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Categoría: Maduras

Un jovencito por internet

Un jovencito por internet



Resumen:



Señora mal atendida – sexualmente – maestra de escuela, casada, madre de dos niñas, entra por internet y le contesta un jovencito negro, panameño, que la viene a visitar para tener sexo. Olvida todo decoro, educación y familia y se entrega a él y lo  disfruta, sin importarle ningún nada más.



Hola, me presento. Mi nombre completo es Alma Elvira López. Soy una mujer clara, ni blanca, ni morena, quizás morena clara – trigueña – de cabellos negros, complexión media a gruesa, piernas gruesas, pompas grandes y “respingadas”, senos medianos, ojos grandes y bonitos, negros, boca grande, chatita, alegre pero tímida, sencilla, complaciente, educada “a la antigüita”. Soy profesora de escuela primaria. Mido 1.59 m. Peso 57 kg. Tengo también una ligera “pancita” que no he podido bajar, luego de mis embarazos.



Lo que aquí les voy a narrar sucedió hace ya más de 14 años, casi 15, en el año 2000, cuando apenas empezaba a funcionar internet (o al menos para mí). Estaba yo a unos días de cumplir mis 34 años; casada, con dos hijas, de 12 y 10 años entonces.



Andaba yo mal en mis relaciones íntimas con mi marido; desde hacía ya casi el año. Por problemas económicos él siempre andaba preocupado y casi no teníamos relaciones sexuales, las cuales, de verdad extrañaba, pues la frecuencia era muy baja. Por esas mismas razones económicas, cuando le ofrecieron un buen trabajo, aunque lejos de la ciudad, él lo aceptó y se fue a trabajar en la construcción de un camino, casi a mil km de aquí; no venía sino muy de vez en cuando, y…, aunque lo seguía yo queriendo, la falta de relaciones sexuales se me comenzó a agudizar y a transformarme, a ponerme corajuda, enojona, malhumorada; lloraba de la nada, me estresaba, explotaba y todo el día ando sintiendo “comezón” en mi rajadita. Cuando veía escenas, ya no sólo eróticas, sino simplemente un beso o un abrazo en la tele, en el cine o en la calle, que miraba parejas besarse o abrazarse, sentía que mi vagina comenzaba a fluir, y me vengo muy fácilmente.



Creo tener un temperamento ardiente, aunque siempre lo tuve reprimido, hasta que me casé, pues mi esposo también tiene temperamento ardiente. Me casé a los 22 años, con un señor que me lleva 12 años, divorciado, pero con el cual me acoplé y formamos una pareja bonita; disfrutábamos mucho de nuestras relaciones sexuales, que comencé a echar de menos al cabo de una semana sin él.



En alguna ocasión, en un descanso en la escuela, oí comentarios de compañeras – más jovencitas que yo – que habían conseguido “parejas” y/o habían conseguido “citas y ligues” por internet. “Paré oreja”, mientras una le decía a la otra:



“mandas tu anuncio, qué quieres y subes una foto. ¡De inmediato te empiezan a contestar, y ya eliges con quien”.



Así lo hice, puse un miércoles mi anuncio, que decía más o menos así:



            “me interesaría conocer a un hombre soltero, no conflictivo, para amistad y algo más, sin compromisos, de preferencia que no viva en mi ciudad”.



Puse “amistad” para tratar de aliviar un poco mi vergüenza ante lo que yo estaba pensando. Puse también “sin compromisos”, pues seguía queriendo a mi esposo, y mucho, por eso no quería que se involucrara lo sentimental. Subí también una foto que, creo que muy púdica, para lo que se acostumbra en esos sitios.



¡Efectivamente!, al tercer día, un viernes, que comenzaban las vacaciones escolares, pasé a un café internet: tenía una gran cantidad de respuestas, pero, ninguna me interesó. Pasé más de una hora revisando respuestas, hasta que, ya casi por irme, vi una respuesta que me llamó la atención, por varias razones: era un guardia de seguridad, era un hombre, extranjero, se llama Raúl; ¡es panameño, pero además de eso, ¡era mulato…!, ¡grandote…!, de 1.82 m de estatura: ¡me lleva 23 cm de diferencia!. ¡Me sentí abrumada por esa terrible diferencia de estaturas!, pero además él  tenía apenas 21 años de edad, cuando yo estaba por cumplir 35, ¡le llevaba 14 años de edad!.



