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Virginia tiene 24 años, es morena, de pelo largo, y no demasiado alta.
Sus caderas son redondeadas, su piel tostada, sus labios sedosos.
Tiene una sonrisa pícara, unas mejillas carnosas, ojos color café y sobre todo una mirada muy expresiva, seductora, sensual...
Beatriz tiene el pelo más corto y castaño, estatura media, unos 55 kilos, labios seductores, una sonrisa inocente y 23 años recién cumplidos.
Ojos color miel tras una mirada huidiza, interesante, misteriosa.
Feria de Abril, Sevilla:
Noche de fiesta por todo lo alto, música, alcohol, diversión al máximo, grandes borracheras, seguidas del cansancio propio.
Eran ya las 6 de la mañana, volvía a casa. Beatriz se sentó en un portal a descansar, se encontraba mareada, los pies doloridos, las botas le apretaban el pie y ya no aguantaba más pero si se las quitaba sería mucho peor después.
Virginia caminaba por la calle y se cruzó con ella. También estaba mareada, cansada y con el mismo dolor de pies, intenso, horrible.
Horas antes...
Estaban en la Feria cada una con sus amigos, y coincidieron en una caseta donde Rocío las presentó.
No se prestaron demasiada atención durante la noche. Bebieron juntas e incluso bailaron alguna canción más pegadas de lo normal, pero la borrachera hizo que ninguna de las dos notara aquello como algo más allá.
Pasó la noche, la gente se iba dispersando.
Virginia caminaba hacia su casa cuando vio a Beatriz allí sentada, aunque tardó en reconocerla porque había bebido mucho.
Beatriz, sentada en un portal, llevaba un pantalón vaquero muy ajustado, con unas botas de chúpame la punta, que por su expresión, la estaban matando. También llevaba una camiseta de licra, con escote generoso, estaba algo despeinada y como he dicho no tenía demasiada buena cara.
Virginia también tenía el pelo alborotado y estaba algo desorientada.
Llevaba tacones altos, falda vaquera muy cortita y una camiseta de tirantas, muy sexy, y además hacía calor a pesar de la hora.
Se puso delante de Beatriz y comenzaron a charlar. Virginia le preguntó primero:
―Qué haces aquí?
―Iba para mi casa, pero me ha dado un mareillo y me he sentado aquí a ver si se me pasaba...
Mientras decía esto miraba las piernas de Virginia y se le entrecortaban un poco las palabras, aquella chica comenzaba a interesarle.
―Y tú ¿adónde vas?
―Vivo aquí al lado y te he visto y he pensado, mira esa es Beatriz la amiga de Rocío, y nada... Se te pasa el mareo??
―Sí, gracias, ya estoy mejor. Beatriz se levantó y se puso a su lado.
―Pues yo creo que me voy a sentar. Empezaba a marearse ella también.
―He perdido la cuenta de cuántas jarras de rebujito han pasado por mis manos...
―La verdad es que sí, que hemos bebido bastante. Se miraron y se empezaron a reír.
Beatriz estaba de pie y Virginia separaba sus rodillas lo suficiente como para dejar que se entreviera su ropa interior.
Beatriz no sabía si Virginia era consciente de que le estaba deleitando con aquella magnífica perspectiva. Estaba nerviosa, pero el alcohol lo disimulaba bastante.
Virginia no se había dado cuenta, estaba demasiado borracha, pero entonces, interceptó la mirada de Beatriz completamente embobada mirando a su entrepierna y ahí si que fue a drede y separó las piernas un poco más.
Le excitaba aquella situación, la desnudaba con la mirada lentamente, se sentía como una hembra en celo...
Virginia se puso de pie y se acercó a Beatriz, la miró a los ojos y mientras le clavaba la mirada, la otra se derretía y caía hipnotizada por aquellos ojos. Se le acercaba lentamente, como si fuese a atacar a su presa, y le susurró al oído:
―Te ha gustado lo que estabas viendo??
Y acto seguido le mordió el lóbulo de la oreja logrando que Beatriz se estremeciera por completo de pies a cabeza.
―Te acompaño a tu casa?
―Vale gira a la izquierda en esa calle. Beatriz se notaba un poco desorientada por lo ocurrido, aquello no podía quedarse así.
―Hace calor esta noche verdad?
―Será eso...
―Si... ejem, vivimos en el mismo barrio y no nos conocíamos, vamos no me lo puedo creer, comentó Virginia.
―Es curioso, si, pero bueno ya poco importa porque dentro de dos días tengo que marcharme a Italia.
―Vaya... es una lástima. A Virginia se le vino el mundo encima, a penas tenía tiempo de saber mucho más sobre aquella chica o intentar algo con ella.
―Me han dado una Beca y estaré allí un tiempo.
De repente, Virginia se paró en seco y tomó de la cintura a la chica y la acorraló contra la reja de un comercio, tomó sus manos y las levantó por encima de sus cabezas, abrazó la pierna derecha de Beatriz con sus dos piernas, rozándose levemente, mientras besaba su cuello y le decía:
―No podemos perder el tiempo, no crees?
―No, no podemos...
