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Categoría: Maduras

Un viaje obligado

Hace unos años falleció una tía que vivía en una Ciudad no muy lejana de la que resido. Habiendo sido víctima de un accidente de tránsito y, siendo su único familiar fui llamado por la policía para hacerme cargo de la situación.



 



Si bien vivíamos distanciados, teníamos una relación sumamente estrecha, ya que nos veíamos con cierta asiduidad, ya sea porque ella viajaba o porque viajaba yo y hablábamos por teléfono frecuentemente. Así y todo conocí muy pocas amistades de la gran cantidad que tenía, pues su vida social, pese a sus más de ochenta abriles, era bastante intensa.



 



Al llegar, el encargado del edificio me informa que la llave del departamento la tenía una amiga de mi tía, que había sido testigo del accidente y recogió sus pertenencias que quedaron desparramadas por la calle.



 



Inmediatamente me dirigí hasta el domicilio de Silvia, así se llama la amiga de mi tía. En una situación dolorosa como la que me tocaba vivir, no estaba con mucho ánimo como para prestar atención a otra cosa que no sea el motivo de mi viaje, habida cuenta que había tenido que dejar mi trabajo y deseaba volver inmediatamente de atendidas mis obligaciones. Esperaba encontrarme con una mujer similar a mi tía, cercana a los 80, pero para mi sorpresa era muy atractiva, que no llegaba a tener 70 años, confirmado posteriormente por ella, en oportunidad de conversar acerca de lo ocurrido pues ella había presenciado todo.



 



Me dio las llaves, me ocupé de la situación, ordené los papeles, y dos días después estaba volviendo a mi trabajo, abandonado por estas circunstancias. Le avisé a Joaquín, el encargado del edificio, que en unos días volvería para ocuparme de los asuntos legales producto de la tragedia, dejándole mis teléfonos por si necesitaba ubicarme con urgencia.



 



Habían pasado unos diez días, era miércoles, estaba escuchando música y leyendo, cerca de las once de la noche y suena el teléfono. Era Silvia. Se disculpó por haber solicitado mi teléfono a Joaquín y me preguntó cuándo iba a viajar para allá pues necesitaba hablar conmigo. Le dije que estaba en mis planes irme al día siguiente, por la noche, para estar allí el viernes temprano y contar con un día hábil para hacer trámites y pasar el fin de semana. Quedé en que la llamaría al llegar. Debo admitir que me sorprendí un poco por su llamado y por algo más que no sabía descifrar qué era.



 



Efectivamente, como lo había previsto, el viernes por la mañana llegué, dejé mis cosas en el departamento, me duché y salí con intención de realizar varios trámites pertinentes al accidente de mi tía y otros personales. Sinceramente, ni me acordé de llamar a Silvia.



 



Había terminado de hacer lo que necesitaba, era cerca de las seis de la tarde, tomé un taxi y fui al departamento, haciendo algunas compras en el camino, pensando en preparar algo para cenar. Saludé a Joaquín que estaba en el palier, simulando atender sus obligaciones y tratando de enterarse todo lo posible sobre los pocos vecinos, ya que el edificio sólo cuenta con ocho pisos y un departamento en cada uno. Conversamos mientras nos fumamos un cigarrillo, me ayudó a subir con las bolsas del súper y nos despedimos hasta el día siguiente, pues no pensaba salir.



 



Me di un baño lento y largo, para aflojar tensiones y relajarme un poco de un día que había sido muy caluroso y por demás complicado en lo que a trámites y diligencias se refiere. Me tapé con una toalla y fui a la cocina para organizar mi cena. Tomé una de las la botellas de vino que había comprado y que abrí antes de entrar al baño, por lo cual en ese momento ya estaba en condiciones de ser saboreada. Me senté en el living a disfrutar de mi vinito y me acordé de que no la había llamado a Silvia. Tomé el teléfono y marqué. Me atendió ella al segundo ring. Me excusé por no haberla llamado antes poniendo como pretexto la cantidad de trámites que tenía que hacer. Le comenté sucintamente lo que había hecho durante el día, hablamos de las complicaciones, del calor y de que finalmente había concluido todo con éxito. En todo momento noté ese "algo" que me había llamado la atención cuando me llamó para decirme que necesitaba hablar conmigo.



 



Cuando le dije que me disponía a cenar frugalmente, una ensalada preparada por mi acompañándola con mi vinito tinto, sin dilaciones se ofreció para venir y prepararla ella misma. No hace falta que bajes. Tu tía me dio una llave de la puerta de entrada para evitar bajar a abrirme, me dijo. Balbuceé una respuesta y escuché cuando ella colgaba el teléfono después de decirme " voy para allá". Inmediatamente sonó. Atendí y era Joaquín que me invitaba a picar algo en su casa y ver el partido de River que yo había olvidado por completo. Desistí amablemente, conversamos algo sobre el partido y nos despedimos. Llamé a un amigo para encontrarnos a tomar un café al día siguiente, por la mañana. Conversamos unos minutos y debí colgar porque sonaba el timbre de la puerta.



