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La primera vez fuera del matrimonio sucedió sin buscarlo ni esperarlo. Algo completamente inesperado pero que tuvo la virtud de abrirle nuevas vías de escape lejos de una mujer demasiado inmersa en sus labores de madre…
Antonio arribó a Valladolid con la, tal vez, falsa corazonada de que aquel se convertiría en su último viaje de negocios, con la impresión en la cabeza de dar una vuelta de tuerca a su muy ocupada existencia, a tener en mayor consideración a su mujer Carmen a la que tenía olvidada en demasía con sus continuas idas y venidas.
El negocio le tenía absorbido hacía ya muchos años, viajes constantes de una ciudad a otra, constantes viajes en avión a Londres y Oporto alojándose en impersonales habitaciones de hotel y sin apenas pisar el dormitorio y el lecho conyugal en el que Carmen consumía las semanas en compañía de aquellos juguetes con los que olvidar mínimamente la separación del esposo.
Los muchos engaños a los que Antonio la había sometido solo fueron respondidos una única vez por la mujer. Un breve momento de locura transitoria, una relación fugaz junto a Carlos, su cuñado y hermano menor de Antonio su esposo. Antonio para variar se encontraba fuera de casa por unos días, una semana larga recorriendo Portugal de norte a sur. Aquella noche Carmen no pudo conciliar el sueño, tras escuchar al otro lado de la línea telefónica las inconfundibles risitas nerviosas de otra mientras hablaba con su marido. Antonio, despidiéndose antes de colgar con premura, tuvo la amabilidad de hacerle efímero el insoportable momento, resbalándole las lágrimas crueles mejilla abajo mientras la mujer madura hacia rechinar los dientes al apretarlos con violencia y de manera inconsciente.
Lo de Carlos fue algo rápido y sin sentido alguno para ella, tan solo una simple venganza con la que dar cumplida respuesta a lo que su marido la había hecho sufrir tantas y tantas veces. La llamada de aquella tarde-noche evidentemente no era la primera vez ni seguramente sería la última. Un hombre fuera de casa de manera constante, corriendo mundo y conociendo mujeres allí donde iba lo extraño hubiese sido lo contrario. Como réplica a todo aquello, Carmen acorraló a Carlos en el recibidor del domicilio conyugal, entregándose al tímido muchacho hasta acabar ambos enlazados entre las sábanas arrugadas donde la madura cincuentona fue penetrada y dominada de modo nada satisfactorio. Al marchar Carlos, dejándola tumbada y despojada de toda vergüenza, lloró desconsolada y despechada al pensar en el momento no deseado pero que ella misma con su imprudencia había provocado.
Mientras tanto y volviendo a Antonio, el hombre de negocios se encontraba harto de aquella vida que sentía ajena a su persona. Necesitaba un cambio de vida y lo necesitaba ya. A sus cincuenta y tantos avanzados años, el trasiego diario, los viajes constantes empezaban a hacer mella en él.
Los primeros años, al heredar la empresa de su padre y entrar con ello de lleno en el mundo de los negocios, se mostró entusiasmado ante el desafío ofrecido, ante lo que suponía mantener e incrementar en la medida de lo posible el considerable patrimonio de la familia. Por entonces era joven, soltero y mostraba una actitud segura con su título de economista recién conseguido en la Complutense de Madrid. Al fin había cumplido los deseos de sus padres de continuar con la saga empresarial; la hermana mayor Almudena trabajaba como auditora en una reconocida firma financiera y Gonzalo, el siguiente de los hermanos, no tenía mano ni interés alguno por el negocio. Carlos, por su parte, era todavía joven aunque comenzaba a mostrar ya su carácter apocado y timorato ante los retos de la vida.
Antonio, a los veinticuatro años y ya mínimamente situado, se casaba con Carmen dejándola embarazada apenas un año más tarde. Tras el nacimiento de Álvaro, llegaba la pequeña y pizpireta Susana llenando a Carmen de alegría y quehacer. A partir de ahí, los negocios absorbieron por entero su tiempo y junto con las reuniones de trabajo y los prolongados viajes aparecieron las primeras mujeres.
No es que fuera en realidad un donjuán ni nada por el estilo. Era, eso sí, apuesto y de buen porte, lo que combinado con su labia y facilidad de palabra le hacían irresistible para las mujeres con las que trataba. Hermosas hembras de todo tipo y condición, jóvenes y maduras, solteras y casadas con necesidad imperiosa de retozar, las esposas de más de uno de los ejecutivos con los que negociaba habían caído entre sus brazos mientras el recuerdo de Carmen y los niños se volvía lejano y olvidadizo.
En los primeros viajes Carmen le acompañó pero con el nacimiento de Álvaro todo cambió. La separación la volvió callada y poco propicia a los encuentros carnales. Encerrada en sí misma y con ojos solo para los pequeños. Antonio era joven y necesitado de desahogo. Los repetidos y prolongados viajes daban pie a cálidos encuentros furtivos. En Londres, en Córdoba, en Madrid o en cualquier lugar en que se hallara la oportunidad la pintaban calva para el joven y exitoso empresario. Las mujeres se dejaban seducir y él las complacía debidamente y de la mejor manera.