Empezaron a besarse con una pasión inédita que renacía de un fuego que las abrasaba por dentro y luchaba por desatarse. Se besaban con delirio, besos húmedos, tiernos, profundos, ardientes.
Se abrazaron mientras sus manos se perdían por sus cuerpos, recorriéndose.
Virginia señaló un bloque de edificios.
―Yo vivo ahí, subes? No hay nadie en casa...
―Como quieras.
Virginia abrió el portal y pulsaron el ascensor. Al entrar cerraron la puerta, se miraron y Virginia la hipnotizó de nuevo. Sus bocas se engarzaron a través de sus labios, regalándose vida en cada aliento.
El ascensor se paró y entraron en el piso.
Se desnudaron mútuamente a lo largo del pasillo y Virginia la condujo hasta el baño, se metieron en la ducha.
Jugueteaban con el agua y el jabón, Beatriz le echaba agua en la cabeza y bajaba por su pelo negro hasta acariciar sus pechos, la enjabonaba con sus manos.
Estaban muy excitadas, el agua, las caricias, el tacto de la piel escurridiza por el jabón.
Se secaron con unas toallas y fueron hasta la habitación, comenzaba a amanecer.
Virginia la tumbó en la cama y perdieron las toallas, el roce de sus cuerpos, el olor a recién duchadas, el pelo mojado, el fuego en su interior, las cegaba, y el punto del alcohol que aún permanecía.
Se abrazaban, se besaban, se deseaban.
Beatriz tomó el control, se colocó sobre Virginia, pasó una mano por detrás de su cabeza y la abrazaba contra su cuerpo para sentir su piel mientras se besaban, y con la otra mano pasaba la yema de sus dedos por los pechos de Virginia, logrando que despuntaran ferozmente con rapidez, los acariciaba y bajaba su mano por el vientre, dibujaba en sus ingles, se insinuaba más allá... y paraba.
Comenzó a besarle el cuello mientras lentamente bajaba amenazante y peligrosa, veía en los ojos de Virginia el deseo personificado, lamía sus pezones, su vientre, hasta que llegó a su entrepierna, acercó su nariz, oliendo aquel manjar, saboreándolo antes de hincarle el diente, deleitándose con su aroma.
Separó las piernas de Virginia aún más y la sorprendió con un intenso lametón de abajo hacia arriba que la recorrió entera y enloqueció.
Continuó saboreándola mientras miraba hacia arriba y observaba a Virginia llevarse las manos a la cabeza y retorcerse de placer rendida ante sus labios...
Bajó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Beatriz, acercó sus manos tomándola de la cabeza y aprisionándola entre sus piernas.
Aquello excitó de tal modo a Beatriz que puso más intensidad en su labor, los gemidos de su compañera eran música celestial que la elevaba y tras unos segundos, Virginia estalló de locura, se abrazaron y respiraron entrecortadamente juntas.
Cuando Virginia se hubo recuperado de aquella explosión lujuriosa le dijo a Beatriz:
―Sabes que eres la primera chica que me practica sexo oral?
―En serio? no me lo puedo creer...
―Es verdad... y me ha encantado. Se avalanzó sobre Beatriz, mirándola fijamente. Espero no defraudarte... y continuó con un ardiente beso.
En el aeropuerto, Beatriz se acordó de Virginia, aún sentía el latir de sus labios en su piel.
Durante el viaje, soñó con ella, pero lo tenía claro, iba a estar un año en Italia y no podía comenzar ninguna relación con ella.
Los primeros días fueron duros. A penas conocía gente, se limitaba a ir a clase y estudiar encerrada en su habitación.
Poco a poco fue conociendo amigos, conoció a una chica, en la biblioteca.
Comenzaron a salir los fines de semana y con el paso de los días se veían más frecuentemente. Era una relación más o menos estable, prácticamente la única compañía de Beatriz.
Pasaban juntas cada vez más tiempo, y la mayoría de los días Beatriz dormía en el piso de Alicia, que así se llamaba esta chica.
Decidieron que lo mejor sería que Bea se fuera a vivir con ella a su piso, porque de todos modos, ya vivía prácticamente allí siempre, y así no tendría que pagar un alquiler sin necesidad.
La verdad es que se llevaban muy bien y se querían.
De vez en cuando a Beatriz le pasaba por la cabeza aquella chica que la despidió tan amablemente, se acordaba de Virginia...
Ya casi había pasado un año desde que se marchó de Sevilla, echaba mucho de menos su gente, sus fiestas y su ambiente, pero en Italia había encontrado a Alicia y eso la retenía allí.
Cuando sus padres le preguntaban cuándo iba a regresar, siempre trataba de dar excusas.
De este modo, al terminar la carrera, encontró un buen trabajo allí, y sin pensárselo demasiado le dio la noticia a Alicia de que había decidido quedarse allí un año más y que al tener trabajo, todo sería mejor, ambas lo celebraron.
El tiempo pasaba, la relación se formalizaba, pero en su interior, Beatriz sentía un hueco vacío...
