Quiero presentarme: tengo 15 años, 170 cm., mi padre es finlandés y mi madre tailandesa. Mis medidas son 91 de busto, 56 de cintura y 99 de caderas.
Mi problema es que cada vez que tomo el autobús, normalmente en horas de gran movimiento de gente, me pasa lo mismo. Yo viajo 50 minutos hacia y desde el colegio. Y en cada viaje, es algo que al principio me inquieta y luego me dejo llevar. Como el autobús llega a medio llenar a mi parada, nunca puedo sentarme. Minutos después de subir, ya se llena de gente y es un amontonamiento terrible. Pues siempre hay algún caballero que se me arrima. Creo que aquí le dicen "me apoya". Y esta expresión me encanta, pues realmente me siento apoyada, respaldada. Al principio trato de elegir, pero en general el que primero llega, es el mejor. Se me acercan de atrás, como al descuido y me ofrecen su bulto. Yo muevo mis glúteos un poco y no ofrezco resistencia. Es muy rico, pero me preocupa no tener frenos, pues me dejo llevar y me mojo toda. He conocido todo tipo de bultos y manos. Una vez me apoyó un hombre de unos 65 años y estimo su edad porque más o menos es del tipo de mi tío Alberto. Fue increíble, pues parecía no tener calzoncillos y lo sentí muy metido en mi. El problema es que cuando vuelvo a casa, estoy totalmente excitada y recurro a todo tipo de situaciones. La más increíble fue justamente el martes pasado, que volví con el tío Alberto en el autobús y me rozó como diez minutos al descuido. Llegamos y no había nadie en casa ,así que le ofrecí hacerle un café. Se sentó en el sillón y yo me puse una minifalda muy corta. Me quemaba con la mirada. Luego del café, noté que se tocaba la rodilla y me dijo que un poco le dolía. Le ofrecí un masaje, con la condición que me masajeara luego él la cintura, que la tenía yo un poco contracturada. Me dijo que lo hagamos al mismo tiempo: Yo su rodilla y él mi cintura. Nos recostamos en la cama, se quitó sus pantalones y tenía una erección de caballo. Gigante. Nos acostamos invertidos y me puse boca abajo, ofreciéndole mi culo, elevándolo y moviéndolo mientras le frotaba la rodilla. El me masajeaba la cintura con maestría, rozando cada tanto mis glúteos. Al rato estaba yo tocándole el pene con mi codo y mis pechos y el me apoyaba mi cola con su pecho, sus brazos, sus dedos. Era la locura. Entonces se incorporó, me bajó mi bombacha y me la metió desde atrás, hasta el fondo del alma. Era realmente como ser penetrada por un caballo. Era enorme. Era un potro, un animal. Entró hasta el fondo de mi ser y me pedía que no gritara. Mis suspiros eran fuertes, así que me la sacó y me dijo que tranquilizara mi boca. Me acercó su terrible miembro y lo comencé a lamer como si fuera un puta. Me sentí hembra, yegua, perra, gata, salvaje, puta. Me decía putita. Me gustó. Lo recompensé con mi lengua. Y sus bolas...Ah, sus bolas...Un toro. Pensé en cuanto debía producir con esos testículos y no tardé en comprobarlo. De mi boca caían chorros de leche tibia. No podía retenerla. NO podía cerrar mis labios.
Ahora debo terminar. Pero pienso en mi tío y estoy orgullosa de él. Es un caballo y quiero ser su yegua. Es el macho más pijudo de esta tierra.