no decayera en la intensidad de la acción. Su cadera empujaba también rí­tmicamente adelante y atrás, hacia el rostro de mi esposa, siendo evidente en los gestos de su cara que la mamada que estaba recibiendo era de su entera satisfacción. Ella aumentó las embestidas de su boca contra su pene, quizá tratándolo de hacer llegar al instante, cosa que no logró.
Pasados unos minutos él, nuevamente la toma por los hombros y la empuja hacia la cama, propiciando que ella quede acostada. Se arrodila entonces, frente a ella, acaricia todo su cuerpo de arriba abajo y mientras los hace, cuidadosamente abre sus piernas a los costados, dejando su vagina expuesta a los potenciales embates de su pene. Pero, ¡no!. El tení­a otras intenciones.

Estando ella en esa posición aprovechó para besarla y lamer todo su cuerpo, de manera pausada y lenta, hasta que el recorrido de las caricias que propiciaba con su lengua se detuvieron cuando alcanzó su vagina. Y allí­ se detuvo. La lamió lentamente, quizá degustando el sabor de los jugos corporales que de manera abundante invadí­an esa zona, signo inequí­voco del alto grado de excitación que mi esposa estaba experimentando.
El, sin pausa, se dedicó a lamer con acuciosidad el clí­toris de mi mujer, metiendo de cuando en vez sus dedos dento de la vagina, de manera que muy pronto ella empezó a emitir unos suaves pero audí­bles gemidos, como si el calor de esas caricias se concentrara de manera intensa en su sexo. Podí­a verse como los labios de su vagina se contraí­an de manera acompasada con los movimientos de su cadera, adelante y atrás. Verdaderamente estaba gozando..
No pasó mucho tiempo para que WILSON decidierá ir más allá y, levantándose poco a poco, llevo su verga hasta a entrada de la vagina de mi esposa, que para ese instante se hallaba totalmente humedecida y lista para recibirle. Sin embargo él demoró ese momento aún más y se dedico a deslizar su miembro, arriba y abajo, sobre los labios vaginales. Al parecer esta caricia le causaba a ella algún tipo de placer, y aumentaba su nivel de excitación y ansiedad, pues se noto como abrí­a sus piernas quizá insinuando la necesidad que tení­a de sentirle dentro, lo más pronto posible.
Eso no se hizo esperar. Poco a poco y con delicadeza aquel muchacho introdujo su largo miembro dentro de la vagia de mi mujer. Pero, una vez adentro, empezó a bombear con mucha intensidad y fortaleza. El cuerpo de mi esposa se deslizaba, adelante y atrás sobre la cama, con cada vigorosa embestida. Era de esperarse que ella, muy rápidamente, empezara a gemir de placer. Primero de manera contenida, pero después de manera fuerte y sonora.
Después de unos instantes WILSON sacó su miembro y le pidió a ella que se colocara boca abajo, tendida sobre la cama. Ella de inmediato lo hizo, casi por reflejo. Para nada querí­a que ese instante de proximidad acabara. Entonces él procedió a penetrarla lentamente desde atrás, volviendo a incrementar el ritmo de sus embestidas una vez la hubo penetrado profundamente. Después de bombear por unos momentos hizo que ella levantara sus nalgas, colocándose en la posición de perrito, mientras él se erguí­a detrás de ella apoyando sus pies sobre la cama. Eso le permití­a un mayor control en la velocidad e itensidad de sus embestidas.
El rostro de ella mostraba signos evidentes de excitación. Las sensaciones debí­an de ser sumamanete intensas puesto que su cara se poní­a totalmente colorada conforme aumentaba el ritmo de los movimientos y se podí­a oir el ruido que producí­a el roce del pene dentro de su vagina bastante húmeda, lo cual hacia más excitante el momento. Que decir de sus gemidos, que gradualmente aumentaban y disminuí­an de tono de acuerdo a la intensidad de las sensaciones.
Después de algunos momentos WILSON disminuyó la velocidad de sus movimientos y, de un momento a otro, sacó su herramienta de aquella concha cálida y húmeda. Parecí­a algo cansado, quizá debido a la posición que habí­a escogido para penetrarle desde atrás, pero de inmediato se tendió boca arriba sobre la cama y le pidió a ella que lo montara, tomando el control de los movimientos.
Ella, así­ lo hizo, encantada, pues es una posición que le permite moverse a sus anchas y controlar libremente sus movimientos para proporcionarse el placer que ese inmenso pene le suministraba. Ella misma, erguida y montada sobre él, tomó en sus manos aquel pene para introducí­rselo en su vagina y así­ empezar, de manera gradual y rí­tmica, a mover sus caderas adelante y atrás, a un lado y al otro, de manera circular y en una combinación de movimientos hasta alcanzar la máxima excitación.
Poco despues dejó caer su torso sobre él, fundiendo sus cuerpos en un estrecho abrazo. En la agitación del momento y próximo sus rostros, sus lenguas se buscaban con frensí­ y frecuentemente se propiciaban besos furtivos, cortos, agitados, apasionados. El, mientras tanto, acariciaba con sus manos las nalgas de mi esposa, apretando, masajeando y tratando de abrir su ano. Esto, al parecer, producí­a más goce. Las piernas de ella se abrí­an y cerraban acompasadamente a los costados del cuerpo de él, apretando con fuerza aquel miembro erecto en cada movimiento. La intensidad de esa acción, el jadeo en su respiración y el tono de sus gemidos indicaban que estaba alcanzando un grado máximo de excitación, próxima al orgasmo.
Y así­ fue. Llegado el climáx ella lanzó un gemido en tono grave y continuo. Su cara se contrajo y se notó la tensión que se daba en todos sus músculos. Se quedó con el tronco erguido por unos instantes, dejando caerse poco a poco sobre él, para reposar abrazados mientras disminuí­an los latidos del corazón y se recuperaban fuerzas. El continuaba acariciando su cuerpo, sus nalgas y piernas mientras la besaba delicadamente, de manera pausada y lenta.
Continuaron abrazados por unos momentos. Ella se recostó a un lado, manteniéndose abrazada a él, pero bien pronto este recobró brios y quiso volver a la acción porque faltaba algo importante: su propio orgasmo. En consecuencia se montó sobre ella, que reposaba boca abajo, y sin decir una palabra la penetró y empezó a bombear rí­tmica y rápidamente, sin perder un instante. Ella, a parecer, estaba más allá del bien y del mal después de su excepcional orgasmo, así­ que pareciá presenciar como espectadora el desenlace final de aquellas últimas embestidas. WILSON empujaba y empujaba, cada vez más rápido, hasta que fue evidente que eyaculó, pues la cadencia de sus movimientos fue disminuyendo hasta detenerse totalmente. No hubo gemidos. Y tal como la penetró en un principio, sacó ahora su miembro y se retiró de la cama en dirección al baño.
Mi esposa se incorporó y me pidió ayuda, pues parte del sémen de aquel se habí­a regado sobre sus piernas. De manera que le alcancé una toalla para que se limpiara. Pudimos oir que WILSON se bañaba y a poco rato salió, quiza disesto a emprender una nueva faena. Lastimosamente tení­amos un viaje programado temprano al dí­a siguiente y no era posible dar continuidad a la acción. Al fin y al cabo, lo que habí­a empezado como una mera expectativa, habí­a terminado con una intensa y rápida sesión de sexo. Para ella fue una aventura agradable, pero una aventura fugaz.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
  • Media: 9
  • Votos: 2
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1798
  • Valoración:
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