TRATOS CON EL TIEMPO
Por César du Saint-Simon..
E
staba de pasajero en un largo y aburrido vuelo diurno sobre el Océano Pacífico, ya no sabía si tenía que almorzar, cenar, tomar una siesta o cuando es que mi organismo me iba a pedir una sentada en el baño del avión.
La línea aérea realmente se esmeraba en hacer que el tiempo transcurriese lo más ameno posible. Nos ofrecían comida a cada rato, las bebidas eran gratis, la sonrisa de las azafatas no desaparecía de sus rostros, había juegos y entretenimientos de muchas clases (¡hasta un bingo!), Música, revistas, tapa ojos, zapatillas de tela, en fin el viaje era realmente aburrido.
Cuando desperté por tercera vez, me levanté para ir a la zona de servicio, más que nada para caminar un poco y buscar un sonido nuevo y diferente al zumbido de los motores. Entré en el baño pero mi cuerpo lo único que quería era lavarse la cara y cepillarse los dientes... más nada... aún. En la cocina estaba una de esas sonrisas que nunca desaparecía y le pedí un jugo de naranja (de esos que huelen a naranja, saben a naranja, pero no son naranja) ya que mi cuerpo creía que estaba en ayunas, pero luego me provocó agregarle una botellita de vodka, lo probé y me parecía que necesitaba una botellita más, eso significaba que mi cuerpo quería iniciar una rumba de fin de semana. La sonrisa permanente además me ofreció unas revistas de esas de variedades que me llamaron la atención porque estaban en castellano pero eran editadas en Indonesia con un formato muy atractivo y de una ostentación soberbia. Llegué a mi asiento en la ventanilla, me puse los audífonos y sintonicé el canal de la estación de radio de Air Overseas “para todos nuestros pasajeros en el aire... en especial un saludo para los pasajeros del vuelo 730, sobre el océano pacífico ya que su capitán esta cumpliendo mucho mas de treinta años... de experiencia!!. Felicidades Mr. Ling”. Empecé a hojear las revistas y me llamó la atención de un titulo: “Las cien cosas que un Hombre debe hacer antes de los treinta años” ¡qué casualidad! Pensé, como quiera yo ya estaba como el capitán Ling, y la curiosidad por saber que fue lo que hice y lo que omití me impulso a leerlo.
El articulo se refería a las cien cosas que un hombre debe ser, tener o hacer antes de cumplir los treinta años y estaba presentado como una encuesta: por cada acierto un punto y decía cosas tales como:
1. Escalar una montaña de más de seis mil metros.
2. Hablar tres idiomas.
3. Ganarle a un casino de Las Vegas.
4. Hacer un vuelo supersónico
5. Cenar con un miembro de la Realeza Europea.
6. Conocer las pirámides de Egipto.
7. Buscar un tesoro submarino.
8. Poseer un Rolex.
9. Disertar sobre algún tema ante un auditorio numeroso y especializado.
10. Degustar más famosas marcas de vinos.
11. Capturar un delincuente, amarrarlo y entregarlo a la policía.
12. Conducir una motocicleta de alta cilindrada.
13. Hacer tablas con un maestro del ajedrez.
14. Poseer por lo menos dos títulos universitarios.
15. Ser cinta negra en un arte marcial.
16. Escribir un cuento erótico.
17. Lanzarse en paracaídas.
18. Cumplir una misión de carácter humanitario
19. Tomar un pez de cuarenta kilos, retratarse y devolverlo.
Hasta aquí estaba proporcionado en la encuesta pero vino la siguiente:
20. Tener relaciones sexuales con mujeres de todas las razas, fenotipos, condiciones físicas y edades.
¡Vaya con el punto veinte! y me puse a recordar... ¿me habrá faltado alguna? Vamos a ver... entonces subí el tapasol de mi ventanilla y a mí memoria vino La Asiática aquella en Seúl que para demostrarme lo que me esperaba se metió tres pelotas de ping-pong en la vagina y luego las expulsó: ¡tenía una cuca traga bolas! También recordé la vez que una negra de Jamaica enloqueció con toda la marihuana que nos fumamos y cantó Montego Bay durante una hora con mi pene en la boca. ¡Caramba! ¡Y había más! ¡Necesitaba de papel y lápiz para poder sistematizar mi respuesta y no engañarme en la encuesta, total, este es un punto que no había que perder!
