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Un regalo para ti

Y te subiste a mi auto, parece que me estabas esperando; fue grande mi impresión cuando te vi bajar por las escaleras del edificio, tan bella como siempre, enfundada en aquella minifalda que tanto me enloquecía y aquel bello corsé negro que mandaste pedir de Europa.

Tan solo me saludaste con un rápido "Hola" de inmediato te subiste al auto, apresurándome, estabas ansiosa de partir y yo, aún seguía inmóvil por la impresión de verte bajar como una Diosa.

Ya en el auto, comenzaste a platicarme tus aventuras del día, la universidad, el trabajo, la familia, en fin; seguías repitiendo que era un milagro que tu padre te dejara ir a este viaje, que jamas creíste que fuera posible que el viejo general se doblegara y te dejara ir sin ningún pero, sin ninguna excusa; claro que tu no sabias la verdad, no tienes porqué saberla.

Y te quedaste dormida en el camino, te veías tan hermosa recostada en el asiento de copiloto, cuando los últimos rayos de sol del atardecer iluminaban tu blanca piel, dibujando tu boca, coloreando tus parpados. Y te veía fijamente, eres un ángel, lentamente y sin descuidar el camino bajé mi vista para poder apreciar tus enormes pechos ahora domados por el fino corsé, viendo como se desbordaban hacia arriba haciendo contraste con tu viente aplanado, ahora mas por la medieval prenda.

Podía oler tu ser, ese fino aroma de jazmín y almizcle que parece salia con cada una de tus exhalaciones, que transpiraba por tu piel.

Por fin llegamos a nuestro destino, una lejana cabaña en medio de la sierra, a más de 5 kilómetros de la carretera, sin una sola presencia humana alrededor, sin nadie que nos interrumpiera.

Detuve el auto lentamente para no despertarte, y descendí de él sin hacer el mas mínimo ruido, ya era de noche; abrí la puerta del copiloto y te tomé en mis brazos de la manera mas delicada, de la manera en como te mereces. Paso a paso, abriéndome camino entre la penumbra de una noche limpia, estrellada y de luna llena entramos a la cabaña, y te recosté en la cama; encendí las velas que había dispuesto para la ocasión y me quedé parado frente a ti, admirándote, comiéndote con los ojos, ¿algún día me cansaré de ello?

Por fin, me acerqué a ti y te di un tierno beso en los labios, largo y profundo, como si fuera el ultimo que te podría dar. Despertaste, y tan solo dijiste: - "¿Sigo soñando?" - Yo solo te contesté con un movimiento de cabeza, para continuar besándote.

-"No te muevas, ahora vengo, por nada del mundo te muevas"- Fueron las palabras que te dije cuando me separé de ti; me hiciste caso, no te moviste. Al regresar, tomé ese pañuelo que me habías obsequiado, ese que hiciste caer ante mi como joven Victoriana, impregnado de tu aroma, para que a propósito lo recogiera y pudiéramos cruzar palabra; lo extendí y até a tus ojos.

Escondida traía una enorme rosa roja que había llevado antes, la tomé y puse delicadamente sobre tus rodillas, te quité las sandalias y comencé a recorrer con ella tus piernas, lentamente bajé desde tu rodilla izquierda por tu pierna, detrás de tu tobillo, hasta llegar a tus dedos del pie, haciendo pequeños círculos en tu planta. En vez de reírte, suspiraste fuertemente.

Me pasé a tu otro pie y fui subiendo lentamente hasta tu rodilla, allí me volví a detener, haciendo pequeños círculos a su alrededor, sé que eso te enloquece; tu piel había cambiado, ahora era mas tersa, mas lisa, mas blanca. Volví a moverme, para seguir hacia tus muslos, acariciándolos alternadamente con los pétalos de la flor. Fui subiendo lentamente, tanto como me era posible hacerlo, levanté tu minifalda y fue allí cuando me di cuenta el porque de tu aroma tan intenso; pude ver ese vello corto, delicadamente retocado que cubría tus labios vaginales y Monte de Venus, sin ningún púdico velo cubierto, sin nada que lo contuviera.

