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Aquí va la segunda parte de los Londoño.
***
Gabriela despertó. Su madre ya había salido de la cama. Le dejó una nota:
"Amor: Salí a una reunión importante, te dejé el desayuno en la cocina. También hay otro plato, por si tu hermano llega.
Te quiero. Besos."
Salió de la cama, y se fue a la cocina. No había señales de vida. Aura le había dejado un plato con una tortilla. Así como estaba, desayuno en el cuarto de su madre. Dentro, en su cabeza, no podía dejar de pensar en lo que pasó la noche anterior. Era una de sus primeras experiencias, no solo con una mujer, sino en toda su vida. Solo un chico la había visto y tocado. El sexo no fue bueno y ella había quedado con ganas de más. La experiencia con Aura quedaría en su memoria, pegada a ella por siempre.
Se encontró con su vagina húmeda y dos dedos rozándola. Se metió a la ducha.
El agua caliente le acariciaba los pechos. Los pezones estaban paraditos, y su vagina estaba a reventar. Necesitaba algo (o alguien) que la penetrara. Ya había sentido los dedos de su madre, ya había probado ese deseo incestuoso que la mantenía despierta por las noches. Pero no había terminado allí.
Parte de lo que había hecho esa noche de sexo con su madre tan especial, es que siempre podría recordarlo. Siempre iba a permanecer allí, como la tensión. Cada vez que miraría a su madre, sabría que ellas compartirían ese secreto.
Sintió el chorro de agua sobre la piel de sus perfectas y suaves piernas, un hilo de agua se colaba por el interior de sus muslos y caía al suelo. Poco a poco, y guiados por el jabón, sus dedos recorrían su cuerpo. La cara, sus pechos, su abdomen...terminaba acariciando la parte externa de su sexo. No se atrevía a meterse los dedos, porque no quería arruinar la sorpresa. No quería echar a perder esa sensación de ser penetrada.
Algo había cambiado. Gabriela no sabía que era, pero el ambiente de la casa era más ligero. Y así, salió de la ducha, con solo una minifalda, y un top negro. Ni se esforzó por ponerse ropa interior.
Se puso en la tarea de organizar el cuarto de su madre, quería darle un regalo, como agradecimiento por una noche genial. Las sabanas de seda todavía estaban calientes.
En cinco minutos, ya había tendido la cama, y ya no tenía nada que hacer, y se puso a recorrer las cosas de la casa. Abrió los cajones de su madre. Encontró toda clase de ropa interior: brassieres y bragas de todos los colores. Hilos dentales, de encaje, otros sexies, otros no tan sexies. Encontró faldas y vestidos provocadores. No muchos, pero estaban allí.
Pasó de largo por su cuarto. Ya sabía que había allí.
Se topó con la puerta cerrada de su hermano. No tenía llave. Entró como si no debiera estar allí, de puntitas, sin hacer ruido, despacio.
Encendió el computador y mientras esperaba a que la pantalla cobrara vida, abrió cajones y closets. La ropa de su hermano estaba organizada de la misma forma que la suya. Camisetas, medias, pantalones y ropa interior. En el closet no había muchas cosas, solo chaquetas y camisas y zapatos.
Tenía una curiosidad por saber qué clase de ropa interior utilizaba Darío.
—Como él la tendrá con la mía. —pensó en voz alta mientras abría el cajón de la ropa interior.
No encontró mucha sorpresa. Boxers sueltos y pegados al cuerpo, aunque eso no significó que no se calentara un poco. Una sensación de adrenalina se le formó en el estómago cuando vio unos calzoncillos blancos.
La pantalla por fin cogió colores. Y lo primero que hizo fue entrar a internet, a su historial. Quería ver que tan sucio era Darío.
No fue sorpresa que encontrara algunas páginas porno. Su hermano era mayor de edad, podía ver lo que quisiera, pero no fue una página "sucia" la que terminó visitando. Fue una página de soft-porn, donde todas las fotos eran bastante eróticas y sugerentes, pero no había ninguna vulgar de esas que se encuentran abriendo las piernas y mostrando todo, no. En esta, había chicas bastante bonitas, en pose sugerentes, con muy poca ropa, pero bastante elegante.
Sus ojos se abrieron cuando vio la parte de hombres. Su hermano estaba en la primera página, de medio lado, desnudo. A todo color. Las piernas musculosas de su hermano la cautivaron. Pudo ver sus glúteos. En otra, Darío estaba de frente. Sin nada que lo cubriera. Gabriela bajó la mirada al pene de su hermano. Tenía una melena bien arreglada de vello púbico, y era bastante grande, media entre quince y diecisiete centímetros (era muy difícil medirlo a ciencia cierta). Su hermano estaba en forma y tenía unos perfectos juguetes allá abajo.
El asombro de ver a su hermano, y la excitación que cargaba desde que despertó, se unieron. Sintió como su vagina se humedecía. Igual que con su madre, Gabriela maquinó un plan para terminar en la cama con su hermanito.
Darío llegó a eso de las dos. Su hermana ya había visto todo y más de lo que pensaba.
Encontró a Gabriela sentada en el sofá, leyendo un libro cualquiera. Tenía una minifalda y un top. Las piernas de su hermana siempre le habían parecido hermosas, y ese sábado, estaban perfectas.
—Hola. —saludo secamente al ver a su hermana.
—Hola, ¿cómo estás? —Gabriela dejó de leer cuando su hermano entró por la puerta.
—Bien. ¿Dónde está mi mamá?
—Salió esta mañana para una reunión. No ha llegado todavía —Gabriela se levantó y se colocó al lado de su hermano. Su plan ya estaba en marcha. —. Te dejó un desayuno, si quieres.
—Ah bueno.
