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Cayó la noche sobre Roma. En medio de la oscuridad un carro se detuvo frente a la casa del lanista. De él salieron dos hombres grandes y musculosos, vistiendo corazas y llevando espadas colgadas del cinturón; y una mujer menuda, delicada, con la cabeza cubierta por un velo de ricas telas. La dama golpeó la puerta y el lanista salió a recibirles.
-Mi señora, buenas noches. Pasad por favor. ¿En qué puedo serviros?
-Deseo alquilar a dos de tus gladiadores más veteranos.
-Por supuesto señora mía. Aquí dentro tengo a los luchadores más fuertes y apuestos del imperio, como si duda sabréis. Acompañadme y elegid a los que más os plazcan.
El lanista condujo a la dama hacia las celdas donde dormían los gladiadores. Ella los miraba uno a uno desde la puerta. De vez en cuando alguno le parecía lo bastante apuesto para entrar a examinarlo de cerca. Comprobaba la dureza de sus bíceps y sus glúteos, acariciaba sus pectorales y se aseguraba de que el aparato de su entrepierna fuera de un tamaño adecuado. Por fin escogió a un tracio y a un galo.
-Mi señora, ¿deseáis tener a los dos a la vez?
-Por supuesto, ¿de qué otro modo si no iban a combatir?
-¿Combatir?
El lanista estaba confuso. Era habitual que las hijas de los patricios acudieran a él para acostarse con los gladiadores, pero las mujeres nunca organizaban combates. Eso era cosa de hombres.
-Me los llevaré a mi casa y te los devolveré mañana por la mañana. No será un combate a muerte, así que no debes cobrarme el precio de venta ni tampoco el alquiler de las armas, pues no las usarán.
-Como desee mi señora.
Los dos esclavos subieron al carro custodiados por uno de los guardaespaldas de la dama. Ella se sentó delante junto a su otro guardia, que era quien manejaba las riendas. El carro se dirigió a la colina del Palatino, y entró en una de las haciendas más lujosas de la ciudad, cerca del palacio del mismísimo emperador.
Tras bajarse del carro, la dama dirigió al grupo al interior del palacete. Atravesaron lujosas estancias hasta llegar a una escalera que les condujo al sótano. El sótano abovedado era amplio. Las paredes estaban repletas de ánforas y cajas. En el centro había una pequeña arena circular con algunos asientos alrededor. Allí sentadas charlaban animadamente tres doncellas vestidas únicamente con sus joyas. Se levantaron para recibir a la dama y a sus acompañantes.
-¡Magníficos ejemplares!- Exclamó la doncella joven.
-Sí, ya te dije que nuestra prima es muy exigente en estos asuntos- Contestó la doncella gorda.
-¿Vosotras creéis que harán… el jueguecito? Preguntó la doncella hermosa.
-Por supuesto que lo harán.- Respondió la dama mirando primero a los esclavos y después a sus guardias.
Los guardias ocuparon sus posiciones: uno en la escalera para impedir fugas y otro junto a las muchachas para protegerlas. La dama dejó caer sus vestidos dejando ver varios collares y brazaletes y pendientes de oro y plata y piedras preciosas. Sin más ropa que sus joyas, fue a sentarse junto a sus primas mientras ordenaba a los gladiadores colocarse en el centro de la arena.
La dama dio dos sonoras palmadas y dos jóvenes y hermosas esclavas aparecieron bajando la escalera. Cada una se acercó a uno de los gladiadores y depositaron a sus pies las pequeñas ánforas que llevaban. Las esclavas, que tampoco llevaban ropa, desnudaron con mucha dulzura a los gladiadores y, de una manera muy sensual, utilizando todo su cuerpo, les untaron el aceite que traían en sus ánforas.
