Una fresca tarde de mayo, Heidi le grito a su abuelo desde la cerca de piedra, que subiría a mirar las cabras y las vacas; su abuelo asintió en la distancia y le recordó la recolección de los terneros que están ammantando de sus madres.

Al pasar junto a la alacena tomó un pedazo de queso y partio saboreando su deliciosa crema, mientras tatareaba una de esas canciones que ya nadie recuerda quién escribió.

Tardó unos 11 minutos en llegar a la sombra desde la que se divisa la planicie en la que pasta su rebaño, al acercarse a las acacias descubrió que recostado en uno de los troncos, se hallaba Pete, el muchacho que de vez en cuando acompañaba a su abuelo en las labores y cuidados del rancho.

Estando junto a él lo notó inquieto y se preocupó demasiado, echó una mirada al horizonte, pero no advirtió nada malo en absoluto, al sentarse junto a él, vió que su pantalón tenía una extraña protuberancia entre las piernas.

- Que te pasa, que es lo que tienes ahi?
- No lo sé desde hace dos años al empezar la primavera, la sangre me fluye con fuerza ahi.
- Te duele, te puedo ayudar?

Mientras le decía que pronto pasaría Heidi lo palpó y el gemido de su amigo la alertó; decidió descubrir la protuberancia y al bajar los resortes del pantalón sintió una leve palpitación de la piel, un tenue calor que contagiaba su mano y el rosa de la hinchazón se le hizo extrañamente agradable.

Se acerco para apreciarlo mejor mientras su amigo se relajaba sobre la hierba entrenido entre el tintineo que producían las campanas de las cabras y las vacas, sintió las manos de Heidi recorrer su pelvis tratando de aliviar su aparente pena.

Pete se sumergiò en placentero letargo mientras escuchaba entre sus sueños el lejano tintineo, Heidi se acercò tanto al escuchar sus gemidos, que empezó a sentir los latidos de su corazón escapar de entre sus senos descubiertos, mientras su sabor le recordaba ese pedazo de queso.