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Categoría: Maduras

Un par de sandalias y algo más para la mercera

Caro nos cuenta una secuela de "Intercambiando hijos" e "Intercambiando hijos (2)" en la que Miguel, siguiendo el consejo de Leticia, trata de conquistar a Sabrina, la madura dueña de la mercería del barrio.



Soy Caro, profesora de historia, una vez más dispuesta a relatarles la historia de Miguelito y Sabrina, la mercera. Conste que esta no es una de mis experiencias personales. Es fruto de la febril imaginación de Jordi, mi pareja.



Para los que no lo saben, Leticia la socia Paulina, madre de Miguel, en el negocio de zapatería. La que en "Intercambiando hijos (2)" inició sexualmente al jovencito, la que también le advirtió que le parecía que Sabrina estaba caliente con él y lo incitó para que forzara un encuentro.



Ese lunes Miguelito partió bien temprano hacia el negocio para tratar de hacer realidad la posibilidad de encamarse con la madura mercera. No fue el primero en llegar, Leticia le había ganado de mano.



Parece que estás dispuesto a conquistarte a la jovata.



Después de lo que me dijiste ayer, no paro hasta volteármela.



No creo que tarde mucho en llegar así que me voy para la trastienda. Ni bien llegue, me llamás y pongo una excusa para que la atiendas vos. ¿Entendido?



La tengo clara.



Mientras Leticia pasaba a la trastienda, Miguel se puso a hojear nerviosamente el diario. A las 9 en punto hizo su aparición la mercera.



¡Miguelito, qué sorpresa verte por aquí! ¿Estás dando una mano en el negocio?



Hola Sabrina. Mi vieja se quedó limpiando la casa y vine a colaborar con Leticia.



Necesito ver unos zapatos.



Leticia, te buscan – gritó el joven.



¡Estoy ocupada! ¿Podes atender por mi?



Bueno, si te necesito te pido auxilio. ¿Qué precisa Sabrina?



Quiero ver unos zapatos que sean cómodos. ¿Puede ser?



Siéntese, acomódese que voy a ver qué tenemos. ¿Calza 40, no?



¡Qué buen ojo que tenés!



Miguel fue a hacia la trastienda donde Leticia le tenía preparados tres pares para que iniciara sus maniobras de conquista. Cargado con las cajas retornó al salón poniendo cara de experto en calzado.



Vamos ver como le quedan estos que le voy a mostrar.



Espero que si porque no logro dar con el número adecuado. A la noche tengo los pies que me estallan.



A ver, a ver. ¿Me permite?



Hacé, hacé.



El joven se arrodilló frente a la descalza mercera, pasó tímidamente su mano sobre el empeine del pie derecho y la miró a los ojos.



Tengo que confesarle que tiene unos hermosos pies.



¿Te parece?



Están muy bien cuidados, son suaves y delicados.



¡Qué adulador!



La verdad no es adulación. ¿Calzan bien?



Creo que si pero tengo miedo que después me aprieten.



Me parece que sé qué es lo que le pasa. ¿Puedo opinar?



¡Por supuesto! Si me solucionás el problema te doy un beso.



Le tomo la palabra. Mire Sabrina, usted hace poco que se levantó de la cama y por lo tanto tiene los pies descansados. A la noche, debido a que soportaron el peso del cuerpo, tienden a ensancharse. Eso no significa que estén hinchados.



A lo mejor tenés razón. ¿Qué me aconsejás?



¿Por qué no prueba con unas sandalias? Le van a quedar bien y le resaltarán las piernas.



¿Te parece?



¡Estoy seguro! Es una buena oportunidad para lucir unos pies tan hermosos como los suyos.



¡Sos un zalamero! Probemos.



Lo que pasa es que en estos momentos aquí no tengo número 40, las tendría que buscar en el depósito. ¿Tiene tiempo?



¡Qué lástima! Ando medio apurada porque abro el negocio dentro de 10 minutos.



¿Es mucha molestia si los busco y se los acerco a la nochecita cuando cierre?



