~~A pesar de que mi mi primer y único hijo llego a mis dieciséis, mi primer orgasmo no siguió la misma progresión y no lo tuve hasta los veintidós. Fue con un desconocido, al cual estaré eternamente agradecida. La historia empezó en una discoteca, hacía unos meses que me había separado de mi primer marido y padre de mi hijo y me sentía como una inútil, y más teniendo en cuenta que en los cuatro años de feliz matrimonio, los tres últimos habían estado ausentes de sexo. Es más carecieron de cualquier contacto físico que expresara cariño, así que, cuando aquel chico me rodeó por la cintura y empezó a besarme el cuello, me derretí y sin dudarlo me fui con él dejando abandonados a los familiares con los que había salido de marcha.
Para mi sorpresa y alarma en el coche no íbamos solos, nos acompañaban tres amigos suyos. Me vi en el asiento de atrás entre dos extraños en dirección desconocida y las señales de alerta llenaron mi mente. No pude articular palabra en todo el camino. Sentía sus miradas sobre mi y los nervios me impedían incluso oír lo que hablaban ellos. Por suerte no paso nada, nos dejaron en casa de mi improvisado amigo y se fueron.
Me abrazo nada más cerrar la puerta del portal y sin dejar de besarme me desabrocho de un tirón la camisa vaquera, cogió mis pechos entre sus manos sin liberarlos del encaje del sujetador. Yo estaba excitada como nunca. La sensación de peligro que había sentido en el coche me había gustado a la vez que asustado y todo mi cuerpo estaba extremadamente sensible a sus caricias. Notaba como mis braguitas y vaquero se humedecían con mi excitación y me dejaba llevar.
Vivía en un tercer piso y sin dejar de besarme, morderme y quitarme la ropa fuimos subiendo la escalera. No pensé que podía salir algún vecino preocupado por el ruido, me abandone al placer. Cuando llegamos a su piso tan solo me cubría con las braguitas. Me apoyo contra una pared forrada de espejos, de espaldas a él. Nuestra imagen se reflejaba difuminada por las aguas de aquellos espejos. Arrodillado tras de mi, bajo la breve prenda mientras abría con suavidad mis piernas. Cuando sentí su lengua en mi sexo, mil y una cosas pasaron por mi mente: miedo, placer, vergüenza, más placer, rechazo, más que placer. y justo entonces empecé a temblar, gemir y me perdí por aquella sensación desconocida que resultaba tan insoportable como indispensable. Quería gritarle que siguiera, que no parara nunca, que me estaba matando, que lo necesitaba, pero los gemidos incontrolables no me dejaban hablar. Sentí como palpitaba mi vagina al tiempo que me derramaba en su boca y por un momento todo empezó a girar a mi alrededor. Se incorporo y me sujeto entre sus brazos mientras me besaba compartiendo el sabor de mi sexo conmigo. Aquello fue el principio de una noche de muchos descubrimientos y de una serie incontable de orgasmos.