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"Eres una mujer que siempre me sorprende. Como lo hiciste el otro día...mientras venías del servicio con tus braguitas en la mano... "
Cielito, soy una caja de sorpresas...
Y es cierto. Lo eres. Una mujer que siempre me sorprende. Como lo hiciste el otro día, cuando me dijiste esa frase...mientras venías del servicio con tus braguitas en la mano. Y tal como las traías, me las diste...
— Ten...es mi regalito de hoy para ti...guárdatelas.
Y, como tantas veces, de un golpe removiste y levantaste todos mis resortes. Eres, ciertamente, una caja de sorpresas...y una brujita morbosa que sabes excitarme muy bien. Allí estábamos los dos, tomando una copa en aquel lugar, elegante, escondido y discreto. Huíamos de que nadie pudiese vernos y sorprendernos juntos. Cosas de los amores que se han de mantener necesariamente ocultos. Aunque gente sí que había. Estábamos en un rincón, cierto; y si nadie se acercaba, nadie nos veía, pero no estábamos solos. Fuiste al servicio. Me recreé viéndote alejarte mientras ibas. Y también me recreé cuando te vi volver. Pero nunca pude imaginar que te ibas a quitar las braguitas y volver del servicio con ellas en tu mano...
Sabes ponérmela dura, querida, ¡ya lo creo que sabes! Te sentaste y me cogiste la mano. Me encantó. Acercaste tu boca a la mía. Me besaste. Y enseguida, me volviste a sorprender...
—¿Qué está pasando por aquí...?
A la vez que lo preguntaste, te pusiste a comprobarlo. Palpaste cómo mi verga andaba levantándose por allá abajo, revuelta a consecuencia de tu sorpresa, de tu regalo, de tus besos. Tus manos se posaron en mi entrepierna y verificaron mi dureza. Y acariciaron más y más, mientras me mirabas con cara de mujer fatal.
Y mi erección, cada vez más descarada. Pero siguieron las sorpresas. Con admirable tranquilidad, con parsimonia inaudita, te acuclillaste junto a mi, escondida tras las faldillas de la mesa. En aquella penumbra, sólo yo te podía ver...o algún camarero, si viniese en ese momento. Nadie más. Y te aplicaste rauda a desabrochar mi cinturón y a bajar mi cremallera. En nada de tiempo, sacaste la polla de su sitio, dura como una piedra, y la empezaste a acariciar, a besar....Yo no daba crédito...pero estaba excitadísimo...y lleno de morbo...Tus manos abrazaban mi verga, la acariciaban, tus labios la recorrían, la lamías, le dabas suaves besos en la punta, la masturbabas en un rítmico y suave movimiento arriba y abajo, la hacías crecer...La música seguía sonando, la sala repleta de vida ...y tú, brujita querida, ahí abajo, agachada a mis pies, acariciando y lamiéndome la polla, excitándome hasta límites nunca vistos, con el mayor de los morbos que jamás había sentido.
—Me encanta tu polla —dijiste—. Es preciosa. Es mi juguete.
Y jugabas con ella. Pasando las yemas de los dedos por su cabeza, besándola, apretándola con fuerza. Los roces de tu lengua con mi glande me mantenían furiosa la erección, has extremos ni siquiera imaginados por mí mismo. Era como si mi verga hubiese adquirido una dureza perenne, inagotable, de veinteañero. Entre caricia y caricia, entre beso y beso, entre lametón y lametón, terminaste metiéndola toda en tu boca y diste comienzo a una succión sublime, a una mamada increíble que me proporcionaba el mayor de los goces que jamás imaginado. Me olvide de dónde estábamos. Entorne los ojos y me abandoné por completo al placer que me estabas dando. La calidez y la humedad de tu boca envolvían mi verga. La chupabas con avaricia, con lujuria. Como una experta. A la vez que lo hacías, metías la otra mano por la bragueta y me acariciabas los testículos. Noté como los espasmos de placer me aprisionaban el sexo. Estaba próximo a correrme. Ya casi no podía aguantar más
—Estoy a punto —te dije. Y aún pude acertar a coger una de las servilletas de la mesa para dártela, para que recogieses la explosión en ella.
