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Categoría: Fantasías

Un fin de semana repleto de experiencias sexuales variadas

Aquel fin de semana, deseosos de salir de Madrid, mi compañero de trabajo Luis y yo decidimos a pasar un fin de semana de relax, aunque antes de comenzar el viaje, nunca podíamos imaginar la cantidad de nuevas experiencias que íbamos a tener.

Yo me llamo Juan, tengo 29 años, soy soltero por convicción y reconozco que mi físico no es muy llamativo, aunque sí tengo mucha marcha en el cuerpo. Mi polla es de tamaño normal y tengo los pechos un poco grandes para ser un chico, pero eso no importa cuando se está dispuesto a disfrutar de todo lo que el sexo te ofrece.

Luis, mi amigo, es mayor que yo. Tiene 42 años y representa perfectamente al tipo de señor maduro y algo canoso que está de muy buen ver y que se conserva en perfectas condiciones físicas. Es guapo de cara y su polla tiene 18 cm aparte de un buen grosor. Hasta este viaje yo lo había considerado más como un buen cebo para atraer bellas mujeres que como un posible acompañante en la cama; es más, nunca se me había ocurrido una relación homosexual, pero como ya he adelantado, en aquel viaje pasaron muchas cosas inéditas desde la primera noche.

Nos hospedamos durante las noches del viernes y sábado en una hospedería que poseen los monjes para el uso de los turistas. El monasterio se encuentra en un paisaje paradisiaco, rodeado de impresionantes hayedos y frondosa vegetación que desciende hacia el río.

Era el principio del verano y hacía un tiempo delicioso para aquella época. Llegamos avanzada la tarde y el fraile de recepción nos llevó hacía nuestra habitación doble con baño. Le dimos las gracias, nos refrescamos un poco después del viaje y bajamos a cenar al restaurante. No había demasiada gente en las mesas: algún grupo de ancianos y algunas familias. Pero había dos mesas que nos llamaron la atención: una en la que había dos parejas muy jóvenes: un chaval rubio y delgado de unos 18 años, otro con pelo castaño y abundante vello de unos 21 años, una chica morena y menuda de 18 años, y finalmente una chica pelirroja y de grandes tetas, de unos 20 años. Eran todos ellos muy guapos. No lejos de allí, en otra mesa, un fraile vestido como tal, como de unos 30 años, cenaba solo mientras a veces volvía la cabeza hacia un libro. Nos enteramos de que se había retirado al convento para realizar una tesis doctoral para una universidad de teología.

Pero había más atracciones en el restaurante. Las tres chicas que servía las mesas eran muchachas del pueblo más cercano que trabajaban para los frailes junto con las dos que había en la cocina. Como el camino al pueblo era largo, disponían de unas habitaciones en el monasterio para dormir. Una de las que servía era rubia y de físico poco agraciado, así como un poco mayor. Otra, en cambio, era muy joven, de unos 18 años, una morenaza de pelo largo y ojos verdes y de figura menuda, pero esbelta. La última, la que nos sirvió a nosotros, era una chica de unos 20 años, pechugona y simpaticona, de muy buen ver al estilo de Rubens. Con ella hicimos algo de conversación y a lo largo de la cena nos hizo algún guiño que otro.

Cuando pedimos una copa para acabar la cena se paró un poco a charlar con nosotros:

– ¿En qué habitación estáis? -preguntó.

– En la doscientos siete.

– ¿Seguro que es esa? -inquirió de nuevo.

– Sí, ¿por qué? -contesté yo algo intrigado.

– Escuchad, os diré un secreto. Detrás de un cuadro en el que aparece un caballo hay una mirilla que da a la habitación del al lado. Si tenéis gana de cachondeo, echad un vistazo a partir de las doce…. ¡Ah, se me olvidaba!, como sois dos, hay otro detrás del cuadro de S. Antonio.

Dicho esto nos volvió a guiñar el ojo y se marchó. Nos quedamos boquiabiertos. Cuando subimos a la habitación no sabíamos que decir. Ambos suponíamos que aquella cita misteriosa tendría que ver algo con sexo, y que aquel convento presentaría una depravación al estilo de la edad media. Luego, el curso de los acontecimientos nos daría la razón.

No esperamos a las doce para quitar los cuadros y ver lo que había en la habitación de al lado. Así iríamos haciéndonos una idea de lo que pasaría en la medianoche. La primera visión fue un poco de desilusión, aunque siempre se siente placer al espiar. Ante nuestros ojos se encontraba una cama donde reposaba en ese momento el fraile que habíamos visto en el comedor, sosteniendo sobre su cabeza el mismo libro que leía en el restaurante. Tras unos minutos sin que pasara nada decidimos apartar los ojos y esperar hasta las doce.

Aprovechamos para desnudarnos, ducharnos y asearnos. Estábamos Luis y yo en slip y camiseta, cuando oímos el ruido de una puerta, así que nos dirigimos inmediatamente hacia las mirillas, que alguien había preparado para que ofrecieran prácticamente toda la habitación, que parecía no tener baño, pues tenía un lavabo cerca de la cama.