¡Sos un ángel! Cierro 19:30 así que te voy a estar esperando.



Bueno, voy a tratar de ser puntual.



Hasta lueguito y gracias por molestarte.



No es molestia, es un placer.



Sabrina se puso de pie, lo besó en ambas mejillas y partió ocultando el rubor que le invadía la cara. Miguel se quedó observando cómo se alejaba la dama contorneando las caderas. De verdad. ¡Qué bien que estaba la jovatona! Leticia, que observaba atentamente desde la puerta que daba a la trastienda, hizo su aparición en el local.



Ya diste el primer paso.



¿Estuve bien?



¡De primera! Acordate de volver a acariciarle y alabarle los pies.



¿Tenemos sandalias para ella?



¿Qué te pensás que estuve buscando mientras vos la atendías? ¡Leti lo tiene todo calculado!



¡Sos una diosa!



Ya me vas a pagar esa facturita.



¿Hoy?



No papito, hoy tenés que estar bien descansadito para atender mejor a la mercera. Andate a tu casa y volvé a las 19 que ya te voy a tener preparadas las sandalias que vas a llevarle. No le digas nada a tu vieja, yo me encargo de explicarle que, a lo mejor, no volvés a cenar.



¿Le vas a contar que me pienso voltear a la mercera?



¿Qué tiene de malo? Así no se preocupa si llegás tarde.



Miguel se retiró rápidamente dejando a Leticia a cargo del negocio. En el camino se cruzó con la madre que le preguntó en qué bicho le había picado para levantarse tan temprano. Contestó que Leti le iba a contar todo, que no se preocupara por él. Las horas parecían ser más lentas que de costumbre pero, al fin, dieron las 19, pasó por la zapatería, recogió las sandalias y se dispuso a encarar a la mercera. Haciendo gala de una puntualidad digna de merito, a la hora señalada estaba frente a la puerta de la casa de Sabrina.



¡Qué puntual!



No acostumbro a hacer esperar a las damas, sobre todo si son bonitas.



¡Qué piropeador te viniste!



¿Puedo pasar?



Si, vení así me las pruebo.



Vacilante y nervioso, Miguel siguió a la madura hasta el living. ¡La mina estaba para el crimen! ¡Qué buen culo! Ni hablar de las gomas, que lucían espléndidas aunque un poco cubiertas.



Vamos a ver qué cosas lindas me trajiste.



No traje nada del otro mundo porque lo lindo ya está aquí.



¡Mirá lo que decís! Vas terminar haciéndome poner colorada de verguenza.



La verdad no avergüenza. ¿Está lista?



Probame, probame.



Miguel se arrodilló, tomó el pie derecho, acarició el empeine y cruzó su mirada con la de ella. No encontrando resistencia, pasó sus manos por la planta para continuar hasta el tobillo. La caricia se fue transformando lentamente en un masaje decididamente erótico. Ella parpadeaba insistentemente, él se relamía ostensiblemente.



¡Miguelito, qué manos tan suaves que tenés!



¿Le agrada el masaje?



¡¡Shii!! Subí un poquito.



¿Hasta la rodilla?



Si no te molesta.



Deme el otro pie que le voy a hacer lo mismo.



¡Bárbaro!



¿Le gusta?



Si, pero no me traes de usted, tuteame.



¿Puedo seguir subiendo por las piernas?



Un poquito más. Despacito, despacito, por favor.



Estoy viendo que tenés puesta una bombachita rosa.



¡Qué impúdico! ¡Mirá en lo que te estás fijando!



¡Deliciosas pantorrillas las tuyas!



¿Te gustan?



Como respuesta, el audaz jovencito besó el dedo gordo del pié derecho de la dama que suspiró profundamente. Alentado por la reacción, comenzó a lamerlo con fruición para luego continuar con el resto del pie. Con un rápido movimiento estratégico de la mano izquierda, exploró las pantorrillas hasta llegar al borde de la bombacha para luego desandar el camino lentamente.



¡No pares, Miguelito, no pares!



¿Me equivoco o tenés la bachi mojada?



