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Un amigo muy especial®

Atardecía. El arrebol rojizo que encendía el cielo, daba paso a la oscuridad profunda de la entrada noche, aún inerte en sus esfuerzos. La luna ausente. Los rojos, dorados y ocres destellos se prolongaban detrás de los cristales.
La mecánica infinita del atardecer de un día cualquiera estaba en su pleno apogeo, concentrando las miradas de los seres que todavía saben apreciar de su majestuosa belleza natural, el potencial energético que emana de ella.
Los finos cristales biselados del ventanal de ése estar, tan tenue y confortable, eran la frontera entre las dos naturalezas. Aquella, la exterior y la que por costumbre sus ojos contemplaba como mecanizada desde el interior de la sala de su amigo especial. Él la vivía como una de la larga sucesión de los días pasados o porvenir. Nunca había presenciado tal cosa como un espectáculo único, con algo de trascendente. Nunca se lo había puesto a pensar.
Al principio todo le parecía encuadrado dentro de lo que para su idiosincrasia era: “fuera del tiempo” en el que estaba acostumbrado a vivir. Se había olvidado de cómo había sido invitado y de las razones que su amigo le quería hacer partícipe.
El crispar del fuego. La tenue luz de un velón ardiendo, contrapuesto al ventanal, estratégicamente ubicado a espaldas de los dos. La extensa alfombra que parecía una continuación del jardín exterior, entrando pese al portentoso ventanal, o así lo creyó, ya que ambos estaban sentados sobre ella delante del velón que posaba sobre un alto pié.
La sonata para piano y violín Nº 5 “Primavera” de Beethoven sonaba desde todas partes con cualidades de sonido presencial que le hacían pensar en que no estaban solos. Violín y piano sonaban armonizados como marco para lo que sus ojos están viendo (era tiempo de concederle la razón a su amigo. Hay diferencia entre mirar y contemplar.) De pronto todo entró en un única presencia. Los sentidos no lo engañaban: sonido, aroma, luz y la impresionante majestuosidad del ocaso, contemplado por primera vez como único.
Algo inimaginado estaba ocurriendo y era más que los efluvios del bon vin roso que su amigo le había entregado con ambas manos antes de comenzar. La copa aún estaba delante de él y sólo sorbió un trago.
Ahora él estaba sumergido, integrado a ese todo que estaba componiéndolo.
Dejó de pensar, como le hubiera sugerido su amigo antes, cuando con sus dedos en la frente le dijo:
–“ Aleja tus temores, abre tu mente y se paciente para experimentar lo que hay dentro tuyo en esta vida, que no tiene nada que percibir a lo que hayas vivido hasta hoy”.
Confiaba en la arrullante voz del amigo, cuando agregó:
–”Detén tu mente. Haz que fluya lo que guardas atrapado en tu corazón, porque ello esta inliberto. No busques razones, ni preguntes: ¿por qué?. Sólo por esta vez, trata en la medida que puedas, de vivir tus sentimientos a través de tu sentidos. Entrégate a lo que dicte tu corazón y el resto de tu cuerpo lo acompañará en un viaje único. Tal vez irreproducible...”– y tras encender el velón, atizó los leños y lo invitó a quitarse la ropa, abrevar un buen trago y juntos, sin ropa, sentarse frente al ventanal, mientras daba los últimos toques, echando un puñado de incienso en polvo sobre los ardientes leños.
Nuevamente sentía que debía alejarse del recuerdo y abrirse a ese misterio que estaba invadiéndolo y que su mente lo interfería con brusquedad.
Comenzó a experimenta fuertes palpitaciones que se expandían por todo su cuerpo. Nacían de sus latidos, pero lo extraño era que su corazón se hacía presente en cada dedo, en cada yema, en cada plano de su dermis. Su temperatura se elevaba, pero no a un estado febril, sino al captar las calorías del arrebol tras el cristal.
Lo había logrado. Su mente estaba cediendo el paso a su corazón. Era cierto y sin esfuerzo. Por sus ojos comenzó a percibir la paz que inunda los corazones de los hombres que entonan con la naturaleza, su propia naturaleza.
Por un momento cerró los ojos y profundizó su respiración llevándola a esa armonía de la que ya formaba parte. Los sonido vibratos del violín en el final del allegro lo forzaron a entreabrir los ojos.
Su amigo bebió otro sorbo del “bon vin” y con un lenguaje gestual lo animó para hacerlo igual. Era el silencio que daría paso al adagio. Quiso hablar, pero sus labios se encontraron sellados por los de su amigo. Comenzó a sentir el néctar de un beso para nada convencional. No nació de él, lo recibió del otro, que había llevado su palpitar hasta la encarnadura de su boca y se lo transmitía a él tomándolo por sus papilas gustativas. Eso lo impulsó a llevar sus brazos a rodear el otro cuerpo y por vez primera sintió que su espalda se relajaba con las palmas de su amigo en ellas.
Reaccionaron juntos, como en un giro de ballet, al adagio y rodaron por la alfombra siendo uno hasta una postura horizontal. Ahora la alfombra era más que las palmas de su amigo. Ya cegado al entorno empezó a sentir como el cuerpo de su amigo se apoderaba del suyo en una fusión total. Sensación extraña, si se quiere, pero sublime si se entrega.
