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Michael salió de la oficina a las seis de la tarde. Douglas, el jefe de redacción, le había encargado en el último minuto una crónica deportiva que según él debía salir con urgencia en la edición del día siguiente. Francamente, Michael tenía la sensación de que le había dado tarde el encargo para hacerle salir el último. Douglas era el típico jefecillo que lamía el trasero a los que de verdad llevaban las riendas del periódico, pero que disfrutaba puteando a sus subalternos. No era el primer hombre de ese tipo que Michael conocía, y estaba seguro de que tampoco sería el último.
Una vez en la calle entornó sus ojos marrones hacia el cielo. Esa tarde de finales de abril del año 1957 estaba encapotado, oscuro. El viento golpeaba con fuerza los edificios de la vieja Chicago, y todo parecía indicar que en cualquier momento se iba a desatar una tormenta. Afortunadamente no vivía demasiado lejos de la redacción del Chicago Post, pues había tenido la suerte de encontrar un apartamento a apenas quince minutos. Le gustaba ir al trabajo caminando todas las mañanas. Tenía un coche, un viejo Ford 1949 heredado de su padre, pero no solía cogerlo, pues el tráfico por las mañanas era demencial y viviendo tan cerca tardaba menos andando.
A pesar de que la lluvia amenazaba con hacer acto de presencia en cualquier momento, seguía absorto en sus pensamientos, pensando en el capullo de Douglas. Cuando terminó periodismo hacía dos años, soñaba con convertirse en un reputado reportero, descubriendo casos de corrupción, escándalos políticos e investigando crímenes. Entró al Chicago Post como becario, recomendado por un amigo de su padre, si bien al cabo de un año le hicieron fijo.
El periódico era un modesto diario de ámbito local, aunque gozaba de cierto prestigio entre los habitantes de Chicago. Durante los últimos meses había estado rotando por diversas secciones, algo que tampoco era de extrañar al ser el nuevo. Sin embargo, llevaba cerca de dos semanas ayudando en la sección deportiva, probablemente el área que menos le interesaba del periodismo. Su asignación fue obra de Douglas, por supuesto.
Sin previo aviso, comenzó a llover. Michael se cerró la gabardina y apretó el paso, pues no quería que le cogiera la tormenta. Rápidamente empezó a llover a cántaros, esfumándose así todas sus esperanzas de llegar medianamente seco a casa. Su pelo rubio pajizo comenzó a chorrear y su ropa se empapó con rapidez, pues no había cogido el paraguas. Su apartamento no estaba demasiado lejos, pero para intentar acortar un poco el trayecto, fue por una pequeña callejuela por la que no solía pasar que le llevaba directamente a su calle, en lugar de ir como siempre por la avenida principal.
El callejón, situado entre dos viejos edificios, era estrecho y estaba lleno de cubos de basura y suciedad. Mientras avanzaba, pudo ver a través de sus empañadas gafas a dos hombres que se dirigían en dirección contraria a la suya. Se paró para dejarles pasar, pues por ese callejón a duras penas entraban dos personas a la vez.
Michael estaba distraído cuando los hombres llegaron a su altura, intentando pegarse a la pared lo máximo posible para dejarles pasar. Sin embargo, se pararon frente a él, a lo que levantó la vista para encontrarse frente a frente con el cañón de un revólver.
En apenas una fracción de segundo se quedó congelado, con el corazón latiéndole a tanta velocidad que parecía que se le iba a salir del pecho y el cerebro bloqueado. Dirigió la mirada al hombre que le apuntaba, cuyos ojos estaban tapados por unas gafas de sol. También llevaba un sombrero de ala corta, por lo que los únicos rasgos que podía distinguir de su atacante eran su nariz aguileña y su boca fina e inexpresiva. Su acompañante también llevaba un atuendo similar.
-La cartera, rapidito -le dijo con una voz ronca.
Temblando de miedo, Michael sacó con rapidez su cartera del bolsillo interior de la gabardina, y se la entregó al hombre que le estaba apuntando. Este se la dio a su compañero, que sacó los pocos billetes que llevaba encima y la dejó caer al suelo embarrado.
