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"me metieron la polla hasta el fondo de la garganta provocándome una gran arcada. Eso no impidió que cuando otras dos pollas se acercaron, las buscara con deleite. La verdad es que chupar pollas siempre ha sido mi debilidad. Me encanta oírles gemir pidiéndome que no pare, que siga. Sé que e..."
No era la primera vez que Pedro me proponía algo así. Solemos jugar de vez en cuando, cuando podemos. Es lo que llamamos nuestras fiestas privadas. Pero ahora sentía cómo un nerviosismo creciente me recorría el cuerpo, las bragas de encaje negro que tanto le gustaban a él, se empezaban a humedecer por momentos debajo de la minifalda, sin embargo nada parecía ocurrir. Hacía ya varios minutos que Daniel se había marchado dejándome atada y con los ojos vendados, no podía oír nada, salvo la música chill-out que tanto nos gustaba poner en estas ocasiones.
De pronto noté algo a mi espalda, me giré sobre mí misma sin poder bajar los brazos, que suspendían del techo dejándome un tanto indefensa, pero no acerté a percibir nada distinto. La situación me excitaba tanto como me inquietaba. ¿Dónde se había metido este tío? ¿A qué estaba jugando esta vez?
Una mano acarició mi rodilla izquierda, una mano anónima, grande, ruda. Primero me sobresalté un poco, luego, a medida que la mano seguía jugando con la rodilla y los muslos, y aquello parecía inevitable, me fui relajando. Las manos comenzaron a acariciar mi culo por encima de la falda, eran unas manos gruesas, poderosas, pero no daban miedo. La verdad es que poco a poco la excitación inicial había ido creciendo. Fue entonces cuando un dedo pulgar se introdujo de golpe en mi boca entreabierta, sabía a dulce, era un aroma conocido, como de jabón de Yves Rocher. Comenzó a moverse dentro de mi boca, jugando con los dientes, mi lengua y mi paladar. El juego estaba bien, no me disgustaba, lancé un pequeño mordisco que animó a esos dedos a introducirse más adentro, mientras unos labios me susurraban al oído, “eres un plato exquisito”, “hoy vas a tocar el cielo”. Esas manos eran otras manos, y esos labios eran otros labios.
Mientras, las manos gruesas del principio habían ganado terreno y exploraban debajo de la falda, de vez en cuando me tocaban la vulva. Ya estaba poniéndome cachonda y empezaba a querer algo más. Las manos cogieron la falda y de un fuerte tirón la bajaron hasta los tobillos, allí unas manos suaves, que jugaban con los dedos de mi pie izquierdo, la apartaron, alejándola, sin que supiera hacia donde. Las manos rudas estaban decididas a buscar mis tesoros más escondidos y seguían tocando, ya sin pudor alguno, mi coño, mis muslos, completamente humedecidos a medida que la lubricación se había hecho más que evidente, y mi ano que se cerraba de golpe cada vez que un dedo se le acercaba. Pedro nunca me había follado el culo. Las manos decidieron que mis bragas estaban sobrando y pidieron ayuda a otras manos para, entre las cuatro, dejar mi coño al descubierto, dispuesto a explorar nuevas sensaciones.
Una boca ansiosa se metió de lleno en mis labios, se comió mi lengua, recorrió mis orejas, mi cuello y mi escote, buscando unos pechos que estaban enhiestos, con los pezones erguidos esperando a ser absorbidos por dos bocas que se entretenían en chupar, morder y volver a chupar. Fue entonces cuando empecé a perder la noción de cuantos cuerpos me rodeaban ¿tres, cuatro? Daba igual, yo sólo quería que las manos, las bocas, los brazos, no se detuvieran, que siguieran hasta hacerme perder el sentido.