Empecé por hacer una lista de lo que yo recodaba por razas:
- La asiática de las pelotas de ping-pong.
- La Negra pelo rizado que solo se sabía una canción.
- La árabe que hizo la danza el vientre conmigo abajo.
- La hindú de una alta casta social que me enseño a dilatar lo inevitable.
- La Esquimal que conocí en Ontario, la cual me demostró porqué las mujeres de climas fríos son tan calientes.
- La Mongol que tenía la fuerza de dos hombres y el aguante de diez mujeres.
- La India Amazónica que hizo proezas conmigo en una hamaca.
- La Blanca cuyos cabellos y pelos dorados que tenía guardados como recuerdo, los encontró mi esposa cuando tuvo que abrir la caja fuerte para pagar por mi rescate.
En mis audífonos estaba sonando aquella canción brasilera: “Moça de corpo dourado/ de sol de Ipanema, / que seu balançado e mais que um poema/ e a coisa mais linda que eu já vi passar...” entonces me dije: ¿pero cuales razas?, ya que me acordé de aquella morenaza de ojos verdes que tenía un no-se-que en no-se-donde que me excitaba hasta cuando la veía orinando. También estaba aquella mujer blanca de ojos negros y pelo azabache que se pintaba los labios y las uñas de rojo carmesí, que le gustaba siempre la misma posición: de cuclillas en el borde de la cama, con la particularidad de que encendía una vela roja y la sostenía en su mano derecha, no importándole la quemadura de la cera derretida que le caía, porque, según ella, el placer del sexo es un pecado que se expía en el mismo acto.
Lo de las razas era realmente muy complejo, entonces dejé ese segmento por allí, pedí otro trago a la dientes bonitos y pasé a revisar los fenotipos. Aquí la cosa se ponía aún más enmarañada.
Me recordé de aquella vez con una del tipo chiquita-gordita-culona (la saporrita), que cantaba y bailaba salsa después de un orgasmo bebiendo ron puro. La degustación me estaba estimulando la memoria... La flaca-alta-plana por delante y por detrás, la anoté de seguido porque ella fue quien me dijo: “Sé que no soy el tipo de mujer que los hombres buscan, pero debes saber lo que es el huesito”; entonces solté una carcajada porque aquel huesito resultó ser que aquella mujer era tan, pero tan flaca, que tenía el clítoris pegado del hueso pélvico; con todo lo que se retorció debajo de mi, me golpeó el pubis con tal ahínco que quedé agradablemente adolorido en esa zona durante una semana.
Sonó un aviso en mis audífonos y en toda la cabina, que nos anunciaba que estábamos pasando por la línea imaginaria del cambio de huso horario y, como quiera que estábamos volando contra la rotación de la tierra, ayer vuelve a ser hoy y en consecuencia el Capitán Ling vuelve a cumplir años...
- “el Capitán Mr. Ling invita a todos sus pasajeros a brindar con champaña y caviar sus otras veinticuatro horas de cumpleaños!!!”
Un aplauso muy sincero de felicitaciones y agradecimiento retumbó en la cabina y fue tal el revuelo y la exaltación que el capitán se vio obligado a encender el aviso de: abrocharse el cinturón, lo cual no impidió los tres gritos de “Hurra por el Capitán”.
Cuando las burbujas del champaña subían por mis conductos nasales, el fenotipo de la intelectual cara de yo-no-fui llegó a mi mente, porque es con una mujer así que las depravaciones alcanzan el punto de máximo esplendor. Este tipo de mujer es de aquel que cuando habla siempre hace referencia a un libro o a un autor, pero cuando el vino rosado nuevo y muy frío la pone ha hablar mucho, entonces hace referencias de sí misma, se quita los lentecitos, se tumba en el sofá, abre las piernas, aparta la pantaleta y pide: “aquí... aquí” y entonces nada nos salva de nada durante tres o cuatro días de lujuria y placer
Busqué la hoja donde estaba anotando y empecé a hacer la lista por fenotipos:
- La Saporrita que se emborrachaba con ron después del orgasmo.
- La Flaca con la pelvis hiriente.
- La Intelectual depravada.