Mientras tanto, la dama les explicaba las reglas de su pelea:
-Esta no será una pelea normal. Como veis, será un entretenimiento para nosotras, cuatro damas aburridas y viciosas. No se trata de herir a vuestro contrincante. No quiero golpes ni mordiscos ni estrangulaciones ni ningún tipo de ataque a los testículos, sólo podréis utilizar forcejeos e inmovilizaciones. El vencedor será el primero que derrame su semilla en el interior del culo del otro, y recibirá una generosa recompensa. Y el perdedor… ¿Quién sabe? Quizá por esta vez perder también sea una recompensa… ¿Lo habéis entendido?
Los gladiadores se miraron asombrados. Nunca se habían visto en una situación semejante. No estaban seguros de si aquello era mejor o peor que un combate a muerte. En cualquier caso, los guardias tenían sus manos sobre las empuñaduras de sus espadas, de modo que no les quedó más remedio que asentir.
Las esclavas aplastaban sus grandes pechos en los costados de los gladiadores mientras con una mano agitaban sus penes y con la otra introducían un dedo embadurnado de aceite en sus culos.
-Dejad que estas chicas hagan su trabajo.- Continuó la dama.- Cuando vuestros penes estén bien duros será el momento de comenzar el combate.
-¡Yo apuesto por el tracio!- Exclamó la hermosa.
-No, no.- Dijo la gorda- El galo ya se está poniendo duro. Está mucho más excitado y dispuesto a hacer esto que el otro. Será el quien gane.
-Estoy de acuerdo- comentó la joven –Yo también apuesto por el galo.
-Entonces yo apostaré por el tracio, así seremos dos y dos. – Dijo la anfitriona. –Bien, parece que nuestros guerreros ya están listos. ¡Que comience el combate!
Las esclavas salieron de la arena y fueron a arrodillarse ante las patricias. Éstas, por turnos, recibían en sus entrepiernas los lengüetazos de las esclavas mientras gritaban animando a sus campeones.
Los hombres se colocaron frente a frente, en posición de guardia. Comenzaron a caminar en círculos el uno en torno al otro, buscando el mejor momento para atacar. El galo fue el primero en lanzarse. Saltó hacia adelante intentando agarrar los hombros de su rival, pero éste, con un rápido movimiento de pies lo esquivó al tiempo que le ponía la zancadilla. El galo cayó al suelo, pero consiguió levantarse antes de que el tracio cayera sobre él. Furioso, el galo atacó de nuevo. Esta vez usó una finta con la que logró engañar al tracio y agarrarlo por detrás, sujetando a la vez el torso y los brazos de su oponente. Gracias a lo resbaladizo que el aceite había dejado sus cuerpos, no le resultó difícil al tracio zafarse.
-¿Lo veis? - Preguntó la gorda. -Ese tracio es un cobarde. ¡No hace más que defenderse! El galo va a por todas.
-De momento no ha conseguido nada- Señaló la dama.
-¡Ánimo galo! ¡Fóllatelo bien duro!- Exclamó la joven mientras agarraba del pelo a la esclava con las dos manos y la obligaba a mover la cabeza arriba y abajo, para hacer más vigorosos los lametones que le propinaba en el coño.
Los gladiadores siguieron así durante un rato, sin rastro de un posible ganador. A veces se aferraban el uno al otro y se zafaban rápidamente. Otras caían juntos al suelo y forcejeaban hasta que uno conseguía alejarse y ponerse de pie. En todo momento el galo fue más agresivo y el tracio más defensivo, cosa que llenaba de júbilo a la gorda y a la joven. Hasta en tres ocasiones llegó a someter y penetrar al tracio, pero las tres veces logró el tracio escaparse enseguida. La gorda y la joven estaban seguras de su victoria, pero la dama, más experta, sonrió al ver jadear al galo.
-Está cansado.- Dijo. –Cada minuto que pasa, el galo tiene menos posibilidades de ganar.