Sin mediar palabra, el hombre que le estaba apuntando presionó el martillo del revólver. En ese instante, Michael supo que iba a morir. A pesar de haberles dado el dinero, a pesar de que no eran más que unos carteristas, iban a matarle. Sin necesitar ningún motivo para hacerlo.
Sin embargo, el disparo nunca se llegó a producir. Un tercer hombre reventó contra la cabeza del tirador una caja de madera, dejándolo inconsciente en el suelo.
-¡Hijo de puta! -gritó el secuaz sacando una navaja, mientras te daba la espalda a Michael para enfrentarse al recién llegado. Actuando casi por instinto, Michael agarró uno de los tablones de la caja que habían quedado en el suelo y con rapidez golpeó en el brazo al criminal, que con un aullido de dolor soltó el arma. Movimiento que su misterioso salvador aprovechó para tumbarle de un puñetazo en la cara.
-¡No tardarán mucho en despertarse! -gritó el desconocido con urgencia.
-¡No vivo demasiado lejos, sígueme! -respondió Michael.
Ambos echaron a correr bajo la lluvia, saliendo del callejón y dirigiéndose con rapidez a su apartamento. A Michael le costaba no caerse por lo mojada que estaba la acera, pero aún así no se detuvo hasta que al cabo de unos minutos llegaron a su portal, frente al cual estaba aparcado su viejo Ford. Miró atrás, no parecía que les hubieran seguido. Sacó las llaves y entraron.
Una vez refugiados de la lluvia tanteó la pared en busca del interruptor de la luz. Al pulsarlo el portal quedó iluminado por la solitaria y poco potente bombilla que colgaba del techo, que cada pocos segundos emitía un parpadeo.
Por primera vez, pudo ver con claridad al hombre que le había salvado. Era apenas un chaval, algo más joven que él, de pelo castaño y profundos ojos verdosos. Debía medir 1,75, pues era un poco más bajito que él, que no llegaba a 1,80 por apenas dos centímetros. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue su delgadez, que su viejo y desgastado jersey y sus raídos pantalones no conseguían disimular, pues ambos le quedaban demasiado holgados.
Ambos se miraron a los ojos mientras recuperaban el aliento. Tenía una mirada inteligente, demasiado madura para alguien de su edad. Contrastaba con los rasgos de su cara, de aspecto juvenil gracias entre otras cosas a unos bonitos hoyuelos.
-Me has salvado la vida. Jamás podré agradecerte lo suficiente lo que has hecho hoy por mi -dijo Michael, rompiendo el silencio.
-No pasa nada, cualquiera en mi lugar lo hubiera hecho. Pasaba por delante del callejón buscando un sitio para refugiarme de la lluvia, cuando vi a esos tipos encañonándote. La verdad es que no me lo pensé mucho, cogí una de las cajas del suelo y se la rompí en la cabeza.
-Tienes unos reflejos muy rápidos -dijo sonriendo Michael-. Me llamo Michael -añadió, tendiéndole la mano.
-Ben -respondió sonriendo también.
De pronto, la luz se apagó, volviendo a quedar el portal sumido en la oscuridad.
-Debe haberse ido la luz con la tormenta -musitó Michael, contrariado-. Subamos a mi apartamento, que estamos empapados y vamos a terminar cogiendo una pulmonía.
Se dirigió a las escaleras cruzando el pequeño vestíbulo, y Ben le siguió. Subieron uno detrás de otro, pues las escaleras eran bastante estrechas. Cuando llegaron al segundo piso Michael se dirigió a la puerta de la derecha, y la abrió después de tener que dar varias vueltas a la quejumbrosa cerradura.
Ben entró detrás de Michael, y miró con curiosidad la vivienda. A pesar de su pequeño tamaño, en la misma estancia en la que estaban se juntaban la cocina y el salón, separados por una estrecha isla con dos taburetes. En la parte que correspondía al salón había un sofá algo viejo pero bien conservado, un sillón de aspecto similar, una suerte de mesita de café, y una estantería con numerosos libros y una radio.
