Sumidas en el más absoluto Silencio
Las tres eran amigas desde la temprana adolescencia. Las cosas de la vida quisieron que tomaran caminos algo diferentes, pero no del todo incompatibles.
Ana se había casado, y vivía con su amado marido; sus dos amigas en cambio, habían optado por continuar solteras y juntas.
Ellas eran lesbianas.
Las tres cenaron en casa de Ana, solas frente a la chimenea, bajo la cálida luz que daban los leños ardientes de una chimenea, y dos alargadas velas. Mientras eso sucedía, Octavio, el marido de Ana, leía plácidamente, a solas en su dormitorio.
Ellas hablaron con libertad sobre el amor, el sexo y sobre todo sobre sus secretos placeres, generándose entre ellas un clima de húmeda y palpable excitación.
Luego de una última ronda de café, y varias de un Kirsch Royale, -que destrabó algunas inhibiciones- soplaron las velas y se encaminaron en silencio tomadas de la manos, como cuando eran adolescentes, escaleras arriba.
Subieron haciendo el menor ruido posible.
No era cuestión de despertar a Octavio.
Ana cerró la puerta, con suavidad. Al acercarse a la cama, de pronto unas manos comenzaron a acariciarla, mientras un par de ardientes labios besaban su largo cuello.
El silencio era absoluto, tan solo se escuchaban suaves suspiros, que no eran lo bastante audibles como para que fuesen escuchados al otro lado del muro que separaba los dormitorios.
Ana quedó desnuda, tendida en la cama mientras sus erguidos pezones eran mordisqueados suavemente. Ella se dejaba hacer todo; no intervenía; no estaba en condiciones de hacerlo, el Kirsch Royale le había subido a la cabeza.
Manos imparables recorrían su cuerpo en toda su extensión, hasta detenerse de pronto entre sus piernas. Con lentitud, unos traviesos dedos comenzaron a acariciar sus ya mojados labios, evitando penetrar en ellos pese a la creciente e invitante lubricación que ya existía, y pese también, a los movimientos que Ana realizaba para sentirlos adentro.
Hubo un primer orgasmo fuerte, alargado, interminable, y cuando Ana comenzaba a relajarse, unos labios comenzaron a besarla ahí abajo, mientras una impúdica lengua incursionaba el interior.
No pudo evitarlo; una suave sacudida, un entrecortado gemido, y un nuevo orgasmo con un silencio forzado, se produjo en ese instante de locura.
Pero esos labios no daban tregua; no se detuvieron ahí.
Siguieron adelante hasta lograr ubicar entre ellos ese ansiado botoncito de placer, mordisqueándolo y succionando del mismo en forma rítmica.
La humedad se incrementaba, el placer era sublime. En medio del ritual, uno de los dedos comenzó a introducirse lentamente mientras esos desvergonzados labios continuaban acunando con suavidad el “Botoncito”.
Ella comenzó a arquearse ofreciendo toda su feminidad a esa boca prodigiosa, inundándola de ricos jugos, cuando sintió un segundo dedo penetrando su cavidad.
Ana no ofrecía resistencia alguna.
No pudo ni quiso contener un tercer orgasmo –ya no tan silencioso como los anteriores- que se produjo justo cuando sintió un tercer dedo, jugando atrevidamente a la entrada de su cola….
Recién entonces Octavio, decidió penetrarla con su miembro ardiente, provocando en ella exclamaciones y gritos tan intensos, que fueron claramente escuchados en la habitación contigua, donde sus dos amigas continuaban amándose con delicadeza y desenfrenada pasión, sumidas en el más absoluto silencio.
hola como dije en mi comentario el relaro es exitante , vaya me gusto me exito, es bien chido. espero que sigas con este tipo de cuentos tan alocados. bye. un beso