La primera aventura sucedió sin buscarla. Se encontraba en Londres en una de esas ferias en que se da cabida lo más granado del sector. Antonio llevaba dos días en la capital de las islas, contactando con todo aquel al que ofrecer las últimas novedades. Cargado de folletos llevaba el maletín y aún más se iba cargando la agenda de contactos y pedidos a los que posteriormente hacer frente.
Una vez finalizado el día, por cierto duro y provechoso día para el negocio, fue invitado a cenar con un grupo de ejecutivos y personajes de todo tipo. Alguno de ellos acompañado por su despampanante esposa; secretarias maduras y más jóvenes y por supuesto de buen ver corrían por allí. Antonio estaba cansado y con ganas de ir al hotel y pillar la cama. Pese al cansancio fueron a cenar a un local amplio y de aspecto minimalista en el que se podía conversar amigablemente y después echar unos bailes si así se terciaba.
Hacía calor y Antonio se deshizo de la americana que dejó colgada en el respaldo de la silla. La cena se alargó un tanto, aunque Antonio supo cortar pronto por lo sano viendo lo poco fructífera que se presentaba la ocasión ante las lamentables muestras de embriaguez que aquellos hombres empezaban a evidenciar. Poco o nada había allí que rascar –pensó para sí consiguiendo despedirse del grupo pese a las muestras quejosas que le mostraron.
Del salón dirigió sus pasos al bar cercano con ganas de disfrutar de una última copa antes de marchar. Un brandy con un hielo estaría bien, pidiéndolo al barman próximo una vez hubo tomado asiento en uno de los taburetes. Tras él y a su lado apareció pronto la promotora de ventas de una firma de Birmingham y en la que el hombre no había reparado antes. Era aquella una joven ambiciosa y despierta para los negocios y a la que Antonio imaginó su misma edad poco más o menos. Alta y hermosa, embutida en un ceñido vestido color burdeos que dejaba la espalda al aire, tomó asiento a su lado.
– Hola –dijo la mujer mostrando su dentadura perfecta y bien cuidada al sonreírle abiertamente.
– ¿Perdone, la conozco? –exclamó preguntándole él.
– ¡Oh dios, cómo son los hombres de despistados! Estoy en la feria como usted, de la promotora de Birmingham, ¿recuerda?
De inicio Antonio no la recordaba para nada pese a su más que evidente belleza. De nariz ganchuda lo que no le restaba un ápice de gracia sajona, ojos verdes y grandes de pestañas oscuras y rizadas, labios granates y brillantes sobre los que atraer la atención masculina, amplio escote con el que remarcar el canalillo de aquel par de pechos que parecían buscar escapar a su prisión. Morena y con el cabello semirecogido se presentó ofreciéndole amistosa la mano. Antonio la tomó entre los dedos recordándola ahora sí.
– Me llamo Blair Miller y…
– Sí sí Blair, ahora la recuerdo sí. De la firma de tecnologías de información y comunicación.
– Bingo –exclamó ella dándole respuesta con su sonrisa abierta y franca.
– ¿Y bien? ¿A qué se debe el placer de tenerla sentada a mi lado? –preguntó sin cortapisas y de forma directa.
Antonio no se andaba con rodeos si podía ir al grano. La presencia de aquella joven a su lado tendría su razón de ser aunque en ese momento no supo cazarla al vuelo. Cruzando la pierna con algo de dificultad por lo largo y embutido del vestido, la morena pidió lo mismo que él tomaba.
– Sabes –se animó ella a tutearle por primera vez, a mí también me molestan sobremanera los grupos de jóvenes ejecutivos con más de una copa encima y que solo van a lo que van.
Ese “van a lo que van” le sonó a Antonio a invitación encubierta. Ciertamente era bella y hermosa y pese a estar cansado, la atención masculina llevaba rato fija en la joven morena. Antonio había conocido a alguna que otra de esas jóvenes secretarias y directoras con interés por crecer profesionalmente de la forma más rápida y directa a su alcance. Y aunque nunca hasta entonces había caído en las redes femeninas, era claro lo que la mujer pretendía de su persona. No tardó en hacérselo saber.
– Siento decirte que estás ante uno de ellos. Yo soy uno de esos jóvenes ejecutivos que tanto te molestan.
– Bueno lo eres aunque no te encuentras con una copa de más. Y también sé que estás casado aunque la verdad es que no me importa.
– Vaya, ¿hasta dónde has indagado en mi persona?
– Bueno, la verdad es que me gustas y pienso que no hay nada de malo en poder hacernos compañía mutuamente. Siempre que tú sientas y desees lo mismo, claro.
El joven ejecutivo quedó con la boca abierta ante la franqueza con que la guapa inglesa le abordaba. Él buscó dar fin a la encerrona, atrapando en el bolsillo interior de la americana la billetera de la que sacar los billetes con los que pagar ambas consumiciones antes de despedirse amablemente. Sin embargo, ella no le dejó escapar plantándole firmemente la mano sobre la suya.
– Por favor Tony, no me dejes. Pasemos la noche juntos –susurró Blair en voz baja, un mínimo hilillo de voz en forma de súplica acuciante.
La facilidad con la que había planteado una posible relación entre ambos había dejado al hombre cortado en un primer momento, aunque pronto volvió a su rostro aquel gesto cordial y afectuoso que le caracterizaba. Imposible resistir a aquel ruego tan directo en forma de encuentro carnal con aquella joven y atractiva morena.
