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"Todo ocurrió el pasado mes de septiembre, pero si me he decidido a contarlo es porque Gema me ha dicho que su marido ha tenido la extraña idea de escribir un relato sobre lo ocurrido y publicarlo en esta página web."
Es inevitable que entre los padres y madres cuyos hijos comparten clase en el colegio se vaya forjando cierta amistad. No sólo se charla en la puerta mientras se espera que sea la hora de la estampida, si no que es habitual coincidir en las actividades extraescolares, en los cumpleaños, en los parques, etc. Basta hacer un comentario más o menos gracioso y que la otra o el otro conteste de forma más o menos irónica para que se forme el lío. Algo de esto es precisamente lo que me ha pasado con Gema, y si bien no quiero adelantar acontecimientos, puedo adelantar que lo nuestro no ha sido la típica aventura extramatrimonial.
Mi nombre es Roberto o mejor Róber, que es como me llama todo el mundo. Para los que aún no me conocéis sólo decir que no hace mucho que cumplí los treinta y un años y vivo en el sur de España. Por lo demás soy de estatura media alta, de piel morena por herencia genética de mi bisabuelo que no era español pero también por mi afición a los deportes al aire libre: senderismo, trail, ciclismo, etc. Como seña de identidad diré que soy elegante, y no de esos que se ponen lo primero que pillan si no que me gusta vestir con clase. La ropa es como la educación, dice mucho de uno mismo. En cuanto al sexo, ya no poseo el vigor sexual de un adolescente claro está, pero suelo follar con mi fascinante mujer un par de veces por semana, que para ser padres de familia no está nada mal. Por lo demás, sólo diré que tengo entre las piernas más de lo que a la mayoría de mujeres les coge en la boca.
Todo ocurrió el pasado mes de septiembre, pero si me he decidido a contarlo es porque Gema me ha dicho que su marido ha tenido la extraña idea de escribir un relato sobre lo ocurrido y publicarlo en esta página web.
Tras realizar una lectura del mismo creo que es justo que sepáis ciertos detalles que Jose omitió intencionadamente. Para ello reescribiré su relato dejando constancia de cómo cambia la verdad a medida que conocemos hechos que ignorábamos, como ocurre casi siempre.
Jose, marido de Gema:
Hasta hace unos días éramos una pareja normal, con unos hijos bastante “normales” para lo que se ve por ahí. Ambos tenemos un buen trabajo y renta media/alta, algo que no es fácil en estos tiempos, Hace mucho que no tenemos hipoteca. En cuanto a nuestra vida sexual, ésta era igual que una buena dieta, frecuente y variada.
Me llamo Jose y estoy en buena forma para mis cuarenta y cinco años. Voy de vez en cuando al gimnasio, otras veces salgo a correr, pero no consigo tener regularidad ya que viajo mucho debido a que trabajo en una empresa muy potente en el desarrollo y la venta de software.
Gema, mi mujer, es muy elegante y sofisticada, educada, inteligente y con su propio estudio de arquitectura. Es una de esas mujeres maduras que se cuidan y da gusto ver. Ahora lleva el pelo moreno. Es guapa a pesar de los años y tiene un tipazo muy trabajado en el gimnasio y un culo de primera división. Debo reseñar que el tamaño de sus tetas inquieta a todos mis amigos, claro que con lo que le costaron no es de extrañar. En fin, Gema es una mujer moderna, activa y muy deseable.
En la intimidad siempre ha sido una mujer apasionada, dispuesta a probar cosas nuevas. Cuando la conocí ya había estado con otros, por lo que tenía bastante experiencia y aunque de novios siempre rechazó el sexo anal, eso se acabó justo el día que me casé con ella. En efecto, la sodomice en nuestra noche de bodas (Relato: Vestida de Blanco). También me ha dicho que tiene un par de juguetes íntimos, pero si les digo la verdad, jamás los he visto.
Gema padece de una contractura de cervicales y hace unos meses salimos a cenar con su masajista, una andaluza llamada Sara. Yo pagué la cena y Sara insistió en invitarnos a tomar una copa en su piso. Allí mi mujer me confesó que ambas deseaban hacer un trío. Naturalmente yo pensé que se estaban burlando de mí, sin embargo un minuto después ambas se turnaban para chuparmela. Ciertamente tuve que dosificarme para aguantar su ritmo, pero Gema se corrió al menos cuatro veces. Mientras Sara se ensañaba con el sexo de mi mujer, yo no me lo pensaba dos veces si una de ellas se ponía a cuatro patas, fuera la que fuera. Al final Gema me masturbó sobre la cara de la masajista. Ese fue nuestro primer trío, donde descubrimos que tener sexo con una tercera persona era tan inquietante como placentero.
