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Levantas la vista y me descubres, allí, descubierta, ausente en la penumbra, semidesnuda. Sonríes con lascivia, mezcla de pasión y odio, me deseas, sexo continuo y frenesí y mas deseo. En mi seriedad me relajo, pongo música y me dejo llevar a un sillón. Me pierdo ahí entre dos brazos de gamuza que semejan a los tuyos amarrándome, egoísta de poseerme. Pierdo mi vista en el cielo, en el paraíso raso con luz tenue y algo de humedad, la misma que empieza a surgir en tu cuerpo joven. Te colocas frente a mi, cautivadora, princesa del siglo catorce intentando seducirme, con tus pechos desnudos, senos ardientes y duros que se fijan en mis ojos claros.
Dices para tu propio ser que este es el momento, el preciso instante. Es el ahora, la inmediatez, cuando tu cara y tus cabellos lacios se introducen entre mis piernas. El preciso instante en donde tu lengua va recorriendo despacio mi tanga, separándola para encontrar el néctar, el fruto mas preciado. Los labios rosados son abiertos con tus dedos para que tu boca se deslice con fruición, hambrienta, descontrolada. Chupas mas y mas fuerte, con mas velocidad, hasta el hartazgo, hasta que descubres que mi cuerpo tiende a electrificarse, que mi voz comienza a jadear con una halo de extasis y sufrimiento. Te frenas. Mi orgasmo era eminente y lo sabías, lo intuías como una experta, como una verdadera puta callejera. Tus ojos brillaban.
Te levantas y acercas tu cara a mis pechos. Lo regodeas, intentas amasarlos con tus manos y lo logras. Pezón de fresa en tu boca ansiosa y tu saliva que rodea mis tetas calientes. No pongo resistencia alguna. Abrazas mi cuerpo, lo llevas al tuyo en forma egoísta. Manos de hembra sobre caderas de hembra. Las lenguas juguetean deseosas llenándose de calor intenso y nuestras manos semejan pulpos cuyos tentáculos absorben las epidermis, las diferentes texturas de piel, y los sexos, mojados ya, que se frotan con magnificencia.
Y luego los cuerpos que vuelven a trenzarse como una lucha de catch, a confundirse cobardemente con números aleatorios. El uno, el otro, el dos, el sesenta y nueve, tu boca en mi entrepierna, y la mía en la tuya que se cierra para no dejar escapar tu humedad. Mi mirada distrae el objetivo máximo de aquellas savias que le regalabas a mi boca desértica por una aparición, una imagen, primero media borrosa, ahora todo materia. La silueta que ya no es tal sino un cuerpo, una masa de carne desprovista de ropa que se acerca a nosotras. Imagino que es él, ese del que tanto hablabas, caminando ahora con su sexo hacia mi boca sacudiendo artesanalmente su carne, con su caminar altanero como un emperador dispuesto a fornicarse a todas su subalternas. Me acaricia mi pelo en forma suave y comienza a refregarme su pene tieso por toda mi cara, hasta que mis labios y mi boca no resisten mas y lo devoran sin piedad. La música seguía sonando y era acompañada de nuestros gemidos que se sucedían como los orgasmos incesantes, eternos. Mi boca continuaba atragantada del bombardeo de esa herramienta gigantesca. Y tu , furiosa, me masturbabas con rabia y deseo, y mi cuerpo ya era un extraña mezcla de sudor y locura.
El rey romano cambia de escenario y en la contienda desea abusar de su súbdita, de su esclava que estaba sobre una alfombra disfrutando con su protegida en el coliseo. La arena del circo se vuelve mas caliente. La temperatura aumenta sin clemencia. Comienzo a sentir el perspicaz acercamiento hacia donde no puedo ver, al lugar en donde el arremete con fuerza e impulso, empujando aun mas fuerte, llenándome de placer y gozo.
No podía por ello dejar a mi princesa sin satisfacer un minuto, pues continuaba manejado un buen ritmo con mis manos dentro de su sexo por demás chorreante de lujuria. Y el momento, el anuncio de la explosión y las esclavas en busca de la leche ordeñada para bañar a Cleopatra; el agite de la carne para buscar nuestras caras golosas. El hombre, el novio infiel, cierra los ojos, muerde sus labios y descarga toda su embriaguez sexual en nosotras que nos besamos. En la búsqueda eterna del amor y de las lenguas, el semental nos riega con su manantial. Mi princesa y yo recibiendo gustosas la lluvia de leche anunciada.
Y el rey no ha muerto, solo descansa de su arduo trabajo. En tanto, con mi niña continuamos abrazadas, refregándonos besos, mas abrazos y bocas que buscan no perderse ningún ápice de transpiración o de ese esperma cada vez mas espeso que terminó en nuestras caras. Existe un cambio de escenario y es en la cama en donde ella me ofrece su culo generoso para decirme sin palabras que lo castigue sin misericordia, que lo abra bien con mis dedos y lo goce como yo quiera. Yo dueña, poseedora de la redondez de sus nalgas, propiedad privada de mis deseos.
En el final de la contienda, ella no podía dejar a su macho con el sexo entre su mano, nuevamente agitándolo como si fuera un ser superior, frente a su boca glotona, y se dispuso a chuparlo con arrebato. Yo miraba obnubilada por la excitación y el temblor de mis dedos aventureros me avisa de un nuevo y explosivo orgasmo. Tu, en cambio me mirabas con inocencia y perversión. Tus ojos brillaban y tu rostro resplandecía con mas leche de su rey.
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