Al dirigir la mirada a la cocina le sorprendió ver un moderno frigorífico rojo, que contrastaba con el aspecto anticuado de los fogones y del horno. A la derecha de la habitación había una puerta cerrada, mientras que al fondo había otra entreabierta, tras la cual se apreciaba una cama.
Michael se dirigió con rapidez a la cocina y sacó de uno de los armarios un par de velas y una caja de cerillas. Tras encenderlas dejó una de ellas en la encimera, mientras que la otra se la llevó consigo mientras bajaba las persianas de las dos ventanas que había en la habitación. Tras hacerlo, el sonido de lluvia y los ocasionales truenos se comenzaron a escuchar mucho más amortiguados. Reparó en que Ben todavía se encontraba en la puerta, indeciso.
-Pero pasa, hombre -dijo mientras esbozaba una sonrisa.
Ambos estaban calados hasta los huesos, pero afortunadamente la calefacción central del edificio estaba conectada y el piso se encontraba a una cálida y agradable temperatura. Durante un instante se quedaron frente a frente, algo cortados. Michael reparó en que los zapatos de Ben estaban rotos, por lo que el agua le debía haber calado los pies.
Al fijarse en ese detalle calló en la cuenta del mal estado general de las ropas del chico. Era bastante probable que fuera de una familia muy humilde, o incluso un vagabundo.
-Tenemos que darnos prisa en entrar en calor. Si te parece bien, puedes darte un baño caliente para hacerlo más rápido –se le ocurrió–. Puedo dejarte algo de ropa seca para que te cambies.
-Muchas gracias, la verdad es que me vendría muy bien -confesó algo avergonzado Ben. A decir verdad hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un buen baño.
Michael fue a la otra habitación, y a los pocos segundos volvió con una camiseta blanca, un jersey azul, unos pantalones color ocre y unas zapatillas de andar por casa.
-Toma. El baño es la otra puerta –le dijo Michael, y tras darle las gracias Ben se dirigió hacia ella con la ropa en los brazos-. Espera un segundo -le frenó-. Lo siento, se me ha olvidado algo.
Michael se dirigió de nuevo a su habitación. Salió de ella con un par de calcetines negros y unos calzoncillos blancos.
-Esto también te hará falta –dijo Michael, algo avergonzado. Ben se rió para intentar quitarle importancia a la situación, le dio de nuevo las gracias y entró al baño llevándose consigo la vela de la encimera.
A la tenue luz de la llama, Ben observó que el cuarto de baño seguía el mismo patrón que el resto de la casa: apenas había un armarito con un espejo sobre el viejo lavabo, un retrete y una bañera empotrada. El suelo con baldosas negras y los azulejos blancos de las paredes tampoco ayudaban a darle un aspecto moderno a la estancia.
Se apresuró a quitarse la ropa mojada, que dejó tirada en el suelo. A pesar de la calidez del piso, seguía tiritando. Abrió el grifo de la bañera, y esperó hasta que el agua comenzó a salir caliente. Tras llenarla con rapidez, se metió dentro.
El agua caliente al principio le quemó por el contraste con el frío de su piel, sin embargo, se acostumbró rápido. Llevaba semanas sin sentirse tan bien como en ese momento. A pesar de que la bañera no era demasiado grande y que tenía que flexionar las piernas para entrar entero, gracias a su profundidad sólo quedaban fuera del agua sus rodillas.
Sumergió la cabeza en el agua mientras intentaba no pensar en todos los problemas que comenzaban a inundar su mente, y permaneció así durante unos instantes, disfrutando del calor. Después procedió a enjabonarse con la pastilla que encontró al lado de la bañera. Por fin podía quitarse toda la suciedad de la calle que llevaba días acumulando. Se limpió cada centímetro del cuerpo a conciencia, y tras ello, se volvió a sumergir en el agua para aclararse.
Al salir se secó con una de las dos toallas que había colgadas de la pared, y se vistió con la ropa que le había dado Michael. Todo le quedaba algo grande, e incluso los pantalones se le caían. Tampoco era de extrañar, pues mientras que él era de constitución delgada, se veía que Michael tenía más corpulencia.
Al salir le encontró en la cocina, haciendo unos filetes.