Otra vez, pensó, comienza la mecánica habitual. Cuando su amigo comenzó a besarlo descendiendo a la profundidad de sus entre pechos, pero al mismo tiempo su mano se extendió al muslo de su amigo y palpó la fuerza y rigidez muscular.
Creyó que era necesario salir a buscar con su tacto y se entregó a ello con las yemas de sus palpitantes dedos. Subió por el cuadriles interior de su entrepierna, al mismo tiempo que sentía erguirse su miembro. Súbitamente encontró los testículos de su amigo y necesitó apoyarlos el la palma de su mano y mover la otra para encontrar su miembro. Pero no pudo ser así. Su amigo había llegado con sus besos a la extremidad de su pene y con pequeños golpecitos de lengua descendía hasta su bolsa contraída, para subir nuevamente hasta hacerlo sentir la primera succión de su bálano por la boca de su amigo.
Era algo tan suave que resultaba incomparable como su glande y después el tronco era tan dulcemente regado por el néctar de su boca.
Intuitivamente, apegado a la mecánica popular, pensó que debía retribuirlo y su mano buscó infructuosamente el miembro de su amigo, quien al darse cuenta, subió con besos hasta su boca y otra vez el néctar lo tranquilizó. Su amigo trató de explicarse gestualmente, poniéndose todo encima de él para que sus miembros se chocaran. Ambos cuerpos reconocieron al otro como partes enteras de un todo. Algo que desde lo interior le agradeció con un beso suavísimo de néctar virginal. Era la primera vez que reconocía que su boca contenía jugos tan deliciosos y distintos a todos los probados.
Comprendió que era algo nuevo y único a la vez. Estrechó con un fuerte abrazo a su amigo y con las palmas de sus palpitantes manos, mientras crecía el palpitar en ellas las descendía hasta sus glúteos. Como si hubiera disparado un inequívoco acuerdo, su amigo abrió sus piernas y extendió su apertura ya dilatada hacia su enhiesto miembro que lo esperaba.
Fue un leve movimiento del que él ni se percató y lo estaba penetrando. Su amigo era el cultor de semejante logro. Pero aún sin vacilar, cuando todo su miembro estaba penetrado, nuevamente lo hizo rodar y quedar él hacia arriba.
No dudó en acompasar su ritmo con la cadencia del adagio y comprendió que a cada variación del violín era su partitura y la del piano la de su amigo que elevaba su pelvis para dejarse penetrar por él con suma facilidad. (Hubieron juegos de su esfínter que él no supo responder.) Incluso, buscó su boca desesperadamente, hasta encontrarla y otra vez la nueva sensación, pero esta vez con un anuncio desde la base de la nuca que lo obligó a erguirse y darse cuenta que estaba por acabar.
Con su estallido vocal, aún para su sorpresa, se sintió rociado con la eyaculación de su amigo sobre su pecho. Quedó totalmente desconcertado, más que la música también había finalizado y en el silencio del lugar, sólo era audible el chisporroteo de los leños que hasta pareciera haber aumentado su calor.
Con suma delicadeza apretó con sus palmas la cabeza de su amigo y suavemente, buscó con su boca la otra boca para poder experimentar otra vez de un néctar distinto al anterior.
Sus papilas gustativas no le mentían, ahora juntos saboreaban de un más dulce pero el mismo néctar de uno en dos...
Cayó vencido y exhausto al costado izquierdo de su amigo en toda su longitud. Trataba de normalizar el ritmo de su respiración, porque para él, había caído el sostén del todo que había vivido, extasiado, en un fuera de tiempo y de lugar.
Su amigo, como al principio volvió a acercarle la copa de vino, pero esta vez tomándolo con fuerza desde la nuca y levantándole la cabeza para darle a beber.
Él sorbió un corto trago y tras descender la cabeza, la cual la mano de su amigo deslizaba y retiraba. Se sintió abandonado, como volviendo a sí mismo, cuando las palmas tibias de su amigo abrigaron su cabeza y lo besó. Una y otra vez hasta que fue alejando los temores y aumentando la confianza de su entrega...
–”Ha comenzado la noche. La luna ya salió.”
Fueron las primeras palabras que escuchaba, como nuevas, no entendía a qué se refería su amigo, pero volvió a sentir el palpitar en sus palmas y el irrefrenable impulso de sus manos de buscar al otro en retribución.
–”Y ¿qué hacemos con la luna, ahora?”– Le contestó, preguntando sin razonar.
–“La invitamos a ser partícipe de nuestro amor. Porque está sola en ése cielo inmenso y oscuro sin sol.”– le replicó.
–“Pero, entonces: ¿hay más?”– le respondió.
–Por supuesto, ¡mi Sol! La noche ha comenzado. Yo soy tu luna. Sólo para vos.
lacarjc@cable10.com.ar
Datos del Relato
  • Autor: Juanca
  • Código: 758
  • Fecha: 06-12-2002
  • Categoría: Gays
  • Media: 6.12
  • Votos: 26
  • Envios: 4
  • Lecturas: 3243
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