Entonces la vimos a ella entrar. Era la chica regordeta que nos había servido y que nos había dado el recado. Nada más pasar, cogió la cabeza del fraile con las manos y le dio un profundo beso en los labios. Mientras el fraile seguía tendido en la cama, ella empezó a desnudarse. Primero la blusa blanca, luego los zapatos, las medias, la falda, el sostén, el liguero y finalmente las bragas. Era preciosa; sus tetas eran poderosas y se bamboleaban al tiempo que su sugerente sonrisa; sus muslos carnosos; su coño recubierto de una exuberante mata de pelos. Se agachó sobre el fraile y le empezó a subir el hábito desde abajo lamiéndole al mismo tiempo las piernas, hasta que llegó a su pene. En ese momento nos miró sonriendo lascivamente, sabiendo que estábamos observando sin detenimiento. La polla del fraile era de buen tamaño y grosor y nuestra amiga se prestó a hacerle una mamada antológica, con su lengua subiendo desde los cojones hasta el frenillo, donde la movía con más rapidez, o tragándose en su garganta el potente miembro hasta donde podía, casi hasta el final. Luego siguió desvistiendo al fraile hasta el final y siguió lamiendo todo su cuerpo.

Poco después cambiaron las tornas y ella se sentó a horcajadas sobre la cara del fraile, quien empezó a tocarle suavemente el coño acariciando la mata de pelos para luego abrir el clítoris para masajearlo con los dedos. Ella agachó un poco más su cuerpo para que él pudiera lamerle perfectamente aquel antro de los dioses. ¡Hasta nosotros llegaba su adorable olor! Luego, ella se dio la vuelta y el fraile comenzó a lamerle y masajearle las nalgas, para irse introduciéndose poco a poco en la mata de pelos por atrás, hacia su delicioso ojete, en el que su lengua ejerció un ejercicio que a ella le resultó muy agradable por la cara que ponía.

Pero siguieron amándose casi en silencio, para no despertar sospechas. Tal como estaba, a horcajadas sobre el fraile, se dio la vuelta y bajó su coño justo encima de la polla, y ella misma se la fue introduciendo hasta el final. En sus embestidas, ella estrujaba su culo contra los cojones del fraile, que con sus manos intentaba abarcar las enormes tetas que se le venían encima.

Follaron sin cambiar de posición durante un gran rato, disfrutando al máximo. Pero nos reservaban una sorpresa final: ambos amantes se bajaron de la cama y ella se puso encima del lavabo en una posición un poco incómoda, con los pies en los bordillos y la espalda apoyada en el espejo, enseñando al fraile todo su chocho abierto, como esperando una nueva embestida del pene. El fraile acercó ciertamente su polla al coño, pero sólo la situó sobre el lavabo, como si esperara algo. Y así lo hacía. En unos instantes comenzó a salir un chorro de líquido caliente de aquellos labios sensuales del clítoris, primero a borbotones y luego con una sorprendente continuidad. El chorro iba encaminado directamente a la polla del fraile que así se recubría de esta lluvia dorada, alcanzando con su contacto una dureza increíble. Conforme avanzaba el chorro, la polla se endurecía más y más, pareciendo que iba a explotar. Finalmente, la chica acabó de mear, se bajó del lavabo y empezó a lamer la polla recubierta de su propia orina, notando al instante como a ese sabor se añadía otro procedente de una gran cantidad de leche espesa que había descargado el fraile y que se derramaba por la comisura de los labios. Tras descargar, ella siguió lamiendo un rato al fraile hasta que el miembro decayó completamente.

Posteriormente, se lavaron sus partes y ella comenzó a vestirse, haciéndolo lentamente y situando su hermoso culo muy cerca de nuestra vista, sin duda con intención de ponernos aún más cachondos admirando su húmedo chocho. Finalmente salío de la habitación y el fraile apagó la luz.

Tras reponer los cuadros en su sitio, Luis y yo nos miramos sorprendidos. Nuestros slips apenas bastaban para mantener nuestras pollas dentro, sobre todo el de Luis, que dejaba escapar el frenillo por arriba, llegando más allá del ombligo. Realmente resultaba delicioso. La escena de la habitación contigua, aunque había despertado en nosotros un ligero sentimiento de asco, éste se apago enseguida con otro mayor de deseo y de placer; y así, aunque no habíamos practicado nunca el sexo con otro hombre (al menos yo), sin decirnos ninguna palabra, como si supiéramos exactamente que es lo que deseaba el otro, nos bajamos los slips y nos tumbamos en la alfombra en posición de 69 comenzando a chupar nuestros respectivos miembros.

Yo nunca lo había hecho, pero ahora me resultaba muy agradable poder lamer y magrear aquel caliente y dúctil trozo de carne que se me salía a borbotones de la boca. Supongo que a Luis le pasaba igual ya que mostraba también un gran placer en el rostro. Así seguimos, hasta nos vaciamos uno dentro del otro, sintiendo ese sabor agradable que un buen chorretón de semen provoca en tu boca. Rebañamos y rebañamos hasta la última gota, casi haciendo innecesario un posterior lavado. Pero está claro que había que lavarse. Nos dirigimos lentamente hacia el cuarto de baño, mirándonos con una sonrisa complaciente y con una mano en cada culo, acariciándonos las nalgas, lo que nos provocaba un papel añadido. Realmente, aquella noche había sido deliciosa, pero aún faltaba lo mejor en aquella visita a La Rioja.