- La Gorda mofletuda:
La cual por más que abriese las piernas, apenas la calaba lo suficiente para que ella “sintiese algo”. Cansados de esa situación, procuramos una solución de ingeniería, a saber: “La Señorita”, que consistía en un sistema de poleas, rieles y cuerdas, que accionados, subía y desplegaba el enorme peso de sus piernas y sus caderas, manteniendo la posición sin fatigarla y permitiéndome accederla hasta los confines de su “Punto `G´ ”.
- La Marimacha:
Éste quería ver como su novia tenia sexo con un hombre, pero se puso tan celosa con todo el goce que estaba observando, que vino a agredirme, y cuando le soné un solo coñazo en la boca, me pidió otro “pero por la cara no”; así que la halé por el copetico y la tumbé, boca abajo, al lado de su amante, le di un derechazo y un izquierdazo en cada nalga y levantó el culo, invitando a la irrupción anal, entonces le pasé los brazos por el vientre y le propiné una penetración vaginal que ella no esperaba: ¡era virgen!...¡virgen por delante y mártir por detrás!.
- La Robusta-tetona-con bigotes:
La que conocí en Vigo cuando le compraba unos mariscos que ella se ofreció a preparar y servir en su casa, para después ponerse a sacármelos frotando sus enormes pechos con sus enormes y rosados pezones en mi pene, pidiéndome “La Baba del Calamar”.
- La Menudita-gimnasta:
Que su habitación era un gimnasio (no tenía cama: dormía sobre una colchoneta) y únicamente cuando estaba bien sudada es que practicaba el sexo en el potro. Cuando estábamos en un hotel, ella “calentaba” por media hora, y hasta que no cumplía con su rutina de ejercicios con movimientos sensuales tan excitantes que serían la envidia de cualquier desnudista y quedar totalmente transpirada, no podíamos empezar “los otros ejercicios”.
- La Mujer Fatal:
Tenía aspecto de devoradora de hombres y compartía un taxi conmigo desde el aeropuerto de Moscú. Me tenía montado un ataque intimidante, al tiempo que me contaba como fue que ya dos hombres habían muerto encima de ella. El taxista chocó, y como no nos pasó nada, mientras el chofer discutía con los otros dieciséis involucrados en el accidente, los vidrios se empañaron por el frío que hacía y ella me propinó una mamada de garganta profunda ávida, voraz, casi que caníbal, más bien devoradora.
La fiesta abordo estaba encendida. Hace rato que la champaña y el caviar se habían acabado y se estaba ingiriendo de todo; un pasajero abrió un chaleco salvavidas, le saco el aire y por la válvula de llenado de contingencia le metió vino de varias marcas y colores y lo repartía entre los pasajeros gritando: ¡Ole, viva España! ; De alguna parte salieron papelillos y serpentinas y las sonrisas de la tripulación se convirtieron en carcajadas. Había unos pasajeros que estaban fumando algo que por su tamaño parecía un habano, pero no era tabaco y en el área de servicio, hacían un trencito mientras marchaban al ritmo de la percusión de los Rolling Stones: “I can`t get no satisfaction” que estaba sonando a todo volumen en la cabina.
Volví a la lista al percatarme del invidente que disfrutaba haciendo el trencito. ¿Ser ciega es una condición física? ¡Claro que si! ; La mujer con el olfato más sensible, el oído más agudo, el paladar más refinado y la sensibilidad de piel más especial solo podía ser de la invidente que ocupó una parte importante de mi vida. En el estado etílico en que me encontraba y con la rochela que había a mí alrededor, era el momento ideal para evocarla: cuando no se puede usar la vista para exacerbar la libido, los otros sentidos se afinan, se sincronizan para darnos a nuestra naturaleza sexual el sabor de vida bien vivida durante una semana con los ojos tapados. Todo se olía mejor, todo tenia más sabor y apenas ella me hablaba sentía una pulsación en mi sexo. Entre nosotros no había aquel pudor ridículo del que no quiere mostrarse; la mujer huele a mujer no solo entre sus piernas: la podía oler a la distancia, porque el macho olfatea a la hembra. Cuando ella reconoció todo mi cuerpo, no solo utilizó sus manos: puso sus pies en mi cara y su cara en mis pies, se acostó de espalda sobre mi espalda y yo acosté mi espalda sobre la suya, así que cuando estábamos uno frente al otro, era como si estuviésemos en un salón de espejos.