Finales de septiembre:
El cabecero resuena insistente contra la pared de la habitación de al lado, como si marcara el ritmo a los jadeos de la pareja. La mujer, que no es ninguna jovencita, grita ante las embestidas del macho que lleva un buen rato montándola. Le pide más, que siga y que no pare de follarla. En cambio, a él sólo se le escucha jadear a causa del esfuerzo.
No puedo dejar de escuchar con una extraña mezcla de excitación, intriga y preocupación. Excitación al escuchar el repaso que ese hombre está dando a la mujer que se ha corrido al menos un par de veces. Intriga, por saber cómo lo hacen, en qué lugar o en qué postura. Además también siento preocupación porque si transcendiera lo que están haciendo sería un escándalo.
Sé que hoy no la ha sodomizado. Cuando eso ocurre ella siempre implora que lo haga despacio y resopla de un modo característico, muy largo y profundo. Cuando eso ocurre me excito todavía más.
A quién no le gustaría escuchar algo así, una pareja que se ama tan intensamente y que goza en la habitación de al lado sin ningún pudor. Pero para mí además es bochornoso porque ella es... mi esposa. Sí, la mujer a la que están follando por tercera vez en una semana lleva casada conmigo catorce años.
Lo peor de todo es saber que he sido yo mismo quien ha provocado su infidelidad. Por un lado, me gustaría borrar las tres últimas semanas y no haberle formulado aquella indecente proposición. Pero por otro lado, no puedo negar que una trepidante excitación me avasalla como demuestra la gran erección que se aprecia en mis pantalones. De todas formas ya es tarde para echarse atrás.
La puerta de la habitación se abre antes de que pueda desenredar la maraña de pensamientos que me atosiga. Ambos entran riendo en el salón donde yo finjo haber estado mirando mi iphone. Se dirigen directamente a la cocina, y mientras que el muchacho me saluda educadamente con un sutil movimiento de cabeza, ella se limita a sonreír de oreja a oreja como una boba antes de ofrecerle a su macho algo de comer.
Mientras les oigo charlar repaso todo lo sucedido desde ese día no tan lejano en que le pregunté a Gema si le gustaría acostarse con otro hombre.
Tres semanas antes:
Esa noche íbamos a cenar con Luis Montalvo, mi jefe, y después de un largo día de trabajo ambos necesitábamos una buena ducha.
― ¿Donde está la pasta de dientes? ―le pregunté a mi mujer, que había dejado desplegado sobre el lavabo todo su arsenal de maquillaje.
― ¡Ahí!―señaló burlándose de mí.
Le di en venganza un cachete en el culo. No perdía detalle de mi mujer mientras me lavaba los dientes. Es una mujer hermosa que a sus cuarenta y tres años sigue conservando unas tetas grandiosas y un culo firme, redondo y muy apetitoso. Llevaba puesto ese conjunto morado que le quedaba tan bien. La braguita brasileña realzaba aún más su fantástico culo, propio de una chica veinte años más joven. Gema estaba radiante, seguía siendo una mujer realmente guapa, de estatura media y unas curvas de vértigo.
Mientras se apoyaba en el lavabo para maquillarse yo disfrutaba su imponente escote reflejado en el espejo, hasta que de pronto un retorcido pensamiento cruzó mi mente. Una insistente fantasía de los últimos meses, exactamente desde que uno de mis mejores amigos me confesara su devoción por las tetas de mi mujer.
La imaginé apoyada en ese mismo lavaba mientras mi amigo Juanra, alto y corpulento, la penetraba desde atrás con total impunidad, sujetándola por la cintura con sus enormes manos mientras la poseía con fuerza.
¿Y ella? Qué hacía ella… En mi fantasía Gema se estremecía boquiabierta frente al espejo mientras su sexo se empapaba el miembro de su amante…
― ¿Qué pasa? ―preguntó Gema sacándome de mi ensoñación, pero al darse cuenta de que la tenía dura como una columna añadió― ¡Qué barbaridad!
― Cómo me pones con este conjunto ―contesté en lugar de decirle lo que estaba imaginando.
― Jose, ¡me acabo de duchar! ―protestó mirando su reloj.
― ¿Y qué quieres que haga? ¡Tú tienes la culpa!
― ¡Vaya tela! Qué quieres, que te haga un apaño ―sonrió.