Así, la cosa empezó a funcionar muy pronto. Nos levantamos pronto, nos pusimos una camiseta y un pantalón corto y nos dispusimos a dar un paseo por el campo con la fresquita. Subimos y bajamos varios montes hasta que decidimos volver sobre las once y media de la mañana. Nada más entrar en la habitación, Luis entró a ducharse mientras yo me quedé tumbado en la cama descansando. Estaba un poco excitado porque había visto el hermoso cuerpo desnudo de Luis antes de meterse en la ducha, así que tenía la polla un poco tiesa. Estaba en esa actitud de reposo cuando la puerta de la habitación se abrió y apareció una de las jóvenes que servía cenas, la más diminuta de los ojos verdes. Sostenía unas sábanas en su brazo, ya que venía a arreglar la habitación.

– Ay, perdón, creía que no había nadie -dijo mientras los colores acudían a sus adolescentes mejillas.

– No te preocupes mujer, pasa y descansa un poco.

La chica, aunque tímida, debía estar aleccionada en el sexo por su compañera de trabajo. Enseguida, se dio cuenta del bulto que aparecía debajo de mi pantalón, y le debió gustar, pues dejó las sábanas sobre un armario y dirigió sus manos rápidamente hacia mi pantalón, bajándomelo mientras me lanzaba una modesta sonrisa de nena que no ha roto nunca un trapo. Mi polla, como digo, ya estaba dura, y recibió de lleno las lamidas de esta joven, de arriba a abajo, tragándosela toda a veces, otras dedicándose a mis huevos.

– Ah, sí, lámeme los huevos, chúpame la polla, más, guarra, cómo me gustas cabrona, cómo me gustas, ah, chupa más, así, así.

Verdaderamente me estaba haciendo una lamida de órdago, y mientras lo hacía ambos colaborábamos en desnudar a la chica: su camisa, su falda, su sujetador que descubría esos pechitos adolescentes que cabían en mi mano, sus bragas que abría a la luz un coño apenas tapado por una escasa mata de pelos, un coño pequeño y acogedor como el de una oriental. No pude evitarlo y decidí lamerlo un rato, notando en mi boca los exquisitos jugos que de él manaban. Le metía la lengua, luego un dedo y luego dos, hasta el fondo.

– Ven nena, que vamos a follar -dije mientras me colocaba tendido de espaldas con toda mi polla enhiesta, esperando para recibir el coñito delicioso, que ella misma se abrió mientras que con la otra mano cogía mi polla y hacía de mamporrera. Nada más meter mi aparato en su coño noté un placer indescriptible. Su estrechez estrujaba mi polla hasta lo inimaginable y ambos nos deshacíamos en suspiros cada vez más fuertes.

Los suspiros debieron llamar la atención de Luis, que salió desnudo del cuarto de baño tras darse la ducha y observó el cuadro. Nosotros, al verlo, amainamos el ritmo pero no paramos. La chica tenía gana de marcha: “Ven, anímate, únete al grupo, trae tu polla que la lama y luego me darás por culo, quiero tener dos pollas a la vez”. La chica organizaba el cotarro y Luis no pudo negarse. Se acercó y puso la polla delante de la cara sonrojada de la chica, que inmediatamente se puso a la faena. La cara de Luis era expresiva, y yo me veía en ella como un en un espejo de placer.

– Ahora, jódeme por otra, ahora – dijo la chica con ímpetu. Luis, antes que nada, ya había mojado el ojete de la chica con sus dedos llenos de saliva, pero antes de encularla se decidió a hacerlo un poco más con la lengua, comprobando que ya lo había hecho más veces por allí. La lengua recorría las nalgas y el ojete con gran placer para la chica, la cual pegó un grito cuando Luis se decidió a encularla y pudo tener, al fin, las dos pollas en su interior, separadas por un estrecho tabique carnoso. Los movimientos se hicieron más compulsivos y Luis y yo nos agarrábamos juntando nuestras manos en los pechos de la chica, él desde atrás y yo desde delante, compartiendo así de algún modo nuestras sensaciones.

– Ahora quiero que me descargueis encima de la cara -siguió dirigiendo la chica. Nosotros, obedientes, sacamos nuestras pollas cuando sentimos que no podíamos retener más nuestro líquido lechoso. La chica se tendió y pusimos nuestras pollas sobre su cara mientras ella se meneaba el largo clítoris que poseía con su mano. Finalmente, descargamos casi al mismo tiempo con nuestras pollas juntas sobre sus labios, rebosando en su interior el esperma y lamiéndonos la polla hasta limpiarnos por completo.

– Quiero correrme una vez más, por favor – dijo la chica.

– Por nosotros de acuerdo, pero tendrás que esperar a que nos recuperemos un poco.

– No hace falta, quiero que me meéis encima, por favor, por favor -rogó la chica.

Nuestra sorpresa fue relativa, pues la noche anterior ya habíamos aprendido lo que es la lluvia dorada, pero nunca lo habíamos hecho antes nosotros. Sin embargo, estábamos allí aquel fin de semana para probar, así que cogiéndonos las pollas, ya algo mustias, con las manos, la dirigimos contra el cuerpo de la chica y empezamos a regarla después de trasladarnos al cuarto de baño, donde ella se tendió en la bañera. Mientras Luis dirigía su chorro humeante hacia el coño de la chica, que se le abría para notar más el contacto, yo busque primero las tetas y luego la boca para que notara el sabor de mi orina mezclado con el de mi esperma. Meamos bastante y la bañera casi se llena mientras ella, en un paroxismo sin límite, parecía tener el mejor orgasmo de su juvenil vida. Sus ojos azules denotaban un placer inmenso.