– Me gustas Blair, me gustas mucho –no pudo menos que reconocer antes de que el primer beso entre ambos se diera.
Bajo el pantalón no pudo evitar una respuesta clara gracias al roce de aquellos labios trémulos y necesitados de sus besos. La primera mujer a la que besaba tras su matrimonio con Carmen. No hubo conflicto ni posible pensamiento de perdón en el hombre, tan solo disfrute por sentir aquellos labios jugosos y carnosos, por conocer aquellos pechos prominentes, por aquellas curvas sinuosas con las que perder el oremus.
– Larguémonos de aquí –pronunció Blair una vez separados los labios, brillándole los ojos de aquel modo especial que tanto encandiló al hombre casado.
Tomándole con fuerza la mano le llevó con ella a la calle. Blair resultaba lozana y entregada a la labor, aquella labor necesaria que Carmen había dejado de lado hacía meses, siempre pendiente de los pequeños y nada de él. Un taxi discreto les condujo al hotel donde Antonio se hospedaba. La igualmente discreta recepcionista le hizo entrega de la llave de la habitación sin preguntar más. De ese modo, y en el amplio ascensor, subieron dando inicio a los primeros besos con lengua. Desde aquel día dieron comienzo las relaciones extramaritales para nuestro estimado ejecutivo.
En brazos de la joven mujer, libre y sin lazos que la ataran a nada, Antonio abrió los ojos a una sexualidad desconocida para él hasta entonces. Blair no era una amante extraordinaria aunque sí resultaba morbosa y confiada a cualquier cosa que pudiera darles placer. Ardiente en su actitud frente al sexo fue para el guapo ejecutivo la frescura, la disponibilidad en la cama, el atractivo de lo prohibido. Antonio se lanzó a la piscina en plancha y con los ojos cerrados, entregándose a la inglesa sin reservas.
Tras introducir la llave con evidente dificultad, entraron jadeantes y entrecortados, besándose apasionados mientras las manos corrían las ropas con descaro. Algo más joven que el hombre, la inglesita se entregaba ufana a los besos y los roces con los que él la obsequiaba, comiéndose las bocas con desenfreno. Llevada por él hasta la pared, se descalzó como pudo al tiempo que las lenguas batallaban enredadas la una con la otra. Quitándole la americana con fiereza, Blair le besaba con ganas. Deseosa por que la hiciera suya las manos masculinas corrieron arriba y abajo la desnuda espalda en busca de la cintura. Blair gimió fuertemente, mordiéndole el labio inferior hasta hacerle gritar furibundo.
– Bésame, bésame… te deseo.
Nunca Carmen se le había entregado de aquel modo tan intenso y ardiente. Las manos de largas uñas granates y bien cuidadas le buscaban sobre la camisa tratando de desnudarle. Y mientras, con la boca le besaba una y otra vez mezclando ambos las salivas que aquellas lenguas húmedas y cálidas producían. Antonio olvidó por completo el hogar conyugal y a su mujer y a sus hijos, disfrutando los primeros instantes de aquel adulterio no buscado.
La besó con fiereza, respondiendo a los besos alocados con los que la mujer le regalaba. Besándole ahora él y contestándole ella al abrir la boca dejando paso a la lengua altanera y llena de deseo. Pegada a la pared, Blair se dejó amar por el atractivo ejecutivo. Los dedos dejando caer los tirantes a los lados y luego las cazoletas del sujetador abajo con lo que permitir la imagen perturbadora de aquel par de pechos echados a los lados y de buen tamaño. El hombre se humedeció los labios mientras los ojos caían en el par de buenas razones que la hembra le ofrecía. Los pezones oscuros y grandes enseguida recibieron el roce perverso de los labios masculinos. Blair volvió a gemir con la misma fuerza de antes, riendo enloquecida y llevándole contra ella tomado de la cabeza. Las uñas enredadas en los cabellos morenos y crespos del hombre, le apretaba contra ella sin dejar de reclamar más y más.
De un pezón Antonio pasó al otro, rozándolos con los labios, envolviéndolos con los mismos, lamiéndolos y llevándolos a crecer bajo los labios Entre los dedos se los apretó, pellizcándolos cruelmente lo que la hizo gritar dolorida. La pobre y excitada muchacha se retorcía buscándole por su lado con las manos. Separándole mínimamente de su lado, a duras penas consiguió ir soltando uno a uno los botones de la camisa hasta hacerla caer al suelo.
Antonio subió al cuello, comiéndoselo con la misma saña y actitud salvaje al que la pasión le había llevado. Lo lamió y besó entre los grititos sofocados que su joven amante emitía. Subiendo y bajando sin descanso, notándolo temblar bajo sus labios, llegando al mentón que mordió débilmente para luego bajar la piel sensible y fina.