La táctica del tracio estaba siendo un éxito. Él aún estaba fresco mientras que el galo estaba claramente cansado, de modo que el tracio vio la oportunidad de pasar al ataque. Corrió hacia su rival y de un empujón lo derribó cayendo encima de él. Sin embargo, al galo aún le quedaban energías para un último contraataque. Rodó hasta colocarse encima del tracio, deslizó sus brazos por debajo de las piernas de su contrincante y las agarró con todas sus fuerzas, tanto para inmovilizarle como para mantenerle en una postura adecuada para penetrarle, pero al tener las manos ocupadas le resultaba muy difícil apuntar. Su pene golpeaba continuamente el ano del tracio, pero no conseguía entrar, sino que resbalaba entre las nalgas de su adversario.
Tras mucho retorcerse en esa postura, el tracio logró agarrar con su mano el miembro duro y palpitante del galo, y empezó a agitarlo violentamente. Con un gemido, el galo soltó su presa y de su pene salió disparado un espeso chorro de semen que fue a estrellarse contra el pecho del tracio.
Agotado por la pelea y el orgasmo, el galo no pudo resistir el último ataque del tracio, que se abalanzó sobre él. Tumbado boca abajo, inmovilizado por el peso del tracio, el galo sintió como se le ensanchaba el agujero de atrás. Gritó y se retorció, pero fue inútil. Ya no tenía fuerzas suficientes para librarse. El tracio movía sus caderas enérgicamente, metiendo y sacando rápidamente su polla en el culo del galo. Poco después el tracio gimió, el ritmo de sus caderas decreció considerablemente y el galo maldijo su suerte. El tracio sacó su polla y se apartó. El culo del galo estaba rojo y abierto, y de él brotaba un cálido líquido blanco.
-¡Ya tenemos ganador! – Proclamó la dama.
-Aunque he perdido, he de admitir que este ha sido el combate más emocionante que he visto nunca. –Comentó la gorda.
-¡Bien! –Exclamó la hermosa. – ¡Es el momento de cobrar las apuestas!
Las perdedoras aceptaron humildemente el precio de la apuesta perdida. Las cuatro mujeres eran ricas, de modo que no tenían ninguna necesidad de apostar dinero ni joyas. La gorda y la joven caminaron hasta el centro de la arena, donde se arrodillaron, cerraron los ojos y abrieron la boca. La dama y la hermosa, de pie junto a ellas, separaron con las manos sus labios vaginales y comenzaron a orinar en las bocas de las perdedoras. Los gladiadores miraban asombrados como la joven, asqueada, hacía lo posible por tragar la orina de la hermosa, pero la mayoría se le salía y le empapaba su menudo cuerpo. Mientras, por el contrario, la gorda disfrutaba de su lluvia dorada. No sólo bebía con gusto sino que además lamía con ansias el coño de la dama mientras ésta aun meaba.
-Y ahora, llegó el momento de la recompensa.- Anunció la dama. –El ganador para las ganadoras, y el perdedor para las perdedoras.
La dama y la hermosa se acercaron al tracio y le acomodaron en un colchón. La dama se sentó sobre él a horcajadas y le lamió el semen reseco que el galo había derramado sobre su pecho. La hermosa se arrodilló a los pies del gladiador y su lengua alternaba entre el pene del hombre y el coño de la mujer. Cuando el rabo del tracio se puso duro de nuevo y el coño de la dama estaba empapado, la hermosa agarró el miembro del hombre y lo dirigió hacia el coño de la dama, quien con un movimiento rápido de cadera se lo metió hasta el fondo. Mientras la dama comenzaba a mover sus caderas la hermosa se sentó sobre la cabeza del tracio y le exigió que sacara la lengua. Ambas mujeres movían sus caderas para obtener placer mientras se besaban.
Por su parte, la gorda ordenó al galo ponerse a cuatro patas. El galo obedeció y la gorda se arrodilló detrás de él. Con sus manos, la gorda separó las nalgas del galo y un nuevo goterón de semen salió de su culo, resbalando hasta llegar a la bolsa escrotal. La gorda lamió esa leche con avidez, y también lamió el culo del galo en busca de algo más de esperma. La joven, enfadada, se arrodillo frente al luchador derrotado.
