Hay hombres que nacen con suerte, que son premiados por la vida, que no tienen que hacer mucho esfuerzo para ser felices. Hombres que no tienen dignidad, pero eso no les preocupa en lo mínimo. Van por la vida como perros callejeros, no tienen conciencia ni el mínimo respeto por los demás, sólo creen que han venido a este mundo a joder a los demás, a chingar a cuanta mujer existe y hasta clavar uno que otro pato que encuentren en su camino. Don Toribio Fonseca es el mejor ejemplo de esta especie. Un ser miserable que era incapaz de respetar el hogar ajeno. Caminaba como un pavo real, erguido, vestido de blanco con un gran sombrero. Sus botas relucientes eran la mejor credencial de su poderío económico. Todo el mundo lo llamaba don Toribia el padrote, pues había clavado hasta la mujer del alcalde. Eso sí, nunca se había casado...el jamás sería un cabrón como todos los hombres del vecindario. Medía seis pies y dos pulgadas y pesaba 200 libras casi exactas. Era blanco de ojos azules, fuerte, muy bien parecido. No había mujer que se le resistiera, pues tenía el arte de la buena palabra, era hábil en todo, especialmente en seducir a una chica... Algunos afirmaban que era un enfermo, un viejo bellaco que no perdonaba ni a las ancianas. Se jactaba en los bares de haber chingado a la corina. Cuando alguien le decía que como pudo hacer tal cosa él siempre respondía: Esa corina lo que tiene viradas son las patas, pues la crica la tiene derechiiiita... Las viejas del barrio habían regado como pólvora que hasta se pasó por la piedra a una monja que fue asignada a la iglesia. Pero el cura no dijo nada, pues la fuente mayor de la parroquia era el viejo Toribio. Tenía tanta fama el viejo cabrón que los fines de semana los bares de la localidad se llenaban de putas extranjeras. Llegaban en autobuses... gringas, cubanas, argentinas, venezolanas, chilena, mejicanaas, quería conocer al distinguido padrote. Lo que se decía de él era una leyenda, algo increíble... eran historias jamás contadas en los velorios de la villa. Cada vez que alguien se despedía de este mundo, la casa se llenaba, pues don Toribio además de ser buen padrote, le gustaba rezar a los muertos, se sabía el rosario de cabo a cabo, el viejo disfrutaba mucho cuando era una muerta, pues era posiblemente que la hubiera enganchado en su tranca 10 x 10. Dicen que los lunes el viejo casi no se podía levantar, pues todo el fin de semanas se pasaba en el chigoteo, chicha para aquí y chicha para allá. La ausencia de las mujeres a los trabajos era una crisis. A veces faltaban lunes y martes y todavía el miércoles casi no podían caminar. Los hombres se paraban en la plaza a mirarlas pasar... ¡ Mira a esa!, te apuesto a que el viejo la clavó! En fin, se había convertido en un destino turístico y los comerciantes estaban de fiesta. Don Toribio bebía de gratis, comía de gratis, recibía propinas, aunque a él no le hacía falta un centavo, pues lo tenía todo. Era un hombre feliz, pues era más respetado y admirado que el Gobernador del país. Pero había algo que le molestaba al viejo... No podía aguantar las prédica de un pastor pentecostés que llegó a la ciudad. Estaba cansado de oír sus mensaje sobre el adulterio, la lujuria, la fornicación. A veces sentía las llamas del infierno que le quemaba la verga. Se levantaba espantado, sudando la gota gorda... a veces sentía que las llamas le salían por todos los huecos de su cuerpo...