—No —dijiste— Hazlo en mi boca. Córrete en mi....
Y me dejé ir. Me corrí como un bárbaro. Tuve que esforzarme en contener un grito explosivo. Al sentir mis espasmos, apretaste más tu boca, con insolente codicia. Y recibiste mi explosión de esperma sin dejar de chuparla. Yo apretaba tu cabeza contra mí, te clavaba las manos en la nuca. Apretaste tus labios más y más. Hasta asegurarte de que cesaban los últimos empellones de mi pene. Lo mantuviste dentro de tu boca hasta que cesaron los espasmos. Después, fuiste deslizando los labios por el tronco hasta que liberaste el glande por completo. Pude ver un hilillo de semen en las comisuras de tus labios. Con tu boca cerrada, hiciste, ostentosa, el gesto de tragar. Para hacerme ver que recogías en el fondo de tus entrañas el resultado de mi placer. Te tragaste mi esperma. Relamiste mi verga. Cuidadosa y dulcemente. La recolocaste en su sitio. Cerraste la cremallera. Me abrochaste el cinturón. Y con la misma parsimonia que te habías agachado unos minutos antes, te pusiste de pie. Te acercaste a mí. Y me diste un largo, larguísimo beso...y yo, aturdido de placer ... y pasmado.
II
Salimos de allí. Ya había oscurecido. La temperatura era ideal.
—¿Paseamos un rato? ...
Anduvimos largo. Hablamos y hablamos. Me encantaba escucharte. Tus ilusiones, tus anhelos, tu pasado, tu futuro, tus proyectos....Me contaste muchas cosas. Y yo a ti. Te reías. Nos reíamos. Sin rumbo concreto, cogidos de la mano, hablando y hablando, recorrimos calles y calles, disfrutando del paseo. Llegamos hasta unas terrazas repletas de gente y muy animadas. Apetecibles. En nuestra conversación, surgió de nuevo el tema del sexo. Me dijiste
—Para mi, el sexo no lo es todo, pero es importante. No es el fin en sí mismo, pero sí que es el punto de partida para más cosas. Una buena conexión sexual facilita todo lo que pueda venir después. Si no la hay, es muy difícil que se llegue a acoplar adecuadamente en otras cosas. La sensualidad de los cuerpos y de las mentes, en sus múltiples manifestaciones, es muy importante...
—¿Y el morbo?— te pregunté, sabiendo, por supuesto, la respuesta ...
—Claro. Con estilo, siempre que sea con estilo. Soy morbosa. Como tú...
¡Vaya si lo soy! En aquel momento, paseando entre la gente ...con tus braguitas en mi bolsillo, y recordando lo que había sucedido una hora antes, la situación me ponía...¿qué era aquello sino morbo puro?
—Dime situaciones que te resulten morbosas....
Y te conté lo que en ese momento estaba pensando acerca de dónde estaban tus bragas y de saber que ibas sin ellas. Y te hablé también del morbo de practicar sexo con el riesgo de ser sorprendidos, como por ejemplo, lo que había sucedido un rato antes...
—Te estás poniendo ¿verdad?...
Y acompañaste tu pregunta con una rápida palpación de mi bragueta para comprobar como, la dinámica de la conversación me había traído una nueva erección....
—Yo también ... cosquilleos por aquí abajo...y húmeda —de nuevo tu sonrisa maliciosa...— Venga....atrévete...¡sé valiente!....