– Bésame mi amor, bésame… oh sigue así, me tienes loca…
Y él lo hizo, mordiéndole ahora el cuello con rabia descontrolada, ocasionándole marca inconfundible con aquel contacto procaz. Sin embargo la mujer ninguna queja produjo, tan enloquecida y caliente se encontraba bajo el influjo de su amable compañero. Entre grititos placenteros de su boca entreabierta, se dejó desnudar soltándole el cierre del sujetador y cayéndole el vestido abajo hasta quedar recogido bajo sus pies. Antonio la miró creando la pareja un momento mágico y en silencio, gozando la imagen desnuda de aquel cuerpo lozano y de bellas formas. Un fino y diminuto conjunto de lencería blanca e inmaculada quedó a su vista, relamiéndose los labios con fruición ante el exquisito bocado que se le ofrecía.
– ¿Te gusta lo que ves? –preguntó ella brillándole los ojos de aquel modo que tanto había perturbado a su compañero.
– Eres preciosa cariño… ven deja que te bese.
Volvieron a besarse, esta vez de manera más suave y contenida, escuchándose el respirar acalorado de la pareja en el silencio de la estancia. Antonio se apretó a ella haciéndola sentir su sexo encabritado pegado a la pierna. Eso la iluminó en su lascivia, tratando y consiguiendo alcanzar el miembro escondido bajo el pantalón.
– ¡Qué duro estás! –exclamó mientras por abajo removía los dedos sobre la tela y a lo largo de aquello que entre ellos se apreciaba sin trabas.
– Desnúdate cariño –le pidió en voz baja, sin dejar un solo momento de hacerse al tamaño más que prometedor que allí se adivinaba.
– Hazlo tú pequeña –respondió él invitándola con voz trémula y con la que mostrar el creciente deseo que le embargaba.
– Llévame a la cama –el susurro femenino al tomarle con fuerza la mano como antes había hecho.
De pie ambos en medio del dormitorio, el amplio lecho les recibió en su total desnudez, desnudándole Blair al quitarle los pantalones y el slip sin tardanza. Igualmente ella se deshizo coquetamente de la braguita, haciéndola escapar con un golpe leve del pie. El vello hirsuto y oscuro de la pelambrera femenina quedó ante la mirada atónita de su amante. Uniendo las bocas, una vez más se besaron disfrutando el cálido roce de los labios unos sobre otros. Por abajo la experta muchacha enganchó el pene palpitante, empezando a remover lentamente los dedos arriba y abajo. La joven pareja jadeaba ante lo peligroso del roce, corriendo los dedos a lo largo del pene en una caricia ciertamente llena de riesgos. Se besaban murmurando ella, acallándole los jadeos y lamentos la boca pegada a la suya. Así estuvieron batallando un rato más el uno con el otro, masturbándole Blair el miembro medio enderezado y tomándola el macho por la cintura y las nalgas atrayéndola contra él aún más.
Se besaban con deseo inconfesado, dándose las bocas, pegados como lapas, acariciándole la mujer los cabellos mientras Antonio la sobaba allí donde podía. Tan pronto los pechos firmes y de pezones erectos como las poderosas manos bajaban a las ancas y los muslos rozándolos de forma obscena e irrefrenable por encima para, sin respiro, subirlas a la espalda curvilínea y sensual que tanto le ponía. Era Blair una mujer hermosa, apetecible y en la flor de la vida. Antonio la deseaba como ella le deseaba a él. No hacía falta hablar más, estaba ya todo lo suficientemente claro como para no dar marcha atrás.
Gemían, jadeaban entrecortados, reclamándose mucho más sin decir palabra alguna. No hacía falta, los gemidos y suspiros cada vez más alterados eran prueba palpable del fuerte deseo que les consumía.
– Ámame Tony, ámame… hazme tuya mi amor –el hilillo de voz escapaba vacilante junto al oído del hombre.
Volvíó a pellizcarle los pezones haciéndola gritar una vez más, cayéndole los labios sobre el hombro desnudo que besó con suavidad infinita. Con un gesto lleno de erotismo Blair se abandonó a sus brazos, le masturbaba cada vez más despacio, bastante tenía con lo que sentía como para dedicarse al placer de su macho. Se retorcía bajo el poder masculino, disfrutando el roce de aquellas manos sobre las nalgas, notándolas apretadas entre los dedos lo que la hizo derretirse como un azucarillo. Llevándola contra él, pudo notar el miembro medio hinchado pegado a su vientre y eso la hizo volver a tomar conciencia de aquello que tanto le interesaba.
Sin prestar atención a la manifiesta inquietud que al hombre atenazaba, la inglesita se separó de su lado para deshacer la cama y tumbarse a continuación boca abajo y cuán larga era. Imagen turbadora y sensual que a su compañero enloqueció por entero. El cuerpo desnudo y blanco como la leche se ofrecía delicado y lleno de esplendor a sus ojos. Sonriéndole aviesa, murmuró mimosa como mejor forma de incitarle a la lucha.
Él se encontraba de pie junto al lecho pero algo alejado, por lo que ella le invitó a acercarse con sonrisa burlona y un malicioso golpe de dedo. Antonio respondió obediente al deseo de la hembra. Así quedó a los pies de la cama y muy próximo a su boca. El culo redondo y prieto, la visión de la parte trasera de aquellos muslos firmes y rotundos le obnubilaba el entendimiento. El continuo cruzar y descruzar los pequeños y elevados pies provocaba en el hombre la mejor de las sensaciones. Ella sabía bien lo mucho que le gustaba y todo lo mucho que sus formas sensuales y curvilíneas podían provocar en su joven amante de aquella noche. Y entonces sintió Antonio el primero de los roces sobre su miembro todavía caído. Un tímido golpe de lengua con el que hacerle empingorotarse sin remedio. Gimió débilmente, notando un escalofrío correrle la espalda ante lo inesperado de la caricia.