-Estoy haciendo la cena, espero que te guste el pollo. A decir verdad no soy muy buen cocinero, pero confío en que al menos sea comestible –dijo sonriendo-. Ah, puedes dejar la ropa mojada en el radiador -añadió.
Ben miró de reojo a Michael mientras colocaba la ropa junto a la suya. Él también se había cambiado de ropa, y tras quitarse el traje se veía más juvenil, con una camiseta gris de manga corta y unos tejanos. Se sintió algo culpable al darse cuenta de que le había dejado mejor ropa que la que llevaba él mismo.
-Ya está la comida –dijo Michael mientras apagaba el fuego. Se sentó en uno de los taburetes de la isla, y Ben hizo lo propio en el de enfrente-. Sírvete todo lo que quieras.
A pesar de que se moría de hambre, Ben se sirvió un solo filete en el plato. No quería quedar como un maleducado delante de Michael.
-¿Seguro que no quieres más? Yo no me voy a comerme todo eso –dijo Michael al darse cuenta de los reparos de su invitado. Al ver que se ponía rojo, tomó la iniciativa y le sirvió tres filetes más-. Si son demasiados o no te gustan no me voy a ofender, no te preocupes –añadió con una sonrisa. Los filetes estaban demasiado hechos y un poco duros, sin embargo, Ben comenzó a devorarlos con avidez, pues llevaba días comiendo poco y mal.
Ambos empezaron a charlar mientras comían, rememorando la experiencia que acababan de vivir con los maleantes. Los dos estaban preocupados, porque sin electricidad no podían llamar a la policía para avisar sobre el incidente.
-De verdad, no sé que habría sido de mi si no hubieras llegado a aparecer. ¡Y menudo gancho derecha, has dejado al de la navaja KO de un puñetazo!
-Cuando iba al instituto hice durante un par de años boxeo, pero si te soy sincero llevo mucho tiempo sin practicarlo -admitió Ben.
-Pues menos mal que llevas tiempo sin practicarlo, sino lo matas de un golpe, ja, ja, ja -se rió Michael.
Terminó sus dos filetes y se fue a fregar los platos mientras Ben terminaba de engullir los suyos.
Tras terminar de fregar y secarse las manos, Michael se sentó en el sofá, mientras que Ben se fue al sillón. De fondo sólo se escuchaba el sonido de la lluvia.
-Bueno, ¿y en qué trabajas, Michael? -preguntó Ben.
-Soy redactor en el Chicago Post. Llevo allí menos de dos años, y realmente me ocupo un poco de todo aquello que los redactores con más antigüedad no quieren hacer -respondió con una media sonrisa que dejaba entrever la poca gracia que le hacía la situación-. Ahora estoy en la sección deportiva, que si te soy sincero, me parece un auténtico aburrimiento.
-¿Sí? A mi me parece un trabajo muy interesante -replicó Ben con visible interés-. ¿Te graduaste hace mucho?
-A decir verdad no, tengo veinticuatro años. Este es mi primer trabajo. ¿Tú que edad tienes?
-Veintiuno -contestó Ben.
-Ah, me parecías más joven. ¿Estás estudiando algo, o trabajas?
-A decir verdad, ninguna de las dos cosas -respondió Ben avergonzado, mirando al suelo. Michael se dio cuenta de que había metido la pata e intentó arreglarlo.
-Lo siento si te he ofendido con la pregunta, no es asunto mío.
-No te preocupes, yo te he preguntado lo mismo antes. Tengo una situación personal algo complicada -confesó.
-¿Y eso? ¿Que te ha ocurrido? -preguntó Michael con curiosidad, arrepintiéndose casi al instante de su poco tacto.
-Hace unas semanas me fui de casa de mis padres -dijo Ben tras dudar unos segundos, con una voz que si bien intentaba sonar neutra, dejaba ver mucha tristeza reprimida.
-Joder. Lo siento muchísimo, de verdad -respondió Michael, sorprendido-. Espera, ¿pero dónde has estado viviendo desde entonces? -añadió, temiéndose la respuesta.
-En ningún sitio -contestó muerto de vergüenza Ben, que no apartaba los ojos del suelo para evitar mirar a Michael.
-¿Pero qué puede ser tan grave como para que un hijo se vaya de casa y sus padres permitan que viva en la calle?