Miré como hacía saltar fuera mi miembro. Después lo acarició suavemente reverenciando su imponente estado.
― Qué malo eres conmigo… Como te aprovechas de que me encanta chupártela ―me recriminó jugando arriba y abajo con su mano.
Mientras Gema me la chupaba con inusitada pasión para que no se nos hiciera tarde, esa recurrente fantasía regresó a mi cabeza. No podía evitarlo. Me encantaría verla así, postrada ante otro hombre chupándole la polla, un hombre atractivo, con carácter, joven y bien dotado.
Naturalmente, yo sé que habrá hombres a quienes esto les parezca humillante, pero a mí me excitaba muchísimo, tanto que no tardé en derramarme en la boca de Gema.
Dos días más tarde.
La preparación de Gema.
Aunque a priori el objetivo de convencer a mi esposa parecía complicado, debo reconocer que no resultó tan difícil. Ya había bromeado en alguna ocasión con ello. “Me hago viejo nena y tú sigues igual de zorra. Al final voy a tener que pedir ayuda”, me burlaba de ella. Así que lo único que necesitaba era motivarla convenientemente para hacer real aquella fantasía.
La idea surgió de forma sencilla, simplemente tuve que pensar cuál sería la ventaja de hacer un trío con otro hombre. Obvio, Gema dispondría de cuatro manos recorriendo su piel, dos lenguas jugueteando en sus partes íntimas y dos pollas para saciarla completamente. Entonces decidí hacerme con un consolador de un tamaño aceptable que me permitiría simular un trío, para después insinuar la posibilidad de invitar a alguien a unirse a la fiesta y reemplazar a nuestro frio juguete con algo más real y caliente.
Además, también utilicé un juego. Al hacer el amor con Gema le iba narrando al oído una fantasía erótica cuya protagonista era ella misma. Le contaba que mi amigo Juanra me había confesado que le volvían loco sus tetas, lo cual era cierto. Entonces le preguntaba a ella si Juanra le gusta. De sobra sabía que sí. Sin embargo, al avisarla de que Juanra la tenía grande, ella se burló diciendo que lo importante es que se ponga dura.
Al final, Gema acabó con el consolador en el culo y mi verga follándola al mismo tiempo. Después, ya más relajada me confesó que esa es una de las fantasías más frecuentes entre las mujeres. Ponersela dura a dos o más hombres y que ellos la hagan tener tantos orgasmos que le tiemblen las piernas. No hizo falta que lo jurase, había acabado exhausta.
― ¡Qué pasada, nena! ―le dije.
― Sí, pero no creo que pueda andar ―confesó rendida.
― Te gustaría hacerlo de verdad, a que sí ―comenté.
― ¡Quieres que lo hagamos con Juanra! ―preguntó ruborizada.
― No seas burra. Con él no, con alguien que no conozcamos.
Gema me miró sorprendida.
― Te conozco bien y sé que no te gustaría. Con otra mujer sí claro, pero con otro tío… No, no creo que te guste ―alegó con escepticismo.
― Lo digo en serio, nena. Si a ti te apetece yo no me opondré. Eso sí, con condón.
Gema, se colocó junto a mí atrapando mi miembro con una de sus manos.
― Así qué no te importaría que se la chupe a otro hombre. Imagínatelo, un chico joven, guapo, musculoso, con un astil durísimo… ― Gema comenzó a masturbarme mientras decía esto.
― Por supuesto. No dejaré que lo hagas con un tipo mediocre ―afirmé.
― Después querrá follar a tu mujercita con su pollón, verdad qué sí ―susurró Gema empezando a meneármela con fuerza.
― ¡Aaaaaaaagh! ―me hizo gemir.
― ¿Y si quiere metérmela por detrás? ¿Le dejarás usar mi culito? ―dijo juguetona, acariciándose las tetas de forma lasciva.
― ¿Y Tú? ¿Quieres hacer un trío o sólo nos miraras? ―me preguntó con maldad.
― ¡Síííí! ―gemí excitado.
― Sí, ¿qué? Dilo claramente. ¡Quiero oírlo! ―exigió Gema sin dejar de masturbarme.
― Quiero que te follen, maldita cabrona, y que grites de gusto.
― Lo sabía ―contestó antes de metérsela en la boca.
En animal anda suelto:
“Hola Róber. ¿Puedes quedar antes de la salida del cole? Ciao. Gema.” Éste fue el mensaje que Gema me envió por Whatsapp.
