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Soy una mujer casada de 35 años, y me mantengo en forma. Me veo como una mujer de 26 -27 años, atractiva y agradable a la vista. Soy flaca y alta, poseo unas tetas divinas si lo puedo decir yo misma. Junto con mi esposo tengo 3 hijos el mayor de 13 años. Vivimos en familia y podría decir felices y contentos.
Tenemos casados 16 años, y estamos teniendo sexo 2 o 3 veces al mes. Aunque no estaba súper insatisfecha, a veces pensaba en buscar a alguien con quien tener algo más de sexo. Algo pasajero en mis pensamientos.
En el mismo vecindario donde vivimos vive un viejo amigo de mi marido, Alberto, siempre nos llevamos bien. Salimos juntos, nuestros hijos juegan juntos y así. La señora de Alberto, Sonia, es amiga mía y nos llevamos bien, desde que la conocí nos agradamos la una con la otra. Alberto es un tipo atractivo, buena nota, siempre preocupado por las cosas de todos. Los cuatro éramos como una sola familia.
Una vez que era mediodía y mi esposo estaba fuera de la estación mientras los niños dormían y no tenía nada que hacer, fui a la casa de Alberto para encontrarme con su esposa, como de costumbre, nos reunimos una o dos veces en una semana. Cuando entré en la casa, la esposa de Alberto, Sonia, no estaba en casa ni los niños estaban allí. Llamé tantas veces a Sonia pero no hubo ninguna respuesta. Seguí preguntándome cuál era el problema y por qué nadie me responde. Me quedé allí un rato y, después de unos segundos, Alberto gritó desde el baño que salía. "Mariana por favor espérame un minuto. Y después de unos minutos salió del baño. Su cabello estaba mojado cuando él recientemente tomó el baño. Se alegró mucho de verme y me pidió que me sentara. Le pregunté a Alberto que dónde está Sonia y los pelaos. Me dijo que se habían ido solo una hora para su ciudad natal ya que su madre estaba enferma y que la había llamado de prisa para que no pudiera conocerte.
Me pidió alguna bebida y té. Me reí y dije que ahora me harías el té? Luego me dijo que si no quieres hacerlo por mí, deberías hacerlo, ya que lo necesito. Así que fui a la cocina y ese no era lugar desconocido para mí. No lo sé, pero hoy estaba demasiado nerviosa para sentirme sola con él, ya que no era la primera vez que estaba sola con él. Cuando estuve en la cocina, estaba pensando en una excusa para irme, pero no pude. Así que preparé el té tanto para nosotros. Estaba en el salón cuando lleve el té y me senté con él en un sofá y puse la bandeja en la mesa cerca del sofá.
Empezamos a hablar y le pregunté por qué está en casa en este momento, dijo que no se sentía bien. Le pregunté sobre su enfermedad, pero él no dijo nada. Le ofrecí llevarlo al médico, pero él se negó y dijo que ya había tomado medicamentos. Estábamos hablando sobre todos los temas. Hoy me estaba mirando muy extraño. Sentí algo diferente en él y podía sentir lujuria en sus ojos.
Me dijo que mi marido tenía suerte de haber encontrado una esposa tan hermosa, y tan sexy. Después de conversar inocuamente de la nada me comento que llevaba una vida marital un poco mala, que su esposa no llenaba sus deseos. Continuó su conversación y me dijo que quería hablar conmigo sobre este tema por mucho tiempo, pero que no había tenido oportunidad de hacerlo. Ahora estaba confundida y quería irme. Me pare para irme a mi casa, que estaba aquí al lado, me insistió que le acompañara un rato. Al momento se acercó se me sentó al lado y cogiendo me la cabeza me beso en los labios, que me temblaban. Esto no está bien, mis sentimientos encontrados m me estaban traicionando. Mis labios algo apretados, se fueron abriendo permitiendo la entrada de su lengua, sus manos apretaban mis senos y yo sentía como mi vagina se iba calentando. No que iba a hacer, esta no soy yo pensé.
Quería pararlo, retirarme, pero mis deseos me acercaban y sentí sus labios en mi cuello, sus manos por todo mis cubierto cuerpo, solo la piel de nuestras bocas se estaba tocando.
Perdí el control de mis piernas y me deje caer sobre el sofá, Alberto aprovecho y rápidamente no sé cómo, me abrió mi blusa y me quito el sujetador, que solo mis tetas, para que el las pudiera acariciar con sus grandes manos, agarro una y dirigió su boca a uno de mis pezones, el cual se comió como si estuviese hambriento hacía mucho tiempo. Mi cosita estaba calentándose más, y mi cabeza me decía párate y vete, pero mis caderas me decían que era una mentirosa, Alberto bajo sobre mi estómago y desabrocho mi falda dándole acceso mis más privadas partes, lamio por encima de mi ropa interior, unos calzones de Sra. decente y recatada, metió los dedos por un lado y su lengua partió los labios que hasta hacia un momento solo mi marido había tocado.
No podía creer que estaba dejando que Alberto me chupara el coño. Mi débil actitud estaba remal, pero se sentía delicioso. Apreté su cabeza contra mi ingle, ya me estaba dejando llevar por las emociones y placeres del momento, mi marido y mis hijos estaban ya muy lejos en mi mente, y la lengua y labios de Alberto era lo que eme tenía excitada y mojada como nunca...
Se levantó se quitó sus pantalones y su erecto miembro, parecía un bate, que cosa tan grande, la acerco a mi boca, la cual ni siquiera había tocado el de mi marido, y me la metió en la boca, empecé a chupar burdamente, mientras él me decía que hacer, me tenía agarrada del cabello y solo dejaba su verga en mi boca, pero como estoy pensando ahora, verga que palabra tan sucia y caliente, lamí y saboree su verga, la chupe, la agarre con una mano y la tuve tiesa dentro de mi boca.
Me acosté sobre el sofá, Alberto saco su gran verga, era el doble que la de mi marido y más gruesa, la puso en la entrada de mi coño y solo la frotaba, no me penetraba, yo estaba muy caliente, nunca mi marido me había hecho sentir así, quería decirle me la metiera pero me daba pena, Al fin metió la cabeza la cual me produjo lago de dolor, era muy grande, suavemente la fue metiendo y empezó a darme despacito, y fue subiendo la fuerza y la velocidad, ya estaba yo como un cohete. Caliente y rápida, me siguió dando, que rico como se sentía, podía entrar mi marido que yo no iba a parar.
Estaba muy confundida pero muy arrecha y feliz, que rico lo hacía Alberto, ya estaba que me venía, e corrí a mil, y él me lleno con su leche espesa, no tenía fin, me la saque y siguió botando leche sobre mi estómago. Me quemaba. Me entro un sentido de culpa, y le dije que podía volver a pasar, me vestí y me fui.
Las cosas con mi marido me volvieron a la rutina, pero yo pensaba en Alberto así, que tome la decisión de hablar con él y darnos mutuamente el placer que nuestros conyugues no nos damos, nos volvimos amantes deportivos.
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