Me había mandado dos fotos: en una estaba con su uniforme de guardia; se le miraba atractivo, delgado, moreno, con un bigote atrayente. La otra foto fue de su cara, era guapito el muchacho, de ojos negros, pizpiretos, coquetos, penetrantes, su pelo “chino”, ¡clásico!, muy corto. Me decía que quería conocerme para platicar, intercambiar ideas, tomarnos un café y finalizaba diciendo:



= “y si hay química…, tal vez podamos tener algo más que amistad”.



Toda esa noche me la pasé piensa y piensa en el chico de Panamá: ¡Me atraía fuertemente!, pues además, en su mensaje decía que venía a tomar un curso sobre “Seguridad Industrial”; que iba a estar por aquí dos semanas.



Me emocionaba y me des-emocionaba pero, intrigada, fui al día siguiente, sábado, al café internet a ver si había más mensajes. ¡Sí…!, había otra gran cantidad de mensajes, pero todos los deseché, ¡seguía ganando mi panameño!, a pesar de todos los “contras” que le había ya encontrado.



Entre esos nuevos mensajes había uno nuevo de Raúl, que decía más o menos:



            + ¡Hola maestra…, llego el próximo jueves, a las 10:01 de la mañana…, ojalá puedas irme a buscar al aeropuerto!.



               ¡Ojalá podamos hacer amistad!. Sinceramente, Raúl.



Le respondí que me daba mucha pena que me pudieran ver con él, pues yo era 14 años mayor, además de que – lo que ya comenté en líneas anteriores – era muy “chaparrita” (baja de estatura) para él, y que, aunque estaba sin hombre por el momento, yo era casada, que tenía dos hijas y sobretodo que seguía queriendo a mi esposo, por lo que NO quería que mezcláramos sentimientos, que lo único que buscaba era simplemente tener “amistad y compañía masculina”, nada más.



Me dijo que estaba de acuerdo conmigo en todo. Me dijo que le gustaba mucho el trato con las mujeres maduras y platicar con ellas, pues eran muy mesuradas y tenían ideas muy concretas, además de que se le hacían muy guapas, que creía que era la edad ideal para una mujer, la madurez; que cuando había visto mi anuncio, se había emocionado y había echado a volar su imaginación. También me dijo que su curso comenzaba unos días después de su llegada, que era un jueves, y su curso comenzaba el lunes; que  iba a ser de ese lunes al viernes, 40 horas.



Le envié el correo diciéndole que yo también tenía deseos de encontrarme con él, pero bajo mis condiciones.



Me respondió el mismo lunes diciendo algo como:



            = ¡querida Maestra!, ¡no sabe la ilusión que tengo por estar a solas con usted, poder tomar sus manitas y besarlas, mientras le miro esos ojos tan  



                 lindos que tiene!. La adoro y ya quiero poder estar con usted. Suyo…, Raúl.



De inmediato le contesté que:



            + estimado amigo, le quiero aclarar que no es seguro que lleguemos a la intimidad, así que por favor, si usted va decidido a “eso”, preferible que no



              nos veamos, pues lo podría desilusionar.



El martes no pude meterme a internet, pero el miércoles fui temprano y vi su mensaje, en donde me contestaba que estaba de acuerdo en todo (de nuevo…) y que se haría lo que yo decidiera. ¡Estuve nerviosa todo ese miércoles!; ¡se me quemaban las habas!, ¡ya quería que llegara la hora!, ¡me sentía muy “urgida” de encontrarme con ese muchacho!.



El jueves me levanté muy temprano, les di de desayunar a mis hijas y de inmediato me fui a dar un baño. Me perfumé todo el cuerpo y luego de ello me vestí, me cepillé el pelo, que me da a la altura de mis hombros, dejándomelo suelto. Me puse perfume en la cara y el cuello. Iba con una falda azul claro, de mezclilla, con un top blanco, de algodón, con tirantes y cubierta con una chamarra también de mezclilla, azul claro.  



Debajo de esa falda llevaba solamente mi pantaleta, blanca, también de algodón y unas zapatillas de tacón alto, azules, las más altas que encontré, para no estar tan debajo de la estatura del chico, ¡que me sacaba 23 cm!. No llevaba medias pues era verano y estaba haciendo calor.



Me despedí de mis hijas y me fui para el aeropuerto, en donde habíamos quedado de vernos en la llegada internacional.



Me había dicho que tenía reservación en un hotel bastante conocido en la ciudad, que se encuentra como a medio camino entre mi casa y el aeropuerto. Me decía también que él iría de jeans (mezclilla), blusa blanca, chamarra roja y gorra.



El transito era un caos y luego no encontraba lugar para estacionarme, hasta que finalmente dejé el auto y caminé, ¡distancias enormes!, del estacionamiento a la llegada internacional. Iba bastante nerviosa y además con retraso.