– Ven cariño, deja que te dé placer…
Tal como la voz indicaba y tras ponerle la preceptiva goma, la joven se dispuso a darle placer con su boca. El miembro herido no tardó en responder de manera escandalosa al cariñoso ataque. Levemente incorporada, el rostro le quedaba a la altura perfecta del objeto tan deseado. De nuevo aquel tímido golpe de lengua, quedando Antonio tenso y apoyados los pies con firmeza en el suelo. El pene caído respondió palpitante y excitado a la caricia. Entonces ella lo tomó entre los labios sin necesidad de las manos y comenzó a chuparlo lentamente. Metiéndosela y sacándola, cerrando los ojos y abriéndolos para sonreírle de aquel modo perverso. Los ojos ahora en blanco al metérsela lo que pudo. Poco a poco el miembro hinchado empezaba a responder convenientemente llenándole la boquita con su presión asfixiante.
– Sigue, sigue así… cómemela, cómemela toda…
Antonio la follaba empujando el miembro contra la boca hambrienta, entrándole entre los labios que lo envolvían golosos. Ella chupaba y chupaba, llenándose la boca con la fuerza del hombre. Enseguida le puso firme, aquella lengua y aquella boca sabían hacer bien su trabajo.
– ¡Dios, me encanta! –exclamaba Blair tomándole entre las manos.
Así le estuvo pajeando unos breves segundos, notando aquello ya duro y brillante antes de volver a tragarlo con creciente apetito. Tragaba lo que podía, más de la mitad. Tenía buena boca y sabía utilizarla. Se ahogaba con ella llenándose las fauces, luego la abandonaba sonriendo feliz y con las babas resbalándole por la barbilla.
Cogido de la cabeza de la chica, Antonio se dejaba caer adelante recibiéndole la boquita glotona hasta donde podía. Adentro y afuera, adoptando el hombre cada vez un ritmo mayor con el que ahogarla produciéndole arcadas y toses al sacarla para respirar. Pasándole la lengua por el glande rosado, sin apartarle la mirada recorrió el tallo de arriba abajo. Lamió y saboreó los huevos cargados entre sus labios. El guapo ejecutivo respiraba con dificultad, murmurando en voz baja con cada nuevo roce, con cada nueva caricia de la experta promotora. Ella le preguntó si le gustaba a lo que contestó empujando el vientre contra la boca que lo recibió abriéndose de manera gustosa.
Tomándole la mujer por detrás de la rodilla, chupaba y comía devorando el miembro duro y grueso. Pajeándole con la mano al tiempo que la dejaba resbalar a lo largo del tronco brillante y lleno de venas. Utilizó ahora ambas manos para masturbar la largura palpitante. Mientras, Antonio la agarraba de la nuca obligándola a chupar sin darle respiro. Sacándola finalmente de la boca y elevada arriba con los dedos, se apoderó de los huevos chupándolos y mordisqueándolos levemente entre los gemidos incontrolables que el macho exhalaba delatando su enorme placer. Con los dedos continuó pajeándole con presteza, corriendo los dedos a lo largo del tronco en una ceremonia llena de malicia.
La lengua a lo largo del tallo, lamiéndolo, saboreándolo y metiéndoselo nuevamente para chuparlo con rapidez y premura. No se cansaba de hacerlo, le gustaban demasiado las pollas como para no aprovechar un bocado como aquel.
– Es enorme… dura y grande como me gustan.
– Chúpala pequeña, dame placer –solo supo él decir en la gloria como se encontraba.
Unos minutos más siguieron así, masturbándole Blair entre las manos, follándola él la boca hasta llenarle los carrillos con su fuerza irrefrenable, tosiendo y volviendo a tragar la muchacha como si no hubiera un mañana, como si el tiempo se les fuera a escapar entre los dedos. Alborotándole el joven macho los negros cabellos, llevándola contra su vientre sin darle respiro. Al fin pararon, quedando ella con la mirada clavada en la de su hombre mientras con la lengüecilla jugaba con el grueso glande pasándola por encima en pequeños círculos. El pene arrogante permanecía elevado y parado ante la pérfida muchachita que lo contemplaba llena de los más impuros pensamientos. La pareja se encontraba ya dispuesta para un próximo combate.
– Fóllame quieres –preguntó ella antes de escupirle encima y mover la mano a lo largo del curvado instrumento.
Boca arriba y corriendo la cama atrás, quedó esperándole expectante e incorporada sobre los codos. Abriendo las piernas, las levantó provocativa mostrándose en toda su plenitud. Un coñito frondoso y abierto se ofrecía a la vista del macho excitado y bien dispuesto a todo. Cogiéndose la polla se acercó a ella con decisión, arrodillado ante Blair que sollozó emocionada al sentirse llena. Antonio se enterró cubriéndola por completo con su torso varonil y velludo. La pierna de la mujer elevada, buscó acomodo en la vagina ardiente que abriéndose por entero le acogió de manera gustosa.