¡Cómo sabías provocarme! Me detuve. Te cogí por los hombros. Te miré fijamente a los ojos. Leí en ellos tu deseo. Y te besé. Despacio primero. Saboreando cada milímetro de tus labios. Recorriéndolos con los míos. Humedeciéndolos con mi lengua. Y te abracé. Hasta quedar fundido contigo, con tu cuerpo, con tu boca. Con toda tú. La gente seguía charlando mientras tomaba sus copas en aquella terraza, sin prestar demasiada atención a nuestro abrazo. Miré alrededor y, a unos pasos nuestros, vi un hueco entre dos gruesos árboles, a unos metros de las mesas de la terraza, en el que había una jardinera con un ancho reborde de piedra. Te llevé hasta allí y, suavemente, te empuje hacia dentro con mi cuerpo, hasta que tu trasero quedó apoyado en el enorme macetón. Te abracé de nuevo y reanudamos el beso. Allí dentro, escuchábamos el bullicio de la gente de la terraza, pero el tronco del árbol y las plantas que circundaban las mesas, en la oscuridad, impedían que nos viesen. Únicamente si alguien pasaba por delante del hueco, podría hacerlo. Nos besamos con pasión. Mis manos recorrieron tus piernas, tus caderas, tus nalgas. Palpé y palpé tu culo por encima del vestido, recreándome una y otra vez en su suavidad y tersura...y en comprobar la ausencia de tus bragas, de aquel delicioso regalo tuyo que ahora estaba en mi bolsillo.
Te apretabas contra mi. Suspirabas. Jadeabas. Me hacías evidente tu excitación y tu deseo. Acariciando tus muslos, fui subiéndote la falda hasta llegar a tener la piel y la dureza de tu trasero desnudo atrapadas en mis manos. Te acaricié, recorriendo tu culo entero hasta entremeter mis dedos entre tus glúteos y notar tu coño rebosante de humedad. Mis manos se perfumaban en tu sexo. Tú me mordías el cuello. Y seguías jadeando y ronroneando en mis oídos. Con tu falda totalmente subida, te tomé por las caderas y te levante hasta sentarte en la piedra del macetero. Y seguí besándote. Los labios, la barbilla, el cuello...te estremecías y te estremecías, sensible a mis caricias. Besé cada centímetro de tu cuello. Bajé por tu pecho...y seguí bajando mis besos hasta llegar a su final, besando tu vientre...al encuentro de tu sexo ...
Me esperabas allí. Lo sabías. Sabías que lo iba a hacer. Y apretaste mi cabeza con tus dos manos. Perdido en tu profundidad, no podía ver tu cara, pero te imaginaba echada hacia atrás, cerrando los ojos, y entregándote al goce que te estaba dando. Tú aballestabas tu cuerpo ofreciéndome tu hendidura divina. Depiladita a mi gusto. Suave. Dulce. Metido entre tus muslos, me recreé en la humedad de tu coño, que se abría para mi. Te besé por todos lados. Los muslos, las ingles, el pubis....y, luego, despacio, lamí tu sexo. Mi lengua lo exploraba, centímetro a centímetro. Tú te perdías en un universo de excitación y suspiros. Hice brotar el clítoris con mis dedos y lo chupé interminablemente.
—Vas a matarme —decías entre jadeos—. No puedo más.
Cuando sentí las que vibraciones de tu coño se aceleraban, metí mi lengua con fuerza lo más adentro que alcancé. La moví y la moví, buscando que ninguna de tus profundidades se privase de ella. Me apretaste con tus muslos la cabeza. Me agarraste del pelo.
—¡Oh! ¡Oh! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sigue! —gemías.
Y seguí. Hasta notar tu estremecimiento brutal, acompañado de un ahogado y prolongado grito que a duras penas pudiste contener, mientras te corrías como una salvaje, como una reina...Me quedé ahí, comiéndote el coño, lamiéndote y besándote el sexo suavemente, hasta notar que tus contracciones, tus movimientos y tus jadeos iban haciéndose más y más pausados....hasta que, relajada del todo, fuiste recuperando la cordura. Entonces emergí. Subí hasta ti de nuevo. Aún tenias los ojos cerrados. Yo, la boca entera inundada de los excelsos jugos de tu coño delicioso. Te besé. Te lamí los labios. Los entreabriste. Tu lengua buscó la mía, como comprobando que realmente, toda la lujuria de tu cuerpo, había pasado a mi boca en aquel sublime cunnilinguus.
Te abracé y te bajé del macetero. Recompusiste tu falda, tu camisa, tu melena...y salimos de aquel hueco. Nos dimos cuenta de lo cerca que estábamos de la gente, que seguía charlando animadamente, ajena a la travesura lujuriosa que acabábamos de consumar. Pasó un taxi. Lo paré.
