El miedo supersticioso que generaba en los demás y el sueldo escaso, hacían que Valdio no estuviese satisfecho con su empleo como forense del pueblo.
Un día le llegó el cadáver de una hermosa mujer. Valdio no le prestó atención amodorrado por la costumbre que lo había tornado un ser indiferente y mecánico.
Al efectuar el primer corte en el estómago de la occisa, advirtió anonadado, que algo luchaba por emerger de entre las vísceras. Sin realizar mayor maniobra, de pronto, vio que tenía entre las manos un pequeño conejo de fino pelaje blanco que colocó sobre el piso. Miró de nuevo y vio que había otro más… y otro. y otro. Así estuvo hasta bien entrada la noche cuando, agotado, contabilizó cuatro mil quinientos conejos olisqueando sobre las baldosas y los estantes de todo el recinto.
Luego, se dio el tiempo de salir sin pisarlos, apagó la luz y cerró con llave la puerta.
En la duermevela, Valdio, se soñó en una piscina llena de cascadas jugueteando con una rubia opulenta mientras su negocio de cunicultura prosperaba viento en popa.
Al día siguiente, al penetrar al cuarto notó sorprendido que los conejos no estaban y que una ventana se hallaba abierta de par en par.
Preguntó al empleado de la limpieza quien le señaló que, al entrar notó un olor tan pesado en el aire que lo primero que hizo fue abrir la ventana por la que, de inmediato, salió una numerosa bandada de palomas.
Sonámbulo, Valdio, fue al archivo a pesquisar más datos sobre la fallecida. Allí se enteró que tenía por nombre Dona y que era la esposa de un mago.