¡Muy mojada, muy mojada!



Levantate un poco la pollera que quiero llegar a la entrepierna.



¿Qué me vas a hacer?



¡Ya vas a ver!



¡Sos un puerquito!



Todavía no empecé.



¡Qué emocionante! ¡Seguí, seguí!



Los dedos temblorosos del inexperto pendejo estaban separando el borde de la bombacha, tratando de alcanzar los abundantemente humedecidos labios mayores de la ardiente mujer.



¿Me la saco?



Como quieras.



¡Si, si, me la saco!



¡Me gusta el cepillito! ¡Bien peludito!



¿Te gustan los pelitos?



¡Una belleza!



¿No querés que me los saque?



¡Así de peludita estás fenomenal!



¿Qué me vas a hacer?



¡No seas curiosa!



El ardiente muchacho ubicó la boca frente a los labios mayores para atacarlos con la lengua humedecida. Sabrina temblaba. Miguel estiró su brazo derecho hasta alcanzar con su mano el pecho izquierdo de la excitada mercera, arrancándole un leve gemido de aceptación. Ella, advirtiendo la intención del joven, desabrochó la blusa y liberó ambos pechos sacándolos del corpiño. ¡Puta madre que son grandes! Pensó Miguelito. ¡Ni hablar del tamaño de los pezones y de esas dos gigantescas aureolas marrones que los rodeaban!



¡Tocame las tetas, tocame las tetas que me fascina!



¡Qué pechugas, mamita, qué pechugas que tenés?



¡Shhiiii! ¡Pellizcámelas, pellizcámelas!



¡Ayudame a desvestirme, ayudame que estas tetazas me están volviendo loco!



Ella colaboró diligente y apresuradamente con el desesperado machito que pugnaba por deshacerse de su vestimenta. ¡Al fin logró para quedarse totalmente en pelotas!



¡Qué garompa tan preciosa que tenés monigote mío!



¡Es todo para vos!



¡Quiero chapártela toda, lamerla, besártela!



¡Hagamos 69, hagamos 69!



Miguel se acostó boca arriba y ella se colocó sobre su cuerpo para luego comenzar a trabajarle conciente y ferozmente el miembro. Mientras él se regodeaba lamiéndole la cachu desde el clítoris hasta el ojete, ella introducía en su boca la rezumante y tiesa poronga. No contenta con eso, incorporó levemente su cuerpo para poder pajearlo a gusto mientras él, semi ahogado, lamía desesperadamente el interior de la concha. Una mezcla pegajosa de saliva y jugos vaginales comenzó a deslizarse por su cara.



¡Agghhhh! ¡Siii! ¡Seguí metiendome el dedito en el ojete que me enloquece!



¡¡Ium, iumm, iummm!



¡Más fuerte con el dedito, más fuerte!



¡Eeetoo aaliente, eeetoo mmuu aliente!



¿Qué decís?



¡Que estoy muy caliente! ¡Me estás ahogando con la concha!



¡Meteme la garompa, metémela!



¡Siii, Sabri, siiii! ¡Acostate boca arriba y abrí las piernas!



Con dos rápidos movimientos se ubicaron en la posición adecuada. Ella, levantando las piernas hasta lograr que las rodillas le tocaran los pechos, aguardó expectante el próximo movimiento de su amante. Muy nervioso, Miguelito separó los labios mayores con índice y pulgar de la izquierda, empuñó el miembro con la derecha, tanteó la entrada y se impulsó con vigor hacia delante.



¡AAJJJJHHH!!



¡Así Mamucha, mové las caderas, mové las caderas!



¡Te siento, te siento!



Adentro, afuera, adentro, afuera. Pausa. Adentro, afuera, afuera, adentro. Pausa, leve inclinación de cuerpo para alcanzar mayor penetración y morderle el pezón derecho. Adentro, afuera, adentro, afuera, adentro.



¡Más, más, más, quiero más!



¡Toda tuya, toda tuya!



¡MIA, MIA, MIA!