Alicia ya había presentado a Beatriz a toda su familia, y a pesar de la distancia, quería que la familia de Bea también participara de su relación. Al principio a Beatriz no le importó la idea, tendría que viajar a Sevilla con Alicia y la verdad es que le apetecía bastante, y entonces se volvía a acordar de Virginia, y de que si volvía era posible que se encontraran, y eso la asustaba al tiempo que la atraía.
La decisión final fue que Beatriz se marcharía para Sevilla y dos días después llegaría Alicia, así tendría tiempo de prepararle el camino a sus padres, aunque ella esperaba que reaccionasen bien, y no sería igual que presentarlo todo al mismo tiempo, podría darles un respiro.
Bea estaba muy nerviosa, el taxi que tomó ya recorría las viejas calles de su barrio, se le salían los ojos por la ventanilla, y al cruzar la esquina, no era real, no lo podía creer, pero allí estaba Virginia, acompañada de otra chica...
Tuvo una reacción extraña en su interior, de alegría por volver a verla y al mismo tiempo de rabia por verla con otra chica, y al instante reaccionó: pero qué estoy pensando!! Yo tengo a mi chica y es normal que ella también haya encontrado a la suya, me estoy poniendo celosa??
Llegó a casa de sus padres, que la recibieron con alegría y entusiasmo como era de esperar, y poco a poco les fue induciendo a la noticia que quería darles.
La respuesta de sus padres fue bastante positiva, y su madre mostraba un interés desmesurado por conocer a Alicia, quería saberlo todo de la persona que había enamorado de tal modo a su hija, todo iba mejor de lo esperado.
Por la tarde, Beatriz acompañó a su madre a hacer unas compras y al entrar a una tienda de ropa se encontraron con Virginia.
Se saludaron con frialdad, pero la mirada de Virginia le bastó para saber que necesitaban hablar, así que como antiguas amigas quedaron para tomar unas copas por la noche.
Bea estaba nerviosa, no sabía por dónde le iba a salir aquello, estaba segura de sus sentimientos hacia Alicia pero...
Ya se había arreglado para salir, sonó el timbre de la puerta, era Virginia.
Al bajar se quedó sorprendida: Virginia no venía sola, estaba acompañada de Maribel, su chica.
No sabía si sentir alivio, porque eso indicaba que no estarían a solas y no podría suceder nada, o sentir rabia o quizás las dos cosas al mismo tiempo.
Sentimientos enfrentados que le obstruían el pensamiento.
Fueron a tomar una copa a un bar poco transitado y tranquilo, estuvieron charlando largo y tendido poniéndose al día sobre lo que habían estado haciendo durante todo ese tiempo.
Maribel se marchó al baño.
―Tenemos que hablar tú y yo Bea.
―De qué crees que tenemos que hablar? Yo creo que no deberíamos complicarnos la vida, ambas estamos bien con lo que tenemos, y debemos valorar la confianza que nuestras parejas nos ofrecen del mismo modo que ellas lo tienen en cuenta con nosotras, no?
Virginia pensativa unos segundos le contestó:
―Si... eso está bien, pero tú sabes que lo nuestro fue algo más que una noche, no se tú pero yo no he dejado de pensar en lo que sucedió, y me parece que deberíamos darle otro final.
Beatriz no contestó. Maribel se incorporó de nuevo a la mesa.
―Bueno chicas os veo un poco apagadas, vaya reencuentro después de tanto tiempo, parece un funeral...
―Creo que yo me voy a marchar ya y os dejo a vosotras seguir, que mañana tengo que recoger a Alicia, su vuelo llega a medio día, y aún tengo que preparar algunas cosas, en fin, será mejor que me vaya...
―Ya te vas a marchar? Entonces nosotras también, verdad Maribel? venga sí, y te acompaño a tu casa.
―Bueno pues nada, ya que teneís tanto empeño, nos marcharemos, pero que sepas que cuando Alicia esté aquí tenemos que salir todas juntas de marcha eh? Sugirió inocentemente Maribel.
Realmente era curioso, porque tenían que tomar el mismo camino las tres, así que lo hicieron juntas pese que a Beatriz no le agradaba la idea porque se temía que Virginia la hipnotizara... como ya hizo aquella noche.
Virginia besó a Maribel en el portal de su casa y se despidieron, se quedó con Bea, y continuaron el camino hasta sus casas.
―No te recuerda a nada esta situación?
―La verdad que sí pero... mira Virginia, es cierto que he pensado muchas veces en ti mientras estaba en Italia, pero tú tienes tu vida y yo tengo la mía, no quisiera tener que arrepentirme de nada... y supongo que tú tampoco.
―Tienes razón Bea, lo siento si te he ofendido, ya se que estás muy segura de lo que sientes por tu chica, ha sido un error mío, será mejor que nos despidamos ya.
Mientras caminaban habían llegado ya al portal de casa de Virginia. Se dispusieron a despedirse.
―Quiero que sepas que el mejor recuerdo que me llevé de Sevilla no fue ni la Feria ni mis amigos ni nada, fue aquella noche contigo, y me dormí muchas noches pensando en ti y en como habría sido todo si no me hubiera marchado, pero qué podemos hacer ya, nada...
