~~En numerosas oportunidades, tú por temor y yo más por impedimento de los horarios de mis obligaciones, prolongaban el día que te conocería. Nuestras parejas femeninas, ajenas a todo esto, impedían sin saberlo, nuestro encuentro.
Pasó el tiempo y tú y la tuya decidieron separarse. Es triste, lo sé. También lo he sufrido antes.
Tu fantasía de vestirte de mujer y mi adoración por los travestis, acortaban los tiempos, mezclados con correos cargados de pasión y los llamados telefónicos que efectuaste en varias oportunidades, cuando me encontraba solo y que mantenían encendido ese fuego inexplicable de explorar y satisfacer, ambas fantasías juntos.
Pero llegó el día. Recuerdo, que me dijiste: Te espero en mi auto. Estacionaré y . . . . . .. Ya estamos juntos, parados uno frente al otro, mirándonos. Ambos ya decididos a dar el paso adelante. Yo desnudo, vos con una tanga que deja entrever un bulto que comienza a entumecerse. Por ser el más viejo, comienzo a besarte el cuello, de un lado y luego del otro. Este hecho es suficiente para que busques mi boca y tu lengua, choque con la mía y el frenesí nos acerca más el uno al otro, traducido por gruñidos de placer que vislumbran mejores momentos, más adelante.
El contacto entre ambos provoca que tu bulto comience a crecer igual que el mío. Esto me induce a chuparte tus pechos, con mi lengua húmeda, que busca más sitios para explorar. Mi desnudez necesita de tu piel también, por lo que giro mi cuerpo y te ofrezco mi cola que busca el contacto con tu pene ya endurecido por el deseo. Muevo mis caderas como para excitarte más, lo cual consigo, provocando que tus manos aprieten mis pechos y me aprietes con fuerza, obligándote a mover, a su vez, tu cadera contra mi trasero. Tu haces lo mismo devolviéndome el regalo de nalgas desnudas, ya que la tanga se halla metida entre esas dos bellezas. Giro nuevamente y desciendo lentamente hasta tu ombligo. Percibo tu temblor. Mi boca besa las partes laterales de tu abdomen, bajando suavemente hacia el pubis. Al llegar al borde de la tanga, mis dientes comienzan a jalar la prenda hasta que logro bajarla. Tu pene escapa dando un brinco, lo que me ofrece la oportunidad de oler su perfume. Lo veo latir. No soporto más. Sin tocarlo con las manos, mis labios buscan su contacto y mi boca, sin perder tiempo, comienza a saborearlo. Es enorme. Te envidio, aunque se que, por un rato, es mío.
Mi lengua busca la base del glande donde se hallan las fibras más exquisitas del placer. Tus gruñidos me hacen saber que tu excitación crece. Me detienes y me obligas a incorporarme. Te toca a ti.
Comienzas por mi cuello, luego mis pezones, el ombligo y el abdomen. Copias mi itinerario, tal cual lo efectué yo contigo. Por fin, llegas hasta la base de mi pene, ya duro y palpitante. Quebrando tu cintura, casi sin doblar tus piernas, lo tomas con una mano y lentamente te lo colocas en la boca, provocándome un placer intenso, traducido por un suspiro profundo y que, de mis labios escapen las palabras sigue así, mi bebé tantas veces repetido, en mis mensajes de correo electrónico.
Tu lengua recorre mi glande, en toda su superficie. No deja un sólo sector y luego baja hasta mis testículos concediéndome, otro instante de placer.
Tus nalgas a las que contemplo desde arriba me permiten explorar tu ano húmedo. Alcanzo y coloco en mis dedos, un gel perfumado y comienzo a introducirlos de a uno hasta que logro introducir tres de ellos. Dejas tu tarea, giras y dirigiéndote hacia el lecho, me ofreces tu ano, colocándote en cuatro patas y me suplicas: Penétrame Acerco mi pene en la entrada y lentamente comienzo a empujar y ayudado por tu relajación de los músculos, mi pene es devorado hasta mis testículos.
Mis movimientos y los tuyos son rítmicos, pero no frenéticos, prolongando el final lo más posible. Tus caderas oscilan de lado a lado y yo te dejo hacer para luego comenzar yo, un movimiento suave y apasionado, regado por suspiros de placer. Tus músculos aprietan mi pene, de tanto en tanto, como manifestación de agradecimiento.
Llegó el momento supremo, me preparo y te aviso: ¡No doy más, mi amor! ¡Acábame adentro, por favor, me suplicas! Es suficiente. Mi líquido caliente, inunda tus entrañas, que con gruñidos y embestidas, agoto hasta la última gota.
Lentamente comienzo a retirarme y me dices: Quiero lamer tu ano Me coloco en el lecho, adopto la posición de cuatro patas y te lo ofrezco, arqueando lo más posible mi columna vertebral. Estoy a tu merced.
Colocaste gel perfumado en tus dedos que comenzaron a introducirse suavemente. Eso me provocaba placer y cierto cosquilleo, que se extendía hasta la punta de mi pene, justo en la base del glande, hecho que provocaba que latiese repetidamente. Suavemente comienzas a introducir tu lengua, no sin antes, lamer su superficie externa, dando giros repetidos. Con tu otra mano me masturbas en forma lenta. El placer que siento es exquisito.
Tras un rato me pides que levante más mis nalgas, para que puedas alcanzar mi orificio con más facilidad. Mi pecho apoyado en su totalidad sobre el lecho y mis ojos buscan ver tus manos. No lo consigo. Hay un silencio que dura segundos.
De pronto, siento la punta de tu pene, que se apoya en la entrada. Ya comenzaste a empujar y yo, comprendiendo lo inevitable, relajo mi esfínter con fuerza y compruebo que tu pedazo de carne se introduce en mi interior. Es larga tu verga. Mide 23 cms y es delgada. Más placer me produce y te pido que empujes hasta el final. Lo consigues.
Luego de un rato largo me dices: ¡No puedo más, mi amor! ¡Detente, te suplico! ¡Lo quiero en mi boca! Acto seguido, no sin dificultad para no culminar, te retiras de mi ano. Lo limpio con la sábana y lo introduzco en mi boca. Los suspiros, gritos y gruñidos se prolongan, Mi lengua acompaña tus movimientos rítmicos acariciando la base del glande. ¡Acá estallo mi amor! repites, lo que te obliga a aferrarte a mi cabeza. El líquido espeso, tibio y abundante, inunda mi boca, tomas mi cabeza y empujas lo más que puedes. Tomo con mis dedos, la base del glande y te masturbo frenéticamente, con movimientos muy cortos, pero sin sacarlo de mi boca. Ya lo se. Antes que me lo aclares. ¡El placer es infinito! Un rato después nuestros cuerpos, con sudor, se entrelazan y cruzan las piernas para prolongar la exquisitez del contacto. Te acaricio el pelo. Tu mi pene. Lo vuelves a chupar sólo con el fin de limpiarlo, me dijiste. Yo se que no era por eso. Tu agradecimiento no hace falta. Observo, ya calmada la pasión, tu rostro. Creo que he comenzado a amarte.
Este relato de la vida real, lo conté con toda la dulzura que me produjo el encuentro entre dos varones con fantasías no consumadas. Si les gustó escriban a mi e mail y pronto les contestaré.