Llegué hasta el punto de encuentro y…, ¡ahí ya estaba ese chico!: ¡había llegado un poco adelantado su vuelo!, y yo había llegado tarde. Lo distinguí desde lejos, por su estatura, su fisonomía, su chamarra roja, su gorra y…, no pude aguantarme y le eché la carrera a abrazarlo.



El chico me abrazó con mucha efusividad y levantándome entre sus brazos me dio una vuelta completa alrededor de su cuerpo:



            = ¡Maestra…, qué gusto…!,



me dijo, dándome un beso en mi mejilla.



            = ¡Le traje unos chocolates…, del duty free, espero le gusten…!,



me dijo, estirando su mano con una bolsita, y me volvió a dar otro abrazo, igualmente efusivo que el anterior.



Ya que pasó todo eso, le dije:



            + ¿Nos vamos…?. Traigo el coche…



Nos fuimos caminando hacia el estacionamiento; pagamos y fuimos a buscar mi auto. Subimos su equipaje a la cajuela y le abrí la puerta y me fui a dar la vuelta a subirme por mi lado, el del volante. Me quité la chamarra de mezclilla que yo llevaba y me quedé solamente con el top, uno blanco, de algodón, muy fresco, pero que solamente tenía dos tirantes y dejaba al descubierto media espalda y el frente, hasta el nacimiento de mis pechos, se me miraba mi canalillo de enmedio.



No bien había cerrado la puerta cuando me vi atrapada entre sus brazos. Su boca buscó mi boca y yo se la di. Comenzamos a besarnos de manera cachonda, tremendamente erótica:



+ ¡Raulitooohhh…!,



Suspiré, entre sus brazos…



            = Maestra…, está usted preciosa…, que gusto poderte estrechar en mis brazos!, ¡poderte abrazar…!.



Y sin decirnos más nada, comenzamos a besarnos en la boca; un beso verdaderamente pasional, desesperado, entregado, cachondo a más no poder, que le permitió al mismo tiempo tocarme mis pechos, por encima del top, levantarme mi falda, introducirme sus manos por debajo y palparme con las palmas de su mano mis muslos. ¡Fue un beso completamente lujurioso y cachondo!; ¡me besaba y mordía el cuello y mis hombros; me daba de chupetones…!. Me hizo que me viniera completamente, que mojara mi pantaleta, que le soltara un gran grito en cuanto terminó de besarme en la boca:



+ ¡Raulitooohhh…!,



le dije, separándolo un poco de mí:



            + ¡Ya vámonos…!.



Arranqué mi auto y me encaminé a la salida. Nos tomó unos 20 minutos llegar hasta su hotel. Metí el auto al estacionamiento y bajó su equipaje.



Llegamos a recepción; se registró y nos fuimos tras el maletero hacia la habitación que le habían asignado.



Entramos; el maletero nos mostró la habitación, prendió la tele, y nos dio su control remoto. Luego de la propina – que yo le di – se retiró de la habitación.



No bien había terminado de cerrar la puerta cuando sentí nuevamente los brazos de Raúl apoderarse de mi cuerpo, haciéndome girar nuevamente por los aires,



            = ¡Maestra…, qué linda…, maestra…, qué gusto encontrarte…!



que le permitió al mismo tiempo levantarme mi falda, introducirme sus manos por debajo y palparme con las palmas de su mano mis muslos. ¡Fue un beso completamente lujurioso y cachondo!; ¡me besaba y mordía el cuello y mis hombros; me daba de chupetones…!. Me hizo que me viniera completamente, que mojara mi pantaleta, que le soltara un gran grito en cuanto terminó de besarme en la boca:



+ ¡Raulitooohhh…!,



Le dije, suspirando, presa de un sinfín de emociones. Ya no había vuelta atrás, ya todo era inevitable. Mi vulva palpitaba como nunca antes, mojándose sola; mis piernas me temblaban y, aunque hubiese querido, me habría sido imposible articular alguna palabra coherente.



Raulito me tomó por la nuca acercando aún más mi rostro a su rostro; yo le di libertad para hacer conmigo lo que quisiera y volvió a besarme en la boca, pero en un beso más corto.



Nos separamos un momento y el me condujo, en silencio y de la mano, hacia la cama, que no estaba lejos. Me apoyó contra la pared apenas estuvimos al lado de la cama y me manoseó por todos lados, palpando principalmente las pompas de mi traserito, destacadas por la faldita que yo llevaba.



Me metió nuevamente las manos debajo de mi faldita, separándome las piernas y acariciando el contorno de mi pantaleta, blanca, normal, nada de lencería sexy, que yo no acostumbraba a usarla y además no tenía.