 



Me levanté con toda naturalidad y en el mismo instante en que abría la puerta y vi la figura de Silvia, me di cuenta que estaba descalzo y semidesnudo con sólo la toalla que me envolvía. Silvia comenzó a reírse al ver mi cara mezcla de asombro y vergüenza. Rápidamente me disculpé, la invité a entrar, sentarse y corrí a vestirme más adecuadamente. Me puse un bermuda y una remera pero seguí descalzo tal es mi costumbre pues me da una sensación de descarga de tensiones el contacto con el piso. Ella estaba vestida muy casual, con una blusa holgada sin mangas una pollera muy suelta y sandalias.



 



Nos sentamos en el living, conversamos muchas cosas. Tomamos la primer botella de vino, me contó todo acerca del accidente, se ofreció a salir de testigo y allí supe que era soltera, que en una oportunidad estuvo a punto de casarse y se vio frustrada, de manera que nunca más lo intentó y su vida se limitó a relaciones esporádicas y sin intenciones de formalizar. Y que la última databa de unos cinco años. Debo mencionar que estar con ella me agradaba, por sus temas de conversación, su manera de expresarse, su forma de pensar y además, seguía sintiendo "eso" que todavía no podía descifrar.



 



Estábamos terminando la segunda botella de vino y se ofreció para traer la tercera, cuando al levantarse dio un paso, volvió hacia atrás y se cayó sobre el sofá. Quedé anonadado. Inmediatamente me levanté con mucho temor porque en primera instancia me pareció un infarto. La ayudé a recostarse y para mi tranquilidad observé que estaba conciente y que sólo era producto de unas copitas demás. Le traje agua fresca, la abaniqué y le sugerí que se aflojara la ropa, a lo que asintió inmediatamente aflojándose la pollera y, para mi asombro, se sacó la blusa, el corpiño y se puso la blusa nuevamente sin abotonarla.



 



Allí descubrí "eso" que me intrigaba: Silvia me atraía porque me estaba seduciendo. Y ahora que estaba medio borracha era mucho más notorio. Desde que me conoció que estaba intentándolo. Y después de haber visto sus pechos, al sacarse el corpiño, no tenía intenciones de resistirme.



 



Sin pensarlo dos veces, mientras ella se reía por cualquier cosa, producto de su borrachera, me acerqué al sofá, le abrí la camisa y sin decir nada comencé a acariciarle los pechos. Por un momento creí que me iba a ligar un sopapo, porque abrió los ojos desmesuradamente; pero de inmediato los cerró como para disfrutar las caricias, con lo cual advertí que esto recién comenzaba.



 



Me asombré por la firmeza que tenían. Por supuesto no eran ni cerca los de una bebota, pero si muy llamativo para su edad, que para ese entonces sabía que eran 64. Pasé la yema de mis dedos por sus pezones, lentamente apretándolos y luego los tomaba alternativamente entre mis dedos y se los apretaba a lo que ella respondía suspirando en una muestra palpable del placer que le producían mis caricias. Comencé a acariciarlos con la lengua y al mismo tiempo a bajar mi mano con destino a su almejita. Ella delicadamente me allanó el camino abriendo un poco las piernas y guiando mi mano. Para ese entonces yo tenía ya una buena erección y ella una gran calentura.



 



Seguí hasta encontrar su pubis. Para mi sorpresa, en lugar de una mata de pelo, encontré una ausencia total de bello; si mi tacto no me jugaba una mala pasada, estaría depilada totalmente, cosa que aumentó más mi excitación. Seguí besando sus pechos y levantó levemente sus caderas como invitándome a que le sacara la ropa que le quedaba. Una vez que estuvo totalmente desnuda, tuve mas libertad, como para que mis manos pudieran trabajar más adecuadamente, y seguir arrancando sus suspiros de placer.



 



Allí me dediqué a acariciar sus labios con mis dedos, lubricado en sus propios jugos que ya asomaban sin contención. Al pasar por el clítoris, noté su dureza producto de la excitación y me dediqué a rodearlo lentamente con la yema de mi dedo mayor y cuando noté que sus caderas se levantaban involuntariamente, señal inequívoca de la llegada de un orgasmo, lo tomé entre mis dedos y lo froté hasta que sentí como todo su cuerpo se estremecía y los labios de su almejita se abrían para dejar paso a los primeros fluidos con destino al sofá.



