Yo soy blanca, pero ¡cómo me gusta un negro! en especial por el portento varonil que la mayoría poseen.
Estando yo disfrutando una de las playas más bellas de la costa, un sitio habitado por la raza negra, discutí con mi marido, hacia tiempo que su virilidad estaba en entredicho, me excitaba pero se corría con la misma rapidez con la que me penetraba así que la mayor parte de las veces debía consolarme masturbándome.
Lo cierto fue que ese día, entrada la noche, salí de la habitación dándole un portazo y me dirigí a la playa, -caminar es reconfortante cuando el deseo queda insatisfecho- decía para mi misma. El agua rozaba mis pies y yo llevaba un diminuto vestido transparente con el traje de baño debajo,
De pronto me provocó bañarme y llevada por el ardor sexual me quite todo para hacerlo desnuda aprovechando la oscuridad y soledad del sitio, al menos eso creía yo.
Me interné en las aguas y refresque un poco mi cuerpo aunque no el deseo sexual, al salir note que mi ropa no estaba, comencé a buscarla acercándome hacia la vegetación donde un resplandor me indicó que se encontraba alguien, al mirar, un hombre negro, corpulento pero atlético balanceaba mi ropa mientras que la oscuridad se rompía por el blancor de sus diente.
-Ven, -me dijo,- si te acercas te doy tu ropa.
Yo lo miré y sin decir nada me fui acercando, era un negro seductor, me miró de arriba a bajo lamiendo sus labios, este gesto acrecentó mi excitación, nos miramos fijo sólo unos pocos segundos, yo dejé caer la ropa que ya tenia en mis manos y me fui acercando lentamente, el negro tenia su pecho desnudo y lo acaricie, luego comencé a besarlos, suave y lentamente descendí hasta quedar de rodillas, bajé el pantalón sujeto con un cordón que llevaba y cuando vi aquello me horrorice, no sabia si correr al hotel o tirarme de bruces encima de él, el espectacular miembro negro y vigoroso se alzaba imponente entre un escaso vello, luego de la primera impresión me decidí y tome el enorme pene entre mis manos, lo comencé a besar, mi lengua lo recorría impregnándolo de saliva, lo introduje en mi boca y la deliciosa sensación me convirtió en un succionador, cuando me di cuenta tenía más de la mitad del miembro dentro de mis blancos diente, luego baje hasta sus testículos y los lamí también, el negro volteba y cerraba los ojos, tras cada quejido de placer.
Envuelto en frenética ansiedad el hombre me tomó por la nuca y casi jalando mi cabello volvió a introducir su pene en mi boca, lo llevaba hasta el final cortando mi respiración para sacarlo suave pero rápidamente. La punta de su pene llegaba a mi garganta obligándola a abrirse por momentos. Minutos después el hombre estaba demasiado estimulado, me tomó en vilo yo pasé mis piernas por su cintura y me penetro en esa posición, su cuerpo comenzó a impulsar el mío, él de pies y ambos sacudidos por el frenetismo de sensaciones. Luego el hombre se arrodilló tras de mí y yo en cuclillas comencé a sentir como su pene penetraba incesante en mi vagina, el hombre se aferro a mis caderas y con fuerza me atraía y alejaba, este ir y venir producía espasmos tan delicioso que yo presionaba más hacia atrás sintiendo como el enorme pene salía y entraba, sin poder evitarlo grite de placer cuando tuve mi primer orgasmo en mucho tiempo. Tras el cansancio del esfuerzo mi cuerpo se desmadejó pero seguí en cuclillas con los brazos y pechos pegados del suelo, el negro baño su pene con mi fluido vaginal, paso las manos por toda mi vagina y embarro mi ano con èl, a estas alturas yo no entendía lo que estaba haciendo hasta que sentí su tremenda humanidad tratando de violar el portal de mis desechos.
Nooo!!! Grité.
Pero era tarde, el negro ya me tenia cogida de las caderas y casi suspendida en el aire, mis brazos rozaban el suelo, cuando comencé a sentir la penetración un dolor momentáneo me embargó, la inmensidad del negro iba entrando con lentitud originando placer en mi lo que me hizo aceptar el hecho. El hombre fue entrando y saliendo poco a poco y cuando volvía a entrar lo iba haciendo más profundo, más y más profundo cada vez hasta que al fin tuve todo su inmenso pene dentro de mi, él continuo moviéndolo con suavidad, salía y entraba hasta que aceleró el movimiento, se retiraba y volvía con más ímpetus, y en mi cuerpo los corrientazos de goces me confundían placenteramente. Cuando el negro metía todo su pene oprimía mis caderas con fuerza contra su cuerpo que se estremecía entre sacudones de cadera y especies de impulsos eléctricos que nos agitaban a los dos, de pronto comenzó a moverse frenéticamente, mis gemidos eran casi un grito; pero de placer, cuando se presentó su orgasmo ya yo había tenido otro, sus gemidos fueron complacientes, dignos del pene que le da satisfacción.
Cuando al finalmente el negro se corrió cayó de bruces sobre la hierva conmigo ensartada aún, yo me retiré y quedé tumbada a su lado, cansada, satisfecha y deseando inmensamente que el negro se volviera a robar mi ropa.