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Mi despertar sexual, como ya he relatado, fue algo complejo y para nada normal. Años después, leyendo sobre sexualidad infantil, encontré artículos que ponían la mitad de mis experiencias sexuales precoces muy lejos de lo sano, y a la otra mitad en duda. También entendí que la perversión, parte inseparable del erotismo, tiene poco de sano. En aquellos años de mi infancia, en los que mezclaba juegos de video con pajas brutales, el típico juego de las escondidas con manoseos y cojidas, el sexo entre varones me parecía de lo mas normal. Ver el pito parado de un amigo, o amigos, mientras en la tele enganchábamos una porno, o una peli con algún desnudo, no solo me parecía normal, sino que me gustaba. A veces competía con un amigo para ver quien largaba más leche mientras espiábamos a la vecina. Disfrutaba de la pija de mi amigo, tanto como de la vecina en pelotas.
Sin embargo, nada se puede hacer contra las hormonas, y a todo niño le llega algo parecido al enamoramiento, que no es otra cosa que atracción sexual, o eso dicen los expertos, en esa etapa de exploración y autoexploración en la que todo parece tan lindo y caótico a la vez.
Mi amigo de aventuras, Beto, andaba raro. Compartí con él buena parte de la primaria, por lo que nos veíamos todos los días, pasamos varias horas de la mañana juntos, más allá de las siestas y tardes en las que hacíamos nuestras travesuras. Llegaba la primavera, y con ella, las flores, algunas alergias y la revolución hormonal. Los mas grandes del colegio, del penúltimo y ultimo año, ocupaban ciertas zonas de la escuela para sus propias travesuras. Hasta los maestros tenían sus practicas indecentes, pero esas son otras historias. El punto ahora es que Beto andaba raro y no era por las alergias estacionales.
Desde que el frio dio paso a días cada vez más cálidos, como dije antes, los alumnos de los últimos años aprovechaban los recreos para besarse, frotarse, y hasta hacerse acabar, sin el más mínimo pudor, a un costado de un edificio que, por obra de algún arquitecto iluminado, quedó bastante apartado del edificio principal. La zona apartada estaba compuesta de dos aulas y servía como división para los dos enormes patios. Había un tercer edificio en construcción, con otras dos aulas, pero era sitio vedado para la mayoría, aunque ahí también se refugiaban algunos amantes, no tan precoces como nosotros. Beto y yo, junto a algunos compañeros de curso, pasábamos la mañana observando el espectáculo de toqueteos, apoyadas y besos. Nosotros no sabíamos besar, pero cada uno tenia una historia sobre apoyadas a primas, amigas, compañeras de curso, menos Beto y yo. En realidad, sí que teníamos historias, pero no era algo que comentáramos en el grupo, sobre todo porque dudábamos que la mayoría de las historias de nuestros amigos del colegio fueran ciertas. Además, nos entretenía más mirar como una chica del ultimo curso le apoyaba la cola en el bulto a uno de sus compañeros.
Una de esas mañanas, una de las chicas que siempre iban a ese lado del edificio anexo nos regaló una escena espectacular. Siempre eran tres o cuatro las que andaban por ahí, esperando que alguno de sus compañeros fuera a recibir sus atenciones. También iban parejitas, pero lo llamativo eran las niñas que aparecían solas, por detrás llegaban dos o tres chicos y entre ellas pasaban de un compañero a otro calentándose lo mas que podían. Hasta que esa mañana, una de ellas abrió el guardapolvo de un afortunado, se arrodilló y con la habilidad de una actriz porno le chupo la verga hasta hacerlo acabar. Todo en un abrir y cerrar de ojos. Un abrir y cerrar de ojos que pasó desapercibido para Beto, que tenia la mirada perdida en otra parte. Tarde, esa misma noche, me confesó, entre pajas y manoseos, en mi casa, a oscuras, que le gustaba alguien. Esa palabra, gustar, me da algo de nostalgia, cierta ternura por nuestra inocencia emocional y bastante risa, por todo lo que pasaría, pero en ese momento era algo serio.