 



Cuando noté que había acabado, introduje el dedo lentamente en su cuca, que me sorprendió gratamente por su estrechez, imaginando lo que me haría gozar al penetrarla. Mientras tanto, ella había hurgado en mi bermuda, sacando fuera mi erección, aferrándose firmemente mientras acababa. Al querer retirar el dedo, delicadamente me lo impidió, lo que me alentó a introducirlo más y comenzar a moverlo dentro de ella, lo que aumentaba sus deseos y su excitación.



 



Intentó tomar otra postura y adiviné sus intenciones de chupármela, así que le facilité las cosas acercándoselo a los labios, mientras seguía dentro suyo moviéndome sin prisa pero sin pausa. Era toda una experta con la boca. Tuve que contenerme para no acabar así que ni bien tuvo su segundo orgasmo me retiré, porque mi primer explosión, quería que tenga otro destino.



 



Bajé sus piernas al piso, me arrodillé sobre un almohadón, e imaginando y deseando lo que vendría ella abrió las piernas y levantó las caderas, ansiosa porque mis labios beban de su almejita. Comencé por pasar la lengua por el interior de sus muslos, con el objeto de disfrutar del espectáculo visual de su calvicie, que podía percibir pese a la semipenumbra. Una vez saciado mi sentido de la vista, me posé con la lengua sobre sus labios, gozando de sus jugos y de cómo Silvia se volvía a excitar, manifestándolo con el movimiento ascendente y descendente, que hacía prácticamente innecesario que mueva la lengua.



Así fui abriendo ese conejito sudoroso hasta conseguir una leve penetración que hacía sus delicias y las mías. Y con mi lengua en su interior tuvo otro orgasmo fantástico.



 



Luego me posé sobre su clítoris, moviéndome en círculos, hasta que percibí que iba a acabar de nuevo, entonces lo tomé entre mis labios y lo chupé hasta que mi boca se llenó de sus jugos. Lo cual encendió mas mi pasión que se hacía notar por la dureza de mi erección.



 



Silvia lo notó y suavemente me indujo a acostarme boca arriba sobre la alfombra. Se sentó sobre mi y puso la punta de mi espada a la entrada de su almejita, introduciéndosela despacio, hasta hacerla desaparecer dentro suyo. No podía creer lo estrecha que era esa mujer a sus 64 años !!! Y qué bien que se movía !!! Tenía cierto temor, porque pensaba que entre mi regular envergadura y su poca estrechez probablemente no fuera demasiado satisfactorio. Pero, afortunadamente me equivoqué.



 



Mientras ella disfrutaba de tenerme adentro yo apretaba suavemente su pechos y pellizcaba sus pezones aumentando su placer que a su vez me calentaba aún más, teniendo que hacer un verdadero esfuerzo para no acabar antes de que ella esté satisfecha. Allí noté, por sus movimientos más enérgicos que iba a acabar otra vez. Me pidió que yo no acabe y se inclinó hacia atrás con un último suspiro largo y lánguido en señal de haber tenido el orgasmo buscado.



 



-Para esa lechita tengo otros planes- me dijo



 



Y así como estaba se levantó, sacó mi pene de su almejita y se lo puso en la cola. Muy despacio se fue sentando sobre él, haciendo mis delicias. No me dejaba que haga nada. Ella se lo iba introduciendo con movimientos ascendentes y descendentes cada vez más profundos. Mientras acariciaba su clítoris con una destreza que me hizo dar cuenta de lo experta que era en el arte de la masturbación. Estaba observando y gozando cuando noté que estaba totalmente dentro de ella. Comenzó a moverse de un modo fantástico y casi de inmediato se disponía a acabar nuevamente cuando me pidió con desesperación que acabe en ese momento.



 



Yo estaba gozando de esa cola como pocas veces en mi vida y tanto tiempo conteniéndome, no me costó ningún esfuerzo obedecerle sin oposición y descargar todos los deseos acumulados. Acabamos juntos en un orgasmo casi silencioso y largo. Sentía como su cola se contraía y así exprimía hasta lo última gota de mi erección.



 



Nos besamos en esa posición, se levantó, fue hasta el baño y al rato volvió habiéndose duchado y envuelta en una toalla. Yo todavía estaba tendido en la alfombra teniendo otro orgasmo con mi mente, mientras rememoraba cada minuto de lo vivido con esta mujer que a sus 64 años me hizo gozar como pocas veces. Me duché y volví al living donde Silvia me esperaba con otro poquito de vino que tomamos casi sin hablar. Nos despedimos con un beso y un abrazo. Pensé, sinceramente que no la iba a ver más. Pero nuevamente me equivoqué. Nos seguimos visitando aún hoy, en su ciudad o en la mía y tenemos unas sesiones de sexo maravillosas. La última fue ayer, justamente, en conmemoración de su cumpleaños número 68.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 0
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  • Lecturas: 1974
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