Pasó su lengua por mi cuello varias veces, despacio, dibujando figurillas, y yo me derretía de pasión antes de un nuevo lengüetazo del chico, ahora en una de mis orejas, que me hizo doblarme del placer y la calentura.



Me levantó el top por encima de mis senos, no muy grandes, pero nada despreciables, y los recibió en sus manos. No me había puesto brasier, pues el top así lo pedía.



Miró mis senos por un momento, tomó un pezón entré sus labios y luego el otro, sin prisa y con suavidad, probando su sabor, ¡a hembra en brama!.



            = ¡Maestra…, estás muy sabrosa…!.



Yo temblaba a cada nueva caricia; Raulito me hacía descubrir nuevas sensaciones, indescriptibles. En mi memoria se sucedían, una tras otra, las imágenes de mi vida feliz, la de mi esposo, tocándome con ojos llenos de amor, tan solo con las yemas de los dedos, como un niño temeroso de romper una figurilla de cristal y las comparaba con las caricias eróticas de este chico panameño, que desde el primer instante que lo vi me había hecho tener un orgasmo tras otro.



Las manos del chico procedieron a sacarme mi top por encima de mi cabeza, acariciándome la espalda mientras que me besaba, lento, dulce, amoroso, ganoso:



            + ¡maestra…, no sabes cómo soñaba con este encuentro…!.



Me rodeó de la cintura, me bajó el cierre de la falda y terminó por bajármela; quedó sobre de la alfombra de la habitación de ese hotel, mientras yo me encontraba solamente con mis pantaletas blancas y zapatillas azules, con los senos al aire:



            + ¡Ahora desnúdame tú…!,



Me dijo Raulito.



Yo no sabía cómo desvestir a un hombre; mi marido siempre se desviste él solito, ya sobre mi cuerpo desnudo, sin yo hacer nada para ayudarlo.



Raulito, comprendiéndome quizá por lo mucho que le había recalcado que era mi primera “aventura” extra-marital, se sacó los zapatos tenis que llevaba, se bajó los pantalones y se quedó con sus “bóxers” y unas calcetas blancas, tipo deportivas. Me tomó de las manos, enseñándome a quitarle la playera blanca que traía encima.



Después me dejó que continuara sola; torpemente, pero terminé de quitarle su playera; me le quedé viendo a su piel, completamente imberbe, brillante, lustrosa, y…, en un loco arrebato de lujuria, de mi parte mis labios se pegaron a su pecho, duro, musculoso, lampiño, separándome de inmediato llena de vergüenza:



= ¿Maestra…?



+ Perdón Raulito, es que… ¡esto es nuevo para mí, jamás pensé que fuera yo a



   reaccionar de esta forma, así…, estar en intimidad…!. ¡Llevo exactamente 43



   días sin tener relaciones sexuales…, ¿me entiendes…?, ¡ya no me puedo



   aguantar…!. ¡Amo mucho a mi esposo…, pero tengo que satisfacer mi



   necesidad…!. ¿Me comprendes…?. ¡Te lo juro…, no soy una “cualquiera”,



   Raúl…!.



= ¿Y te arrepientes?



me quedé parada un momento, viéndolo a sus ojos escrutadores clavados en mí y…,



+ ¡No Raulito…!, ¡me gustas mucho…, aunque seas tan “jovencito”…!,



terminé diciéndole, sintiendo una especie de justificación.



Lentamente me depositó boca arriba en la cama; con mucha ternura me quitó mis zapatillas azules y terminó por desnudarme completamente, bajándome mi pantaleta blanca, la última prenda que me quedaba. La dejó a un lado de nosotros, sobre de la cama y…, me dio un largo beso, que inició en mis labios, bajó por mi barbilla y cuello, continuó por entre mis senos, entreteniéndose en ellos un rato, para luego seguir por mi abdomen. ¡Me sentí un tanto avergonzada por estas caricias!, ¡a plena luz del día!, cuando yo siempre lo hacía de a obscuritas con mi marido.



Raúl prosiguió a besarme mis senos, a lengüetearlos, a recorrerlos, palparlos, sopesarlos con sus manotas; era unas lamidas, largas e intensas: sentir su lengua cómo me estimulaba cada pezón…, ¡me estaba calentando hasta el infinito…!.



            + ¡Raulitooo…, aaaggghhh…, gggmmmhhh…!



A esas alturas yo ya estaba más que fuera de control; ni me había dado cuanta de cuando había empezado a gemir, aunque normalmente con mi marido nunca gemía de esta forma.