Gema y yo solíamos hablar en la puerta del cole de esa locura que implica ser padres, siempre con niños de por medio. Así que a pesar de ser la primera vez que Gema me proponía quedar a solas supuse que querría discutir de algo del cole.
Quedamos en una cafetería cerca del colegio, pero en lugar de sentarnos en la terraza para disfrutar del sol pasamos dentro. Eso ya me inquietó.
Estaba radiante. Llevaba una combinación infalible, camisa blanca y Levi’s 501.
― Bueno Róber, tengo que contarte algo y ya es bastante complicado como para además andarme con rodeos ―dijo un poco abrumada.
― Si es lo de los Reyes Magos, ya lo sé ―bromeé.
― Jo. Si vas a hacerte el gracioso, pasó del tema ―me recriminó.
― Vale, vale. No era mi intención. Dime.
Gema me miró buscando las palabras adecuadas.
― Quiero que te acuestes conmigo ―dijo a bocajarro.
― ¡Hostia! ―me había dejado seco del primer disparo.
Gema era una mujer muy interesante, y no sólo porque fuera de esas que se esfuerzan en seguir siendo atractivas después de los cuarenta, si no porque tenía algo especial. Gema era irónica, práctica, ingeniosa y siempre estaba tratando de burlarse de los hombres, utilizándolos como muñecos de vudú. Pero sinceramente, Gema acababa de dejarme fuera de juego.
― ¿Quieres acostarte conmigo? ―repitió.
Sé que hay hombres que habrían salido corriendo de allí, sin embargo yo nunca he rechazado una petición de una hembra de su categoría, y menos una tan concisa y directa.
― Sí ―respondí.
Entonces Gema me explicó el extravagante capricho de su marido, que deseaba verla haciendo el amor con otro hombre. Luego confesó que yo le gustaba y que quería que yo fuera su amante, pero había un problema. Su marido no quería a alguien de su círculo, así que no debería enterarse de que Gema y yo nos conocíamos.
Por increíble que parezca, Jose, que así se llama su marido, había puesto un anuncio en una página web de contactos para elegir al hombre que se acostaría con ella. Por tanto, si quería acostarme con Gema debería responder a dicho anuncio.
La selección del amante:
― Casi no me lo creo ―le dije sinceramente a mi mujer.
― Y haces bien, aún puedo echarme para atrás ―dijo ella cortando mi júbilo de raíz.
― Al menos no te has negado de plano ―comenté.
Esa misma noche mientras Gema leía sentada en el sofá yo puse un anuncio en una conocida página de contactos. Escribí el texto como si fuera mi mujer la que buscaba un amante sin dejar lugar a dudas: “Mujer casada de cuarenta y tres años busca hombre hetero joven, a ser posible con estudios superiores y bien dotado para que me haga gozar delante de mi marido. Abstenerse gays, hombres poco dotados e incultos. Comprobaremos por anticipado todos estos requisitos”.
A lo largo de las siguientes setenta y dos horas más de treinta solicitantes respondieron al anuncio. Ofertas que sin demasiado esfuerzo, reduje a doce. Ahí llego la primera prueba importante: “Necesito al menos dos fotos tuyas, reales. Una vestido, y otra desnudo y en erección. Si prefieres ocultar tu rostro, hazlo, pero preferiría poder ver cómo eres. No mandes fotos falsas, porque mi marido quedará antes con los seleccionados para asegurarnos que todo es correcto”. Solo recibimos las fotos de siete candidatos que mejor o peor cumplían lo exigido. Entonces, con ayuda de mi mujer elegimos a los cuatro finalistas. Aquellos con los que me entrevistaría. Aunque sería yo el responsable de elegir con quién me iba a poner mi mujer “los cuernos”, Gema tendría que dar su visto bueno, claro está.
Gerao, de origen brasileño. Treinta y cinco años. 1´83 y 87 kg de peso. Muy musculoso, con varios tatuajes, pelo corto, fisioterapeuta. Me causó buena impresión por su buena educación, aunque estuvo receloso e inseguro. Nos vimos en un conocido restaurante. Le costó acompañarme al baño. Allí me mostró una más que aceptable verga. Estaba nervioso, así que solo me la enseñó un instante.
Vicente. Las fotos que había mandado eran claramente falsas.
Luis, 48 años, empresario, pelo largo y desgreñado, en buena forma. Aunque buscábamos a alguien algo más joven comprobé en el baño que iba muy sobrado. La verdad, me asustó un poco que le metiera eso a mi mujer.