Tu sexo brillaba ante la tenue luz de las velas, era hermoso como emanaba estrellas desde dentro, como esparcía su enervante perfume. Corté un pétalo y con el comencé a acariciar tus labios mayores, a delinearlos. Tu tan solo suspirabas, ahogabas pequeños gemidos, mientras los músculos de tus piernas se contraían rítmicamente.

Tu vulva comenzó a moverse, sus labios parecía que musitaban "Ven, ven, ven" y sin piedad, te di un húmedo beso, como si se tratase de tú boca, mordí sus labios, acaricie los menores como si de tu lengua se tratase; ya no pudiste mas y comenzaste a gemir sonoramente mientras atrapabas con tu pequeñas manos la cobija que cubría el lecho, la retorcías, y toda tú te contraías a destiempo. Creo que tuviste un orgasmo, lo sentí en mi paladar.

- "Te quiero dentro de mí"- fue lo que al fin pudiste decir, con suave voz, cansada, sensual. Tan solo te sonreí, pero no lo pudiste ver, no dije palabra; aún no era tiempo, teníamos toda la noche para nosotros, no había prisa alguna.

Ahora tu vulva estaba abierta, no solo tu boca deseaba que te penetrara, ahora tu sexo clamaba por el mio. Escondido, aún con miedo, pude ver el brillo de tu clítoris, hinchado, queriendo hacer a un lado su capa, brillando como una estrella mas de tu intimidad. Lo besé, lo besé como nunca he besado a nada ni nadie, como si fuese la ultima vez que podría hacerlo, lo besé largamente succionando, moviéndolo con la punta de la lengua, atrapándolo entre mi paladar para tratar de exprimirlo. Tu ya no podías mas, gritabas y gemías, tu cuerpo se movía sin sentido, llegaste, una, dos, tres, varias veces mas, perdí la cuenta.

Gritabas que me detuviera, no podías mas, te quité el pañuelo de los ojos y por fin me pudiste volver a ver, sonreíste y entre tu agitada respiración tan solo me pudiste decir - "Malvado".

Te deslizaste la minifalda hacia abajo, creo que ya te estorbaba, intentaste quitarte el corsé pero te detuve - "Aun no, déjalo" - me volviste a mirar a la cara y dijiste - "Tu cara brilla" - "Es por ti" contesté y de inmediato nos fundimos en un beso, mientras, lentamente me bajé el pantalón y la ropa interior.

Mi pene estaba listo para la batalla, erguido y firme. Te tomé sin decir palabra de la cadera y con rápido movimiento giramos, quedando tu sobre mi, no pudiste ni reaccionar cuando mi erecto falo ya había entrado por completo en ti, fue fácil hacerlo. Acto seguido tu vagina aprisionó con fuerza mí pene y tu tan solo arqueaste la espalda y en un grito ahogado te dejaste caer sobre mí.

Comenzaste a cabalgarme, únicamente con el corsé puesto. Poco a poco aumentaste el ritmo, mientras yo te ayudaba con mis manos, a cada sentón, me daba la impresión de que entraba mas adentro, mi glande chocaba violentamente en tu cérvix, lo empujaba, creo que también trataba de abrirlo, de quitarte esa virginidad que solo se viola desde adentro, que solo la mezcla de dos seres puede hacer.

Estabas agotada pero te seguías moviendo, no emitías palabra, solo sonidos. Te tomé de nuevo por la cadera y ladeandome me salí de ti. - "¡No!" - solo alcanzaste a gritar; estabas completamente sudada, tus músculos se contraía de forma errática, parecía que no podías controlar tus movimientos, parecía que no eras tú.

Nos volvimos a besar, mientras acariciaba tu cabello, jugaba con mis dedos entre él, bese tus orejas, las chupé deliciosamente, suave, húmedo, bajé por tu cuello, con pequeños mordiscos a cada movimiento hasta llegar a tus hombros descubiertos, los besaba y mordía; tu solo te retorcías del placer. Llegué a la parte alta de tu pecho, lo lamia lentamente, deseaba que sintieras cada una de mis papilas en tu piel, que no te perdieras ni una sola. Por encima del corsé toqué tus pechos, los oprimí, mientras dejabas escapar un delicioso quejido; bajé hasta tú abdomen y juguetee con mi lengua en tú ombligo, ¿acaso sentirás el mismo placer que yo en estos momentos?

