(Las perplejidades de mi experiencia fetichista)
Aquella mañana yo visitaba el Colegio junto a un amigo, quien era profesor de filosofía en esa institución. La Directora había enfermado y él fue a presentar el saludo de rigor. Mientras yo esperaba por mi amigo fui a la biblioteca a hojear algunos libros. En eso se hicieron presentes dos elegantes damas, una joven y la otra de cierta edad, vestidas elegantemente de negro, en señal de duelo familiar. A la sazón supe después que la joven era la novia de mi amigo. Ella tenía un bello cuerpo, muy bien torneado; en especial unas bellas piernas que se destacaban entre la falda discretamente corta y levemente ceñida. Al final de sus piernas unos pies pequeños, blancos y preciosos se destacaban entre el negro cuero pulido del calzado. Aquellos pies llamaron poderosamente mi atención, al punto que sentí una gran excitación y me juré besarlos algún día.
Pasaron los años, específicamente 3 años, y la providencia me llevó a compartir actividades profesionales con Alejandra, la muchacha de los pies bonitos y novia de mi amigo. Para ese momento ya ellos se habían separado, o mejor dicho, él la había dejado. Uno de los argumentos de él para la separación, de acuerdo a su propia confesión, fue que Alejandra no poseía atractivo sexual: ¡Y yo que hubiese hecho cualquier cosa por amar los hermosos pies de mi colega!
Después yo la vería en las veladas entre amigos mostrar sus dotes como bailarina de ritmos tropicales, pero siempre descalza. Eso me hizo reforzar mi juramento, así como se incrementó de modo exponencial mi pasión secreta por aquellas agradables extremidades.
En una oportunidad estábamos en una reunión de trabajo y Alejandra se sentó a mi lado. Inmediatamente yo verifiqué la situación y posición de sus pies mirando discretamente bajo la mesa que compartíamos. Ella tenía uno de sus pies sobre la pierna que daba conmigo y apenas levemente calzado por una delicada sandalia de cuero. Por supuesto que yo ni me enteré de qué se habló en aquella reunión: todo el tiempo lo dediqué a mirar de soslayo el pie de Alejandra que casi me rozaba la pierna.
A alguien que no sea fetichista del pie femenino le es totalmente imposible imaginar el placer visual, sensual y estético que se experimenta en una situación como esa. Mi mano sobre mi pierna mil veces estuvo a punto de acariciar aquel pie tan bello y femenino como la más linda de las rosas. La suave cadencia de sus dedos; la armónica curva de su empeine y del arco; la exquisita ondulación de sus tobillos y sus prodigiosos talones perfectos y rosados. Les juro que en medio de mi excitación percibía el olor delicioso de unos pies recién aseados y sometidos, sin duda, a una rigurosa toilet.
Por elegancia no voy a narrar lo que hice después que concluyó la reunión y Alejandra se despidió de mí con aquél paso suyo tan sensual y cadencioso.
Cuando se volvió a hacer la reunión, la cual yo esperaba con ansiedad, Alejandra se sentó de nuevo a mi lado y su pie, ahora con sandalia alta y trenzada, repitió la misma trayectoria y se volvió a colocar cerca de mi pierna. Pero esta vez, en un además casi instintivo, yo no lo pensé un segundo y mi mano voló a posarse sobre su arco e inicié una rítmica caricia con la cual el pie de Alejandra comenzó a contorsionarse como queriendo salirse de la sandalia.
¡Qué rico, esto si me gusta! Decía Alejandra con bajo tono y voz entrecortada. Cada vez que ella emitía aquella exclamación todos los demás volteaban hacia nosotros y nos veían con extrañeza. Pero había entre nosotros un frenesí compartido que ya no se podía detener. Varias veces la presión de mi mano estuvo a punto de sacar su pequeño pie de la sandalia, pero sus mismas contorsiones lo volvían al interior del calzado. Fue algo sublime que casi me hizo eyacular en aquella situación inoportuna. Aunque ella después me confesaría que mi caricia le había encantado pero ella no le había dado ningún contenido sexual.
Ese mismo día, tal vez una hora después de concluida la reunión, yo estaba en mi oficina realizando una llamada telefónica cuando nuevamente me tocó estar en los umbrales de la gloria: Alejandra entró y se sentó sobre el escritorio con los pies hacia mí. Yo inmediatamente interpreté el gesto como un deseo de continuar con las caricias de la mañana. Con la misma frenética velocidad mis manos se deslizaron bajo su pantalón y solté las trenzas de sus sandalias, las cuales cayeron al piso dejando en mis manos el precioso tesoro de sus pies. Otra vez las caricias y de nuevo su finísima voz: ¡Qué rico, esto si me gusta, no sabes cómo me fascina! Al rato ella se bajó del escritorio y me dijo: -cuando quieras yo puedo hacer lo mismo con tus pies. -Estaré pendiente, le respondí. Pero ese día todavía me esperaba in tercer episodio de fetichismo con Alejandra, pues yo sabía que ella acostumbraba a quedarse hasta tarde después que todos se marchaban en la empresa. Yo también me quedé, pero pendiente de que ella de desocupara para abordarla antes de marcharse. Así fue. Llegue a su oficina justo en el momento en que arreglaba sus cosas para irse. Simplemente le dije: -¿Podemos concluir lo que comenzamos esta mañana? Ella no mostró sorpresa, pero a su vez me preguntó -¿Quieres ahora que yo te acaricie?
Este tercer episodio prometía el cielo. Yo le dije: -Sí. Pero primero déjame acariciarte a ti un poco más. Está bien, me dijo mientras organizaba dos sillas frente a frente y colocaba su pie izquierdo entre mis piernas. Inmediatamente le solté las trenzas de la sandalia y se la quité. Entonces pude ver y acariciar su pie a mis anchas, sus dedos, su planta, sus talones.
Mientras yo la acariciaba ella comenzó a hablarme de los “defectos” de sus pies y de lo inconforme que estaba con ellos, también me comentó todos los esfuerzos que debía hacer para conservarlos “presentables”. Pero yo no podía más; entonces me arrodillé y comencé a besar su empeine y sus dedos con vehemencia, mientras acariciaba sus plantas. En este momento ella giró 180 grados en la actitud que había tenido conmigo.
-¡Ah no, Alfredo, tú como que estás confundiendo las cosas! Mejor paramos esto, que no se sabe a dónde va.
-Pero yo creí que a ti también te estaba gustando… le dije, ya un poco nervioso.
-Sí, pero tú estás sintiendo algo más… argumentó ella.
-Por lo menos sé que te gustó, le dije.
-Sí, pero me parece que es algo muy poco usual y no sé qué pueda haber detrás, adiós.
Aquella tarde, ya casi noche, fue para mí feliz y catastrófica a la vez: a la vez que logré un sueño y un juramento –creyendo estar con la persona indicada- tuve una inmensa decepción. El único consuelo que pude tener ya ustedes lo adivinarán.
Posteriormente conversé varias veces con Alejandra sobre lo sucedido, pero ella siempre me manifestó que había habido confusión de mi parte. Sin embargo, cada vez que nos veíamos después de aquel episodio, ella volvía su mirada discretamente hacia sus pies, como verificando si era tal la belleza ante la cual yo me había rendido. Después ella propiciaría varios encuentros a solas conmigo, incluso algunos viajes juntos. Perfectamente se adivinaba que ella –al menos- quería volver a tocar el tema de sus pies, pero yo sentía mucho miedo de volver a ser rechazado.
Que hermoso cuento me encanto tu historia