—Vamos a mi hotel— dije
Di al taxista la dirección y me cogiste la mano, apretándola bien fuerte.
—Te quiero.
No era gratuito. Sabia que esas palabras en tu labios no eran cualquier cosa. Me emocioné al escucharte. Piel de gallina y escalofrío. Orgasmo dérmico esta vez. Apreté tu mano.
—Y yo a ti, brujita
III
Subimos a mi habitación. Cruzamos la puerta y nos dimos ese largo y especial abrazo que tanto nos debíamos. Sentí como tus manos rodeaban mi cuello. Note el calor de tus dedos en mi nuca. Cerré los ojos y te respiré. Inspiré profundamente, tratando de sorberte toda. Intentando que ese instante se transpusiese entero en mi ser, queriendo embriagarme por completo de aquel abrazo.
Sentí tu calor. Ya no había más que tu cuerpo. El mundo no existía. Solo un vértigo prodigioso y dulce que me atrapaba en ti. Es imposible describir lo que estaba ocurriendo dentro de mi. Lo que tú emanabas. Lo que me llegaba de ti. Respiré hondo una y otra vez. Te respiré a ti misma. Te sentía. Te vivía. Te pegabas a mí, en un abrazo sin limites. Centré mis pensamientos en lo que percibía. Tus manos acariciaban mi nuca, haciéndome vibrar más y más. Y mis estremecimientos se trasladaban a ti. Notaba temblar tu cuerpo pegado al mío. Mi rostro se perdía en tu melena, que casi me envolvía. Tu pelo me emborrachaba de deseo. Me apreté más. Acogiste mi presión en un abrazo aun más estrecho y cálido. Quise fundirme en ti y aceptaste también el envite. Ninguno de los dos hablaba. Solo aquel sórdido lenguaje de los suspiros, de los estremecimientos, de las percepciones. Y, en medio del abrazo, comencé a ser consciente de los detalles de cada una de tus curvas. Tus pechos...¡tantas veces soñados y ahora, por fin, apretados a mí!. Te abracé yo también. Mis manos apretaron tu espalda, acariciando palmo a palmo sobre tu camisa. Lujuriosas, ávidas de palpar tu cuerpo, fueron bajando. Hasta alcanzar esa curvita deliciosa que forman tu espalda y tu culito. "—¿Podré resistirlo?—" pensé. Y apareció de nuevo el joven seductor de años atrás. Y las manos, acariciando la espalda, se detuvieron en la curvita. Apreté. Te acerqué. Palpé tus nalgas. Duras. Sensuales. Para perderse.
Y en ellas me perdí. Acaricié. Con impúdica voracidad. Te apreté contra mi. Quise notar tu cuerpo enteramente pegado el mío. ¡Y vaya si lo noté! Separaste tu cara y me miraste divertida...y me regalaste, en vivo, en directo, y muy, muy de cerca, tu sonrisa...Me extasié en ella. Me concentré en tus dientes....en tus labios...Los acercaste a mi boca. Y empezaste a rozar los míos con los tuyos. Jugabas a besos. Jugabas a disfrutarlos desde el mismo principio del deseo, desde el calor que se transmite con la mera inmediatez de los labios, desde el estremecimiento eléctrico que se experimenta con ese primer roce. Haciéndolo anhelar todo. Ofreciendo más, pero conteniendo un poco, para incrementar el deseo. Respiré hondo y saboreé tu beso. Te ofrecí el mío. Me besaste largamente. Abriste mi boca con tu lengua y revolviste mis labios Bocas perdidas la una en la otra. Lenguas entrelazadas. Voraz sensualidad. Nos sumergimos en un beso interminable, como si en él se concentrasen los deseos acumulados.