Beatriz veía el rostro serio de Virginia, sabía que estaba haciendo lo correcto, pero en el fondo, ella tenía los mismos deseos de reencuentro, se aproximaron para despedirse, y entonces Bea tomó la cara de Virginia con sus manos y la besó dulcemente, un beso que sabía a despedida y que posiblemente no se repetiría, pero en el instante en que rozó aquellos labios, tan cálidos, la mente se le nubló y actuó solamente por impulsos, Virginia no opuso resistencia, y continuaron besándose mientras se abrazaban.
―Beatriz, nunca nadie me había besado como lo haces tú, nunca sentí lo que siento cuando me besas, y parecerá una locura porque realmente a penas nos conocemos, pero no puedes decirme que no, sube a mi casa, y te prometo que nunca más volveré a pedirte lo que te estoy pidiendo ahora mismo...
―Virginia, no deberíamos ir más allá...
Pero en el fondo se moría de ganas, y no se resistió cuando la tomó de la mano y la hizo entrar en el portal y subir por el ascensor.
Mientras subían no hablaron, simplemente se limitaron a esperar que el ascensor se detuviera.
Entraron en el piso de Virginia.
―Quieres una copa?
―Será mejor que sí, lo que sea con cola, si es posible.
―Como quieras.
Bebieron la copa sentadas en los taburetes de la cocina, mirándose, simplemente el tenerse la una delante de la otra ya las hacía felices.
―Ven. Quiero que veas una cosa...
Beatriz la siguió a lo largo del pasillo de igual modo que lo hizo dos años atrás, al llegar a la habitación, comenzó a sacar papeles y cosas de una carpeta que tenía bien guardada, le ofreció sentarse en la cama, y se sentaron para ojear aquellos papeles.
―Sabes lo que es? Le preguntó Virginia.
―Si... bueno son folletos de agencias de viajes, mapas de Italia... por qué tienes tu todo esto?
―Tú que crees? Piensa un poco.
Beatriz no tenía ni idea de qué pensar, era muy extraño todo lo que le pasaba por la cabeza.
―Cuando te marchaste a Italia, pasaron unas semanas y no podía dormir si no recordaba tus besos, comencé a informarme del asunto porque tenía la idea de marcharme a hacerte una pequeña visita. Estuve trabajando para ahorrar algo de dinero pero al final...
―Que pasó?
Beatriz estaba atónita, nunca hubiera imaginado lo que le estaba pasando.
―Pues que Maribel entró a trabajar conmigo, y poco a poco se me fue quitando la idea de la cabeza, y desistí, pensé que tú ya habrías encontrado a alguien, como así fue, y que no podía estar más tiempo con esa angustia por verte... y bueno, aquí estamos.
No sabía qué decir, no tenía palabras, y al cabo de unos segundos, le dijo a Virginia:
―Sabes lo que te digo, es mejor que terminemos con esto de una vez por todas.
Virginia estaba sentada a su lado, en la cama, Bea tomó su mano y se la besó.
Sus cabezas se acercaron temerariamente y se besaron, con eterna delicadeza y pasión, se fueron tumbando, Virginia comenzó a desnudar a Bea, le quitó la camiseta, el sujetador, y dejó a la vista sus dos preciosos pechos, redondeados, firmes, y los besó, los mimó y acarició con sus manos, mientras sentía que Beatriz se deshacía de excitación, recordaba la última vez que sintió algo así, devoción por aquel cuerpo de mujer que se alzaba ante sus labios.
En poco tiempo, las dos ninfas posadas sobre la cama, la una frente a la otra, se admiraban, Virginia estaba más delgada que la última vez, pero seguía siendo igual de guapa, la pasión en su mirada no había desaparecido, sus mejillas que tanto gustaron a Beatriz...
En cambio Bea estaba un poco más rellenita, ella se escusaba aludiendo a la comida Italiana, pero permanecía tan bella o más como la recordaba Virginia.
―Eché mucho de menos no tener ni una foto tuya Bea, a veces intentaba recordarte y tu cara estaba borrosa.
―Bésame por favor...
Se fundieron en un beso mientras sentían el calor de sus cuerpos, se acariciaban por todas partes, a ambas se les notaba mucha más experiencia en la cama, habían aprendido a dosificar su pasión para que aquella noche fuese eterna y memorable.
Virginia se apoderó del lóbulo de la oreja de Bea mientras ésta se estremecía al sentir el susurro de un TE DESEO que la recorrió por completo, sus cuerpos se abrazaban, sus pezones jugueteaban despuntando con virtuosismo, Virginia se adueñó del vientre de su amante y lo sembró de besos y de pequeños surcos de saliva que recorría con su lengua, deslizó su mano cautelosamente e indagó en la entrepierna de Beatriz, la sintió muy excitada, húmeda, ansiosa de placer y comenzó a acariciarla con la yema de sus dedos.