– ¡Métemela… vamos así, hasta el fondo! –le animó ella a que lo hiciera.
El joven macho se dejó caer sobre ella, arrancando de la hermosa promotora un largo suspiro de satisfacción. La flor humedecida y llena de jugos se abrió al lento avance del avezado invasor. Centímetro a centímetro, enterrándose de forma decidida Antonio degustó lo mojado de aquel amable coñito. Quedaron parados unos segundos, respirando afanosos los primeros instantes de perfecta unión. Echándose atrás y con el pie de ella descansándole en el hombro, empezó a moverse lentamente empujando adentro y afuera cada vez con mayor confianza. Las manos caídas en el vientre femenino, la posición era estupenda para lo que ambos pretendían. Sobándole ahora el pecho endurecido, viéndola cerrar los ojos al tiempo que se mordía los labios para acallar el placer que la asaltaba. Tomándola de la cintura, del costado erizado por el deseo, haciéndola notar hasta lo más hondo el eje hecho fuego. El guapo ejecutivo se echaba atrás, escapando brevemente de la tierna flor para, al instante, volver a caer con todo su peso hasta acabar golpeándola con sus huevos cargados.
– Mmmmm, me matas mi amor…
– Muévete Tony, muévete… házmelo sentir hasta el fondo.
Las piernas le colgaban agarrada al fuerte brazo masculino, mirándose a los ojos sin decir palabra. Y él siguió follándola sin descanso, adelante y atrás buscando el placer de la inglesita que sería también el suyo. A buen ritmo, acompasados el uno al otro a la cadencia acuciante que se marcaban. La copula continuó tumbado Antonio sobre la morena, amándose en la posición clásica y bien conocida del misionero. De ese modo ella podía abrazarle, atrayéndole lo más que pudo hasta notar mezclarse sus gemidos y débiles grititos con la respiración ronca y agitada de su amante. El miembro no paraba de resbalar a lo largo del húmedo canal que tan gozoso le recibía. Blair gritaba, haciéndose mudos sus lamentos y sollozos en el brazo y el hombro masculinos. Se besaron con fruición, saboreándose las bocas, uniendo las lenguas, mezclándose los murmullos del uno con los de la otra.
Blair se corrió abrazados hechos uno, respirando con dificultad evidente poco antes de que el orgasmo galopante la visitara en forma de sollozo prolongado, perdiendo las pocas fuerzas que le quedaban. Él quedó quieto pero sin escapar de su interior, palpitante el miembro que no deseaba otra cosa que continuar el cálido acople. La joven muchacha abrió los ojos con dificultad, volviendo poco a poco a recuperar el control de sí misma pese a verse obligada a entornar de nuevo el par de verdes luceros ante lo dichoso del coito.
La cabeza del hombre junto a la suya, ambos jadeaban cansados y felices. Había sido aquel un momento único e intenso para los dos, aunque todavía quedaba mucho por conocer y experimentar junto al otro. El miembro todavía dentro de ella, las largas y torneadas piernas de la mujer envolviéndole el trasero sin intención alguna de dejarle escapar.
– Sigue, sigue cariño, te deseo… fóllame.
– Eres preciosa cariño –exclamó él con ternura.
– Oh mi amor, qué galante estás hecho mmmmmmmm.
Las piernas alrededor rodeándole, iniciaron nuevamente el lento remover. Martilleándola suavemente, deslizándose entre las paredes empapadas del orgasmo femenino, clavándole ella las uñas en el trasero. Así y paso a paso volvieron al ritmo continuo y acompasado del coito. Animándole Blair con sus grititos algo escandalosos, bramando y bufando el moreno hercúleo cada vez que se dejaba caer. El miembro largo y poderoso la hacía perder la razón, los ojos en blanco al sentirse empalada de aquel modo tan brusco y salvaje. Adentro y afuera, horadándola sin descanso, tomando impulso para acabar enterrado escuchándose el sollozo placentero de la hembra.
– Eres tremendo, me matas… sigue, sigue…
– Clávamela, dame fuerte… clávamela toda vamos –la voz de la joven era una pura súplica.
La follaba con violencia, empujando hasta el final, buscándole los rincones más escondidos de su bella anatomía, gimoteando y reclamando la mujer entre constantes quejidos. Con los dedillos se masturbaba el grueso botoncillo mientras el miembro incansable la taladraba sin tregua. Era aquel un doble juego con el que hacerla enloquecer. Se removía sobre la cama, pedía más y más agarrándose a las sábanas con furia mal contenida.
– Me matas, me matas mi amor. ¡Me harás correr de nuevo!
Los gritos llenaban la habitación ante el galope incesante al que la sometía. Adelante y atrás, volviéndose a clavar una y otra vez de manera incesante y violenta.
– Joder tío, joder –gritó ella poco antes de verse callada por el beso apasionado del hombre al caerle encima.