Roberto, ó Róber. 31 años, 1,75, 70 kg, muy moreno, sin tatuajes, comercial. Serio, elegante, corpulento y con carácter. No muy hablador. Cuando le indiqué que fuéramos un momento al baño él exigió que antes le enseñara una foto de mi mujer donde se le viera la cara. Accedí a su petición, al fin y al cabo el también se había dado a conocer. Al ver la foto dijo “Guapa. Me gusta”. No mentía. Cuando me mostró su miembro en el baño lo tenía en plena erección. “Mándale una foto a tu mujer y le dices que estoy deseando conocerla” dijo socarrón. Le tome la foto y se la mandé a mi mujer por Whatsapp. Luego dijo que no le importaría que hiciéramos con Gema un buen sándwich. También me preguntó a mí si era marica o tenía dudas al respecto. Me reí y le dije que no. Entonces me llegó un mensaje de Gema. Era una foto. En ella se veía su sexo abierto con un par de dedos mostrando su humedad y enseguida llegó un texto: “¿Quién es? Dile que yo también tengo ganas de conocerlo”. A mí me pareció un tanto estúpido, pero la verdad es que era lo mejor que teníamos.
Esa misma noche le conté a Gema como me había ido con los candidatos, pero nos centramos rápidamente en Róber. Aunque a ella le parecía un poco snob, le dije que tenía buen físico, parecía inteligente y discreto.
Gema subió a nuestra habitación y regresó con el consolador. Se puso a cuatro patas y comenzó a tocarse muy excitada. No tardó en pedirme que la penetrara. Cuando me coloqué detrás de ella vi que miraba la foto del miembro de Róber a la vez que mamaba el hermoso consolador de plástico. Estaba súper mojada.
El encuentro:
Llegó el día. A las 21:20 h. Gema y yo ya estábamos sentados en el restaurante. Teóricamente Róber debería llegar en diez minutos. Gema estaba preciosa, como siempre. Llevaba un vestido Cacharel azul con puntos blancos cuya falda le llegaba por la rodilla. Ése vestido realzaba sus piernas largas y esbeltas, y ella lo sabía, especialmente con los tacones que había elegido. Antes se había probado otro vestido más ajustado que le hacía un culo espectacular, pero ya no le gusta llevar ropa tan incómoda. Había hecho calor esa tarde de septiembre, por lo que nos tomamos en un minuto la primera de cerveza. Me dijo que se había puesto tanga. Gema estaba muy guapa y bastante nerviosa. “Ojala que todo salga bien”, pensé.
De repente lo vimos entrar en el restaurante. Rápidamente levanté el brazo para que Róber nos localizara. Llevaba un pantalón claro y una camisa azul oscuro. Nos saludamos y Róber me pidió que me cambiara de asiento para estar frente a Gema. Mientras cenaba un plato de pasta, vi como ambos parecían pasarlo bien, disfrutando del vino, la comida y su mutua compañía. Róber no dejaba de mirarle el escote. Habían cogido confianza rápidamente, como si se conociesen de toda la vida. Cuando nos marchamos, dejamos que Gema caminara en medio de nosotros. Estaba encantada de llevar a dos hombres con ella. Pese a los tacones, Gema resultaba menuda y parecía una muchacha a nuestro lado.
Estuvimos en un bar el tiempo necesario para que Róber demostrara que, a diferencia de mí, él llevaba el ritmo en el cuerpo y no sentía vergüenza alguna de bailar en público. La verdad es que me daba envidia ver como se movía y hacía girar a mi mujer al ritmo de la salsa, siempre con su mano entre la cintura y el culo de Gema. Bailaban sin pudor, como si yo no estuviera allí, por lo que decidí mandarle un Whatsapp a mi mujer diciéndole que me marchaba para casa.
Allí me senté en el salón. ¡No me lo podía creer! La excitaba pensar que estarían haciendo, cuando les oí llegar.
― ¿Estará durmiendo? ―preguntó él.
― No sé. No creo ―dijo Gema.
De pronto, Gema me vio y se quedó paralizada sin saber cómo reaccionar. Sin embargo, Róber aprovechó para atraerla hacia él y besarla. Desde ese momento supe que no me había equivocado con él. La besaba con deseo, sujetando su culo con fuerza y no tardó en introducir una mano entre sus piernas.
Gema se estremeció y pronto le imitó bajando hábilmente la cremallera de su pantalón y metiendo la mano dentro mientras seguía besándole. Le costó extraer su miembro erecto, pero una vez fuera, lo masturbó con suavidad y veneración, maravillada por la fuerza que emana de él, grande, moreno, rígido y surcado de venas.