Nos besábamos y seguíamos fundidos en un interminable abrazo. Y todos mis resortes reaccionaron de nuevo. Mi verga se hinchó. La notaste y tu reacción fue apretar tu vientre todavía más contra ella. Jugaban las bocas y jugaban los sexos. Noté la lasciva cercanía de tu pubis. Y me excité mucho. Y todavía me puso más el sentir tus estremecimientos recorrerte el cuerpo y transmitirse al mío. Los captaba en el beso. Los notaba en el sexo. Los percibía en ti entera. Y los experimenté en tus pezones erguidos.
De nuevo, tu pregunta
—¿Qué está volviendo a pasar por aquí debajo...?
Miraste con descaro mi entrepierna. Tu mano se posó suavemente sobre la hinchazón de mi sexo. Las yemas de tus dedos empezaron a moverse delicadamente sobre mi abultamiento procaz. Mis dedos se mantenían en tus pezones, mientras, atónito, observaba el suave movimiento de los tuyos sobre mi pantalón. Las mutuas caricias parecieron sincronizar su dulce ritmo. Mi mano avanzó hacia tus pechos tentadores...tu piel se erizaba, la mía también. Crecía nuestra excitación. Te volví a besar, sin dejar de acariciar tu pezón, tu pequeño pecho entero. Y durante el beso, seguía notando tus manos pasando una y otra vez sobre la tela que aprisionaba mi verga erecta. Escandalosamente tiesa. Dura como en los mejores tiempos.
—Me gusta haberte puesto otra vez así - susurraste en mis oídos.
Y seguiste acariciando. Tus manos buscaron la cremallera del pantalón. Y la encontraron. La bajaste con habilidad. Mientras seguíamos besándonos, mientras me perdía en tus pechos, y me excitaba más y más, tu mano traviesa supo llegar hasta los interiores de mi sexo y atrapó, lasciva, mi verga ardiente.
—Mmmmmmm—murmuraste sensual y divertida ...
—Uffffffffff — ronroneé....
Paré de besarte para desabotonarte la blusa. Me ayudaste a quitártela. El sujetador era bonito, pero mi deseo era mayor que el placer de su contemplación. Sin perder tiempo, pasé mis manos por detrás y lo desabroché. Me alegré de haberlo hecho a la primera. "—No había perdido la habilidad de mi juventud—" pensé. Tú te lo quitaste completo y tus pechos quedaron libres para mi. Turgentes. Los pezones, excitados y duros. Me miraste traviesa.
—Mi turno....
A la vez que pronunciabas estas palabras, me desabrochaste el cinturón y abriste del todo mi bragueta.
—Quítate el pantalón...
Lo hice. El pantalón y todo. Me quedé desnudo. Tú te quitaste la falda, y quedaste desnuda y en tacones. Terriblemente sensual. Mi verga rabiosamente enhiesta necesitaba recuperar el tacto de tu mano sobre ella. Pero te hacías de rogar...la mirabas....y la mirabas....
—Me gusta tu polla— volviste a insistir
Y la cogiste de nuevo con tus manos. Tirando suavemente de ella, me atrajiste hacia ti. Te pusiste de pie y me abrazaste. Te rodee con mis brazos. Nos fundimos en un abrazo único, piel con piel, cuerpo con cuerpo, calor con calor, estremecimiento con estremecimiento. Mis manos acariciaron tu pelo, tu nuca, tu espalda, tus nalgas...Percibía la suavidad y la sensualidad de tus caricias por todo mi cuerpo. Por donde pasaban tus dedos, me hacían vibrar. Y mis vibraciones se acumulaban en la dureza de mi polla, que, pletórica de deseo, se apretaba a tu vientre. Me besaste los párpados. Cerré los ojos para disfrutar con plenitud de esa original caricia tuya. Noté como tu boca divina recorría mi rostro hasta detenerse de nuevo en mis labios. Otra vez tu lengua penetrando en busca de la mía. Se volvieron a encontrar y se retorcieron una contra la otra, en un beso largo, lujurioso, abismal. Perdidos en él, nuestros cuerpos se estrecharon. Más y más. Mis manos se regodeaban en tus nalgas. La posesión de aquel culito me incrementaba la pasión hasta límites incontrolables.
— Ven...vamos a la cama....