Bajé hasta tu cadera y bordeando esa rala mata de vellos, recorrí tus muslos, primero el derecho, mordiéndote suavemente en la entrepierna, de pronto, con un movimiento inesperado de tu cadera toco tu vulva con mi oreja; estallas en placer, te convulsionas, tomas mi cabeza con tus manos y me obligas a besar tu sexo una vez mas, a saborear tu intimidad, lo hago con gusto, no me opongo a ello.

Oprimes mi cabeza contra tu sexo, como si desearas que entrara por allí completo, no solo una parte de mi. Un ruido extraño irrumpe en la escena; tus manos han vuelto a las cobijas y las has desgarrado, no te has dado cuenta, yo solo sonrío y continuo con la labor.

Caes rendida una vez mas, lo cual aprovecho para planear mi próximo movimiento. Tomo un pedazo de las ya desgarradas cobijas y hago tiras con ellas, tomo tus muñecas, las anudo suavemente y las ato a la cabecera de la cama, tú no te opones, estas demasiado exhausta para hacerlo, te quito el corsé lentamente y por fin puedo verte completamente desnuda. No deseo que te sientas avergonzada, por lo cual, me quito lo poco que aun traigo de ropa, quedo completamente desnudo frente a tu mirada, frente a esos verdes ojos llenos de deseo, les gusta lo que ven.

Te contemplo largamente allí, desnuda, jadeante aún, viendo como el rojizo de las velas se refleja en tu blanca piel, como cada llama brilla en ese mojado cuerpo. Tomo mi miembro con la mano derecha y la comienzo a mover en toda su longitud, mientras contemplo tu boca entreabierta exhalando vapor... creo que hace frío afuera. Veo como late tu cuello y como pasas saliva, bajo la mirada y contemplo tus redondos, turgentes y blancos pechos y sus erectos pezones de un color café claro, sigo bajando la mirada hasta tu abdomen que no para de moverse, entre penumbra veo tu vello púbico ensortijado, húmedo, cristalino, tus muslos que aún tiemblan.

Acude a mi el deseo de saborear tus pechos, pero aún no es tiempo. Me acerco a ti y tomo mi brillante pene erecto, siempre preparado para volver a estar en ti, toco con su punta tu frente y bajo acariciándote con él los pómulos, los oídos, tus labios. Sin darme cuenta, abres tu boca y atrapas mi pene en ella, comienzas a chupar, a saborearlo, te dejo un momento, no puedo negar que me encanta, pero hoy la noche es para ti. Tras unos segundos, lo saco y te asiento una negativa, continúo con el recorrido hacia tu cuello y me detengo en tus pezones, dibujo con la punta círculos a su alrededor; comienzas a moverte, creo que te gusta, se erectan mas, parece que se quieren salir de tus pechos.

Bajo hasta tu abdomen y lo recorro igual, por la linea media, lentamente, dejándote un delicado camino de liquido pre seminal, parece que te encanta.

Por fin llego a tu sexo, abro tus muslos y me pongo en medio, solo atinas a decir - "Ya, por favor, ya entra de nuevo" - abro con mi diestra tus labios sexuales y pongo mi glande justo por debajo de tu clítoris y comienzo un suave vaivén, Tu enloqueces, gimes, te revuelcas en la cama lo que la atadura te permite, te muerdes los labios y de repente escapan una ligeras gotas de sangre de ellos, las cuales, tomo con los míos.

Ya no deseo hacerte sufrir más y pongo mi pene en la entrada de tu vagina, la acaricio con él, hago que se empape de ti, y lentamente comienzo a introducirlo, muy lentamente, como si fuese a tardar toda la noche en meterlo; tú te desquicias, tratas de desatarte, deseas que te penetre ya, de una vez, sin miramientos, fuerte, agresiva, hasta el fondo, quieres usar tus manos para hacerme entrar, pero no es así; tienes otro orgasmo y mientras lo disfrutabas, hundo de un solo golpe mi falo en ti, gritas largamente, creo que has llegado otra vez...

Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
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