Abrí los ojos y busqué la lista que estaba haciendo. La encontré en la cabeza de una vecina de asiento, convertido el papel en sombrerito. Lo desdoble y rebusqué donde escribir, por condición física:
- La Ciega que me proporcionó un placer cegador.
- La Sorda:
Como ésta no se escuchaba a sí misma, gritaba, gemía y daba unos alaridos con tanta pasión, ardor y energía en cada una de mis arremetidas, que los de seguridad de aquel hotel en la ciudad de Las Vegas forzaron la puerta de la habitación, pistolas en mano, “para evitar un crimen”, y me encontraron con el culo al aire, solo con los audífonos puestos, encima de aquel fenómeno gutural.
- La Mocha del brazo derecho:
Siempre se acostaba volteada de ese lado, encogía su pierna izquierda hacia su pecho asomando una carnosa vulva y me decía que le gustaba era “de atrás pa’ lante”.
- La Atlética-campeona en levantamiento de pesas y natación:
Tenía tantos músculos que cuando le sobrevenía el orgasmo se tensaba más que cuando competía, y me parecía estar fornicando con la roca que tapaba la boca de un volcán.
- La paralítica:
Lo de esta mujer empezó con un toque que le di por atrás a su carro con el mío, ella volteó hacia mí y yo me bajé a pedirle disculpas por el toquecito, pero ella no se bajó del suyo y antes que yo le dijese algo me soltó: “Os perdono pero sí me chocáis por alante”. Me citó en una dirección de una zona muy lujosa de Barcelona en la madre patria. El sirviente que me abrió la puerta volvió al rato con ella... ¡empujando su silla de ruedas!!! y nos dejó solos. Allí mismo, en una habitación lateral al hall de entrada, ella tenía dispuesto un diván de cuerpo ancho hacia el cual ella sola se pasó con habilidad y fuertes brazos. Llevaba puesto un pantalón de botones a presión de norte a sur; se separó las piernas y de un fuerte jalón se desabrochó la prenda desde el norte hasta más abajo del ecuador y me volvió a espetar: “ahora dadme por adelante que lo de atrás lo tendréis luego”.
Sentí que empezábamos a descender, aunque faltaban como seis horas de vuelo más, entonces nos anunciaron por los altavoces que el Capitán decidió hacer un toque técnico en las islas de “Tres Sirenas” (un territorio fuera de las rutas comerciales aéreas y marítimas), para reabastecernos de hielo y de bebidas de toda clase. La reacción de alegría, regocijo y satisfacción fue generalizada. La tripulación trataba de mantener sentados a los que aún se sostenían de pie y de sentar a los que ya no se aguantaban ni a gatas. Con el descenso la pea evolucionó exponencialmente. Nadie respetó el aviso de no fumar “porque eso lo que dice allí es que no fume tabaco... esto no es tabaco”. Además, como no quitaron la música de los parlantes, muchos seguían bailando mientras hacíamos los virajes para aterrizar. Se empezaron a escuchar los regurgitos y las bolsas para el vómito se estaban agotando. El Capitán tuvo la buena idea de dejar caer las máscaras de oxígeno, con lo cual, después de la sorpresa, todos se sentaron para ponerse una de ellas, bien por que realmente lo necesitaban, bien para tener otra cosa con que joder. Como la anciana aquella que, con lentes oscuros, un sombrero de paja y la máscara puesta que pedía “caramelos o trucos” por todos los pasillos. Cuando tocamos tierra muchos vasos se derramaron y las expresiones de desanimo fueron masivas, pero cuando nos detuvimos los aplausos y la euforia volvieron, ya que el personal de cabina empezó rápidamente a reponer lo que se había desparramado. El ingeniero de vuelo y como treinta pasajeros se bajaron no como turistas, sino como expedicionarios que llevaban además la misión de encontrar una torta (a Big Cake) para Mr. Ling. En la nave se abrieron todas las salidas de emergencia para que saliese el humo y pasase el aire fresco que necesitábamos para controlar la mona. Todos los baños estaban ocupados por las damas y los caballeros bajaban al tren de aterrizaje que era un buen sitio para desaguar. Lo único que nos diferenciaba de un avión pirateado era el alboroto, las risas y la música estruendosa, lo que hizo que muchas nativas se empezasen a acercar con curiosidad.