― Quítate el vestido, no se vaya a manchar ―indicó Róber con malicia.
Gema, que sabía que lo que Róber quería era verla desnuda, sonrió dándose la vuelta para que él le bajase la cremallera. Después dejó que el vestido se deslizara suavemente por su cuerpo y que los ojos de Róber la fueran recorriendo. Sus hombros desnudos, su sensual espalda, sus caderas opulentas…
― Ahora estás aún más hermosa ―exclamó Róber atrayéndola hacia él.
― No seas bruto ―protestó Gema zafándose de su abrazo y sonriendo fue agachándose lentamente frente a él.
Mi mujer cogió su contundente verga, y muy mimosa comenzó a acariciarla como sólo ella sabe hacer. A cámara lenta fue acercando su boca hacia el hinchado glande, púrpura y duro como una roca.
― No te imaginas las ganas que tenía de comértela. Te voy a hacer gozar como ninguna otra mujer lo ha hecho ―dijo Gema lascivamente.
― ¿Has oído? ―dijo Róber.
Yo sonreí sabedor de su destreza como felatriz.
― Espera, ponte así, que tu marido no se pierda detalle ―y mirándola intensamente la retó― A ver qué sabes hacer.
Mi esposa apenas estaba a un metro de mí cuando empezó su exhibición. Echó su pelo hacia el otro lado para que yo pudiera ver bien como la lamía. Entonces abarcó con la boca el infladísimo glande y se introdujo dentro la mitad del miembro de Róber. Luego lo fue sacando lentamente, chupándolo con deleite. Entonces dio comienzo un auténtico recital de lametones por todos lados y direcciones, intensas chupadas, juegos malabares con la punta de la lengua, intensas mamadas y tragadas cada vez más profundas.
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― ¡La madre que te parió! ―exclamó Róber completamente alucinado.
Gema permaneció atragantada durante unos segundos que se me hicieron angustiosos. Después la volvió a dejar salir centímetro a centímetro. Parecía cosa de magia que algo tan grande saliera de su boca.
― ¡Joder, qué pasada! ―la aclamó Róber.
Mi mujer sonrió con suficiencia.
― Eso no te lo enseñaran las monjas, verdad ―inquirió Róber, a quién Gema le habría contado que estuvo interna en una residencia de monjas en su época universitaria.
― Te ha gustado ―le preguntó ella.
― Claro que sí, y a ti, ¿te gusta? ―preguntó Róber cogiéndola de la barbilla con suavidad.
― Me encanta tu polla ―confirmó Gema.
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Róber no se dio cuenta, pero al mismo tiempo que Gema le sacaba brillo a su polla Gema coló una mano debajo su braguita y empezó a acariciarse. Tener una polla en la boca la excitaba enormemente, y la de Róber era un ejemplar de primera.
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― Así me gusta nena, vuélveme loco.
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― Joder, ¡cómo la chupa tu mujer! ―proclamó Róber mientras Gema probaba a ponerle le polla al rojo vivo.
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― ¡Ufff! Podría hablarles a unos amigos de ti ―le dijo― Te pagarían muy bien.
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Mi mujer siguió mamando con empeño, sin hacer caso a lo que éste acababa de decir. Sin embargo yo no pude evitar imaginarme a Róber entrar en casa acompañado de un par de esos amigos que decía. Se me puso tan dura que no supe cómo colocarla dentro del pantalón. No pude aguantar más, me la saqué y empecé a meneármela.
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― ¡Buah! ¡Menuda hembra! ―aclamó deshaciéndose en elogios.
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― Ya está bien, zorra. Vas a hacer que me corra ―confesó sacándosela a mimujer de la boca.
Bruscamente Róber la obligó a ponerse a cuatro patas… ¡en el suelo! Le bajó la braguita a medio muslo y se la clavó de inmediato. La penetración fue tan atroz que Gema estuvo a punto de desplomarse sobre el suelo. Sin ninguna compasión, Róber dio un par de empellones para asegurarse de que Gema la tenía toda dentro. Vi que Gema empezó a sacudirse de pies a cabeza recorrida fulminantemente por un orgasmo. Róber había hecho que mi esposa se corriera… ¡con sólo metérsela!
¡Ooooooooogh!
Me excitaba mucho verla completamente dominada por la pasión.
― ¡Ah! ¡Aaah! ¡Aaaaah! ¡Aaaaaaaaaaaah!
