Mirándome y sin pronunciar palabra, te fuiste quitando la poca ropa transparente que llevabas puesta, dejando tu hermoso cuerpito desnudo a la vista de mis ávidos deseos. Te sentaste frente al espejo sobre un taburete muy bajo y ya sin mirarme empezaste a acariciar tu cuello, senos y la aureola de los pezones mientras tus piernas se iban abriendo lentamente al compás del endurecimiento de senos y pezones y de la respiración excitada que fluía cada vez más sonora.
Te gusta que te mire gozar y sabes que me vuelves loco viendo cómo te das placer. Mientras una mano no paraba de acariciar tus senos, la otra fue bajando hasta acariciarte los muslos y entrepiernas. Yo te miraba, cada vez más excitado mientras también vos te disfrutabas mirándote al espejo gozando de tu propia excitación. Estabas con las piernas muy muy abiertas, apoyadas en el suelo, te veías la concha rosadita bien abierta y húmeda. Aún no te la habías tocado, aunque en un momento tu cara felina cambió cuando decidiste darle caza a la presa.
Llevaste los dedos a la boca, los empapaste en saliva y sutilmente, casi sin acariciarlo, con la puntita de un dedo tocaste la punta de tu endurecido y crecido clítoris. En ese momento tuviste un largo aullido de placer contenido y tus dedos de diosa lujuriosa y endemoniada, entraron a jugar en tu propio infierno de eterna calentura y de maravilloso sentir sexual. Sabías que te miraba hambriento por ti y eso te da más morbo y excitación; también te lo da mirarte al espejo cuando logras abrir los ojos.
Me acerqué por tu espalda y te acompañé sin interrumpir tus fantasías. Mis piernas se apoyaron en tu espalda, mi pija ardiente acariciaba tus hombros y cuello mientras mis manos hacían lo mismo en tu cabeza y cara, en tus senos y pezones. Ibas de orgasmo tras orgasmo hasta que sin decir nada te arrodillaste y sin dejar de penetrarte la conchita, apoyaste tu cabeza en un almohadón dejándome tu hermoso trasero bien levantado.
Me agaché, abriéndote aún más las nalgas con mis manos y mientras te masturbabas, con la punta de mi lengua inicié el delicioso rito de jugar con tu culito, lamiéndolo una y mil veces, gritabas de placer, te penetré el dedo y aullabas hasta que finalmente hablaste para decirme: AMOR MÍO, LUICHI COGEME, COGEME, COGEMEEEEEEEE…
Fue anoche, luego me dormí abrazado a ti.