Bea jadeaba levemente y Virginia notaba su aliento en su oído, la piel se le erizaba con cada suspiro que emanaba de Beatriz, comenzó a deslizarse entre sus piernas y bebió con sus labios del néctar de los Dioses del Olimpo, mientras su compañera se rendía ante su sabiduría y se apoderaba de su alma a través de su sexo, la succionaba y la elevaba hasta que por fin alcanzó el cúlmen de su éxtasis de placer y se derrumbó de satisfacción y alegría.
Virginia la abrazó y acarició su espalda con ternura, Bea estaba extasiada, pero logró articular una breve frase.
―Eres fantástica Virginia, espero no defraudarte...
Y esbozando una sonrisa de perversión se colocó a sus pies y comenzó a besarlos.
Recorrió toda su piel con sus besos, siguió por la pierna, los muslos, las yemas de sus dedos rozándola levemente, el vientre, el ombligo, los costados, los pechos de Virginia, erizados, pidiendo ser compensados, los cuidó con su lengua, el cuello, la oreja...
Se besaron acaloradamente, mientras Bea indagaba entre las piernas de Virginia con avidez, su respiración era muy intensa, Bea la estaba volviendo loca por segundos.
Dejó de acariciar su clítoris para introducir uno de sus dedos en el interior de Virginia, con astucia, sintiendo ese calor, la presión, el ritmo del movimiento, y paró lentamente.
Acto seguido se acomodó frente a su sexo y comenzó a saborearlo, a nutrirse de él, mientras con delicadeza introducía uno de sus dedos, con suavidad, y se deslizaba en su interior.
Con cada movimiento Virginia sentía que se derretía aún más, sentía que se venía, y entonces notaba que Bea ralentizaba sus movimientos y alargaba su proceso de excitación, de pronto, Virginia comenzó a jadear:
―Más... mmmm...más...
Entonces Bea captó el mensaje, o al menos ella lo interpretó así y deslizó otro dedo más en su interior, y cuando lo notó húmedo, lo sacó para introducírselo por detrás, temerosa de que quizás Virginia pusiera reparos, pero no fue así...
No aguantaba más, explotaba de placer, Beatriz la dominaba con su mano y sus labios, y entonces ocurrió y Bea notó cómo se contraía su cuerpo, esos espasmos que elevaron a Virginia, un orgasmo intenso e infinitamente ardiente.
Se abrazaron y se volvieron a besar, se miraron durante unos segundos a los ojos, y Virginia le confesó que era la primera vez que hacía aquello, pero que le había encantado, como todo lo que descubría con Bea.
Virginia se quedó dormida en sus brazos; al cabo de un rato, se deslizó de la cama, se vistió.
Antes de salir por la puerta, estuvo mirando por última vez a Virginia, dormida, angelical. Cogió sus cosas y se marchó a casa de sus padres.
Al día siguiente, sonó el despertador, preparó las cosas y se dirigió al aeropuerto.
Alicia nunca se enteraría, y ella no pudo resistirse a la tentación.
Virginia abrió los ojos y se despertó sola en la cama, comenzó a llorar, no sabía muy bien porqué, quizá se arrepentía de no haberse podido resistir, o quizá por haberla perdido de nuevo...
Alicia y Beatriz regresaron a Italia después de pasar un par de semanas en Sevilla.
Beatriz se marchó sin volver a ver a Virginia, pero era lo mejor.
Su relación con Alicia continuaba como siempre, todo marchaba bien, ambas trabajaban, y se puede decir que su nivel económico era alto, por lo que no tenían ningún problema que perturbase sus vidas.
A menudo solían ir al cine, al teatro, bueno realmente no se les escapaba ningún evento que mereciera la pena y pasase por la ciudad.
Beatriz trataba de evitar los recuerdos de Virginia, que en ocasiones la perturbaban en sueños.
Alicia nunca llegó a sospechar nada, todo marchaba con normalidad.
Pasó el tiempo y casi sin darse cuenta, se encontraron celebrando su décimo aniversario.
Llevaba 10 años y medio viviendo en Italia, y concretamente 10 compartiendo su vida con Alicia.
Todo les iba tan bien que no podían quejarse.
Alicia trabajaba de redactora en un periódico y Beatriz cambió de trabajo para entrar en una inmobiliaria donde ganaba un buen sueldo.
Valerio era el jefe de sección donde trabajaba Alicia. Era un hombre de unos 37 años, alto, fornido, moreno, mirada penetrante.
Siempre estaba muy pendiente del trabajo de Alicia, era muy amable con ella.
Bea comenzó a habituarse a que el teléfono sonara y siempre era él.
(ring, ring)
―Aliciaaaaa, el teléfono… Otra vez el pesado de Valerio…
―No te pongas así mujer.
Y Bea se marchaba refunfuñando, pero como era su jefe, pues nunca le dio mayor importancia.
Cada vez era más habitual que Alicia tuviera que quedarse más tiempo en la oficina, y cuando llegaba a casa apenas tenía tiempo para dedicárselo a Beatriz.
Discutían cada vez con mayor frecuencia, y siempre por bobadas que Beatriz no llegaba a comprender, trataba de complacer en todo lo que podía a Alicia, pero no era suficiente. Incluso habían dejado de hacer el amor, siempre había alguna excusa: me duele la cabeza, estoy cansada, tengo la regla, hoy no me apetece…
Llegó el fin de semana, Beatriz estaba ansiosa, tenía una sorpresa para Alicia que seguro le encantaría, había hecho una reserva en una casa cerca de la playa y tenía planificado un fin de semana romántico que acabara con todo aquel malestar.