Darío se fue para su cuarto. Gabriela esperó un rato, hasta sentir que su hermano cerraba la puerta. Luego, ella hizo lo mismo. Se fue para el cuarto de su madre, y sacó las fotografías de su hermano.
Tocó a la puerta. Del otro lado, Darío había puesto música.
—¿Qué quieres? —preguntó Darío del otro lado.
—Quiero que veas algo.
—¿Qué cosa?
Sin pensarlo dos veces, Gabriela se agachó y pasó las fotos por debajo de la puerta. Un segundo después, la música se detuvo y Darío abrió su cuarto.
La cara de su hermano era pálida. La preocupación se le había subido. El tierno rostro de su hermanito estaba fruncido.
—Yo, yo, yo... —No podía ni decir una palabra. Gabriela lo tenía donde quería.
—No te preocupes, nadie se va enterar de nada.
—¿Que? ¿Como? ¿Qué quieres?
—Yo solo quiero una cosa —Se acercó a su hermano. Le susurró al oído. —Siéntate en la cama.
Su hermano obedeció, tal vez por el miedo, tal vez porque la voz de su hermana lo hipnotizaba.
—Te voy a contar algo, y quiero que escuches, ¿está bien? —Darío solo asintió con la cabeza.
Gabriela le contó lo sucedido la noche anterior. No escatimó en detalles. Después de que ella terminó de contar la historia, su hermanito ya tenía una nueva fantasía metida en su cabeza.
Gabriela bajó la vista al pantalón de su hermano. Había crecido y mucho.
—¿Y qué te pareció? Porque yo quiero que tu hagas parte del jueguito. —dijo Gabriela, coqueta y cruelmente.
—Ah...ah...ah.
—Vamos —Se arrodilló y quedo a la misma altura que su hermano. Sin preguntar, le dio un beso en la boca. —, quiero que me hagas las poses que hay en las fotos.
Sin pensarlo y como un robot, Darío empezó a hacer las poses. Gabriela lo frenó
—No, así no —Era autoritaria —Quitate la ropa.
Despacio, Darío se quitó la ropa. Primero la camiseta. Sus abdominales eran planos y formados. Estaba en muy buen estado. Luego las medias. Se desabrochó el cinturón y se bajó el pantalón. Llevaba unos bóxeres azules, pegados, que resaltaban y apenas sostenían su erección. Gabriela le dedico una sonrisita Darío. Cuando se iba a quitar los bóxeres, Gabriela le pidió que parara.
—Esperate un segundo.
Ella se pasó el top por su cabeza. Sus hermosos pechos saltaron libres. Y se desabrochó la minifalda. Cayó a sus pies. Darío vio que el pubis de su hermana estaba cubierto por un fino hilito de pelos.
—Ahora sí. Puedes seguir.
Los bóxeres cayeron al suelo. Gabriela vio como el pene erecto de su hermano le daba la bienvenida. Era más grande en persona. Dieciséis centímetros de largo, era grueso, fuerte.
Por impulso, Gabriela cayó a los pies de Darío y empezó a chupar. Gabriela mamaba, mientras Darío no sabía qué hacer. Daba gemiditos de placer.
Gabriela sentía el calor del pene dentro de su boca. Sintió como el líquido pre seminal le daba sabor a su lengua. Se lo sacó.
—A la cama. —ordenó.
Darío se tumbó boca arriba y su hermana se tiró encima de él.
Cogió el pene con las dos manos y empezó el baile. De arriba a abajo. Masturbaba a su hermano casi con furia y por fin se sentó encima del pene.
Sintió como ese delicioso pito la penetró. Algo la unía a su hermano. Era bastante grande y le estaba dando un placer que no había sentido antes. Cabalgó a su hermano.
Darío le puso las manos en los pechos, acarició las piernas, la espalda, la cara de su hermosa hermana. Era delicioso el sexo con ella.
Gabriela cambió de posición. Ahora ya no cabalgaba. Se había acostado.
Su hermano la penetró una y otra vez. Cada vez que lo sacaba, lo metía y empujaba con más fuerza. Una y otra vez.
Darío ya se iba a correr cuando Gabriela lo hizo cambiar de posición, ahora ella estaba en cuatro y Darío le daba a la vagina de su hermana. Veía el culo perfecto de ella, lo tocaba, lo acariciaba. Gabriela se había quedado sin aliento. Gritaba de placer, se iba a correr.
Volvió a cambiar de estado. Se acostó y jaló a su hermano a la boca. Se dieron un beso. Las lenguas bailaron dentro de las bocas.
—Quiero que te vengas para mí. —Esa faena no había cambiado el tono autoritario de Gabriela.
Darío empezó a masturbarse, y Gabriela se puso detrás de él.
Veía el culo musculoso de su hermano. Lo tocó. Lo único peludo que tenía Darío era en la parte de adelante. Las nalgas estaban lisas.
Empujó a su hermano y este cayó en cuatro. Abrió las nalgas de Darío, y vio el ano virgen.
Tocó el ano, sin penetrar. Se metió los dedos a la boca, y mojados con saliva, hizo círculos alrededor. Sin avisar y cuando creyó que estaba listo, insertó un dedo.
La cara de Darío fue una sensación rara, tenía dolor, pero era placentero. Su pene empezó a palpitar. Sin saber cómo, Darío se sintió en el borde, y ya se iba a correr. Gabriela paró con el ano.
Volteó a su hermano y se recostó en su pecho.
—Termina el trabajo.
Darío siguió masturbándose y se terminó corriendo. Un gran chorro salió de Darío y cayó en todas partes, casi toca a su hermana, pero aterrizó en las manos y en el estómago.
Respiró fuerte.
Posó sus manos en las piernas de Gabriela y empezó a acariciar.
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