Sin salir de la bañera, una vez recuperada, nos hizo sitio para que los tres nos bañaramos en un final divertido a aquella pornográfica mañana.

La verdad es que las vacaciones en aquel monasterio estaban resultando más que excitantes. Pero todavía nos restaban algunas fuertes emociones. Al día siguiente, Luis y yo decidimos ir a comer al campo, así que preparamos unos bocadillos, bebidas, un poco de fruta y alguna otra cosa. Así que salimos por una de las múltiples veredas que salían del monasterio. Cogimos una que ascendía ligeramente por la colina y, cuando llevábamos andando unos 20 minutos vimos que, unos metros más adelante, anticipando nuestros pasos, iba un grupo de cuatro jóvenes al que poco después descubrimos como las dos parejas que cenaban habitualmente en el monasterio. Luis y yo nos miramos con complicidad:

– ¿Qué te parece, Juan, les seguimos a ver lo que hace?

– ¿Por qué no?, quizás nos metamos en otra aventura.

Dicho y hecho, fuimos detrás de ellos cuidando de que no nos vieran. Así seguimos durante un par de horas, parando cuando ellos lo hacían y volviendo a seguir cuando ellos proseguían su camino. La vereda fue ascendiendo levemente hasta que llegó a lo alto de una loma, donde nuevamente comenzó a bajar. El arbolado de hayas era algo espeso y esto favorecía nuestros pasos de espía. Así fue hasta que, tras ese tiempo, el grupo que nos abría paso llegó a las cercanías de un río. Allí, abandonaron la vereda que seguía a media colina y entre el bosque descendieron hacia el río buscando un claro entre la espesura. Nosotros, proseguíamos la caza sigilosamente. Finalmente, parecieron encontrar un lugar que les apeteció, algo recóndito y de difícil acceso, pero que tenía un breve pero exquisito prado de hierba verde y fresca en el que daba el sol. Nosotros nos aprestamos inmediatamente entre un arbusto esperanzados en ver algo interesante, ¡y vaya si lo vimos!

Allí estaban los cuatro, una vez que los chicos habían dejado las mochilas que llevaban: el chico rubio y delgado, el de pelo castaño y de mucho vello, la jovencita menuda y la pelirroja tetuda. Todos llevaban pantalones vaqueros largos (para protegerse de las rozaduras de los arbustos), botas de montañero y camisetas, o sea, igual que nosotros. Tanto nuestras camisetas como las suyas iban ya sudadas tras la caminata, y en las chicas se mostraban los senos por debajo de ellas.

Antes que nada se sentaron en un tronco caído para descansar, haciéndose alguna carantoña mientras tanto. Pero pronto, sucedió algo interesante. El chico rubio hizo una propuesta:

– ¿Qué, nos bañamos para quitarnos este sudor?

– Pero, Miguel, ¿no estará muy fría? – inquirió la pelirroja.

– No, Mamen, a esta altura del día y en esta época ya baja bien, además en esa poza lleva dando el sol todo el día.

– Vale, de acuerdo.

Así que entre risas empezaron a desvestirse. Ellos se quitaron las botas, los pantalones y las camisetas quedándose solo con unos slips negros muy ajustados. Ellas se quitaron todo menos las braguitas y el sujetador. Realmente, nosotros esperábamos que fueran más atrevidos y se quitaran todo, pero el espectáculo no estaba mal del todo, sobre todo por parte de las chicas, con ese cuerpecito a medio formar aún de la más joven y las grandes tetas que sobresalían del sostén de la pelirroja. De esta guisa se metieron en el agua y comenzaron a trotar y nadar en el agua y a medida que lo hacían los sujetadores y las bragas iban perdiendo su función, pues se encalaban y dejaban ver lo que deberían esconder con sigilo.

Se estaba a gusto en la poza y se pusieron sentados por parejas, la chica más joven con el velludo, y Miguel con Mamen, aunque cerca uno de otros, dejando que el agua les cubriera hasta el ombligo. De esta guisa, la pelirroja comenzó a acariciar el slip de Miguel y en un momento dado sacó su una larga polla, comenzando a menearla. Miguel se dejó hacer e incluso le facilitó la labor sacándose el slip y lanzándose fuera del agua. La adolescente, que acariciaba el velludo pecho de su amigo, miraba entre sorprendida y sonriente.

– ¡Anímate, Lisa, hazle lo mismo a Toni!

Lisa obedeció y le quitó ella misma el slip a Toni, lanzándolo también fuera del agua. Toni se subió a una piedra dejando ver en todo su esplendor un gran miembro, igual de largo que el de Miguel, pero mucho más grueso, era lo que se podía llamar una polla descomunal. La chica se alzó y comenzó a lamer la polla con suavidad para, poco a poco, aumentar su interés, llegando a metérsela por entero en su boca. ¡Parecía increible que una cosa tan menuda y grácil tuviera una garganta tan profunda como para absorver aquel monstruo!

– ¡Ah, tragátela toda, así, joder, qué vicio tiene esta chica! jadeaba Toni.