A Michael no le entraba en la cabeza que unos padres pudieran permitir algo así, y más en el caso de Ben, que parecía un chico muy educado y amable.
-Simplemente no nos entendíamos -zanjó el tema Ben, que estaba visiblemente incómodo.
Michael se quedó mirando al chico que le había salvado la vida hacía apenas dos horas.
-Bueno, pues por lo pronto, tú te vas a quedar aquí conmigo hasta que nos figuremos que vas a hacer -Ben le miró con los ojos muy abiertos, sorprendido-. No me mires así, es lo mínimo que puedo hacer después de que me hayas salvado la vida.
-Pero… pero no me conoces de nada -balbuceó.
-Te conozco lo suficiente tras ver como me has defendido hoy -sentenció Michael-. Me gustaría de corazón que te quedaras, si tú quieres, claro.
Con las lágrimas comenzando a aflorar de sus ojos, lo único que pudo hacer Ben es asentir.
-No llores hombre. Venga, un abrazo -dijo Michael sonriendo mientras se levantaba del sofá y abría los brazos.
Ben también se levantó y se fundieron en un cálido abrazo mientras todavía seguía llorando. A Michael le gustó la sensación de abrazarle. Sentía que el chico necesitaba a alguien que le protegiera, y que él podía darle eso.
Tras el abrazo ambos continuaron contándose detalles de sus vidas de forma animada.
-Tienes muchísimos libros -señaló en un momento dado Ben, señalando con la cabeza la estantería-. ¿Los has leído todos?
-La mayoría sí -respondió-. Hay alguno que compré hace poco y que todavía no he empezado. Al vivir solo me entretengo leyendo, así que cada poco tiempo voy renovando mi colección de libros.
-Yo a decir verdad llevo bastante tiempo sin leer nada, ¿me recomendarías alguna novela?
-Por supuesto -respondió complacido Michael-. ¿Has leído algo de Agatha Christie? -Ben negó con la cabeza-. Tengo varias suyas, por ejemplo “Muerte en el Nilo” creo que podría gustarte.
Ben, que estaba más cerca de la estantería, se incorporó y se dirigió a ella.
-¿Cuál es?
-Tiene la tapa roja, es el tercero a la izquierda de la balda más alta.
Ben se puso de puntillas para alcanzar el libro. Pero cuando lo cogió, los pantalones y los calzoncillos, que le quedaban demasiado grandes, se le calleron hasta las rodillas.
Durante un fugaz instante, Michael pudo observar el culo de Ben, redondeado, respingón y de piel lisa y tersa. La visión de las nalgas del chaval provocó una rápida reacción en el cuerpo de Michael, que notó como su pene comenzaba a crecer de tamaño con rapidez. Rápido como un suspiro, Ben se agachó y se los levantó a toda velocidad. Al darse la vuelta tenía la cara más roja que nunca, pues estaba muerto de la vergüenza.
-Lo siento, ha sido culpa mía -farfulló Michael-. La ropa es demasiado grande, y ni siquiera te dí un cinturón o unos tirantes.
-No pasa nada, no es culpa de nadie -le contestó Ben intentando sobreponerse a la vergüenza-. No debería haber…
Ben se interrumpió al observar que los tejanos que llevaba Michael no podían ocultar la erección que tenía. Michael se dio cuenta de que le estaba mirando y cruzó las piernas en un vano intento por disimular. Sentía que se quería morir, pues era consciente de que Ben había notado que su pene se había puesto duro al verle el culo. No sabía lo que iba a ocurrir a continuación.
Ben se sentó de nuevo en el sillón, pensativo, mientras su corazón se aceleraba un poco. La escena que acababa de presenciar lo cambiaba todo.
-¿Sabes? Creo que te mereces saber por qué me fui de casa, Michael. Es lo más justo teniendo en cuenta que me dejas quedarme en la tuya.
Al oír esto, Michael se relajó un poco. No sabía si Ben no se había dado cuenta o si estaba intentando hacer como si no hubiera visto nada, pero por lo menos parecía que iba a pasar por alto el tema.
-No hace falta si no quieres, de veras.