Afuera, Adentro, afuera, adentro. Los movimiento de penetración se fueron acelerando cada vez más, ahora ayudados por el rítmico balanceo de caderas de parte de ella. Adentro, adentro, adentro, más adentro. Los huevos de Miguel golpeaban acompasadamente el ojete de Sabrina, que soportaba sumisa y placenteramente los cada vez más furiosos embates.



¡No resisto más, no resisto más!



¡ME VENGO, MAMITA, ME VENGO!



¡Shhiiiiii! ¡¡ASSHHH!!



¡¡¡EEGGGJJJJHHH!!



El último embate fue decisivo. Sabrina sintió que un fuerte chorro de líquido caliente le invadía el interior de la vagina. Miguel persistió con el adentro, afuera hasta que su miembro retornó a la flaccidez. La pija se deslizó naturalmente hacia fuera seguida por una fluida corriente de semen y jugos vaginales que parecía inagotable.



¡Sos un potro, sos un potro!



¡Y vos una yegua insaciable!



¡Me llenaste toda la concha de leche!



¡Qué cagada, me olvidé de ponerme un forro!



No tiene importancia, no pasa nada.



¿Seguro?



Quedate tranquilo.



¿Estás bien?



¡Eso ni se pregunta!



¡Cómo lo disfruté!



¡Yo ni te cuento!



Parsimoniosamente fueron retornando a la normalidad. Pudorosa y tardíamente, ella intentó cubrirse los pechos y la cachu con ambas manos. Él la miró con ojos lascivos y picarones.



No te cubras, quiero verte así como estás.



Me da un poco de vergüenza.



¿Vergüenza después de todo lo que hicimos?



¡Entendeme un poco! No estoy acostumbrada a estos trances.



Ponete boca abajo que quiero verte de espaldas y hacerte unos masajitos.



¡Sos un genio! ¡Me gusta la idea!



Ante los ojos desorbitados de Miguel se hallaba el yaciente y desnudo cuerpo de Sabrina mostrando sus eróticos encantos en todo su esplendor. Ni corto ni perezoso dirigió sus manos hacia los glúteos de su complaciente compañera. Los besó, lamió, amasó y acarició hasta casi gastárselos. Obnubilado por la suavidad de su piel intensificó las caricias hasta descubrir las presencia de un misterioso y delicado triángulo color marrón chocolate ubicado entre los glúteos. Un pequeño agujerito rodeado de delicados y armoniosos pliegues concéntricos que lo invitaban a la exploración. Mojó con saliva el pulgar de la derecha y procedió a frotárselo superficialmente. El esfínter cedió un poco y, temerosamente, siguió la labor de dilatación hasta introducirlo hasta la primera falange.



¡Ajjjj! ¡Despacito que me gusta!



¿Un poquito más!



¡¡¡Shhiii!!!



Desde lo alto de su posición, deslizó un poco de saliva que se derramó justo sobre el pulgar y actuó como lubricante. Retiró el dedo, introdujo en su boca índice y medio para empaparlos e intentó una nueva penetración que hizo temblar de emoción a su amante.



¡Miguelito, es una asquerosidad pero me gusta! ¡Más adentro, más dentro!



¡Tomá asquerosa linda, tomá!



¡¡Ahhhh!! ¡¡Shiiiii!!



El voltaje subió hasta alcanzar niveles insospechados, tanto que Sabrina buscó desesperadamente el clítoris con la mano derecha y comenzó a frotárselo intensamente. Él volvió a lubricar con saliva, penetró nuevamente con los dedos y esperó la siguiente reacción de su compañera que, a estas alturas, arqueaba el cuerpo para recibir mejor las embestidas táctiles



¡Ajj, ajjj, ajjj!



¡Otra más, otra más!



Adentro, afuera, adentro, afuera. Pausa para una nueva lubricación. Adentro, afuera, adentro, afuera, adentro. Pausa.



¡Meteme la pija, meteme la pija que quiero más, más, más y más!



¡Despacito, despacito mi amor!