Miguel y Mamen miraban ahora a la otra pareja, sin que ella dejara de menear el miembro del joven. Enseguida, Mamen arrastró a Miguel fuera del agua al tiempo que le pedía que la desnudara del todo. Mamen se tendió en la yerba y dejó hacer a Miguel, quien primero le quitó el sujetador comenzando a lamer y chupas sus grandes tetas, luego, lentamente, recogiendo las gotas de agua que habían quedado en su cuerpo tras el remojón, llegó hasta el ombligo, donde sorbió un pequeño charco, y luego hasta el pubis, comenzando a lamer una espesa mata de pelo pelirroja, apartándola con su lengua descubriendo, al tiempo que apartaba las braguitas sin quitárselas, la adorable raja adornada con un clítoris muy desarrollado que podía ser usado incluso como pequeño pene. Al instante, le dio la vuelta a Mamen y, mientras lamía el culo, le acarició con su lengua las nalgas e incluso el limpio ojete.

A este paso, Lisa había dejado de tragarse la polla de Toni y ambos habían salido también del agua. Lisa se quitó ella misma el sujetador y las bragas. El paisaje de la jovencita era verdaderamente encantador. Tenía las áxilas sin afeitar, lo que la hacía más erótica, los pechos pequeños y bien proporcionados, como dos fresas, el sexo sin apenas vello, casi parecía rasurado, ¡qué bella florecilla dispuesta al sacrificio! En un momento, las dos parejas, completamente desnudas, se unieron y empezaron a acariciarse sin distinción de sexo. Luis y yo, por nuestra parte, estábamos empezando a ponernos muy calientes y nos cogimos respectivamente nuestras pollas dándonos un suave magreo mientras seguíamos viendo lo que pasaba.

En un momento dado, Mamen echó a Miguel sobre la hierba y se montó encima de él, metiéndose su polla en su coño de una manera rápida. En la posición en la que estaban, Miguel podía magrearle las tetas con su mano. Los demás se fueron uniendo al cuadro. Lisa se colocó tras Mamen y empezó a lamer tanto los cojones de Miguel como el ojete de Mamen, aumentando la gozada de ambos. Además, para sorpresa nuestra, Toni acercó su miembro a la boca de Miguel para que este se lo empezara a chupar. Verdaderamente, era todo un cuadro lo que estaban representando ante nosotros.

– ¡Muévete, Miguel, metémela toda hasta el fondo, y tú, Lisa, no parés de lamerme ese culo, qué gusto, joder, qué gusto! -gemía Mamen.

– ¡Ah, cómo me gusta tu boca en mi polla, chupa más, chupa! -gritaba Toni.

Enseguida cambiaron de posición, la idea parecía ahora que Lisa recibiera las dos pollas a la vez. Así que Miguel se colocó sobre la hierba con su pene duro en la mano esperando el culo de la jovencita, que poco a poco fue absorviendo todo aquel miembro casi sin esfuerzo, mientras la cara de Lisa parecía relamerse de gusto. Tal como estaba Lisa, con la polla de Miguel clavada en su coño y de espaldas a él, se dispuso a recibir en su delicado chochito aquel enorme miembro de Toni, realizando entre ambos un hermoso emparedado. Por su parte, Mamen se dedicó a lamerle las tetas a Lisa y a besarla en la boca y cuello. Todos se ocupaban de la joven Lisa.

– ¡Ah, qué gusto, qué placer, joder, qué placer me dais todos, ah, mi culo, mi coño, mis tetas, joder me corro! -gritaba Lisa.

Las dos pollas apenas quedaban apartadas por una débil membrana y el placer se multiplicaba en el cuerpo de Lisa. Con un cuerpo aún medio infantil, parecía mentira que disfrutara tanto del sexo. Además, el colmo de su placer fue cuando Mamen se dedicó a levantarle los brazos y a chuparle los pelillos de los sobacos, las cosquillas que le hacía se unieron en el climax de su placer.

Lisa se había corrido ya varias veces, pero los chicos seguían con sus pollas enhiestas cuando decidieron descomponer la empresa. En ese instante, ambos colocaron sus pollas sobre los labios de Mamen, con los frenillos introducidos en su boca. Mamen no paraba de masturbarse su chocho, ayudada ahora por Lisa que, algo recuperada, contribuyó metiéndole un par de dedos en el culo. Así hasta que los dos chicos descargaron dos enormes ríos de semen que Mamen tragó todo lo que pudo, aunque desbordándose parte por las comisuras y la barbilla, siendo recogidos en unos últimos lametones por la joven Lisa.

Llegado este punto, decidieron lavarse con los rostros aún con señas de placer, y siguiendo desnudos, se pusieron a comer algunos bocadillos. Luis y yo habíamos seguido meneando nuestros penes extasiados con la visión, casi nos dolían de tanto movimiento, así que estaban duros como una roca. Luis, más decidido, fue hacia su mochila y sacó la comida y la bebida, pero no quería comer aún. Se despojó de sus pantalones y, cogiendo la botella de vino, se regó con ella la polla.

– ¡Anda, lámeme la polla, verás como te gusta! -me dijo.

Tal como habíamos hecho unos días antes, me dediqué con fricción a lamerle aquel apetitoso miembro mientras, en posición de 69, me daba la vuelta para que Luis pudiera bajarme los pantalones. Ya sólo nos quedaban las camisetas y enrolladas hacia arriba. Luis empezó a chuparme mi polla, que colgaba sobre su cara y así seguimos uno con otro durante un rato proporcionándonos placer. En un momento dado, yo cogí un plátano y lo acerqué al ojete de Luis mientras lo miraba para buscar su complicidad, tal como sucedió. Así que empecé a meterle la punta del plátano por su culo. Como parecía que no entraba fácilmente, Luis alargó la mano hacia la bolsa y sacó una crema solar.