-Bueno, pero quiero hacerlo.
Ben tragó saliva antes de comenzar a hablar.
-Verás… En realidad no me fui de casa. Me echaron. Bueno, mi padre me echó.
Michael se le quedó mirando, sorprendido. Entendía que no se lo hubiera dicho antes, debía ser muy duro admitir que tu propio padre te ha echado de casa.
-Todo fue a raíz de que mi padre no estaba de acuerdo en la forma en la que yo vivía mi vida. Creo… -Ben dudó, pues si se equivocaba, se estaría lanzando al vacío-. Creo que tú en cambio podrías entenderme.
Michael le miró, confundido.
-Claro, sea lo que sea intentaré entenderlo. Pero, ¿a qué te refieres exactamente? ¿Qué hiciste?
-Creo que no me he expresado bien -replicó Ben, eludiendo deliberadamente las preguntas de Michael-. Creo que tú y yo podríamos tener la misma… forma de vida que no entendía mi padre.
Durante unos segundos, Michael lo miró con incredulidad. Después, las piezas comenzaron a encajar.
-¿Te refieres a que tienes gustos… diferentes?
-Podría decirse que sí. ¿Y tú?
-Yo… -Michael no se atrevía a dar el paso-. Yo también.
Ambos se quedaron en silencio durante lo que pareció una eternidad. Finalmente, Michael decidió dar el último paso. La pregunta directa.
-¿Eres un invertido? Quiero decir, ¿eres homosexual?
-Sí. Lo soy -contestó al cabo de unos segundos Ben, sintiendo que se quitaba un gran peso de encima. Tras unos instantes, añadió-. ¿Y tú?
-También.
Ambos se quedaron mirando el uno al otro. Ben notó que la ligera corpulencia de Michael quedaba más patente con la camiseta que con la americana que llevaba antes. Su pelo rubio pajizo, a juego con una barba cerrada pero convenientemente recortada, tenía un tenue resplandor bajo la luz de las velas, mientras que sus bondadosos ojos marrones dejaban entrever una chispa de esperanza.
Ben se levantó y se dirigió a Michael. Ambos cruzaron las miradas, y se agachó para darle un cálido beso en los labios. Michael cerró los ojos, dejándose llevar. Ben se sentó sobre su regazo, cara a cara, rodeándole el cuello con los brazos mientras que Michael le agarraba de la cintura.
Ambos continuaron así un rato, besándose mientras notaban la creciente erección del otro contra sus cuerpos. Michael aprovechó que el pantalón le quedaba muy grande a Ben para meter la mano y comenzar a acariciarle un cachete del trasero, suave y calentito. Se separaron durante un instante, y Michael musitó:
-Ven.
Se levantaron del sofá, y cogiéndole de la mano, le llevó a la habitación. Una vez allí y todavía de pie, comenzaron a desnudarse. Mientras se besaban, Michael le quitó el jersey y la camiseta a Ben, mientras que él le desabrochaba los botones de los tejanos.
El pecho de Ben tenía poco pelo. Se notaba que había pasado por muchas penurias, pues estaba bastante delgado y se le marcaban las costillas. Michael le acarició con ternura, mientras que Ben por su parte le comenzó a sobar el paquete por encima del calzoncillo, aprovechando que le había abierto el pantalón.
Ben separó sus labios de los de Michael, y se arrodilló, bajándole los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. La polla erecta de Michael salió como un resorte ante él. A decir verdad era bastante grande, y si bien no era tan larga como la suya, era mucho más gordita. Un fino hilillo de precum producto de la excitación colgaba del glande hinchado de Michael.
Ben se acercó y apoyó los labios contra ella. Al contacto la notó caliente y palpitante, y pasó la lengua por la punta. El precum tenía un toque algo salado, lo que le excitó todavía más. A pesar de que quería metérsela de golpe en la boca, comenzó a recorrer todo el tronco de la polla con la lengua. Michael cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer, mientras que un escalofrío le recorría la espalda.