De pronto me descolgaron los brazos, que empezaban a estar un poco adormecidos, y noté como sus piernas apenas respondían para sujetarme en pie. No importó porque había cuatro, seis, ocho, diez brazos dispuestos a cogerme, a acariciarme, a pasarme de unos a otros sin apenas tocar el suelo. Así empezó un masaje, en el que ni un solo centímetro de mi cuerpo quedó desatendido, una crema aceitosa empezó a ir y a venir por todo él, manos suaves, grandes, pequeñas, torpes, hábiles, cada una sabía dónde tenía que ir. Dos dedos se introdujeron en mi vulva y empezaron a acariciar despacio, unas manos desiguales acariciaban mis tetas de modo también desigual, ahora pellizcando, ahora golpeando, ahora masajeando. Los dedos que me acariciaban la vulva seguían poco a poco haciéndome alcanzar momentos de placer inusitado, notaba cómo mi clítoris retemblaba en medio del empuje de esos dedos experimentados.
Por detrás las manos rudas manoseaban mi culo y mi ano. Despacio primero, luego con decisión un dedo completamente aceitoso comenzó a introducirse por mi culo. No me dolía como muchas veces había prensado, era una sensación extraña, pero no desagradable. En cualquier caso, no tenía opción, mi voluntad estaba completamente anulada, en medio de la orgía de sensaciones todo parecía poco. Después del primer rechazo propio de un esfínter no habituado, el dedo siguió su trabajo haciendo que fuera sintiendo una mezcla de dolor y placer, de anhelo y rechazo, extraña para mí. Entonces, con mi cuerpo completamente sumido en las más dulces sacudidas, busqué con la boca una polla que empecé a notar acariciando mi mejilla izquierda, la introduje en la boca y empecé a chupar, primero la punta, luego ambos lados, los huevos, caricias leves, pero pronto, me metieron la polla hasta el fondo de la garganta provocándome una gran arcada. Eso no impidió que cuando otras dos pollas se acercaron, las buscara con deleite. La verdad es que chupar pollas siempre ha sido mi debilidad. Me encanta oírles gemir pidiéndome que no pare, que siga. Sé que en ese momento son completamente míos.
Después de un gran orgasmo que me dejó sin aliento, me vi elevada por unos brazos que desde la espalda me abrazaban por completo, me depositaron encima de un cuerpo de hombre que parecía hecho de acero. Antes de que me pudiera orientar en la nueva situación, y con mi coño todavía buscando respiro, una polla enorme, con fuertes venas marcadas en ella me penetró con decisión, entrando y saliendo a un ritmo pausado pero implacable. Me dejé caer tocando con las tetas un pecho masculino sudoroso, que inmediatamente me puse a chupar, mordisqueando unos pezones duros que se dejaban hacer.
Apenas habían pasado diez segundos y una segunda polla se empeñaba en meterse en mi coño, uno, dos, tres empujones. Joder, me van a reventar estos cabrones, pensé mientras me sentía completamente embriagada por la situación. ¿Una puta, una diosa? No sé sólo quería que siguieran y siguieran y me llenaran de su leche.
Mientras otras dos pollas buscaron las caricias de mis manos y aún otra más mi boca. Fue en la cara donde recibí el primer latigazo de semen, que lanzado directamente a mi ojo derecho comenzó a chorrear hasta la boca, las dos pollas que se habían soltado ya de mi, también se vaciaron sobre mi cara. Con mi lengua recogí los restos que chorreaban hasta mis labios dejándome un triple sabor de semen en el paladar, dulce y cálido. Exquisito.
La última polla que se había introducido en mi coño ya no estaba, pero la otra seguía haciendo que deseara que aquello no terminara nunca, entonces sentí calor en el culo, como un hierro candente que se abría paso sin piedad. Grité, gemí, pero con los brazos sujetos no podía hacer nada, mi culo fue poco a poco cediendo el empujón y el dolor inicial se fue transformando a medida que las dos pollas comenzaron a moverse al unísono. Una mezcla constante de dolor y placer me inundaba, comencé a gritar como loca, como poseída por sensaciones difíciles de explicar. Primero descargó la del coño que provocó un estertor extraño en mí, la polla del culo esperó a que perdiera el sentido para vaciarse por completo en la espalda y dejar un chorretón de semen cayendo por mis nalgas.
La radio no paraba de sonar. ¡Son las 7:45! ¡Otra vez me he dormido!
Mientras me levanto corriendo y veo a Pedro, que esta semana tiene turno de tarde, durmiendo plácidamente, siento mi coño chorreando por completo y pienso si será verdad que los sueños a veces son premonitorios.
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