– Anda, dame con esto.

Cogí el tarro y empecé a embadurnar aquel rico ojete con la crema, metiéndole de paso algunos dedos en el culo. Enseguida le metí el plátano, que entró ahora con sorprendente facilidad, empezando a moverlo dentro de su culo. Mientras lo hacía sentí en mi culo el frescor de la misma crema y poco después el plátano penetrando en mis entrañas. Era delicioso todo aquello.

– ¿Por qué no dejamos los plátanos y probamos nuestra propia carne? Venga, dáme de una vez por el culo con esa preciosa polla -me dijo Luis.

Descompusimos el cuadro de momento y Luis se colocó a cuatro patas para que yo pudiera introducir mi miembro en su ojete. Era la primera vez que lo hacía pero fue delicioso, mi miembro entrando y saliendo por aquel estrecho agujero que me estrechaba la polla hasta lograr un placer antes insospechado.

– ¡Ah, dáme por culo, cómo me gusta, qué bueno, tendrías que probarlo Juan, qué gusto, joder, sigue dándome por culo hasta que caigamos rendidos!

No pude aguantar más, en cuanto noté que me corría, saqué mi polla y me corrí entre las nalgas de Luis, restregando las gotas de semen con algún rastro marrón entre las nalgas. Le limpié el culo con unas hojas, igual que mi polla, y nos comimos los plátanos después de pelarlos.

Tras comer nos dormimos desnudos como estábamos mientras nos acaracibiamos suavemente. Al despertarnos, nos llevamos una sorpresa. Noté algo en la nariz, pensando que era una mosca, pero ante la insistencia del picor, abrí los ojos al mismo tiempo que Luis y nos encontramos a nuestro alrededor a los cuatro jóvenes que habíamos estado espiando, ya vestidos.

– Vaya, conque espiándonos es – dijo Mamen con una pícara sonrisa.

– ¿Nosotros, qué va? – intentó exculparse Luis.

– No, si no nos importa -remató Miguel- además, nos gustan vuestras pollas, ¿verdad chicas?

– Verdad -dijo Lisa mientras se agachaba y nos las tocaba dulcemente con la mano, poniéndonosla tiesas en un instante- mirad como se les empina, estos tíos me gustan.

– Chicos, se me está ocurriendo algo -dijo Mamen sin que nos dieran baza en la conversación- ¿os acordáis de lo que me hicisteis hace dos meses? – asintieron con la cabeza los dos muchachos- pues podíamos repetirlo pero también con Lisa ayudados por estos dos hombretones.

Nosotros no teníamos idea de lo que estaban hablando. Siguió hablando Toni:

– ¿Queréis acompañanos en una sesión de sexo fuerte?

– Por nosotros encantados -dije yo.

– Bien, pues quedamos mañana en el hotel para venir aquí.

– De acuerdo.

Y se fueron, no sin antes danos Lisa una chupada a cada uno en nuestros abultados miembros, dejándonos a cien tras el beso de una adolescente, con su melena negra cayendo sobre nuestro pubis. No tuvimos más remedio que pajearnos Luis y yo cuando nos abandonaron, aunque esta vez decidimos probar nuestro semen, desbordando nuestras bocas. El semen de Luis era tan cálido y sabía tan bien como la primera noche.

Al día siguiente, obedientes, salimos junto a las dos parejas del hotel y recorrimos con ellos el mismo camino mientras nos contaban en qué consistía el juego que íbamos a probar. Realmente era fuerte, pero estábamos deseando probarlo. En una de las paradas sorteamos un número para los hombres y me tocó a mí, ¡qué buena suerte!, pensé.

Llegamos al prado, descargamos las mochilas y nos cedieron la posibilidad de desnudar a las chicas. No lo dudamos y aceptamos de buena gana. A mí me tocó la más jovencita. Era adorable tenerla tan cerca. Le quité en primer lugar las botas y las botas para después enjuagarle los pies con agua del río. Esos pies limpios me incitaron a lamerlos, dedo por dedo. Luis seguía con Mamen los mismos movimientos. Posteriormente, le quité la camiseta, subiéndosela suavemente lamiendo también el sudoroso cuerpo de Lisa: su ombligo, su cintura, sus preciosos pechitos, sus axilas, su cuello, su boca, sus ojos, todo era gozo en su cuerpo. Baje la mirada y arrodillándome ante la diosa, le bajé los pantalones, no sin alguna dificultad. Ante mi sólo quedaba una mínima braguita transparente. Me acerqué y se la aparté con la mano al tiempo que mi lengua acariciaba primero sus incipientes pelitos y luego se introducía en el chochete más delicioso que había probado en mi vida.

– Bueno, basta de preámbulos -dijo Miguel. Ahora hay que beber mucha agua y descansar para la fiesta grande. Con algo de pena, descompusimos el cuadro y empezamos a beber abundante agua del río que recogíamos con botellas. Nos pusimos a charlar y a esperar el efecto deseado. A la hora más o menos del primer trago, dijo Toni:

– Me parece que yo estoy ya listo, ¿y vosotros?.

Todos asentimos con la cabeza, así que nos desnudamos rápidamente los hombres mostrando nuestras pollas completamente tiesas. A las niñas se les pusieron los ojos como chiribitas viendo lo que se le esperaba.

– Podéis escoger a la que queráis y por donde queráis -se ofreció Miguel.

