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Categoría: Confesiones

Un encuentro amoroso entre dos amantes en un bosque idílico

Hacía mucho tiempo desde la última vez que habían ido allí. Les gustaba ese lugar por la calma que les ofrecía. Era un lugar donde podían huir para encontrarse.

Era un lugar donde podían sentir uno el cabello del otro, su nariz… Cada vez que se reunían sentían la imperiosa necesidad de tirarse en el césped, en la mejor manta jamás imaginada. Uno de los dos se tumbaba mientras que el otro le observaba.

En esa ocasión, era el turno de ella de recostarse y el suyo de observar… Por un rato. La chica comenzó a desabotonarse la fina blusa color mar que vestía mientras mantenía sus verdes ojos fijos en él. Con un ágil movimiento se la quitó de encima, revelando unos pechos alegres a los que la gravedad poco efecto había hecho. Acto seguido, mientras él la observaba y devoraba con los ojos, comenzó a bajarse los pantalones cortos de color azul marino que vestía, dejando tras de sí unas finas bragas que no tardarían en seguirlos.

Tiró todas las prendas lejos de ella y se tumbó en el césped completamente estirada. Comenzó a acariciarse los pechos lentamente, no tenía prisa, mientras apartaba una pierna de la otra, mostrando una entrepierna con vello que invitaba a ser acariciada como bien indicaban los ojos de su compañero.

Una de sus manos comenzó a bajar por su vientre hasta internarse en su entrepierna, completamente húmeda, para comenzar a acariciar su clítoris. Empezó muy despacio, acariciándolo por los alrededores, en círculos. Habría podido seguir así toda la tarde, pero él no dejó que fuese así. Ya no podía contener la descomunal erección que marcaba sus pantalones en tono acusador y se acercó a ella mientras se quitaba la camiseta, los pantalones y, en un último lugar, el hinchado bóxer.

Se lanzó sobre ella con ansia, con hambre, y comenzó a besar su boca primero despacio, pero pronto sería con pasión; lamiendo sus labios y mordiéndolos después. Recorrió sus labios con la lengua para después introducirla en su boca levemente, como si le pidiese permiso, tanteando el terreno hasta que la lengua de su compañera salió a recibirla y ambas se enzarzaron en una danza acompañada por la respiración agitada de sus dueños y las manos que acariciaban cada centímetro cuadrado de sus pieles, recorriéndoles de arriba a abajo, desde la zona más seca a la más húmeda imaginable.

No hablaban. No eran necesarias las palabras cuando, con cada caricia y cada gemido, iban impresos sus más profundos deseos; guiando con cada yema las acciones del otro.

Pronto la mano de él se encontró también con el inflado clítoris, provocando un gemido de placer. El primero de muchos. Introdujo después un dedo por su vagina, lentamente, mientras lamía su cuello descendiendo progresivamente hacia sus pechos, donde se afanó lamiendo sus endurecidos pezones.

Entre gemidos y caricias, pasaba el tiempo. Al primer dedo se sumó un segundo, los gemidos se hicieron más agudos y su frecuencia aumentaba al tiempo que lo hacía la de entrada y salida de los dedos. Mientras tanto, las manos de la chica se sumaron a la acción y se repartieron el trabajo entre acariciar el erecto miembro de su acompañante y su bolsa escrotal; haciendo que éste, su acompañante, perdiese completamente las fuerzas y se tumbase a su lado, pues ya poco o nada podía hacer por mantenerse erguido con un brazo.

Comenzaron a besarse y acariciarse con ansia, queriendo devorarse el uno al otro, casi con fiereza; se buscaron con la mirada, querían leer la aprobación en los ojos del otro para poder continuar de otra forma. Se sentían estallar y él, gimiendo de placer, lamió y lamió hasta que llegó con su boca, su lengua y sus dedos a la entrepierna de ella. Lamía su clítoris en círculos mientras internaba dos dedos en su vagina y un tercero que exploraba alrededor su ano hasta acabó por introducirse en él.

La chica comenzó a agarrar hierbajos, pues poco o nada podía ya controlar los espasmos de placer que contraían su vagina una y otra vez. Cuando ya no pudo más, cogió la cabeza de su amante con las manos y tiró de él hacia arriba. Necesitaba sentirle de otra forma. Necesitaba sentir su miembro dentro de su vagina. Y en cuanto tiró de él, no tuvo que pedirle con palabras que metiese su pene, le bastó con moverse ligeramente para que ella le abrazase con las piernas, solicitándolo.

Entró en su vagina muy lentamente en la primera embestida. Incrementando el ritmo con cada una de ellas mientras se mordía el labio, conteniéndose para no dar con toda la fuerza de la que era capaz, pues poco tiempo podría aguantar a ese ritmo. Cogió con sus brazos a la chica para, con dos pequeñas maniobras, sentarla sobre él y besarla mientras ambos se fundían en un movimiento rítmico e hipnótico. Le acariciaba los pezones mientras, desde abajo, llegaba a sus oídos el sonido de sus cuerpos chocando una y otra vez.

Ella no quiso estar mucho más tiempo en esa posición, y después del primer orgasmo, le empujó suavemente para que se tumbase en el suelo y ella se ubicó a horcajadas sobre él, continuando con ese frenético ritmo que él había empezado un rato antes. Frotaba su sexo contra su pelvis y cogió las manos de él para ponerlas en sus senos. Alzó la cabeza y se entregó completamente al segundo orgasmo. Y al tercero. No hubo un cuarto. Después de un largo y profundo gemido, notó los espasmos en el miembro todavía erecto de su amante que derramó líquido cálido dentro de ella.

Acostados, se tomaron la mano y suspiraron, como si fuese la primera vez, y con la certeza de que no sería la última.

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