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Me llamo Laura, soy una morocha argentina de 18 años recién cumplidos, y yo solita me serví del mejor regalo que alguien pudiera darme.
Claramente no soy virgen, aunque cuido mi reputación por tonto que parezca en estos tiempos. Pero desde que comencé a tomar clases de piano con Luciano, todo entre mis sábanas comenzó a trasladarme poco a poco al mundo más insólito de los sueños mojados. Me encantaba masturbarme pensando en que cierto día ese bombonazo en lugar de tomarme lección decidiera arrancarme la blusa y chuparme las tetas. Eso me enloquece como nada en mi universo sexual!
Luciano es casado, tiene 35, es amable, correcto aunque no tan formal como ciertos académicos, y, como da clases en su domicilio, todo tiene un tinte de privacidad que me fascina. No tiene una belleza escultural, pero la ternura con la que toma mis manos para acomodarlas en el teclado, la dulzura con la que me explica las escalas y los odiosos acordes, la paciencia que me brinda cuando varias veces entro comiendo un chicle sabiendo que le molesta un poco, me derrite tanto que en varias oportunidades salgo con la bombacha mojadita.
No sabía cómo insinuarme, porque tampoco quería que tenga problemas. Pero yo estaba dispuesta a que me pegue una buena cogida en el piso, que me someta a sus más peligrosos deseos, que me chupe toda, que me devore desnuda con sus ojos penetrantes, que me dé la lechita donde quiera.
Cierto día no pude más, y aunque resolví utilizar la excusa más estúpida de todas, me dio resultado. Ese martes le inventé que estaba triste, que por eso no había tenido ganas ni fuerzas anímicas para terminar con la tarea. Le dije que mi novio me dejó porque, yo consideraba que no podíamos tener sexo tan rápido. Seguí armando mi mentira explicándole que nos conocíamos hace dos meses, que él quería hacerme de todo y que no se conformaba con besarnos, y con que yo le practicara sexo oral.
Él enrojeció escuchando mi historia. No supo qué decir por unos segundos. Pero, vi claramente cómo se le abultaba el pantalón a medida que yo hablaba, ya que estaba frente a mí, ignorando el piano y la clase. Me dijo que no tenía que resignarme a ser como soy, que no hay que apresurarse, que en la pareja los dos tienen que querer cualquier cosa que se plantee y demás consuelos.
Cuando me largué a llorar, Luciano me trajo un vaso de agua, y en cuanto me lo bebí, viendo que mi plan funcionaba hasta aquí, lloré con más determinación. Entonces, él me abrazó para calmarme, y yo le toqué la pija con una mano. Se la apreté suave, le lamí una oreja y le dije que no aguantaba más, que quería sentirla toda adentro mío.
Su cara palideció, su voz quedó en suspenso y sus ojos se abrieron como un amanecer. Pero su bulto crecía considerablemente, y no quitaba mi mano de su dureza significativa.
No podía creer que en cuestión de segundos nos estuviésemos tranzando contra un armario, que él buscara mis tetas para amasarlas y que yo me sujetara de su culo precioso, bien redondeado y firme. En ese instante de pasión su pija hinchada se presionaba en mi entrepierna, los breteles de mi corpiño cedían ante el esfuerzo de sus manos por intentar quedarse con el tacto de mis tetas ya desnudas, y mis gemidos profundizaban mi estado de calentura aún más.
¡chupame las tetas, y me podés hacer lo que quieras!, tuve la valentía de declararle a esos labios gruesos y libidinosos, casi tanto como sus ojos verdes.
Él no pudo negarse. Mis pezones fueron masacrados por su lengua y saliva, sintieron el autoritarismo de sus dientes y el vapor de su respiración agitada, mientras me mojaba como una nena que todavía no sabe pedirle pis a los mayores. Yo me aferraba a su pija, y aunque no me atrevía a liberarla de su ropa, se la palpaba a través de su calzoncillo colmado de presemen.
¡qué querés que te haga guacha?, estás hecha una perra, y siempre te tuve ganas… es más, una noche soñé que te acababa en la bombacha!, me confió justo cuando él se sentaba conmigo a upa en la sillita de los alumnos que esperan su turno.
¡haceme todo lo que soñaste profe, acabame en la bombachita, dale!, fue todo lo que se me salió de entre mis suspiros, ya sin aguantar un minuto más el roce contínuo de su pene en mi cola.
Él me bajó el pantalón, empezó a meterme un dedito en la vagina por el costadito de mi tanga roja, lo lamía con carita de perverso y volvía a introducirlo para moverlo con sabiduría, me apretaba las tetas, me besaba el cuello y mordía mis orejas, me pedía que gima y se ponía más contento al saber que no paraba de mojarme. Mientras tanto, su pene seguía envuelto en su calzoncillo húmedo contra mi colita.
Hasta que evidentemente no quiso saborear más de aquel tormento sádico, no se sintió capaz de tener a una mina casi en bolas sobre su falda y no poder hacerle nada, y pensó tal vez en que ya vendría otro alumno.
Ahora me concedió el honor de sacar su pija de aquella tela negra y me pidió que le dé unos besitos. Qué más quería yo que tragármela toda, petearlo hasta que no le quede ni una sola gotita!
Pero no logré concretarlo como me hubiese gustado. Le pasé la lengua por la cabecita, le lamí los huevos y alcancé a meterla en mi boquita unos segundos, cosa que me dejó más loquita todavía, porque entretanto él me decía:
¡estás segura de que nunca chupaste una verga nenita? Lo hacés muy bien, pero más despacito guachita, porque te voy a empachar de leche!
Eso era lo que yo más deseaba. Pero de repente él me sacó de su pene agarrándome del pelo y dijo:
¡basta pendeja, vení, sentate arriba mío!
Lo hice, suponiendo que me iba a coger la concha como ya me lo estaba mereciendo por trola. Pero, Luciano ubicó su pija entre mi cola y mi bombacha, empezó a moverse como si me la estuviese dando por la cola, me metía dos o más dedos en la vagina y me decía que su sueño ahora sería realidad.
Fue en el exacto momento en el que nos besábamos, su mano derecha me estiraba un pezón y la otra me pajeaba con una obsesión que me hacía pensar solo en que quería que me rompa toda, cuando su leche explotó como un disparo sordo en mi entrepierna, y enseguida me subió el pantalón mientras volvía a succionarme los pezones y me ponía los dedos que había sacado de mi conchita en mi boca.
¡te vas a ir con la bombachita llena de leche atorrantita, vos te lo buscaste putita!, me decía cuando yo tenía un orgasmo indescifrable al sentir cómo su semen me caía por las piernas.
Me fui porque otro alumno esperaba en la puerta, con todo su semen en mi bombacha, más alzada que antes y con unas ganas terribles de comerle esa pija con la boquita, la concha y el culo. A él le ofrecería mi virginidad anal sin ninguna condición! fin
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