-¡Mira como estoy por tu culpa! – Le gritó. -¡Por tu culpa estoy empapada de orines! ¡Límpiame ahora mismo!-
El galo no tuvo más remedio que obedecer. Aunque le asqueaba tanto como a la joven, sacó su lengua y recorrió con ella el cuerpo suave y delicado de la chica. Ella le agarraba la cabeza y se la dirigía hacia donde tenía que limpiar, aunque se entretuvo más de la cuenta en sus diminutos pechos y en su rosada rajita.
Los guardias, que habían sido testigos silenciosos de la velada, estaban tan excitados como las doncellas, pero no tenían permitido quitar el ojo de encima de los gladiadores, de modo que llamaron a las esclavas y las obligaron a chuparles las pollas.
La hermosa dejó de besar a la dama, se inclinó hacia delante de modo que el tracio aún podía chuparle el coño, pero ahora ella también podía lamer la base del pene del tracio y al mismo tiempo el clítoris de la dama. Esto sacudió los sentidos de la dama, quien entre gemidos tuvo un espectacular orgasmo. Completamente relajada, la dama se tumbó boca arriba. La hermosa se colocó sobre ella de modo que ambas podían chuparse el coño mutuamente y ordenó continuar con ella al tracio, quien se puso de rodillas y la penetró desde detrás. No tardó mucho en llegar también al orgasmo, y entonces, las contracciones de su vagina fueron tan fuertes que el tracio no pudo contenerse. Una descarga húmeda y caliente inundó el interior de la hermosa. La dama, que hasta entonces no había dejado de lamer el clítoris de su compañera, sacó el pene y se lo metió en la boca. Le dio unos lametones hasta dejarlo limpio y entonces se afanó en limpiar a su prima. Con unos dedos suaves separó los labios vaginales hasta que el semen empezó a salir del interior de la hermosa. Entonces la dama abrió la boca, sacó la lengua y recogió con ella todo el líquido que le cayó. La hermosa entonces se dio la vuelta para besarla y las dos compartieron el cálido esperma en una serie de besos que duró hasta después de haber tragado la última gota de leche.
Mientras tanto, la gorda estaba tumbada encima de la joven, quien culpaba a la gorda de estar ensuciándola de orina otra vez. Para calmarla, la gorda le lamía la cara, el cuello, y sobre todo los pezones. Ambas mujeres frotaban sus entrepiernas mientras el galo, que estaba detrás de ellas, metía su polla alternativamente en ambos coños y estrujaba con lujuria los pliegues de grasa de la gorda. Cuando el galo se corrió, su polla estaba dentro de la gorda y ninguna de las dos mujeres había alcanzado el orgasmo. Las dos se burlaron de él y le insultaron, pero por no quedar a medias siguieron frotándose y lamiéndose la una a la otra. Del coño de la gorda salía poco a poco el espeso semen del galo, que se iba esparciendo por el chocho de la joven a medida que ambos sexos se restregaban el uno con el otro. Siguieron así un momento hasta que las dos estuvieron satisfechas.
Entonces la dama dio por terminada la orgía. Mandó a las esclavas traer agua y trapos y limpiar los cuerpos de los gladiadores. Obedecieron rápidamente y los gladiadores pudieron vestirse de nuevo. La dama les sirvió una copa de vino y un mendrugo de pan para que repusieran fuerzas. Cuando terminaron de comer, los guardias los llevaron de vuelta al carro, donde aguardaba la dama, vestida únicamente con el velo que había llevado al inicio de la noche.
Los gladiadores se sentaron a ambos lados de la dama y ella reposó sus brazos en las entrepiernas de ellos. Poco después de comenzar la marcha, ambos hombres estaban excitados otra vez. La dama se sentó a horcajadas sobre el tracio, metiéndose su rabo en el coño, y ordenó al galo que la penetrara por el culo. Así viajaron de vuelta a la casa del lanista, y así, con la primera luz del alba, la dama regresó a su palacio, con sus dos agujeros favoritos mojados y calientes, rellenos de valiosa semilla de gladiador.
FIN
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