Una anciana que andaba disfrazada de, según ella, “Sirena del Pacífico” se sentó a mi lado; se había vestido un traje de baño enterizo color acuamarine y se había echado caviar por dentro, explotando las bolitas contra su cuerpo, con lo cual, no es que olía a pescado, olía a caviar. “Por eso es que no soy una sardina cualquiera, soy una Sirena”. Me comentó esta señora, que junto con la de la máscara y otras más que venían con nosotros formaban el club itinerante de las triple “V” (V V V), “es que todas somos Varias Veces Viudas” me descifró con un gesto pícaro. Contó también que todos los maridos que ella había tenido (cuatro en total, “hasta ahora”, dijo) fallecieron todos de la misma causa (¡perro!!!): “murieron de Amor” me aclaró y nos estalló una carcajada; luego, me comentó que cada uno de sus maridos tenía una “Dotación” que lo hacia especial en el sexo: “Mi primer marido lo tenía así de grande (marcó con su dedo índice el centro de su antebrazo) y así de grueso (hizo un semicírculo con sus dedos índice y pulgar). “Él fue quien me estrenó y en mi primera vez, cuando tuve aquella verga encajada en mi cuerpo, que no era tanto lo que me dolía, sino que sentía un ahogo (como falta de respiración) y me rasgaba las entrañas, pensé que sí salía viva de esa experiencia, me metería a la vida religiosa, pero luego a la segunda vez no me pareció tan mal y me fui acostumbrando hasta que ya no podía estar sin él”. “Mi segundo marido jamás hizo el sexo conmigo acostándome de espaldas y él encima de mí. Durante nuestro matrimonio lo hicimos en más de setenta posiciones diferentes – algunas inventadas por él mismo – porque él decía que no estaba para convencionalismos de “misionero”. “Mi tercer marido era muy “lechu’o” porque cada vez que eyaculaba me llenaba toda y me rebosaba y mojábamos todo el lecho donde estuviésemos. Una vez puse a la mano un frasco de esos colectores de orina y cuando ya se venía, mi marido le apuntó al envase y lo llenó y se desbordó y chorreó por todas partes”. “Mi cuarto esposo tenía la lengua especialmente dotada; cuándo mis anteriores esposos metían su cara en mis fondillos me hacían con su lengua como si estuviesen quitando una mancha rebelde, pero mi cuarto esposo era extremadamente sutil y sensual cuando me daba esas caricias por las entrepiernas, ya que usaba la lengua como... como... ( pensó rápidamente) ¡como lamiéndole el rocío al Pétalo de una Rosa!!!” “Ahora ando en busca de un hombre que reúna las dotes de todos ellos, porque aquí todavía hay mucha colmena” afirmó, palmeándose el bajo vientre. Se despidió de mí frotándome con sus manos los pelos de mi pecho...“para que te quedes con mi olor de Sirena” me murmuró, siseando la última palabra.
Por edades también había que contarlas para la encuesta, y esta V V V me recordó aquella vieja libidinosa que creaba pinturas que siempre tenían un falo en alguna parte. Cuando entré en su “estudio” me di cuenta que todo aquello era realmente un tálamo dedicado a la lujuria. Me contó que tenía la piel así tan joven gracias “Al Vigor de Hombre”: mostrándome una foto donde aparecía rodeada por ocho hombres (uno por cada hueco, dijo señalándoselos) eyaculando de arriba abajo en ella: “Cleopatra me enseño varios de sus secretos”, me comentó riéndose picaramente.
Entonces escribí por edades:
- La Vieja que me practicó los secretos de Cleopatra.
- La Salvaje:
Tenía veinticinco, y fue la que me acostó boca arriba y me masturbó con los dedos índice y pulgar, escupiendo profusamente en mi méntula. Cuando consideró que “estaba listo” se me montó dándome la espalda, y dándose ella dos afincadas, para quedar clavada por el ano. Me agarró las bolas y las masajeó como bombeando algo, lo cual me dolía, y junto con mis brincos de sufrimiento ella gritaba y gesticulaba como domando a un caballo salvaje como ella.