Alicia estaba tardando en regresar del trabajo, Beatriz la esperaba con todo el equipaje preparado, comenzaba a ponerse nerviosa.
Entró por la puerta.
―Como te ha ido el día preciosa?
―Mucho trabajo, como siempre (…) qué son esas maletas?
―Una sorpresa, venga prepárate que nos vamos a pasar el fin de semana fuera.
―Cómo? Así? sin avisarme? Acaso no has pensado que yo podía tener cosas importantes que hacer?
―Pensé que te haría ilusión.
―Tú siempre con lo mismo, mira no es que no quiera pasar el fin de semana contigo… es que mañana trabajaré todo el día, estamos a tope en el periódico con la dichosa muerte del Papa… no puedes anularlo y lo dejamos para otro día?
―Tú y tu dichoso trabajo, nunca tienes tiempo para mí, pasas el día fuera, a penas nos vemos, parece que no te importe.
―Jóder Beatriz no te pongas melodramática, pero no puedo marcharme de fin de semana.
―Muy bien, no hay ningún problema, me iré yo sola, al menos alguien disfrutará de la casa en la playa.
Beatriz cogió sus maletas y se marchó.
Mientras bajaba en el ascensor pensaba que Alicia la seguiría por las escaleras y le pediría perdón… pero no fue así.
Al llegar a la casa se sintió muy mal, y comenzó a llorar, no sabía a qué se debía pero su relación se iba a pique y no sabía qué más podía hacer.
Pasó todo el sábado allí, bajó a la playa y paseó por la arena, trató de darle otra perspectiva a su vida y buscar una solución.
Decidió regresar a casa con Alicia.
Tomó el primer tren de la mañana y antes de las 10 estaba de nuevo en la ciudad.
Subía en el ascensor con un ramo de flores para Alicia, entró en el piso, estaba todo desordenado, había ropa por el suelo, miró a la habitación, la puerta estaba cerrada, la abrió sigilosamente y a continuación sus ojos no dieron crédito a lo que estaba viendo.
Reconoció en primer lugar a Alicia, por sus gemidos, y segundos más tarde, a Valerio, aprisionándola bajo su cuerpo con vigor, jadeante, un animal pesado sobre aquel frágil cuerpo de mujer.
Alicia y Valerio llevaban meses viéndose a escondidas de Beatriz sin que esta sospechase nada, segura y confiada de su relación, nunca esperó sufrir una infidelidad, o al menos no esperó que fuese con un hombre… No entendía qué había podido ver en un hombre, qué le daba él que Beatriz no pudiera darle, si se desvivía por colmarla de felicidad, pero en algún momento, Valerio logró que Alicia dejara de mirarle como su jefe y pasara a verle como un hombre y comenzaron a verse a solas, en fin…
Cuando Beatriz volvió a abrir los ojos, vio a Alicia frente a ella. Se había desmayado de la impresión.
―Lo siento.
Dijo Alicia con lágrimas en los ojos.
―No tengo nada que hablar contigo, ya me ha quedado todo bastante claro, me vuelvo a España.
―Déjame que te explique…
―Que me expliques el qué ¿? No quiero que me cuentes cómo tu macho peludo te monta… mira voy a recoger todas mis cosas y en cuanto lo tenga todo me marcho en el primer vuelo, mientras tanto, si no te importa me gustaría estar sola.
Alicia se marchó del piso sin decir una palabra más.
Regresó de nuevo a Sevilla, pero esta vez sentía que tiraba a la basura 11 años de su vida, lejos de su familia, todo por estar con aquella mujer, para terminar viéndola en los brazos de un hombre.
Sentía un profundo dolor en su interior.
Para sus padres fue toda una sorpresa verla entrar por las puertas de la casa, no la esperaban, tampoco les había avisado de su regreso.
Tuvo que contarles todo lo sucedido, aunque omitió algunos detalles.
Ya llevaba dos meses sin salir a la calle pese al empeño de su madre de que paseara o se fuera de tiendas.
Estaba su madre en la panadería charlando con la dependienta cuando entró Virginia, y al escuchar a la madre hablando de su hija, no pudo resistir y le preguntó por ella.
―Beatriz está en Sevilla?
―Si… no lo sabías? Ya lleva aquí dos meses.
Terminaron de comprar el pan y Virginia siguió la conversación con la madre de Beatriz mientras la ayudaba con las bolsas.
―Entonces Bea está en su casa?
―Si, pero no consigo sacarla de la cama, quieres subir tú a ver si se anima un poco?
―Bueno yo…
―Sí mujer, a ver si se anima, que desde que ha vuelto se esta consumiendo, maldita sea la hora en que se quedó allí…
Virginia subió. Caminaba detrás de la madre de Bea que la llevó hasta su habitación.
―Bea hija mía, tienes visita.