― Te voy a dar lo que has venido a buscar ―la avisó Róber sin darle más tiempo para restablecerse.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
― ¡Sí! ¡Sí! ―clamó mi mujer.
― ¡Toma, nena! ¡Toma! ―gritaba Róber empujando con cadencia, haciendo que las grandes tetas de mi mujer se bamboleasen como dos pesadas campanas.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Nunca había visto un espectáculo tan intenso. La tenía frente a mí. Veía el rostro desencajado de mi mujer aguantando embestida tras embestida. La estaba follando con ganas, a un ritmo constante que hacía que sus tetas se agitaran.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Veía su cara de placer y angustia, su estremecimiento, su rictus de dolor cuando la azota el culo enrojecido.
¡PLASH!
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Era justo lo que yo quería, pero me sentía confuso al verla así. Róber la trataba como a una yegua. Sujetándola con fuerza para meterle la polla bien dentro de su pringoso coñito.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaaaagh!
Róber la penetraba sin contemplaciones, metiendo y sacando casi toda su verga. La follaba sin piedad, azotando de vez en cuando su firme trasero si la veía relajarse. “¡PLASH!”
― ¡Aaaaaaaagh! ―jadeaba Gema.
Al montarla, Róber la sujetaba casi siempre de las caderas, pero también de los hombros o del pelo. Tampoco olvidaba sobarle las tetas estrujando sus pezones, lo que siempre la hace enloquecer.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
Gema estaba ofuscada, en trance, cuando repentinamente algo la sobresaltó.
― ¡Ay!
Róber le había metido un dedo en el culo. La había pillado por sorpresa, aunque de sobra sabía que antes o después todos intentaban sodomizarla, y Róber no iba a ser una excepción.
― Córrete en mi coño. Tomo la píldora ―suplicó.
― El próximo día lo haré, pero ahora quiero saber si tienes un culito juguetón ―le explicó con perversidad.
No entendía porque su culo resultaba tan provocador a los hombres, pero así era. Hubo tres chicos que no tuvieron suerte, pero sí Carlos, el socio de su madre que había sido el primero en metérsela por detrás, y también Jose, su marido.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
Aunque no sería la primera vez que se la metían por el culo, le molestó que Róber no le hubiera pedido permiso ni avisado antes de meterle aquel dedo, dando por hecho que podía hacerle lo que quisiera.
― Eso es demasiado para ser la primera vez que nos acostamos ―se quejó Gema.
Róber dejó de ensartarla y se acercó a su oreja para decirle algo.
― Eres una mujer casada, y las que se casan prometen entregar su cuerpo a los hombres ―afirmó completamente serio.
Róber no sabía hasta que punto tenía razón, ya que fue precisamente en su noche de bodas, de recién casada la primera vez que un hombre la folló analmente.
El macho poseía a la hembra. En el sexo todo seguía igual que antes de que la civilización llegara al mundo. Sí, Róber era el arrebatador líder de la manada, el apuesto hombre que había vencido en el proceso de selección adquiriendo derecho sobre ella.
Gema no lo había previsto, pero puesto la iban a sodomizar mejor sería hacerlo bien.
― Un momento ―se disculpó levantándose de improviso. Fue a toda prisa a la cómoda y del fondo del cajón de arriba sacó un frasco de lubricante.
― Mucho mejor ―reconoció Róber.
A cuatro patas Gema estaba totalmente a merced de su amante. Sin perder ni un segundo Róber, se embadurno con lubricante, haciendo a ella lo mismo.
― Hazlo ya, vamos ―demandó ella.
― Déjame entrar preciosa―susurró Róber.
La palabra entrar me sobresaltó, aunque sabía que Gema disfruta a tope por detrás, también sabía que hasta que dilataba le dolía bastante. Pensé que Róber sería paciente con ella. Sin embargo, mis dudas se disipan un segundo después. La expresión de angustia de Gema reveló lo duro que iba a ser para ella. Incluso se mordía su propia mano.
― ¡Relájate! ―le recriminó.
― ¡Ayyyy! ¡Para! ¡Para! ―vociferaba mi esposa fuera de sí.
― ¿Es qué no le das por el culo, cabrón? ―me recriminó Róber.
― ¡Más despacio! ―sollozó Gema sintiendo como su esfínter iba cediendo dolorosamente.
― ¡Ayyyyyyyyyyy! ―gritó desconsolada.
― ¡Vamos, nena, ya casi está! ―la animó mientras seguía empujando.
― ¡Aaaaaaaaaaaaah!