- La Viuda:
Como de cincuenta que tuvo un solo hombre en su vida, hasta que su esposo murió, y para mantenerse fiel a su difunto marido ponía condiciones: “Porque esta cuca es solo del finado y mi siempre recordado Pepe, así que tu comerás en el segundo plato”, me dijo dándose una nalgada y, mirando hacia el techo, lanzó un evocador suspiro que me pareció medio ridículo. ¿Y el tercer plato para quien será? le pregunté levantándome del sofá en donde nos estábamos calentando. Ella puso cara de ignorancia analfabeta… ¿el tercer plato? ¿qué es eso? interrogó. Saqué mi virilidad y se lo puse frente a su cara y ella lo miró bizca. La tomé por el cogote y adelante mis caderas rozándole los labios con el glande, la halé hacia mí a la vez que le presionaba desde mis caderas para que abriese la boca, cuando mi falo entró, ella emitió un ronquido nasal exclamando buen gusto. Le agarré la cabeza con las dos manos y se la menee ordenándole: “hazme así…así…así”, lo cual ella obedeció acelerando el va-y-ven de la cerviz. Cuando mis fluidos seminales brotaron llenando su boca, la viuda ignorante de sexo, dio un chillido nasal con los ojos desorbitados de la sorpresa, haciendo un movimiento con todo su cuerpo como de retirada, a lo cual la sostuve firmemente con mis dos brazos “traga, traga, chupa” le ordené esta vez. Así quedó alfabetizada la viudita: un plato, dos platos, tres platos…
- La Quinceañera:
Que estaba ya parida, y a quien mi hermana y mi cuñado se llevaron a vivir con ellos cuando se mudaron para Australia desde no sé cuál país Centroamericano. Cuando me presentaron a la bebé con su bebé, ésta me lanzó una mirada provocativa mordiéndose el labio inferior. Aquella noche cuando ya todos dormían, tocaron a mí puerta y era ella manifestándome “que si lo deseaba me abría la cama”. La deje andar y ella entró mostrándome una caja de condones: “no me volverá a pasar”, dijo. Se quitó la bata que llevaba por uniforme y quedó expuesta solo con una tanga que le mostraba un corazón tatuado en su cadera que decía en rojo: “Peter`s Love”. Cuando se me aproximó para besarme, yo obvié esa intención y le fui propinando caricias y tocamientos que la tensaban cada vez más. Tuvimos un largo coito. Al sobrevenirle el primer orgasmo, empezó a sollozar, lo cual aumentó mi excitación animándome a mantener los embates. Con la llegada de su tercer orgasmo lloraba y se arqueaba pidiéndome perdón (¡¿?!). Cuando ya me vertía, hice marcha atrás, me quité el condón (que empezaba a oler a caucho quemado) y le lancé varios chorros de esperma, alcanzándole desde el cuello hasta el vello púbico y, para más, se la manoseé por todo el cuerpo, provocándole convulsiones, espasmos y dificultad para respirar, con súplicas y lamentos. Ya calmada y en descanso, me confesó que nunca había sentido “algo así” y por eso es que lloraba: “Porque vi el Cielo”, dijo. Me pidió que la llevase conmigo, que sería una esclava sumisa y obediente, que haría todo lo que yo le ordenase, que daría la vida por mí y otra serie de cosas más que dicen todas las que están bien cogidas hasta el cielo. Cuando se durmió, me vestí, llamé un taxi y escribí una nota de agradecimiento y excusa para mi hermana y su marido, poca cosa para tan buenos anfitriones. Al llegar al aeropuerto, tomé el avión que estaba saliendo para Tailandia porque estaba saliendo ya. Luego supe que la quinceañera parida había desaparecido, hasta que la encontraron de polizón en un barco que iba para Tailandia. Negaba tener un hijo y repetía constantemente que era una esclava abandonada por su amo. Encontraron el cadáver del bebe y la madre fue decapitada según las leyes de la nacionalidad del barco. Mi hermana aún hoy no se explica porque aquella chiquilla se enajenó de esa forma, y ¡yo tampoco!!.