Se besaron como enamorados, un beso largo y prolongado como si no acabara nunca, los labios fuertemente unidos que el hombre mordió de un modo leve pero lleno de erotismo malsano. A Blair le gustó, buscándole ahora ella la boca al sonreír complacida. Las manos resbalaban la fina piel del trasero masculino, hundiendo luego las uñas para atraerle más. Rodeándola la cintura la llevó contra él, hasta quedar la morena montada sin haber escapado en ningún momento de su interior el recio aparato. Fue Blair la que empezó a cabalgarle desbocada, saltando el trasero una y otra vez en busca de un nuevo placer. Rebotando arriba y abajo sobre el miembro viril que tan solo se mantenía quieto, entrándole y saliendo gozoso bajo el ritmo descontrolado que la mujer imponía. El culillo poderoso y prieto se elevaba orgulloso brincando para volver a caer con fiereza, notándose la hermosa amazona penetrada hasta hacer tope.
– Fóllame con fuerza, la siento, la siento sigue follándome vamos.
Antonio la contemplaba con mirada turbia, mientras con las manos agarraba los pechos manoseándoselos y apretándolos entre los dedos. Y la mujer no cejaba en su empeño de cabalgar y cabalgar cual amazona gozosa y deseosa de un placer infinito y agotador.
Bajándole él las manos a las caderas, las llevó a las rosadas y elevadas posaderas que golpeó una, dos, tres veces arrancando de la morena grititos emocionados y llenos de gratitud.
– Auuuuuu sigue,
– ¿Te gusta pequeña?
– Me gusta sí, vamos golpéalas con fuerza –pidió autoritaria antes de volver a gritar dolorida pero satisfecha.
El hombre lo hizo unas veces más, ahora una ahora la otra hasta que ambas redondeces adoptaron un tono reconociblemente rojizo y por qué no decirlo también algo cárdeno. Se besaron por enésima vez, tomándola Antonio de la suelta cabellera para hacer el beso más lúbrico y profundo. Entre los jadeos de la pareja, un tímido piquito se dieron para, retomando el contacto, volver a compartir un nuevo beso de película, más largo y profundo con el que intercambiar lenguas y salivas. Blair se mostraba más que excitada, sus actitudes la delataban reclamando mucho más de su compañero.
De nuevo se movieron, tomando un ritmo acompasado y constante con el que llenar la habitación de gemidos y lamentos complacidos. Gimoteaban al unísono, trataban de hablar sin conseguirlo, tan solo sonidos emtrecortados y sin sentido alguno. La polla la traspasaba con cada nuevo rebote, hundiéndose dentro de la mujer que creía morir de placer jadeando ufana. Los ojos en blanco, los cabellos alborotados cubriéndole el bello rostro, los labios húmedos y trémulos que notaba ella en su creciente angustia. Antonio le cogió los cabellos, echándoselos atrás para así poder besarla una vez más. Mientras, el lento cabalgar continuaba haciéndose más rápido de tanto en tanto y quedando detenidos poco después.
– Me matas, me matas joder –las manos hundidas en las sábanas, clavando las uñas en las mismas al echar la cabeza atrás por un instante.
Antonio fue ahora quien tomó el control de la follada, teniéndola bien cogida de la cintura y empujando arriba con fuertes golpes de riñones. La pobre muchacha gritó sintiéndose llena de su hombre, creyendo verse traspasada por aquel recio y persistente émbolo que no paraba de embestirla. Nuevos manotazos en las nalgas, suspirando ella desconsolada por el brusco golpear. El joven macho se movía con violencia despiadada, llenando el interior de la húmeda cavidad con golpes poderosos y firmes que la hacían elevar. Adentro y afuera, el sexo grueso y de buen tamaño resbalaba con facilidad pasmosa ayudado por lo muy mojada que la mujer se encontraba.
– ¡Métemela, métemela mi amor… me matas pero me encanta!
– Muévete pequeña, muévete… tómala toda preciosa.
Elevándose radiante y dichosa se arqueó echando los pechos arriba al tiempo que las manos le reposaban en el pecho sudoroso y velludo de su amante. Respiraba cansada, sintiéndose satisfecha y envuelta en un halo de sensualidad que anulaba su voluntad cada vez que su cuerpo sinuoso y bien formado se elevaba sobre el macho igualmente satisfecho y cansado. Antonio la atrapó por la parte baja de la espalda haciéndola caer sobre él. Nuevos besos prolongados y llenos de lúbricos lamentos escapando de sus bocas. Las caricias y toqueteos llenaban sus cuerpos, reconociéndose con deseo no disimulado, gimiendo Blair enderezándose arriba al notar dos de los dedos del hombre correrle el estrecho agujero trasero. Tan solo fue una leve caricia pero Antonio dejó de hacerlo prestando atención a otros rincones de la espectacular anatomía femenina.
Nuevamente se pusieron en marcha, obligándola él a que le cabalgara, trotando primero de forma lenta y segura que cambió a un cabalgar mucho más veloz y que sacó de ambos las más obscenas exclamaciones. Pegada al hombre, junto al oído podía escuchar las palabras roncas e indecentes que le dedicaba, contestándole ella del mismo modo procaz y desvergonzado. Gritando y jadeando, disfrutando su placer la hembra lozana se corrió una vez más quedando parada sobre el eje ardiente, bufando y boqueando sofocada mientras entre las piernas un reguero de jugos la abandonaban. Entre lamentos fatigosos, la atractiva morena quedó saciada por un nuevo placer con el que quedar abrazada a su compañero de aquella noche. Respiró hondamente, abriendo los ojos de manera ligera para volver a entornarlos en su total debilidad. Antonio la besó dulcemente como si de ese modo le insuflara nuevas fuerzas.
