Todo aquel que transpiraba sensualidad enloquecía a Eric con tal furia que apenas si podía contenerse y mucho menos, disimularlo. Cuando era obvio que por más intentos sutiles no conseguiría de momento más que una reacción violenta por parte de su oscuro objeto del deseo, Eric recurriría a cualquier estrategia, aun cuando no tuviera la certeza de que el plan prosperaría.
Eric quiso contar una historia reciente que había vivido y que todavía lo excitaba cuando la recordaba.
Esperaba el autobús un soleado y ventoso sábado de febrero sin compañía. Al frente, cuatro albañiles trabajaban en un proyecto de construcción. Periquillo, como se había bautizado a sí mismo, quedó prendado de uno de ellos en particular.
A diferencia de los demás, quien había atraído poderosamente la atención del muchacho, destacaba entre el pequeño contingente de trabajadores. Para empezar, tenía el abdomen plano, vestía pantalones cortos que lucían piernas bien torneadas, velludas y bronceadas permanentemente. El torso, exento de grasa estaba semicubierto por una camiseta en jirones permitía observar la correosa musculatura de un mestizo de cabello oscuro cenizo, cubierto por una gorra que recibía la mayor parte del polvo generado por el viento y el movimiento de materiales en ese lugar.
Periquillo parecía absorto y no se percató que hubiese transcurrido el tiempo al grado de perder dos autobuses con un intervalo de media hora entre cada uno.
Milton, nombre del apuesto albañil e indígena que había cautivado a Periquillo, pareció no darse por enterado de la rigurosa observación a la que había sido sometido y continuó levantando bloques de cemento con la ayuda de otro compañero robusto pero insignificante comparado con el mismo Milton.
Era ya medio día y los trabajadores parecieron estar rendidos y dispuestos a almorzar. Para beneplácito de Periquillo, Milton quedó solo y los demás partieron.
Como si lo hubiese llamado Milton, Periquillo atravesó la avenida y fue directamente hacia donde estaba el atlético albañil y le presentó una mano dispuesta a estrechar la suya, como si fueran dos viejos camaradas. Milton, aunque sorprendido, no negó el saludo a quien ya se consideraba un admirador, obviamente sin su conocimiento y mucho menos su autorización.
Periquillo no pudo evitar que el saludo de una mano callosa acostumbrada a los rigores del trabajo duro, pudiese electrizarlo al estrechar la suya, ajena a ese esfuerzo. Pero sí, no lo pudo evitar, sintió una descarga de pies a cabeza, y ante la confusión, sólo acertó a preguntar. “¿No vas a almorzar?” (No se explicaba como un tipo tan agraciado en todos sentidos, incluyendo la misma voz de sensual locutor estuviera en ese lugar, sin tener siquiera lo suficiente para alimentarse. Pero bueno, él estaba ahí para “salvarlo” y no perdería la oportunidad).
Milton lo devolvió a la realidad tras las cavilaciones al responder retadoramente: “¿Me vas a invitar?” Y obviamente, Periquillo advirtió la oportunidad que esperaba y asintió de inmediato con una sonrisa que Milton aceptó como la tácita invitación. La siguiente pregunta fue: “¿A dónde iremos?” y la respuesta de Periquillo tampoco demoró. Irían a una cantina próxima donde podrían beber cerveza y saciar el hambre que había despertado la dura jornada de trabajo, particularmente en el caso de Milton.
Ante la intempestiva pregunta de Milton si Periquillo era maricón, el interpelado aseguró que ya vería que no y preguntó contrariado si lo parecía. Estaban de igual a igual. Ninguno sobresalía más que el otro y ambos lucían varoniles, aunque uno con atuendo obrero y el otro, casual, pero elegante.
Tan pronto llegaron al establecimiento, tras una caminata corta, Milton estuvo de acuerdo en ocupar una mesa situada al fondo, en la que se verían menos interrumpidos, como aseguró Periquillo para sorpresa de Milton, pero quien presa de la sed y el hambre que serían saciados sin costo alguno para él, no se opuso a instalarse en dicho rincón. Además, Periquillo le había brindado todas las seguridades en el sentido de que no se sobrepasaría, pero si lo intentara, tendría que enfrentar dos fuertes puños que responderían por su propia seguridad. Por otra parte, Milton ya estaba acostumbrado a disfrutar de la vida gracias a su gran atractivo físico que le permitía sacar provecho, sin descartar sorpresas de las que había salido bien librado, hasta ahora.
La voz de la mesera interrumpió sus cavilaciones. Impactada por la belleza de los dos comensales preguntó intencionadamente qué hacían dos modelos en ese lugar. Tras excederse en sus cumplidos para con los jóvenes adonis, ofreció disculpas, pero insistió en que por mucho tiempo no había tenido la fortuna de atender a dos “bizcochos”. Ambos juzgaron que la mujer podría ser extranjera por los giros utilizados y por el modo de hablar. Periquillo y Milton, no obstante, se sintieron halagados por los cumplidos, pero ligeramente incómodos porque las miradas de los demás ya se habían centrado en ellos. Milton hizo el intento de nalguear a la mujer, pero se contuvo ante la mirada reprobatoria de la mujer que los atendía.