- La de Cuarenta:
Se quedaba como muerta cuando yo iniciaba la penetración. Creo que de casualidad respiraba; si se lo sacaba revivía. Le daba, le daba, le daba y le daba, y nada: muertita. Se lo sacaba: revivía. Adentro: muertita... afuera: abría los ojos. Adentro: muertita... afuera: movía los brazos. Adentro: muertita... afuera: levantaba la cabeza. ¡Era como un bombillo!: prende... apaga...prende...apaga. Extrañado con la sexualidad de esta mujer, le pregunte que si se daba cuenta que durante el coito ella no movía ni una pestaña. A lo cual ella me contestó afirmativamente: “Es que a mí me enseñaron que una mujer decente, honorable y decorosa no debe demostrar ningún placer cuando está con su pareja, para que éste no vaya a pensar que una es una mujer cualquiera, así es que ni me muevo y trato de no respirar para no soltar algún gemido que se puede mal interpretar”. Ante tal argumentación, empecé a caer en cuenta que no se había dejado ver desnuda, que no me había tocado (ni siquiera rozado) con su cuerpo el mío, que todo siempre estaba en la penumbra y que sus besos eran solo tocamientos de labios. ¡Ni siquiera una risita nerviosa! Sin proponérmelo solté el comentario milagroso: Es que tu nunca has sido ni serás una “mujer cualquiera”, el que te muevas, gimas y muestres tu goce no va a cambiar para nada tu decencia, le afirmé con convicción y vehemencia. Aquel razonamiento fue el disparador de la sexualidad más ardiente y feroz con que yo haya tenido contacto por aquellos tiempos. La represión de tantos años estalló, e hizo volar en pedazos el dique de “las buenas mujeres”. La “muertita” era ahora comunicativa, participativa y protagónica antes, durante, después y para siempre en el sexo. Ahora es un bombillo de túnel: nunca se apaga.
- La Virgen de veinticinco:
Que quería dejar su condición de tal, pero no quería abrir las piernas, argumentándome que le era muy difícil dejar la modalidad de sexo sin penetración que había practicado por muchos años durante su vida universitaria. Ella pensaba que conmigo iba a hacer algún otro tipo de ejercicio sensual y ya; pero la agarré por los tobillos, le levanté las piernas doblándoselas hasta que sus rodillas tocaban sus pechos, y antes que se diese cuenta de la intención de mi movimiento, y con la vulva así expuesta, al segundo siguiente tenía “medio palo” clavado. “¡Ayyy...!.¡Para...para!, no quiero, no” gritó ya desahuciada. Las sacudidas que daba para escaparse de lo consumado, facilitaron la penetración total... Hasta donde dice: “no pise la grama”; entonces empezó a culearme lentamente mientras jadeaba y canticaba con ritmo: ♥ ♫ ☺ suééélltaaammmeee... papitoooo ♫ ♪ suééélltaaammeee... papitoooo ♫ ☺ ♪ ♥ ...
- La de Veintinueve:
Ella opinaba que el sexo aunque sabroso, es algo sucio, “porqué esta ubicado entre los orines y las heces”. Cada vez que terminábamos de copular, ella inmediatamente se paraba e iba al baño a hacer abluciones, luego me invitaba a pasar y me daba un lavatorio en mis partes con una esponja, agua tibia y mucha espuma. En una madrugada, mientras me hacía el rito con mucha delicadeza, conversábamos acerca de lo placentera que se había tornado nuestra relación. Empezamos a preparar el menú de nuestra próxima tanda de sexo, diciéndonos el uno al otro el recorrido por nuestras zonas erógenas y el placer que nos íbamos a dar. Esto me causó una excitación que se convirtió en una erección de proporciones épicas, epopéyicas, mas bien heroicas, y luego en una violenta eyaculación, que le alcanzó el hombro y el brazo, le resbaló y cayó al piso por entre los deditos de sus pies. ¡¿Qué es esto?! Preguntó, saltando hacia atrás con cara de asqueroso horror. Me miró y volvió a preguntar: ¿Qué-es-esto?. “Eso es mi leche.., mi esperma.., mi semen”, le contesté pausadamente y asombrado. Miró nuevamente hacia “eso”, ahora con curiosidad; lo tocó con la punta del dedo y frotó con el pulgar, lo olió y luego sacó la punta de la lengua y experimentó su sabor; Con cara de agradable sorpresa, se relamió lo que le quedaba en el brazo y paladeo los restos del hombro para luego sentenciar: “parece bien, huele bien y sabe bien”. Desde ese día, no hubo más abluciones, y extrañé los lavatorios con esponja, agua tibia y mucha espuma.
Los expedicionarios se estaban demorando mucho, ya se empezaban a ver los primeros signos de resaca entre los pasajeros, aunque el Capitán encabezaba un largo trencito tocando una conga, invitando a todos a mover el trasero al ritmo de: “un... dos... tres... Mambo!” .