― Esto es lo que te gusta, eh Jose. Ver a tu mujer jodida ―debí haber reconocido que lo deseaba muchísimo, pero no dije nada.
No pude articular palabra. Róber la había enculado y ahora la hacía rabiar con sus primeras embestidas. A pesar de todo, Gema aguantó valientemente con el culo en pompa mientras Róber la sodomizaba con esfuerzo.
Fui yo quién no aguantó más y anónimamente empecé a salpicar mi camisa de esperma.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
― ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ―Gema jadeaba de esa forma tan especial como sólo lo hace cuando está siendo sodomizada.
― En cuanto te vi supe que nos lo íbamos a divertir ―le confesó Róber a mi mujer notando que cada vez costaba menos metérsela.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
― ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ―gimoteaba lánguidamente, notando como el dolor inicial se transformaba lentamente en placer. Su estrecho esfínter se había dilatado por fin, y la verga de Róber entraba y salía casi sin resistencia.
¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!
― ¡Ahora, sí! ¡Ahora, sí! ―gritaba Róber aumentando la fuerza de sus caderas.
― ¡Aaaaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaaah! ―sollozaba ella.
De repente, Róber se levantó arrastrándola con él y se sentó en el borde de la cama con ella encima. Cuando la obligó a separar las piernas vi que su polla seguía entre las nalgas de mi mujer y entonces Róber comenzó a masturbarla con ganas.
― ¡Aaaaaaaaaaagh! ¡Aaaaaaaaaaagh! ¡Aaaaaaaaaaagh!―jadeaba Gema, absolutamente entregada al placer.
Róber me miraba. Me estaba ofreciendo deliberadamente aquel show porno en vivo. Aunque el peso de mi mujer era demasiado para que pudiera levantarla, sí que logró que mi mujer mantuviera los pies en el aire, y empezó a contonear sus caderas a fin de que su miembro entrara y saliera del culo de Gema.
Profundamente sodomizada, el rostro de Gema estaba desencajado por el éxtasis. Como Róber no podía frotar enérgicamente su inflamado clítoris, empezó a hacerlo ella misma.
Gema se quedó rígida sin que la furiosa verga parase ni un momento de embestirla, y de pronto un chorro amarillo salió disparado de su coñito. La polla de Róber debía estar presionando su vejiga, y al sentir el orgasmo Gema perdió por un instante el control urinario, meándose encima. No quedaba ni rastro de dignidad en mi esposa.
― ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah!
Afortunadamente, Róber tampoco puede más, sus golpes de cadera se intensificaron enérgicamente en el culo de mi mujer. Iba a llenarle el culazo de un momento a otro.
― ¡Oooooooooooh, Dios! ¡Ya! ¡Ya!―brama enfurecido, y veo claramente como su miembro comienza a contraerse ritmicamente bombeando su esperma dentro de Gema.
― ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ―informa Róber de cada eyaculación.
Cuando Róber terminó de eyacular siguieron sentados en el borde de la cama, dejando que su respiración se normalizara y que el corazón volviera a serenarse tras aquel polvazo increíble.
Entonces Gema hizo algo que siempre recordaré. Se incorporó mirándome con desprecio, y dándose la vuelta me mostró el culo. Al separar ella misma sus nalgas vi que donde debería haber uno ano apretujado, se abría un espantoso agujero oscuro.
― ¡Ves como me dejado el culo! ¡Cornudo desgraciado! ¡Te has corrido encima de la camisa nueva!
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Estalló a reír Róber.
― ¡Y tú de qué te ríes! ―le reprendió ella.
― Dile quién soy.
― ¡Cómo! ¡Lo conoces! ―pregunté atónito.
― ¡Pues claro, imbécil! Es el papá de Irene. Nos vemos casi todos los días en la puerta del cole. Con sólo estar a su lado se me mojan hasta las medias.
De pronto Róber la cogió del brazo, y antes de que Gema pudiera reaccionar le soltó una bofetada.
― ¡Ya está bien! No le hables así después de lo que ha hecho por nosotros ―le recriminó.
Róber aún tenía otra sorpresa para ella. Gema comprobó con estupor que volvía a tenerla dura y de pronto se encontró arrodillada frente a él, solo que esta vez a la fuerza. Esta vez Gema estaba de espaldas a mí, por lo que lo único que veía era el vaivén de Róber mientras la sujetaba de un puñado de pelo. Sin embargo, lo peor fue que no dejó de mirarme mientras le follaba la boca a mi mujer.
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