Nos tendimos en ella. Me volviste a besar. Largamente. Recorriendo mis labios con los tuyos, con tu lengua. Retorciéndola. Humedeciendo mi boca con tu sabor.
Coloqué mi cabeza entre tus rodillas flexionadas. Besé tus muslos mientras mis manos acariciaron los laterales de tus pantorrillas, y fueron subiendo por tus piernas, hasta ir acercándose a tu sexo. Con mis dedos, abrí el acceso a tus jardines deliciosos. Al roce de mis labios, de mi lengua, de la yema de mis dedos, tu piel se electrizaba. Te estremecías. Y tus estremecimientos me encendían más. Metí aún más mi cabeza entre tus muslos y dejé que mis besos se perdiesen allí. Encendiéndote y encendiéndome. Notaba en mi rostro el calor de tu sexo. Tu deseo se hacía patente en aquellas contracciones pelvianas, que parecían pedirme a gritos que dejase ya de merodear por el interior de tus muslos y por tu pubis, y llegase ya de una puñetera vez al contacto con tu sexo. Acerqué mis labios a tu coño. Húmedo. Palpitante. Depilado, pero conservando unos pequeños pelitos en su parte alta, que lo hacían encantador. Mis dedos rozaron sus bordes empapados, y los separaron despacio, para facilitar que mis labios se posasen. Rocé tus labios vaginales con mi boca. Besé y besé suavemente, haciéndote vibrar. Y cuando tus jadeos y tus grititos me indicaron que estabas totalmente poseída de deseo, busqué tu clítoris. Lo besé y lo acaricié con mi lengua. ¡Estabas tan deliciosamente húmeda! Jugué con él, lamiéndolo, besándolo, succionándolo con mis labios. Me cogiste la cabeza con tus manos y la apretaste con fuerza contra tu coño. Suspirabas. Jadeabas. Gritabas.
—¡¡Más!! ... ¡¡Más!! ... ¡¡Más!!....¡¡Cómeme toda!!
Tus gritos me encendieron. Estabas muy mojada. Me detuve un momento a contemplar la soberbia grieta que tu sexo marcaba entre tus muslos. Te besé en el coño de nuevo. Te volviste a estremecer. Lo abrí un poco más con mis dedos, hundí mi rostro en él y sentí tu sabor en mi boca. Me perdí en besos por tu sexo inundado. Dejé que mi lengua, mi boca entera, se fundieran con él. Mis manos te rodeaban el culo, apretando tus nalgas contra mi. Tú comprimías mi cabeza con fuerza y tu pelvis se estrujaba contra mi cara, en una loca vorágine de espasmos y movimientos desenfrenados. Me di cuenta de que estabas a punto de correrte, pero no quería que este orgasmo fuese así. En un controlado esfuerzo de voluntad, salí de tu sexo ansioso. Disminuí la intensidad de mis caricias, transformándolas en delicados besos sobre tu pubis, sobre tu vientre. Fui subiendo por él, deslizando también mi cuerpo por el tuyo. Besé tus pechos.
—Nunca pudimos pensar que íbamos a terminar follando— susurraste...
—No vamos a follar, brujita.....
Noté un respingo en ti cuando me escuchaste eso. Lo dije mientras besaba y besaba tus pechos.
—Lo que vamos a hacer tú y yo no va ser follar, va a ser mucho más ...
Me vinieron a la cabeza tantos y tantos ratos de charla compartida, tantos sentimientos, tanta ternura, tanta amistad...Por eso no quería catalogar lo que estaba sucediendo como un simple polvo. No estábamos solo follando....
—Esto no es follar, querida. Llámalo como quieras: hacer el amor o cómo se te ocurra, pero lo que vamos a hacer tú y yo, va a ser mucho más que follar, va ser otra cosa...
Y te besé. Con dulzura primero, y enseguida con pasión. Tus labios me transmitieron una especie de misteriosa conformidad con lo que yo te estaba diciendo. Posiblemente por tu mente pasaron también todos esos razonamientos fugaces que acababan de surgir en la mía. En un abrazo especial manifestamos una especie de concordancia silenciosa con esos planteamientos. Todos aquellos factores que yo había pensado, y que tal vez tú, en tu admirable sagacidad, también tuviste en tu cabeza, hacían lo que estaba sucediendo diferente a cualquier otra aventura sexual. Toda tú lo hacías distinto.