Se formó otro grupo de búsqueda, en el cual me incluyeron y me designaron “líder de la expedición” para lo cual Mr. Ling me dio el símbolo de mando: su propia gorra de Capitán, una aeromoza me hizo una corbata con sus medias panty, y la Sirena del Pacífico me restregó su “colmena”. Querían convencerme que dejase atrás la revista y la lista en cuestión, pero argumenté que ese sería mi amuleto y mi altoparlante, lo cual fue aplaudido, pero la verdad es que quería evitar que la convirtiesen en algún tipo de Pom-Pom.
Cuando bajamos a tierra había muchas nativas sonrientes ofreciéndonos bebidas y coronando a mis compañeros de expedición, como yo era el que llevaba la gorra del Capitán me pusieron una guirnalda de flores y un brazalete hecho con plumas de colores exóticamente combinadas. Me indicaron un camino a seguir, como sabiendo el objetivo de nuestra misión. Abordamos unas canoas y navegamos por un río sombreado por la exuberante vegetación, hasta llegar a un complejo de barracones, (que el ejercito debió haber construido durante la gran guerra), cabañas, chozas y un templo, hasta donde fuimos conducidos y en donde encontramos al primer grupo afuera, ya casi listo a partir, con un cargamento de bebidas y cavas con hielo tan grande, que estaban siendo ayudados por muchos nativos, y al cual los de mi grupo se apuraron a saludar y dar una mano.
Mientras me disponía a cargar mi parte, una de las nativas que portaba un brazalete igual al mío, me dijo que Mamá-Watsy quería conocerme, indicándome la entrada del templo. Yo le aclaré que no era el Capitán, pero la nativa insistió ya que yo era el ungido por la Sirena del Pacífico (señalando mi pecho y su nariz), el reconocido por la tripulación (apuntó a mi panty-corbata) y el coronado por el Capitán (y tocó mi gorra). Sorprendido y extrañado, empecé a seguir a la nativa, diciéndole a mis compañeros que iniciasen el retorno. Ya dentro del templo, donde reinaba la penumbra, estaba sentada al lado de lo que parecía un Trono de tres sillas la tal Mamá-Watsy, quien resultó ser una mujer bajita de estatura, que apenas me llegaba al ombligo y a la que saludé con solemnidad. Cuando empezaba a agradecerle con sencillez las atenciones para con todos los pasajeros, ella dio dos palmadas y empezaron a salir desde atrás de donde estaba el trono varias mujeres, todas con los pechos descubiertos y con un brazalete igual al mío. Noté que entre estas féminas estaba una albina, una desdentada, una blanca pelo platinado, otra que parecía enferma y otras más, entre las cuales me alegró mucho ver a mi prima, compañera de la niñez, cuando jugábamos a “tocarnos la cosa de hacer pipí”. Mientras seguían saliendo más mujeres, advertí que ellas se iban apartando y dejaban pasar a tres beldades idénticamente iguales que se dirigieron a ocupar las tres sillas del estrado. Aunque esto estaba interesante, hice un gesto de apremio como para ir con los míos, pero Mamá-Watsy me agarró la mano y me acercó hasta el trono y me señaló a las trillizas diciendo: “Estas son las Tres Sirenas que no están en tú lista, aquella de allá es la de raza aria que tampoco está; estas son las gemelas; aquí la moribunda; esta otra es la atrasada mental; más allá es la mujer madura entre treinta y cuarenta; la curvilínea de medidas perfectas; la virgencita de dieciocho; tu prima que ya conoces pero no pudiste apuntar; la preñada; la albina que es la primera vez que tienes una cerca; una princesa europea; la malandra; la vendedora de placer; la virolita; la muda; la bruja, y todas aquellas, y aquellas otras más, no está, ninguna, en tu lista, además de mi misma: la enana. Mientras miraba perplejo, turbado y confuso lo que me acontecía, escuché el rugido de los motores del avión, a máxima potencia, levantando el aparato, entonces hice un movimiento como para salir corriendo detrás del avión, pero la enana sentenció: “Ya se fueron. El Capitán Ling volverá por aquí en su próximo cumpleaños, si es que no lo jubilan antes. Mientras tanto debes hacer otra lista comenzando conmigo”, al tiempo que se ponía un brazalete igual al mío.
FIN