Sí Cris, mi vida, abriste la puerta y entraste. Allí estaba yo haciendo mis cosas, dejé de hacerlas y con una sonrisa me acerqué para abrazarte y besarte. Noté que tu mirada era diferente a la habitual cuando llegas de la calle. Rápidamente te leí la cara de loba caliente con el instinto salvaje a flor de piel, con la perversión ninfómana más ardiente. Me besaste con energía, tanto que me hiciste retroceder tantos pasos como besos me ibas dando, hasta caer en el sofá. Te pregunté qué te ha pasado para llegar así a casa y me dijiste que sentada sola en la última fila del bus, comenzaste a recordar mis caricias y la lujuria te invadió de tal forma que empezaste por acariciarte el seno derecho por encima de la blusa, no tardando nada en ponérsete duro el pezón que reclamaba caricias y algún apretón. Te sentiste húmeda, desabrochaste el pantalón, bajaste la cremallera y tu mano derecha la introdujiste por debajo de tus bragas ya humedecidas hasta tu incandescente infierno penetrándote dos dedos hasta lo más profundo, mientras tus labios disfrutaban el dolor de la presión de tus dientes mientras acariciabas tu interior con desesperado desenfreno. Sentiste que ibas a correrte y pasaste a masturbarte el clítoris cuando un frenazo del bus te hizo ver que la siguiente era la parada de casa; así que te arreglaste la ropa y pensaste, “ahora me follo a mi Luichi”, y aquí estoy para cogerte.
Me encantó lo que te había ocurrido, tanto que ya estaba encendido y quise acariciarte pero me dijiste NO, no me toques hasta que te lo diga, me quitaste el pantalón corto que llevaba, te desnudaste y de pie, mirándome lascivamente, con cara libertina y viciosa me pusiste toda la mano en las entrepiernas cubriendo y apretando mis testículos y verga. Empezaste a acariciarlos como solo vos sabés hacerlo mientras con la otra mano te acariciabas los senos.
Yo desesperado por tocarte, pero me habías ordenado que no lo hiciera. Reconozco que me vuelve loco de placer lo que estás haciendo. En tu mano crece la pija y se endurece mientras me comes la boca a besos, te elevaste nuevamente y mientras me masturbas lentamente y sin dejar de mirarme a los ojos, con la boca abierta, respirando ya con fatiga, con la mano libre empezaste a masturbarte el clítoris. Desesperado por tanto placer viéndote y sintiéndote, no pude evitar agarrarte muy muy fuerte de una nalga; fue el momento en el que me dijiste: “estoy a punto de correrme y te voy a coger Luichi”. Me montaste dándome la espalda, agarraste la pija, te la penetraste y empezaste a galopar sobre ella, mientras te acariciaba la espalda y pellizcaba las nalgas y al hacerlo sentía como tu concha se cerraba presionándome la verga.
Y galopaste y galopaste hasta que explotaste una vez y al haberte echado para adelante,
casi enseguida una segunda, dando un largo aullido cuando te penetré el culito, esta vez con el dedo.
Tras unos minutos de recuperación, te diste la vuelta, nos besamos y miramos con una sonrisa pícara, complaciente y cómplice que nos estaban diciendo TE AMO.