Me concentré en tu cuerpo, en tus curvas, en tu feminidad, en tu sensualidad infinita. Te abrazaba y me perdía entre tu melena. Mi cuerpo se fundía en el tuyo. Me besaste y te apretaste contra mí. Con pasión, con locura. Gemías y me seguías besando. Me rodeaste el cuello con tus brazos y envolviste mi cuerpo con tus piernas, apretándote contra mi. Mi polla seguía deliciosamente enhiesta. Ahora sí, en esa posición de abrazo total, tu sexo se ofrecía a ella con rabia, con insolencia, con total apertura. Apreté tu culo con fuerza. Sentí tus pechos contra mi, y .... te la metí. Tu coño se abrió y me la comprimió con una firmeza deliciosa. Metí y remetí la verga por aquella cueva húmeda. Tu coño me la ceñía en espasmos de placer. El placer infinito de sentirme todo dentro de ti, gozando y haciéndote gozar en acompasados movimientos, jadeos, ronroneos, suspiros. Maravilloso. Todo yo dentro de ti....en cuerpo...y en alma....
—Tienes razón, cielito, esto no es sólo follar... Es mucho más. Es sentirte dentro. Es gozar de ti. Es gozar de que tu goces de mi. Es ... lo más hermoso del mundo — acertaste a decir entre jadeo y jadeo, mientras te mordías y remordías los labios de gusto.
Aceleraste los movimientos. Acompasé mi ritmo al de tu pelvis. Cabalgábamos juntos hacia el clímax. Irrefrenablemente. Me apretujaste con todas tus fuerzas. Tu sexo fusionado con el mío. Tus piernas me rodeaban y se estrechaban contra mi cintura. El roce de tus muslos, la presion de tu coño, el cosquilleo del pelo de tu pubis y tu lengua que jugueteaba con mi oreja, me iban poniendo más y más. Te aferraste a mi, mordiéndome el cuello:
—¡Oh!— exclamaste— ¡Oh! ¡qué gorda la tienes! ... ¡No te pares! ¡No te pares! ¡Sigue! ... ¡Me matas de gusto!— susurraste entre acezos y resoplidos
Tu placer aceleró el mío. Apreté con fuerza y te retorciste de gozo. No dejábamos de besarnos. Gemías, te prensabas contra mí. Suspiros, jadeos... Empujé mi polla con todas mis fuerzas contra tu coño, golpeando en su fondo casi con locura, bestialmente. Sentí que tu orgasmo llegaba. Y eso hizo que mío también se precipitase. Aceleré mis empellones de manera salvaje, como hacía mucho tiempo que no lo había hecho. Me perdí en tus entrañas, en tu cuerpo entero....y desde lo más intenso del placer, te escuché gritar...
—¡Me corro! ... ¡Oh! ¡Cariño! ... ¡Me corro! ... ¡Me corro!
Explosionaste de gozo. En un mar de suspiros, jadeos y gritos salvajes, te dejaste ir, en un orgasmo sublime e intenso, que me llevó a mi al clímax de goce más grande que había sentido en mucho tiempo. Noté como mi explosión de esperma se derramaba dentro de ti, en lo más hondo de tu sexo, en un increíble reventón.
Quedamos exhaustos. Tendido sobre ti, dejé que mi respiración se recuperase. Te miré. La expresión de tu rostro aun denotaba los últimos espasmos de placer que tu cuerpo sentía. Tus jadeos fueron deviniendo en suspiros y, poco a poco, en un dulce ronroneo. Me sonreíste, cerraste los ojos, y te relajaste por completo, tendida sobre la cama, conmigo todavía dentro de ti. Fui saliendo. Mi verga —¡aún dura!— abandonó la calidez de tu coño. Tras ella, un reguerito de semen y flujos demostró la ruptura de todos los límites del recato habida momentos antes. Sonreí yo también...
—Brujita...
—Cielito...
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