¡Estaba asustado! Ahora visitaba más la iglesia, pero su apetito carnal aumentaba cada día más... Una noche no pudo más y visitó al pastor. Desde entonces dejó de asistir a la iglesia grande. Ahora se pasaba con los hermanos de la fe. El cura estaba que echaba chispa, aquello era una herejía, el viejo no podía abandonar su iglesia, la iglesia de sus abuelos,de sus padres. el viejo no podía abandonar la iglesia verdadera para irse detrás de aquellos falsantes. Así que un doingo el sacerdote y varios miembros de la iglesia lo visitaron. Estaba durmiendo, dejó a la comitiva esperando... El pueblo estaba maravillado. Aquel hombre había sido transformado por la mano de Dios. Ahora vestía más decentemente, no se le notaba su enorme instrumento de trabajo, ya no jodía con las mujeres del pueblo, las trataba de señoras, damas, jovencitas. Saluba con respeto a las rameras y a las viejas bellacas de la localidad... El único que no lo saluba era el cura, estaba que ardía, pues la ida de don Toribio significó grandes pérdidas económicas y la ida de muchos creyentes. Ahora el viejo caminaba con una Biblia debajo del brazo y hablaba de las maravillas de Dios. Un domingo en la mañana corrió una noticia por todos los rincones del pueblo. El viejo Toribio se casaba con una hermosa joven que hacía poco había llegado a la ciudad. Era hermosa, de ojos negros, de pelo largo, de caminar sensual, pero piadoso. Vestía hasta los tobillos, pero no podía ocultar aquel movimiento de campanas que dibujaba su lindo trasero. Daba gusto mirarla, era algo que le arrancaba un suspiro al más santo de los hombres. Rosita era su nombre, tenía 23 años, poco se sabía de ella. La muchacha había cautivado al viejo Toribio, quien desde que la conoció no volvió a mirar a otra mujer. La colmaba de regalos, le compró un auto del último año, una hermosa mansión, le enviaba flores todos los días, en fin, qué no le regaló... la chica decidió acompañarlo a la iglesia y finalmente se iban a casar. Jamás se había celebrado una boda como aquella.Era una boda distinta, pues no se sirvió ni un trago de licol...toda la ciudad fue adornada,, había flores por toda la avenida principal que conducía al templo de la hermosa iglesia pentecpstal, al otro lado el cura observaba de lejos...había comida para todos..era un día de fiesta nacional... Los novios se casaron y abandonaron la ciudad en una enorme limosina, detrás todo un pueblo se lanzó a la calle para ver a los novios, especialmente a don Toribio... Pero como todo, muy pronto pasó la euforia de la boda,el ambiente en el vecindario se tornó aburrido, los comerciantes se quejaban, sus ventas habían disminuido,algunos habían cerrado sus negocios, ya no llegaban los autobuses repletos de turistas, había un descontento entre las mujeres y el cura de la ciudad se pasaba mirando hacia el cielo en espera de que volvieran los días de abundancia. Allá, en la mansión de don Toribio las cosas habían cambiado. El viejo estaba aburrido, ya no tenía la misma vitalidad, apenas podía echarle un polvo a su joven mujer. La chica casi nunca estaba en la casa. Se pasaba en los centros comerciales, segán le decía el viejo. A don Toribio le embargó una pena profunda, su vida no era igual, había abandonado la iglesia, pues le dijo al pastor que él había dejado los vicios, pero no iba a dejar sus chavos, ya que tenía que pagar el diezmo de todo. Ahora estaba emocionalmente arruinada, no salía de su mansión, a veces se sentaba en el balcón y se fumaba un cigarro... la soledad y la tristeza lo hicieron prisionero... ya no sabía lo que era una caricia de mujer, pues su linda chica siempre estaba ausente. Una mañana decidió volver al pueblo, quiso despertar de nuevo al hombre viejo que había encerrado. Se vistió impecablemente, con sus botas relucientes, su colbata roja, su sombrero de paja e impregnado de perfume se montó en su auto... Un jovencito que iba en una bicleta alertó al pueblo de la presencia del ilustre ciudadado. Una vez más las calles se llenaron, se escuchaban las bocinas por todas partes, repicaron las campanas de la iglesia, el cura sonreía..."Lázaro a resucitado"¡Ha vuelto el patrón""ha llegado la vida de nuevo"... pero el gozo fue momentáneo... el viejo ni se bajó de su auto y pasó de largo de regreso a su casa... Un pensamiento horrible le mordió la consciencia, un recuerdo infernal apareció en su mente... La sospecha lo atrapó, sintió, por vez primera celos,dudas... llegó a su mansión, entró en silencio, se movió por el pasillo hac1a su alcoba, abrió la puerta y allí estaba ella...