Periquillo había mantenido un breve silencio para observar con sumo cuidado a Milton. Las facciones correspondían a un indígena extraordinariamente bien parecido. Ojos negros profundos, barba incipiente, cabello negro y nariz aguileña, aparte de los atributos de cuerpo y musculatura apreciados con anterioridad. Por su parte, Periquillo era de tez morena, nariz recta, ojos oscuros coronados por pestañas rizadas y una boca con labios carnosos y sensuales. De cuerpo era poco más robusto que Milton, sin llegar a ser un fisiculturista consumado, con glúteos y miembro que gustaba exhibir con ropa más o menos ceñida.
Milton, ligeramente mareado después del segundo trago, pidió un bocadillo para equilibrar el malestar. Pese a ello, no dejaba de pensar que si Periquillo llegaba a tocarlo, no le quedaría más remedio que responder con golpes puesto que ya se lo había advertido. Sin embargo, a medida que transcurría el tiempo, la amena y monopolizadora plática de Periquillo lo fue envolviendo sin darse cuenta.
Milton no había estudiado más que la primaria y Periquillo (con estudios universitarios aunque inconclusos) aprovechó la desventaja a su favor. Una vez que terminaron, Periquillo sugirió llegar a su departamento para descansar aprovechando que Milton no trabajaría por la tarde. La estrategia de Periquillo para convencer a Milton fácilmente fue gesticular de cierta manera para dar a entender a su compañero que disfrutarían de un trago fuerte y un pitillo de marihuana en la comodidad y tranquilidad de su hogar. Nadie los molestaría.
Ante esa magnífica oportunidad –gratuita-- y como Periquillo hablaba de hembras y muchos otros temas de “machos”, Milton no consideró peligroso seguir la juerga en casa de quien ya consideraba poco más que un conocido, creyendo que hasta mujeres podrían llegar a esa casa para amenizar todavía más la reunión. De cualquier manera, no lo olvidaba, sus puños –acostumbrados a golpear—lo defenderían ante cualquier riesgo o avanzada.
Llegaron a casa… Periquillo abrió la puerta e invitó a Milton a pasar. Le pidió que se sintiera como si estuviera en su propio hogar y Milton aceptó arrellanarse cómodamente en la sala. Recorrió con curiosidad la estancia donde se le había invitado a pasar. “Periquillo vivía bien”, pensó “y podría aprovechar esa oportunidad”.
Pocos minutos bastaron para que el muchacho quedara arrullado por el televisor que encendió el otro chico, para luego entrar en un sueño tan profundo que no se percató siquiera que transcurrido un breve tiempo, ya roncaba.
Mientras tanto, Periquillo se ocupó en casa, sin descuidar al muchacho y sometiéndolo a observaciones cada vez más rigurosas y arriesgadas. Desapareció toda aprensión cuando observó que el muchacho no traía absolutamente nada, ni siquiera una identificación y mucho menos armas que hubieran comprometido su propia seguridad. Se sentó a la par de él y procuró no hacer ruido. “Es un muchacho sano”, pensó repetidamente para descartar cualquier riesgo.
Después de varias horas, Milton despertó sobresaltado. No recordaba de momento por qué se encontraba en ese lugar, pero su memoria lo tranquilizó poco después. Preguntó la hora y Periquillo informó que faltaban pocos minutos antes de la media noche. Milton se tomó la cabeza con las dos manos y reclamó a Periquillo por no haberlo despertado, por lo menos dos horas antes puesto que a esa hora, ya no podría utilizar el servicio público de transporte para volver a casa.
Periquillo lo invitó a quedarse o a pagarle un taxi si quería volver a casa. Milton se inquietó al ver que sólo había una recámara, pero Periquillo lo calmó diciendo que no habría por qué preocuparse ya que le cedería su cama y él dormiría en la sala.
Periquillo encendió el carrujo de marihuana prometido, aspiró profundamente y antes de pasarlo a Milton, advirtió que era una cosecha muy fuerte para que tomara precauciones. También le ofreció un trago de tequila que Milton tampoco rechazó. La estaba pasando tan bien –pensó—que sólo faltaría que llegaran hembras a la casa.
Milton no tenía el menor deseo de retirarse, lo comprendió Periquillo y por ello le ofreció más tequila y más marihuana. Hacía calor y para refrescar el lugar, Periquillo abrió las ventanas y luego se quitó la camisa. Milton pareció turbarse al observar el musculoso, lampiño y plano abdomen de su compañero, y picado por la envidia que siguió a la turbación, aseguró que el suyo estaba todavía más marcado.
Nuevamente, Periquillo aprovechó la ocasión para retarlo a fin de que lo demostrara. Ni tardo ni perezoso Milton se despojó de una camiseta sudada y en jirones que mostró un torso marcado e hizo un movimiento como para lucir su musculatura ante Periquillo, quien lejos de envidiarlo experimentó la primera y furiosa erección al ver que Milton, en efecto, era un ejemplar varonil.