―No tengo ganas de ver a nadie…
―Anda pasa, no le hagas caso, seguro que le hace ilusión ver antiguas amigas, pasa, pasa.
Al entrar en la habitación, la madre cerró la puerta y las dejó solas.
―Virginia… no pensé que… en fin, vaya sorpresa, y yo con esta pinta… bueno espero que no te asustes demasiado…
―Me he encontrado a tu madre en la panadería y me enteré que estabas aquí, y bueno, insistió en que te hiciera una visita, dice que no quieres salir de la habitación, que te pasa, cuéntame.
Beatriz trató de contar la historia lo más brevemente posible, se le saltaban las lágrimas recordando lo sucedido.
―Y por eso decidí que lo mejor era que regresara, y aquí estoy con 34 años, diez de los cuales se han ido a la basura, y una depresión por culpa de…
Beatriz se echó a llorar como una niña pequeña, mientras Virginia no sabía cómo reaccionar, y simplemente la abrazó.
Cuando se calmó un poco siguieron conversando.
―Y a ti cómo te va? Espero que mejor que a mi…
―Depende de cómo se mire, ahora mismo estoy viviendo en un piso que me he comprado hace poco, el trabajo me va bien y poco más.
―Y Maribel? Que fue de ella?
―Maribel? Hace tanto tiempo que no sé nada de ella; poco después de que te marcharas a Italia, me propuso irnos a vivir juntas, pero yo no estaba segura de dar ese paso, y al final la relación se fue deteriorando hasta que decidimos dejarlo y nada, desde entonces no he tenido ninguna relación seria, he conocido chicas pero no sé, supongo que me quedaré soltera…
―No digas tonterías Virginia, con lo hermosa que eres cómo te vas a quedar soltera!
Siguieron conversando un rato, hasta que la madre de Beatriz entró de nuevo en la habitación. Virginia se levantó de la cama donde se había sentado para charlar con Bea.
―Bueno, yo me tengo que ir ya, que tengo que hacer cosillas y se me hace tarde.
―Vaya, y yo que estaba preparando para que te quedaras a comer.
―Muchas gracias pero tengo que irme, si Bea quiere vendré mañana por ver como se encuentra.
―Claro, ven cuando quieras a ver si conseguimos que se quite el pijama de una vez por todas.
―Hasta mañana Virginia.
―Hasta mañana Bea.
Su madre la acompañó hasta la puerta y se despidieron.
Al día siguiente, Virginia se levantó sintiéndose una mujer diferente, se encontraba bien, se arregló y bajó a la calle, pasó por un kiosco y compró gominolas como una quinceañera y se encaminó al piso de Bea.
Cuando Bea sintió el timbre se puso nerviosa. Abrió su madre, y acompañó a Virginia hasta la habitación de su hija.
―No me lo puedo creer! Te has levantado y te has vestido como Dios manda, ays mi niña, ―la madre le dio dos besos a su hija―y todo gracias a tu amiga, si lo llego a saber voy a buscarla a su casa en cuanto llegaste.
La madre siguió charlando mientras abandonaba la habitación y las dejaba a solas.
―Vaya te has quedado muy delgada, la verdad es que estás muy cambiada.
―Si, lo sé, ahora estoy más vieja y más fea…
―Pero qué dices, que yo tengo un año más que tú eh? Así que no digas tonterías anda, bueno y a que se debe esta sorpresa? Pensé que te encontraría en la cama como ayer.
―No quería que me vieras así, además tenía ganas de arreglarme un poco.
―Se me ocurre una cosa. Venga coge el bolso y lo que necesites que nos vamos.
―Qué dices? A donde vamos a ir.
―Tú hazme caso.
Virginia salió de la habitación y estuvo charlando con la madre de Bea.
―Voy a llevarla a dar un paseo por ahí, necesita que le de un poco el sol, no se preocupe si no viene a almorzar a casa.
―Cuídamela eh? Mucha gracias por venir a visitarla, está mucho mejor desde ayer que viniste, no se qué le has dado pero me alegro mucho, tened cuidado.
Se despidieron y se marcharon.
Hacía un día de sol espléndido, sin demasiada calor, Virginia llevó a Beatriz hasta el río y pasearon mientras charlaban.
Virginia le contó dónde estaba trabajando y prometió enseñarle su piso con más tranquilidad otro día.
Después comieron en un restaurante, fueron al cine y vieron una película de risa.
Estuvieron toda la tarde paseando, viendo tiendas y se les hizo de noche.
―Bueno, será mejor que volvamos que tu madre estará preocupada la pobre.
―Si, pero antes nos vamos a tomar unas cervecitas verdad?
―Por supuesto! Tanto tiempo sin salir de fiesta y lo quieres recuperar en un día eh!
Después de unas cuantas cervezas, ambas estaban un poco mareadas, y pensaron seriamente en volver.
―Mañana ya es lunes y tengo que madrugar, me voy a quedar dormida en el trabajo, sabes?
―Vaya, entonces mañana no te veré?
―Quién ha dicho eso? Salgo a las 3, dame tiempo para comer y descansar un poco y paso a recogerte.