Nosotros nos decidimos por Lisa, sin desmerecer a Mamen, yo por el coño y Luis por el culo. Por su parte, Miguel y Toni se decidieron por el coño y el culo de Mamen respectivamente. Así que Luis y Toni se situaron sobre la hierba recibiendo en su polla los ojetes de sus respectivas chicas. Sobre ellas nos echamos Miguel y yo. Yo tenía un montón de sensaciones en mi mente: mi polla a punto de estallar en el coño de Lisa, mis manos acariciando sus pechos, mis piernas liadas en torno a las de Lisa y Luis. En un momento determinado alguien dijo ya y los cuatros empezamos a mearnos al unísono en el interior de las dos chicas. Lisa lanzó un gran aullido cuando notó correr dentro de su cuerpo litros y litros de orina que trasportaban el placer por todas sus venas. Cuando acabamos de mearnos, nos apartamos de las chicas y estas se pusieron en posición de 69, con Lisa debajo del culo de Mamen y esta con la cara sobre el coño. En un momento dado, con los cuatro tíos mirando, las chicas empezaron a mearse como no he visto en mi vida, soltando a la vez nuestra orina y la que ellas mismas tenían retenidas. Sobre la cara de Lisa cayeron litros y litros de lluvia dorada que soportaba con placer mientras le metía dos dedos en el culo a Mamen que hacía todo lo posible para que la orina de Lisa tuviera una posición ascendente y así le regara toda la cara e incluso las tetas. Las dos acabaron en un charco de orina y lefa, se habían corrido de lo lindo con esa guarrada. Así se quedaron, una sobre otra, completamente mojadas, mirándonos sonriendo.

– Bueno, Juan, ahora te toca disfrutar a nosotros. Vamos, ponte en posición -dijo Toni.

Efectivamente, ahora comprenderéis el motivo del sorteo realizado durante el camino. Me situé tumbado de espaldas con los pies bien levantados, esperando ser traspasado por primera vez. Luis sabía que era la primera, por eso tuvo la precaución de advertir a Toni, que poseía un descomunal miembro. Este, sacando de su mochila un tarro de nata, lo abrió y empezó a embadurnarme el ojete para ponérmelo de dulce. En seguida los dedos de Toni se fueron abriendo camino hasta que vio que su polla podría entrar fácilmente. Entonces, me la metió de una tacada. El inicial dolor se convirtió rápidamente en placer cuando empezó a moverse en el vació del ano, aumentando el placer cuando Luis empezó a chuparme la polla con fricción. Por su parte, Miguel colocó su largo miembro sobre mi boca para que me lo metiera todo en mi boca.

– ¡Así, métetelo todo en la boca, cabrón, goza con mi polla hasta el fondo, así, como siento ya tu garganta! -decía Miguel.

– ¡Qué culo más rico tienes, qué estrecho y qué virgen, dios, como disfruto, como gozo en tu culón, cabrón.

Estaba disfrutando como nunca, con dos pollas en mis agujeros y la mía en la boca de Luis. En un momento determinado, Miguel y Luis intercambiaron posiciones. Luis se colocó sobre mí para que le chupara esa polla ya tan conocida para mí, pero Miguel colocó su culo sobre mi polla en una posición increíble, metiéndosela entera en su ojete. Se encontraba mirando hacia Toni y ambos se abrazaban, se besaban y se acariciaban los pechos, mientras Toni le masajeaba la polla. Las chicas nos miraban sin abandonar su posición.

Finalmente, todos estábamos a punto de llegar al paroxismo y, como se había acordado, nos levantamos y descargamos sobre los cuerpos de las dos chicas que se habían separado y colocado una al lado de la otra para recibir nuestro semen en sus bocas y en sus chochitos. Las dos putas se volvieron a mear de gusto. Nosotros también y volvimos a regarles, ahora desde el exterior, todo su cuerpo, desde las tetas hasta el chocho. Toni y Miguel, sin duda más acostumbrados, se agacharon para lamer en sus coñitos un extraño sabor mezcla de leche y orina. Era el momento de lavarse.

Las dos parejas se fueron del hotel al día siguiente y nos quedamos Luis y yo un poco desilusionados recordando lo bien que lo habíamos pasado con ellos. Pero pronto nuestra desilusión se transmutó en nuevas orgías increíbles antes para nosotros. Tras un día aburrido y lluvioso en el que ni siquiera tuvimos ganas de pajearnos, nos levantamos el día siguiente con ganas de marcha y no tardaríamos en encontrarla a la hora de la siesta. Hacía un poco de bochorno proveniente de la humedad que había dejado la lluvia del día anterior y ni Luis ni yo podíamos dormir, así que con ataviados con unas chanclas, unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes nos dispusimos a darnos un paseo por la umbría del bosque.

Tiramos por un camino hasta ese momento inédito para nosotros y no habíamos andado diez minutos cuando pasamos cerca de algo que creímos una cuadra. En efecto, junto a un edificio de piedra aparecía un precioso prado en el que había varios caballos de gran porte. Nos acercamos un poco para observarlos más de cerca cuando oímos unas risas femeninas que provenían de dentro de la cuadra. Inmediatamente desviamos el camino y sigilosamente miramos a través de una de las pequeñas ventanas que tenía. Lo que vimos dentro nos hizo casi corrernos de gusto. Las tres camareras del restaurante, con alguna de las cuales habíamos ya intimado, se encontraban dentro acostadas sobre un pajar una junto a la otra, acariciándose y jugueteando con sus cuerpos a través de unos camisones cortos y casi transparentes. Luis y yo nos miramos y decidimos entrar a presentarles nuestras credenciales.