Tras un corto descanso y cambiando de posición, se comieron mutuamente formando un delicioso 69. Devorando ella el miembro erguido que tanto la excitaba mientras su compañero lamía y saboreaba la humedad femenina escarbando e introduciendo la lengua entre los labios abultados. Blair sollozó apretando los labios para soportar la caricia, enderezando el torso ante el rápido roce de la lengua vivaracha. El sensible botón recibió entonces las atenciones de aquella lengua lo que la hizo enderezarse aún más, loca de contento ante lo malvado de la situación.
– Eres malo –los labios sintiéndolos resecos que humedeció uno con otro.
Cayendo sobre él, se dispuso a devolverle cada una de aquellas maliciosas caricias con que la complacía. Jugó saboreando el grueso champiñón, metiéndoselo en la boca y succionando una y mil veces el mismo. Así se dedicaron a darse placer el uno al otro, entregados a la cariñosa tarea con entusiasmo creciente. La lengua rozó el glande erizado haciéndolo empinarse orgulloso. Golpeándolo levemente, pequeños roces de la lengua que lo hacían enderezarse inquieto. Ella lo observó con un gesto de devoción mientras deslizaba los dedos a lo largo del tallo grueso y erecto. ¡Le encantaba aquel grueso animal! Escupiéndose en la mano la llevó al sexo masculino que envolvió esparciendo las babas y dejándolo brillante y cubierto. Le pajeó con la mano junto a la boca abierta. Metiéndoselo a la boca envuelto por los labios hasta más de la mitad. Le acarició los huevos con los dedos, pasándole las uñas por encima lo que le hizo gemir mínimamente.
Por detrás, el joven ejecutivo no se mantenía quieto. Con la lengua y los labios respondía la caricia femenina con las suyas propias, lamiendo y humedeciendo tan pronto los labios hinchados como el clítoris más hinchado aún. Brillante y saliente, el diminuto botoncillo recibía complaciente los húmedos lametones de la lengua y el envolver de los labios que lo cubrían. Antonio tiró del mismo, haciéndola prorrumpir en un suspiro largo y pronunciado. Indagando con la lengua, la introdujo entre los pliegues camino del expectante canal que se abrió como tierna flor. Raspó con decisión, rozando una y otra vez, metiendo la lengüecilla levemente, removiéndose el vientre femenino agradeciendo tan cálidos frotamientos.
– Ummmmmmmm… ummmmmmmmmmm.
– ¡Joder tío, joder! –se levantó echándose a un lado para enseguida tomar asiento sobre la cómoda montura.
Cogiéndose él el recio instrumento, la perversa inglesita ayudó con sus dedos a abrirse a la profunda copula.
– Fóllame, te deseo… te deseo.
De nuevo el culo sensacional moviéndose arriba y abajo y rotando el vientre en pequeños círculos alrededor del eje monstruoso. Las manos en las caderas de la mujer, el sexo empapado caía y escapaba del calor masculino. Arriba y abajo, adentro y afuera, clavándose y desclavándose de manera rápida y precisa. Jadeantes y respirando desfallecidos, se besaban dándose las lenguas, introduciéndose la del hombre en la boas abierta de su amiga. Resbalando la mano espalda abajo, acompañando con la otra el agradable cabalgar. Ella le tenía cogido por la nuca, rozándosela suavemente con las uñas lo que le hacía vibrar de emoción.
– Dame fuerte, rómpeme mi amor –la melena revuelta tirándola a un lado al caer nuevamente buscándole la boca.
Con las manos, él la animaba a seguir empujando las caderas con fuerza contra su vientre. Una y otra vez, una y otra vez próximos ambos al orgasmo. Blair supo cercano un nuevo orgasmo y le gritó que se corriera. Sin responder, Antonio continuó el ardiente folleteo en el interior del coñito irritado. La morena gritaba, sonreía sin saber por qué, abría y cerraba los ojos, dejándolos esta vez en blanco al notar lo aparatoso de la profunda penetración.
– ¡Córrete muchacho, córrete… me vas a hacer correr otra vez maldito!
La vulva se abría tragona bajo el empuje violento al que la sometían. Recibiendo y expulsando al bronco visitante ahora despacio antes de volver a las andadas moviéndose como desesperados en busca del último de los placeres. Así se levantó escapando de su lado, tomándole la polla y masturbándole a un ritmo infernal con que llevarle próximo al éxtasis. Al tiempo, la morena se buscó el clítoris para masturbarse entre jadeos afligidos.
– ¡Córrete, córrete vamos… corrámonos juntos mi amor! –pidió entre gritos descontrolados con los que dar a conocer su apetito voraz.
Quitándose el preservativo y bramando como un toro herido, Antonio se corrió finalmente sobre ella. Tres fuertes latigazos viscosos y espesos le dio, goteándole el resto escupido sobre la piel blanca y palpitante de la hembra extenuada. Corriéndose sobre el sexo derrotado y satisfecho. El líquido blanquecino cubría en parte el vello púbico y hacia allí llevó Blair los dedos para saborear luego golosa los jugos masculinos.
– Ummmm exquisito, realmente exquisito cariño –murmuró como la gatita mimosa que era…
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