Ahí estaba mi amigo Beto, acostado a mi lado, pajeandose, desnudo de la cintura para abajo, apenas iluminado por la luz que entraba por la ventana, confesándome su gusto por María, una compañerita que vivía en la zona de fincas al otro lado de la autopista que pasa por frente del colegio. Le confesé, como todo buen amigo, que también me había fijado en María alguna vez, pero que no era ella quien me gustaba. Charlamos un rato sobre nuestras compañeras, sobre cual le gustaba a cada uno, todo con el pito en la mano. Fue una noche de confesiones, hasta de me enteré de que su primera vez fue con una prima bastante mayor, que prácticamente lo obligó a metérsela. Algo muy parecido a mi primera vez, lo que nos alimentó la calentura. Esa noche lo dejé terminar en mi culo, que estoy seguro imaginó era el de María, luego me pajeo y así nos dormimos, no sin antes prometerme que al día siguiente sería mi turno de cojer. Beto tenia el pito bastante mas pequeño que el mío, por lo que podía usarlo en cualquier momento sin dificultad, en cambio a mí me tocaba esperar a los momentos en los que disponíamos de mucha privacidad.
Los días pasaron, entre travesuras, estudio y amigos que se sumaban a mis aventuras. Por consejo de los hermanos mayores de Beto empezamos a organizar juntadas en su casa, aprovechando el enorme espacio que teníamos libre para hacer lo que quisiéramos. Beto se empeñaba en invitar a María, con cualquier excusa, pero la niña no aparecía. Sin desalentarse, nos propusimos acercarnos a ella, formar un grupo de amigos y así abrir la puerta para que Beto la enamorara, o hiciera que gustara de él, o lo que sea que pudiera pasar. En el grupo también estaban Omar y Leonardo, otros dos inseparables, una prima de María y dos niñas más, Mara y Lorena. El plan de Beto funcionó, nos enteramos el porque de su rechazo inicial, resultó ser algo lógico en realidad. La madre de María apenas conocía a Beto y su familia, por lo que nos propusimos visitarla, y darnos a conocer. María aceptó la idea y el fin de semana siguiente aparecimos por la finca de su familia los cuatro varones. Beto, Omar, Leonardo y yo.
El día amaneció nublado, algo fresco y con restos de una leve llovizna del día anterior. Aprovechamos el clima para andar por la finca, aquí y allá, sin pensar en horarios de siesta, los peligros del sol ni nada por el estilo. María tenia tres hermanas, una mayor y dos menores, una de ellas de apenas un año. La otra, Virginia, era bastante apegada a María, algo que en principio nos pareció molesto, pero nos acostumbramos y hasta la integramos a nuestros juegos y correrías. A diferencia de la finca de Beto, la de la familia de María estaba en plena producción, llena de trabajadores y con el padre dando ordenes a todo cuanto se movía. Aun así, nadie nos molestó ni dijo nada cuando empezamos a deambular lejos de la casa, entre los durazneros y sembradíos. Para nuestro morbo, abundaban historias sobre peones y las hijas de aquella familia, todos de publico conocimiento, pero que se hablaban por lo bajo y nunca entre mas de dos. Había algo en el andar de María y su hermana que me tenia algo perdido. Era la primera vez que la veía sin el guardapolvo del colegio, su culo se marcaba bastante bien en el jogging, y el de su hermana no se quedaba atrás. Salvo que María tenia una figura mas esbelta. Entendí el gusto de Beto cuando en un descuido, que quizás no fuera tan descuidado, apoyo todo su trasero en mi bulto, deteniéndose de golpe mientras íbamos caminando entre hileras de árboles. A partir de ese momento, todo fue cuesta abajo en cuanto a inocencia y bastante para arriba en otros asuntos.