Cruzamos la valla y cuando nos disponíamos a entrar en la habitación para darle una sorpresa a las chicas, apareció detrás nuestra un pastor alemán que nos miraba con cara de pocos amigos y nos ladraba con furor. En ese momento nos quedamos inmovilizados y aparecieron las chicas que, al vernos, no evitaron reírse. Al rato, más calmadas, calmaron también al can y nos preguntaron qué hacíamos allí. Le contamos que íbamos dando un paseo cuando nos encontramos con sus risas y que habíamos decidido unirnos a su juego. No tardaron en aceptar, no sin antes advertirnos que no podíamos escapar aunque lo que nos propusieran no nos gustara. A nosotros, que ya nos daba un poco igual todo, no nos importó.

– Bueno, escuchad atentamente – dijo Perla, la rubia- de momento sólo vais a mirar, ya os diremos cuando intervenís.

Dicho y echo, se pusieron mano a la obra. Lo primero que hicieron fue llamar al perro que nos había asustado, el cual vino precipitadamente como si supiera ya que le esperaba. Las tres chicas se desnudaron mientras nos mandaban sentarnos en un rincón. Nos dimos cuenta de que la rubia no estaba de cuerpo tan mal como de cara y tenía una figura verdaderamente bien proporcionada.

Empezaron a juguetear con el perro, acariciándole y aceptando las lamidas que ya empezaba a dar. En esto, la jovencita, Katy, se tumbó sobre la paja y abrió su coño para que el perro pasara su ágil lengua por su clítoris, lo que al parecer le volvía loca. Mientras, la rubia empezó a masajear el instrumento al perro, que poco a poco empezaba a crecer. Al rato, nuestra amiga tetuda, Nany, se tumbó sobre Katy, situando su coñito sobre el suyo, de tal manera que el perro tenía dos coñitos juntos para lamer. Mientras, Perla se tumbaba bajo el perro y se metió la polla del can en su boca hasta que vió como se ponía dura del todo. En ese momento avisó a sus amigas y Nany se levantó dejando a Katy el honor de recibir el miembro del animal. Nosotros estábamos cada vez más excitados y ya hacía tiempo que nos habíamos quitado la poca ropa que llevábamos y nos tocábamos nuestras pollas.

Fue Perla la que guió la polla del perro hacía el agujerito jugoso de la joven, entrando poco a poco, no sin dificultad; pero finalmente se consiguió y el perro, que parecía experimentado, comenzó a moverse haciendo gozar a Katy mientras que las dos amigas nos imitaban y comenzaban a pajearse sus chochos chorreantes. Finalmente, el perro descargó en Katy, que mostraba en su rostro claras muestras de orgasmo, y al rato, una vez aflojado el miembro, salió del coñito de Katy y salió de la habitación con la lengua fuera.

– Ahora vamos fuera, con los caballos – sugirió Nany.

– Pero así, ¿desnudos? -preguntó Luis.

– No os preocupéis, vamos a la parte de atrás, donde nadie nos puede ver.

– La verdad es que sois la hostia de fuertes, niñas – dije yo, que era la primera vez que observaba una sesión de zoofilia.

Salimos los cinco aunque Perla se separó un poco de nosotros para al rato llevar al prado oculto al camino un hermoso ejemplar de caballo, que tratado ya por Perla, mostraba un atributo enorme.

– ¿Pero te vas a meter todo eso?, no te cabe, ¿no prefieres ya la mía?

– Anda, calla, mira, mira mi coño a ver si tú puedes llenarlo.

Efectivamente, Perla se tendió en la hierba y abriendo su coño con las manos nos mostró el agujero más grande que habíamos visto nunca. Enseguida se repuso y con ayuda de Nany (Katy, aún recordando al perro, se mostraba ahora más remisa, aunque me sujetaba la polla con gran placer por mi parte) empezó a lamer y acariciar la tranca del animal. Cuando estaba en todo su apogeo, Perla se puso debajo del caballo mientras Katy sujetaba al caballo por las rienda, sin dejar de masturbarme. Nani ayudaba a Perla y poco a poco, de forma increíble, vimos como la enorme tranca desaparecía del todo en el también enorme chocho de Perla, que comenzó a lanzar grandes alaridos que se expandían por todo el valle. El movimiento del caballo se hacía cada vez más intenso y tanto Luis como yo temíamos que en cualquier momento la tranca del animal descuartizara a Perla, pero por la cara que ponía ésta no le importaba lo más mínimo ante el placer indescriptible que estaba gozando. El caballo no podía contenerse más y viendo que iba a descargar de un momento a otro, Nani le sacó la tranca y las tres chicas se pusieron debajo del caballo esperando la descarga; un impresionante chorro de esperma bañó la cara, la boca, los pechos, los chochos y los muslos de las chicas que quedaron completamente embadurnadas. En ese momento dejaron marchar al caballo y pudimos contemplarlas en toda su extensión, bañadas completamente. Luis y yo teníamos las pollas a estallar y nos acercamos con intención de follarnos a alguna de las chicas sin importarnos lo sucias que estaban.

Datos del Relato
  • Categoría: Fantasías
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