Tras un rato, Ben le agarró la polla con una mano, y se la introdujo en la boca entera. Michael casi vio las estrellas cuando empezó a chupársela, y le cogió de la cabeza con una mano para marcar el ritmo con el que succionaba. Oleadas de placer cada vez más intenso recorrían su cuerpo, mientras que Ben iba aumentando poco a poco el ritmo. Llegado un punto Michael tuvo que frenarle.
-Para, para. ¡Si sigues así me voy a correr ya! La chupas demasiado bien.
Le puso de pie, y se volvieron a besar apasionadamente. A continuación Michael le dio un empujoncito hacia la cama, y Ben se tumbó boca arriba en ella. Aprovechó que Michael se terminaba de desnudar para deshacerse de los pantalones y los calzoncillos, que se amontonaron con el resto de la ropa en el suelo.
Ambos se quedaron completamente desnudos delante del otro. Michael miró con deseo el cuerpo de Ben, delgado y con poco pelo. Tenía el pene bastante largo y muy bonito. Su propio cuerpo contrastaba con el de su amante, pues una vez sin la camiseta, se podía apreciar que Michael no tenía los músculos definidos. Incluso tenía un poco de tripa, si bien apenas se le notaba. También tenía más vello que Ben, si bien el suyo era rubio.
Michael se pudo de rodillas en la cama, y se inclinó sobre Ben, volviendo a intercambiar besos de forma apasionada. Después, sus besos fueron bajando poco a poco: empezó por el cuello, lo que hizo que Ben se estremeciera de placer, para seguir con su pecho, su abdomen, y por último su polla. Empezó a chupársela con avidez, mientras que Ben apretaba los dientes para contener sus gemidos. Michael la chupaba de forma más brusca que él, quizás algo más torpe, pero con tal intensidad que provocaba que se retorciera de placer.
De repente, Michael dejó de succionar, y a continuación le levantó las piernas y se las puso en los hombros, dejando el culo de Ben a su merced. Utilizó un poco de saliva como lubricante, y apoyó su pene erecto contra la entrada. Mientras Michael iba haciendo presión poco a poco para que fuera entrando, continuaron besándose de forma apasionada.
Al principio, Ben se sentía incómodo y un poco dolorido, pues el pene de Michael era muy grueso. Sin embargo, cuando llevaba ya la mitad introducido dejó de presionar, quedándose en la misma posición para que se hiciera a él. Poco a poco dejó de molestarle, mientras que lentamente Michael comenzó a meterla y sacarla con delicadeza.
Ben sentía que un placer cada vez más grande e intenso inundaba su interior a media que Michael iba aumentando el ritmo. Las rítmicas embestidas eran cada vez más fuertes y rápidas, y las pelotas de Michael, grandes y colganderas, golpeaban el culo de Ben con cada embestida. Ambos estaban empapados en sudor, y la vieja cama no paraba de crujir, aunque a ellos en ese momento ya les daba igual el ruido. Ben entrelazó las piernas en la espalda de Michael, mientras le acariciaba la barba con una mano. Sus respiraciones entrecortadas se mezclaban con algunos gemidos contenidos que se les escapaban.
Michael sentía que cada vez estaba más cerca de acabar, y se lo dijo a Ben. Éste comenzó a pajearse con fuerza mientras Michael le seguía embistiendo, al tiempo que le preguntaba:
-¿Quieres acabar dentro de mi?
Michael asintió con un jadeo, y siguió bombeando mientras el placer se volvía más y más intenso. Finalmente se corrió dentro de Ben con violencia, en varias embestidas. Ben también eyaculó, disparando una gran cantidad de semen sobre su tripa y su pecho.
Ambos se quedaron un rato en la misma posición, uno encima del otro, recuperando el aliento. Finalmente Michael la sacó y se tumbó al lado de su amante, y los dos se quedaron mirando al techo durante unos instantes. Después, Michael se giró hacia Ben, y mirándole le dijo:
-Eres muy guapo.
-Tú también lo eres -respondió Ben para después darle un beso.
Ambos se acurrucaron bajo las sábanas, y Ben se apoyó contra Michael, que le rodeó con un brazo. Y así, abrazados y agotados, los dos se quedaron dormidos, mientras que el sonido de la lluvia golpeando contra el pavimento se perdía en la lejanía.
¿Continuará?
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