Omar y Leonardo parecían mucho mas maduros que nosotros, siempre buscando el costado mas pícaro de María, no paraban de mirarle el culo, las pequeñas tetas y en un par de ocasiones los vi tocarse el bulto. Sabia que Omar tenia sus historias respecto del sexo, y bastante porno en la cabeza, Leonardo no tanto, pero seguía a Omar en todo lo que éste proponía. Beto no salía de su nube rosa, atento a cualquier espacio para estar mas cerca de María. Por mi parte, aunque al principio lo atribuí a la calentura, pronto me di cuenta de las indirectas de María. Gestos, movimientos, como se acercaba a mí, risitas, me excitaba y lo sabía. Posaba sus ojos sin descaro en mi bulto siempre que me parada de costado. Hacia lo mismo con Omar y Leonardo, pero a Beto parecía ignorarlo, al menos en ese tema. La situación se puso mas caliente cuando, no sé cómo, empezamos a hablar de ropa interior, y María sin ningún problema mostró una parte de su bombacha, tan solo para demostrar que el color rosa era su favorito. El juego hubiera seguido, si a Beto no le hubiera dado la urgencia de ir al baño. Virginia se ofreció acompañarlo hasta la casa, indicarle donde estaba el baño y volver. Mas tarde me enteré porqué se tardaron tanto en regresar, pero en ese momento me lamenté por él. María quería seguir con el juego y Omar no paraba de subir el tono de sus comentarios.
Sentados en el pasto, a la sombra de unos árboles, María nos tentó con mostrarnos mas de su bombacha. Omar no estaba “seguro” de que fuera completamente rosa, y yo la alenté a que nos quitara la duda, pero ella quería algo de nuestra parte. Tenia la misma duda que nosotros, asique pidió sin reparos ver nuestra ropa interior. Nos paramos al mismo tiempo, casi coordinados, los tres vestíamos pantalones deportivos. Sin preámbulos, sin pensarlo mucho, mostramos a María mas que el color, el tamaño de nuestros bultos. Ella se arrodilló, según decía, para ver mejor el color de la tela, a lo que Omar respondió con el gesto de un verdadero actor porno, tomándola de la nuca y frotando su erección en el rostro de María. Leonardo hizo lo mismo, con la diferencia de que su pene asomaba por arriba del elástico del slip. María no se quejó ni siquiera cuando, envalentonado por los otros dos, directamente le ofrecí toda mi erección sin tela de por medio.
María terminó de confirmar las habladurías cuando tomó con sus manos la verga de Omar y la mía, nos pajeo, le pidió a Leonardo que también se la mostrara y empezó a jugar con su boca, alternando entre las tres puntitas rojas e hinchadas. Omar la forzaba a tragarse todo su pito, algo mas grande que el de Beto, Leonardo se tocaba, y aprovechaba cada ocasión para frotarle la puntita en los labios. María le dedicaba a mi erección sus mimos y largas mamadas que amenazaban con hacerme eyacular si no se detenía. Y lo hacía justo a tiempo.
Omar fue el primero en volcar sobre el pasto, lo siguió Leonardo salpicando un poco sobre el rostro de María. Yo no aguanté, y aunque quería otra chupada, la calentura pudo más y salieron un par de chorros blancos de la punta de mi verga, pero María tenia otros planes. Mientras eyaculaba, metió mi verga en su boca y tragó, para mi sorpresa, lo que quedaba de semen. Los otros dos estaban impresionados, yo no salía de la nube de éxtasis.
La niña comenzaba a pagar lo prometido, poniéndose en cuatro y mostrando su la bombacha, pero un par de peones nos interrumpieron, luego el padre de María nos mandó ir a la casa, ya que trabajarían en esa zona y no quería que los molestáramos.
Faltaba bastante para el anochecer, Beto tuvo su parte de diversión y María me deleito con algunas historias que dejaron como meros chismes lo que me habían contado sobre ellas. Y les puedo asegurar que, lo que hicimos a partir d ese día, deja como simples habladurías a lo que ella me contó.
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