Raulito me condujo hasta donde quería; ese punto en donde un poco más de estímulo provoca reacciones enormes, y a mí me sucedió, haciéndome gritar como nunca:



            + ¡Rauuul…, Raaauuuliiitooohhh…, yaaahhh…, damelaaa yaaahhh…, yaaahhh!



Verme en ese estado lo debió excitar aún más. Se incorporó, arrodillándose en medio de mis piernas abiertas; se quitó sus “bóxers” y apareció frente a mí con su pene obscuro, casi morado, muy negro, erguido, tieso, con sus líquidos lubricantes resbalándole por la punta, mirando hacia el techo.



Me quedé con la boca abierta y estupefacta, sin saber qué hacer o hacia donde mirar. Pero él sí sabía lo que quería…



Se tendió sobre mí, dispuesto a penetrarme inmediatamente. Lo hizo lentamente, disfrutando cada sensación que mi conducto vaginal provocaba en su sensible glande. ¡Estaba hirviendo!, y él sintió mi calor y lo disfrutó; mí abundante humedad le hablaba de una calentura más allá de todo lo que él conocía, e hizo que su miembro, tan largo y tan grueso, me penetrara de manera mesurada pero constante, ¡hasta el fondo de mi vagina…!.



            + ¡Raulitooo…, Raulitoooggghhh…, yaaaggghhh…!



¡Qué verga tenía ese muchacho!. ¡Me llenaba completamente mi sexo!. No pude aguantarme, era una sensación novedosa y…, olvidándome de pudores le dije, a grito tendido:



+ ¡Raulitooo…, qué veeergaaaggghhh…, qué veeergaaaggghhh…!.



El muchacho se sonrió con mi confesión de placer y me plantó un beso muy rico en la boca:



            = ¡Estás muy sabrosa, maestra…!,



y comenzó un lento movimiento de embolo, meneando las caderas en forma circular y rodeándome completa con sus fuertes brazos, haciéndome sentir atrapada y sin posibilidad de escape.



            = ¿Te gusta maestra…?



            + ¡Estás muy sabroso, Raulito…, me gusta…, me gustas…, me encantas…!.



Le dije, volviendo a hacer sonreír a ese chico.



¡Vaya que si era caliente esa sensación!. ¡Desde ese momento, fuimos uno solo el resto del coito…!. ¡Me había acoplado perfectamente al vaivén de ese chico!.



Poco a poco, la velocidad y la fuerza de sus embestidas fueron aumentando hasta hacerme sentir como si me bombardearan a cañonazos:



+ ¡Raulitooo…, qué veeergaaaggghhh…, qué veeergaaaggghhh…!.



   ¡Me encanta tu verga, Raulitooo…!.



¡Así de intenso llegó a ser!. ¡Así de intenso lo sentía!. Su larga verga se enterraba tan profundo en mi ser que sentía como si me llegara hasta el útero. ¡Era de verdad delicioso!, todo su peso oprimiéndome, privándome suavemente de aire, pero sin llegar a asfixiarme, y esa verga deliciosa taladrándome y haciéndome pedazos mi sexo, ¡literalmente!, haciéndomelo pedazos mi sexo.



Ni cuenta me di de cuando dejé de gemir y empecé a aullar, ¡como una auténtica perra!.



            + ¡Rauuuhhhuuul…, Raulitooohhhooo…, Raulitooohhhooo…!.



Pocos minutos pasaron antes de que me revolcara como una lombriz en el asfalto, víctima de un nuevo orgasmo, ¡enorme!, que me dejó casi inconsciente, más muerta que viva. ¡Me había entregado a ese chico como no lo había hecho a hombre alguno en mi vida!: ¡en cuerpo, alma y mente!. ¡Ni con mi propio marido lo había podido hacer e esta forma…!.



Él se salió de mí y se quedó acostado a mi lado, viéndome respirar trabajosamente, cubierta de sudor, desnuda y con las piernas abiertas. Me tapó con la colcha; ¡nos tapamos con la colcha!.



            = ¡Qué rico estuvo, maestra…!. ¿Te gustó…?



            + ¡Claro que me gustó Raulito…, mi hiciste gozar sin cesar…, gracias Raulito…,



               muy lindo…!,



le dije, de verdad agradecida por esas andanadas de placer que me había regalado.



Le acaricié su rostro y él me pegó su cuerpo a mi cuerpo, me besaba mis cabellos y mi cuello y comenzó a estimular mis pezones, tremendamente parados, pero estábamos muy cansados, al menos yo, y me quedé dormida en sus brazos, reposando ese coito y aquel sin número de orgasmos que me había obsequiado ese chico.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 8
  • Votos: 1
  • Envios: 0
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