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Un momento de diversión

 

Una sádica reina se divierte un rato con una prisionero.

 

La carcelera abre la puerta del calabozo, la elegí para ese puesto por su gran sadismo, y estoy comprobando que es realmente la indicada, se abre paso a través de montones de reos imundos a latigazos y patadas, los insulta mientras abre surcos de sangre en su piel, toma al elegido, le venda los ojos y lo arrastra del pelo por las irregulares piedras del suelo hasta sacarlo de la sucia prisión. Una vez fuera lo lleva a patadas y latigazos por un pasillo hasta una escalera de piedra que lleva a la sala de torturas, en la cima de la misma lo patea haciéndolo rodar por 30 escalones de dura piedra, puedo ver el placer en sus ojos viendo como cae.

_¿Algo mas señora?

_No yo me encargo, pero mereces un premio, te regalo a uno de los reos del calabozo.

_Gracias señora._Y se arrodilla ante mí besando mi bota.

_Te podes ir.

Al pararse vi la sonrisa perversa de sus labios y el fuego en sus ojos, presagian mucho dolor para un pobre infeliz.

Bajo lentamente la escalera, mis suelas de metal producen un chasquido delicioso a mis oídos, veo al reo tirado en el suelo, su mugrosa piel, su delgadez extrema, sus ojos mojando la venda, realmente me repugna, y me incita a golpearlo, a verlo sufrir. Cuando llego a su lado pongo mi pie sobre su triste pené, lo mantengo un rato sintiendo él frió del metal de mi suela contra su piel, el gusano gime, entonces apretó con todas mis fuerzas y lo veo revolcándose de dolor a mis pies, que hermosa imagen, que dulce sonido que producen los gritos. Tomándolo de los pelos lo levanto y le pongo una correa que al tirar de ella lo ahorca, y lo conduzco a la sala de tortura sintiendo su ahogo.

Dentro le quito la venda, entrecierra los ojos por la luz de las antorchas y cuando se acostumbra me observa, ve mi lujoso traje, las agresivas botas de charol con suela de metal que se extienden hasta por arriba de mi rodilla, un corsé de cuero resalta mis de por si grandes atributos, mis manos enfundadas en guantes de cuero que pasan mi codo y cubren parte de mi brazo. Cuando se cruza con mi mirada de esmeralda baja la cabeza, y arrojando su cuerpo al piso pide clemencia. Me gusta verlo suplicar, tan indefenso como una mosca en la telaraña, pide piedad, una piedad que no le voy a conceder.

_¡Cerdo!, _Le grito mientras con brutalidad pateo su imunda cara.

El hombre cae manchando el suelo y mi bota de sangre. Pongo mi bota sobre su cara, presiono mi taco sobre su mejilla y siento estallar un pómulo, el gusano grita, su boca delata pura agonía, a continuación me paro sobre su abdomen y los gritos se vuelven más intensos, cada vez mas excitada pisoteo su pecho rompiéndole en cada paso una costilla.

_¿Te duele?_ Pregunto entre carcajadas.

Este ser patético ya me aburrió, así que de un taconazo le abro la garganta y me siento a disfrutar de su dolor hasta que muere.

Salgo de la sala de torturas, de la cual no use ningún instrumento, y voy en busca de la carcelera, ella sabrá como satisfacerme.

Datos del Relato
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