Sin dejarla incorporarse demasiado, Miguel puso a prueba todo lo aprendido con Leticia. Dilató el ojete un poco más, apoyó la punta del miembro sobre la entrada del agujerito, frotó tres veces de arriba hacia abajo, se detuvo y aguardó un segundo. Respiró hondo para tomar aliento, afirmó la punta del pene sobre el triangulito marrón y, lentamente, fue empujando hasta que notó que el esfínter cedía frente a la presión que ejercía sobre él.



¡¡¡SIIIII!!!! ¡Qué bien que entra papito, qué bien que entra!



¡Despacito, despacito, movete despacito!



¡¡¡UUUYYYYY!!!



¡Guacha, me la estás exprimiendo!



¡Qué querés que haga si tengo el ojete más estrecho que la puta que me parió!



¡Siiii! ¡Así, así! ¡Despacito!



Adentro, afuera, adentro, afuera. Pausa. Inclinación de torso sobre la espalda de ella para alcanzar los bamboleantes pechos. Adentro, afuera, adentro, afuera. Pausa para tomar aliento y apretar los pechos. Adentro, afuera, adentro. Pausa para deslizar saliva sobre el miembro desde lo alto. Adentro, afuera. adentro.



¡Siento que me llegás hasta los intestinos! ¡¡Siiiii!!



¡Me parece que estoy por terminar!



¡Por favor, aguantá un poquito más, un poquito más!



¡Si mi reina, siiii!



Miguel estaba al borde de la eyaculación pero aguantó para complacer a la dama. Moderó los movimientos en aras del placer de su acompañante. Adeeennntrrro, afueeerraa, adentrooo, afueeera, adentrooo. Pausa.



¡¡¡ME VOY, ME VOY MUÑEQUITA, ME VOYYYYY!!!



¡¡¡SIIIII!!! ¡¡¡SIIIIII!!! ¡¡TE SIENTO, TE SIENTO!!



¡¡¡IIIAAAAAUUUU!!!



¡¡¡ME GUSTA, MEEE GUSTAAAAA!!!



En manantial de semen anegó las entrañas de Sabrina para, inmediatamente, reverberar hacia el exterior ni bien Miguel retiró su ya relajado miembro. Permanecieron uno sobre el otro mientras recobraban el aliento.



¡Estoy toda encastrada pero valió la pena! ¡¡Uauuu!!



¡Me mataste, me mataste!



Debo tener el ojete más abierto que un caño de tres pulgadas.



¡Y además todo coloradito!



Mañana no me voy a poder sentar.



¿Te duele?



Un poquito pero no importa.



Dando muestras de una acelerada recuperación física, Sabrina se apoderó del miembro con ambas manos para luego someterlo a una diligente y concienzuda sesión de limpieza. Lamida de tronco, base y bolainas. Desvío hacia el ojete, lamida y succión profunda. Nueva chupadura de pene hasta lograr que reaccionara recobrando su rigidez.



¿Qué pretendés mamita?



¡Montarte, montarte!



¿No te alcanzó con lo que te di?



¡Quiero más pija, más pija!



¡No creo que me quede leche!



¡Qué me importa la leche, yo quiero que me metas la pija hasta que me salga por la garganta!



¡Es toda tuya! ¡Hacé lo que quieras hasta que el cuerpo me aguante!



La ardiente mujer se montó sobre el cuerpo de Miguel, colocó la punta del miembro justo a la entrada de la vagina y comenzó un febril sube y baja.



¿Hace falta que continúe con los detalles de lo que pasó hasta las 6 de la mañana? Corro peligro de que me tilden de ser demasiado repetitiva. ¿Cuántas veces lo hicieron? Las que a ustedes se les ocurran. Siempre se van a quedar cortos.



Cuando Miguelito se estaba retirando, Sabrina recordó las sandalias que estaban abandonadas junto a la pared derecha del living.



¡Bebé! ¿Mañana vas a venir a probarme otros tres pares de sandalias?



Lo que quieras, lo que quieras.



Te espero a las 19:30, después de cerrar el negocio.



Colorín, colorado, este cuentito se ha acabado.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
  • Votos: 1
  • Envios: 0
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