Para ocultar su turbación, el anfitrión se levantó a buscar entre su repertorio musical y eligió una pieza africana, con tonalidades sensuales que invitaron al baile. A Milton le agradó la música y dijo que si hubiera hembras, bailaría. Periquillo le ofreció más tequila y marihuana, con miras a vencer la resistencia de su compañero. Lo invitó para que visualizara a las hembras que quisiera con el poder de su imaginación.
Cuando Periquillo se despojó de los pantalones para sentirse más libre y fresco, Milton pareció no darse por enterado y comenzó a bailar sin quitarse más ropa. Periquillo, en cambio, decidió continuar los retos y dijo ante Milton que sin verlo, podría apostar que la naturaleza había sido más pródiga con él mismo al dotarlo de un miembro de gran tamaño, superior al otro. Milton, al calor de los tragos y gracias al poderoso efecto de la mota, estuvo a punto de bajarse los pantalones y calzoncillos al unísono, pero su compañero lo detuvo para decir: “Espera, hagamos una apuesta, pero antes bebamos y fumemos más”. Milton estuvo de acuerdo.
Quien ganara la apuesta impondría un castigo y habría que cumplirlo. Milton se desnudó y Periquillo, triunfal gritó: “¡Has perdido, y harás lo que yo te diga!”
Como si hubiera sido tocado por una descarga, Milton se desvaneció y de no ser por la oportuna intervención de Periquillo podría haberse golpeado la cabeza. Lo depositó suavemente sobre el sofá y luego se le montó. El contacto con la piel de Milton enloqueció a Periquillo, mientras que el pobre albañil no había reaccionado siquiera debido a que sufría dificultades para respirar. Periquillo ordenó que abriera la boca para darle respiración de boca a boca. No había que perder un momento. Como si estuviera a punto de violar a un inocente, sonrió diabólicamente y aplicó el remedio inmediatamente.
Transcurrieron varios minutos que parecieron una eternidad, pero Milton fue recuperando poco a poco la capacidad de respirar. Mas cuando quiso retirar a su compañero porque ya se sentía mejor, Periquillo sólo suspendió la respiración de boca a boca, pero comenzó a hundir la lengua entre los labios de Milton furiosamente, como si de esta manera cobrase el haberle devuelto la vida y asiendo el miembro del convaleciente con furor como para evitar que escapara.
En cambio Milton, debilitado, hizo esfuerzos infructuosos para separarse, pero la fuerza de Periquillo se impuso y aunque Milton parecía debatirse y hasta morder a manera de resistencia, pronto se dio cuenta que una parte de él, incontrolablemente dura, había penetrado el cuerpo de Periquillo sin ninguna dificultad. Aquí terminó por perder la rebeldía, y se concentró en los embates para alcanzar el clímax. En efecto, había olvidado ya su efímera resistencia y besó a su compañero como lo hubiera hecho con cualquier hembra.
Se llegó el momento de la explosión. Milton parecía fundirse con Periquillo en un vaivén interminable de dos cuerpos unidos voluntariamente y no por la fuerza. Periquillo disfrutaba intensamente de principio a fin sin dejar de gritar para luego alcanzar la eyaculación en sincronía perfecta.
Una vez separados cuidadosamente, Milton observó --sin dar crédito--, que se le había protegido sin que lo recordara. Pero todavía se sorprendió más cuando Periquillo le contó que había perdido una apuesta --tampoco en su memoria. Si hubiese querido, Periquillo habría tenido el derecho de penetrarlo, incluso violarlo, pero las circunstancias lo habían favorecido y no podía quejarse.
Esa noche no durmieron. Pasaron haciendo el amor una y otra vez, como lo permitía su ardiente juventud. Al día siguiente, muy temprano y pese al agotamiento, Milton partió muy temprano, pero volvió al anochecer. Durante dos días consecutivos se entregaron con frenesí, y sin quererlo, Milton ya se había involucrado.
Periquillo, en cambio, no consentiría un romance porque no estaba acostumbrado. Sin el menor miramiento despidió a Milton de su casa en esa segunda ocasión aduciendo que todo había terminado. Le gustaban los encuentros difíciles y Milton ya no lo era. Se había aburrido de él prematuramente, sin quererlo.
La reacción de Milton fue inmediata. Sin dejarlo continuar, asestó dos puñetazos sobre el perfecto e inmaculado rostro de Eric, suficientes para derribarlo y también para provocar una ligera hemorragia nasal. Estaba dispuesto a continuar los golpes para convertirlos en tunda si Periquillo se defendía, pero el muchacho castigado por la ira de Milton se negó a devolver la agresión, admitiendo que la merecía.
Aunque antes de partir Milton juró vengarse por esta humillación, no regresó jamás.
FIN
OYE TE FELICITO POR TU RELATO. ME GUSTO COMO ESTA REDACTADO, EL LENGUAJE USADO, LA CACHONDES DEL MISMO. MUY BIEN TE FELICITO DE NUEVO