CAPÍTULO 1

Raymond había fallecido 24 horas antes. Había tenido una agonía relativamente breve después que su médico de cabecera le diagnosticara lacónicamente tuberculosis. Se había casado con Marie en medio de una fastuosa ilusión por su belleza; iguales fantasías había albergadoz ella para unir su destino al de él. En su mejor momento Raymond fue el prototipo masculino que suele enloquecer sexualmente a las mujeres: alto, de excelente apostura, sonrisa rutilante, mirada magnética y ademanes mágicos. A todo eso sumaba una confortable posición social y económica que le habrían garantizado una vida plena y feliz junto a Marie de no atravesarse aquella penosa enfermedad.

Marie era una joven y bella mujer de 25 años. Pero de una belleza sencilla y sin estridencias de ningún tipo. Solía exhibir un maquillaje tenue, apenas perceptible, en su blanco rostro de magnificas facciones; a través del fino rubor brillaba una mirada felina e inteligente. De estatura un tanto menor que la de su difunto esposo, tenía un cuerpo deliciosamente torneado, cuyas cadencias jamás pasarían inadvertidas para ningún varón. Ella amó intensamente a Raymond, más con un cariño auténtico de esposa que con cualquier arrebato erótico que pudiera deducirse al observarlos como pareja. Complementariamente, Raymond solía ser con ella muy equilibrado en el intercambio carnal. Una pareja ideal.

Pero tal vez Marie esperaba. Quizás a que Raymond superara su cuadro clínico de los últimos meses para asumir alguna particular iniciativa sensual. Seguramente a ella le hubiese gustado intercambiar con él más allá de la ingenua relación que los unió durante 5 años y que se vio interrumpida repentinamente por la enfermedad y la muerte.

Esa tarde Marie regresaba de las exequias junto al resto de los familiares de Raymond y suyos. Su bella y fascinante silueta de viuda atravesó la estancia del vestíbulo de aquella mansión que ya no tenía sentido en su soledad. Un paso triste pero glamoroso se alzaba sobre su calzado para llevarla al piso superior, a su recámara, donde intentaría en medio de la pena y un seguro insomnio rehacer su vida. Su rostro se veía perfecto enmarcado en el cabello delicadamente recogido, a pesar de la presencia de los anteojos oscuros. Mientras subía, sus piernas se destacaron contundentes bajo la falda discretamente ceñida. Un botón de su blusa se había soltado cómplice y hacía que una parte de su hermoso pecho gimiera por un instante aquel mar de belleza contenida.

A veces es inevitable, más allá del respeto sincero o los convencionalismos, que una mujer joven y bella que vive el trance de la muerte de su esposo sea deseada por un tercero. Y Marie no pudo escapar de una situación como esa. Además la vida y el destino se confabularon para someterla a un episodio que desde hacía ya algún tiempo latía en lo profundo de su ser.

Cuando René se bajó del automóvil frente a la mansión Le Rouge pudo divisar por un brevísimo instante la preciosa elegancia de Marie mientras subía a su habitación. El conocía bastante a su cuñada, pues había compartido mucho con ella en medio del cariño filial que la unía a Raymond y a todos sus familiares. Pero hay momentos que se prestan para que todo cambie.

Continuará.