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Mi tía Maché tenía 57 años, unas caderas suculentas, el culo más glorioso a este lado del Atlántico y una boca construida para el pecado. Desde mi más tierna adolescencia siempre había sido la musa más musa de todas mis musas eróticas. Hace poco realicé el cálculo de todas las ocasiones en que me había masturbado pensando en ella. El resultado fue estremecedor: 1499 veces la había poseído durante mis más pérfidas labores onanistas. El cálculo fue sencillo, pues mínimo me la había pelado dos veces a la semana pensando en ella durante los últimos 15 años, hasta llegar a mis 30 primaveras actuales.
Me jugaría una oreja y tres cuartos de la otra a que mi tío Herminio, su marido, se la había ventilado menos en el mismo periodo de tiempo. Por tanto, yo era el afortunado hombre que en más ocasiones había disfrutado del delicioso veneno de su sexo, exactamente 1500 , contando la última, esta vez real, que a continuación paso a relatar.
Hace un año, estando yo opositando, recibí un día la llama da de la tía Maché. Tenía que ir a solucionar unos asuntos relacionados con la casita que tenían en la playa y había pensado en mí( sin ocupación laboral en ese momento) para llevarla hasta allí, ya que ni su marido ni sus hijos podían por sus respectivas ocupaciones laborales.
El sólo sonido de su voz provocaba en mí una erección casi automática. A pesar de ir apurado con el temario acepté al momento, al tiempo que me frotaba la minga al sonido de su voz erótica y decadente.
El viaje, 645 km, transcurrió entre conversaciones vanas, miradas cómplices pero algo cohibidas y constantes y disimuladas miradas mías a sus muslos macizos, tersos, elásticos y humedecidos por el sudor.
A falta de 50 km para llegar, y ante la incipiente falta de luz, me indicó que parase en el primer motel de carretera, que no le gustaba viajar de noche.
Al llegar a recepción se adelantó a mí, y con la autoridad que le caracterizaba solicitó una habitación doble con cama de matrimonio, mientras me susurraba al oído que no estaba dispuesta a pagar dos habitaciones.
No te importa, ¿ Verdad? –me inquirió despreocupada
En absoluto, tía, hay confianza- respondí tapándome la erección con el jersey
Aguardaba yo tumbado en la cama hojeando una revista cuando apareció ella por la puerta del baño ataviada con unas bragas y una camiseta hasta el ombligo.
Yo, vestido únicamente con mis gallumbos boxer y sin camiseta me tapé la enésima erección de aquel glorioso día de abril.
Según se metió en la cama y se rozaron nuestras piernas, nos miramos fijamente y tras un segundo de silencio e incertidumbre, sin palabras de por medio, comenzamos a besarnos con un ansia sobrenatural, como tratando de aprovechar aquellos 15 años de masturbaciones clandestinas por parte de ambos. Parecía que la vida nos iba en el envite. Nos chupábamos, las lenguas enzarzadas en una pugna sin cuartel…
Traté de calmarme un poco, intentando evitar la inminente eyaculación .
Comencé a lamerle los pies. Los dedos, la planta, los tobillos… Ella jadeaba al tiempo que arqueaba rítmicamente las caderas. Llegué hasta su coño negro, espeso, mojado… Le arranqué las bragas de un mordisco, mientras gritaba y segregaba más y más jugos vaginales…Metía mi lengua entre aquella mata oscura y densa con ahínco, casi con desesperación, como un perro que apura el relleno del último hueso que le queda.
Al contacto de mi lengua con aquel clítoris desarrollado y cincuentón ella se estremecía y sus alaridos recordaban a los de una gata rabiosa en celo .
Cuando empezó a comerme la polla con aquellos labios pecaminosos y tantas veces deseados no pude ya contenerme, y al tercer envite descargué toda mi lefa sobre su lengua, tragándose cada centímetro cúbico de mi zumo.
Siguió jugueteando alrededor de mi glande unos segundos, hasta que consiguió otra erección imperial.
Ahora me vas a follar, cabronazo, y quiero que no dejes de llamarme puta…
Le metí mi cipote poco a poco, en un intento de saborear aquello que durante 15 años había ocurrido sólo en mi imaginación. Me miraba fijamente a los ojos, desbordada por la lujuria y el placer. Se la metí hasta el final. Sus jugos resbalaban por mis muslos encharcando la sábana.
Ella maullaba y maullaba de placer y yo embestía y embestía poseído de una fuerza sobrehumana, mientras la llamaba puta una y otra vez.
Nos corrimos a la vez, mezclándose en el interior del coño de aquella diosa mi semen, sus fluidos y 15 años de deseos contenidos y lujuria desatada.
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