Esa noche Virginia soñó con Beatriz y Beatriz con Virginia.
Beatriz no quería precipitarse, acababa de salir de una relación que la tenía muy afectada aún pero sentía que Virginia merecía la pena, quería conocerla, pasar más tiempo con ella.
Virginia se encontraba alegre, por fin tenía la oportunidad de conocer a Beatriz y cada minuto que pasaba con ella era pura bendición.
Al salir de la oficina encontró a Bea esperándola en la puerta.
―Qué haces tú aquí?
―Quería darte una sorpresa y como me dijiste que salías a esta hora he venido a recogerte por si te apetecía comer conmigo.
―Pues la verdad es que me has sorprendido, no me lo esperaba, dónde quieres que vayamos?
―Si te parece bien iremos a mi casa, lo tengo todo listo para hacer un almuerzo de 5 tenedores.
―Vaya, lo tenías todo planeado eh? Y si te digo que no que pasa?
Beatriz se quedó muy seria.
―Ay! Que no se te puede decir nada mujer, venga vamos que tengo el coche ahí aparcado.
Al llegar al piso Virginia vio todo lo que Bea le había preparado y le encantó.
―No tenías que molestarte tanto, que rico está esto, me encanta, ya me enseñarás a prepararlo.
―De algo tenía que servir vivir tanto tiempo en Italia, no?
―Claro que sí… por cierto y tus padres? Que has hecho con ellos?
―Están en el pueblo, han ido a visitar a mi tía, no volverán hasta mañana.
Beatriz estuvo muy atenta, a Virginia no le faltó de nada, pasaron una velada muy agradable. Cuando terminaron de comer, se sentaron en el sofá.
―Muchas gracias por todo Virginia.
―En todo caso debería ser yo quien te de las gracias por esta magnifica comida no crees?
―No me refiero a eso, llevaba dos meses metida en la cama, pensando que el mundo se acababa y apareciste tú y todo ha cambiado.
―Entonces yo también tengo que darte las gracias, pensé que no volvería a verte.
Bea puso un poco de música. Virginia estaba cansada y después de aquella comida, le empezaba a entrar un poco de sueño.
―Cómo me duele la espalda, tantas horas en esa oficina acabaran con mi salud.
―Quieres que te dé un masaje?
―Lo dices en serio?
―Sí venga, ponte cómoda.
Beatriz le quitó los zapatos a Virginia y empezó a darle un masaje en los pies.
―Esto es la gloria, hacía tiempo que no me sentía tan bien.
Pasaron unos minutos en silencio y Beatriz dijo:
―Aquí no estoy cómoda, que te parece si te tumbas en la cama…
―Qué me estás proponiendo pillina?
―Nada, pero si te tumbas, el masaje será más efectivo.
Ambas sonreían pícaramente, se dirigieron a la habitación y Virginia se tumbó en la cama y las manos de Bea comenzaron a masajear sus piernas con agilidad.
Virginia llevaba un pantalón de pinzas y una blusa, Bea sin pedir permiso comenzó a levantar la blusa mientras masajeaba su espalda y Virginia sin negarse la dejó hacer. Se sentía muy relajada, casi a punto de dormirse, hasta que notó como el sujetador se desabrochaba, y no dijo nada.
A continuación sintió cómo Beatriz besaba su espalda, un hormigueo le invadió el estómago; se dio la vuelta, se miraron fijamente y se abrazaron.
―Te he echado mucho de menos, aquella noche contigo fue maravillosa, pero te marchaste, ni siquiera nos despedimos, pensé que volverías, cada día me acordaba de ti…
―Ahora me arrepiento, no sabes cuánto, pero no miremos más atrás, a partir de ahora estamos juntas y si tu quieres…
―Claro que quiero, me muero por besarte de nuevo Beatriz.
Aquel beso las volvió a unir, las llenó de felicidad, sus labios se acariciaban con ternura mientras la ropa se perdía y sus cuerpos desnudos se transmitían todo el deseo guardado durante años.
No hubo rincón en sus cuerpos que no recibiese un beso, una caricia, se amaron como jamás antes habían amado a nadie.
Virginia se deleitaba en cada curva del cuerpo de su amada y tanto tiempo añorada Beatriz.
Emanaban dulzura y pasión por cada uno de sus poros, se deseaban al máximo y la excitación embriagaba la habitación.
Beatriz le susurró a Virginia:
―Me vas a matar, vas a acabar conmigo…
―Me encanta besarte, eres como mi alma gemela…
―Mmmm, qué bien suena eso Virginia.
―Date la vuelta anda.
Se colocaron a la inversa para poder regalarse placer mutuamente, cada una con la cabeza hundida en la entrepierna de su compañera, se degustaron, gemían, jadeaban, pero sin descuidar sus labores hasta que, finalmente, sus cuerpos explosionaron al unísono y alcanzaron el placer máximo.
Seguidamente, se tendieron la una frente a la otra, se miraron; Virginia acariciaba la cara de Bea con cariño, se abrazaron muy fuerte.
―No quiero que nos separemos nunca más.
―Nunca más, Virginia, nunca más.
FIN
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