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Llegué a su casa sobre las seis de la tarde. Había ido porque tenía que instalarle unos programas en el ordenador y él no tiene mucha idea que digamos.
Después de comer me di un buen baño para relajarme. Y, al mismo tiempo que el agua caliente y el aroma de las sales me relajaban, no pude evitar excitarme pensando en aquella vez que compartimos bañera... mmm... fue algo muy especial. Tras ésto, seguí recordando otros encuentros con él. No habían sido muchos, pues nos conocemos poco tiempo, pero las pocas veces que habíamos estado juntos fueron intensas y dignas de recordar. No en vano, nuestros encuentros me servían la mayoría de las veces como "inspiración" para mis cálidos momentos en soledad...
Eso sí, habían sido totalmente "salvajes", puro sexo, algo totalmente diferente a lo de la tarde que me dispongo a contar aquí. Eso fue realmente increíble, una mezcla de muchas, muchas cosas.
Terminé de arreglarme y vestirme y salí de casa.
Llegué a su portal, como decía al principio, sobre las seis, y entré, pues la puerta estaba abierta.. Me detuve un momento a mirarme en el espejo que hay en el patio. No sé si es que estaba atractiva o es que yo me sentía atractiva. Pero no me vi nada mal. Llevaba unas botas color marfil por la rodilla y con tacón alto, una falda color camel por debajo de la rodilla y un suéter negro ceñido con un buen escote, suéter que no se veía, pues llevaba un abrigo encima. El pelo suelto, por los hombros, color castaño con unas mechas rubias. Si, me veía bastante bien.
Subí a su piso y llamé al timbre. Tras la puerta, escuché sus pasos acercarse y sentí un calor abrasador por todo mi cuerpo y una excitación que me desconcertaron, aunque me parecieron sensaciones muy deliciosas.
Abrió la puerta.
"Hola, cariño. Pasa, que hace frío." – me dijo, al tiempo que se disponía a darme un beso, como suele hacer.
Pero escuché que un vecino salía de su casa, así que le atraje hacia mí y, cogiéndole del cuello, le di un apasionado beso. Profundo, largo... deseaba que el vecino nos mirase y sé que lo hacía, pues veía que mi amigo, que estaba de cara a él, desviaba su mirada hacia él y sonreía... mmm... Creo que estaba siendo muy atrevida. ¡Eso no es tan normal en mi! Pero me encantó esa sensación de saberme observada.
Entramos en casa. Mientras me quitaba el abrigo y sacaba los CD’s que había llevado, él preparaba unos cafés.
Acercó una silla y se sentó junto a mí. Estuve un rato explicándole cosas y trabajando con el ordenador, mientras no parábamos de hablar.
¡Ay! ¡Le deseaba con todas mis fuerzas! Así que, como no pude aguantar más le besé, de sopetón. Ni que decir tiene que me correspondió. Nuestras lenguas juguetearon un rato en la boca del otro, recorriendo cada rincón. Él atrapaba la mía entre sus labios, como si no quisiese que saliese de su boca.
Acerqué mi mano a su entrepierna y pude comprobar que estaba muy excitado, mucho. Al igual que yo, que ya me sentía muy mojada. Le dije de terminar con lo del ordenador, para no dejarlo a medias. Estuvo de acuerdo.
Yo continué con mi tarea, pero notaba cómo me miraba...
Al momento se levantó. Pensé que iría a la cocina o algo así, pero no. Se quedó detrás de mí. De pie. Comenzó a recogerme el pelo, para dejar mi nuca al descubierto. Y empezó a besarme por esa zona y por la parte de la espalda que el suéter dejaba al descubierto. Yo intentaba seguir con lo mío pero, lógicamente, no pude...
Él seguía besando mi cuello, mi nuca, arañando muy suavemente con sus dientes. Levanté mis brazos y le agarré del cuello para que me besase en la boca, Así lo hizo, mientras metía sus manos por debajo de mi suéter. Las acercó a mis pechos y estuvo un momento acariciándolos por encima del sujetador. El cual desabrochó rápidamente, pasando a acariciarlos directamente, piel con piel... Jugando con mis pezones, que estaban totalmente duros y erectos.
Me quitó el suéter de forma lenta, haciendo de cada roce algo extraordinario que me hacía estremecer. Me hacía sentir tan bien y estaba tan excitada que deseaba con locura que me penetrase ya, que me poseyese salvajemente. Pero creo que deseaba más que prolongase este placer...
Supongo que no hace falta decir que mi excitación era a cada segundo mayor, que estaba totalmente empapada, como creo que nunca lo había estado, con tan sólo besos y caricias.
Se colocó delante de mi y comenzó a besar mis pezones, alternándolos con mi boca, mi cuello, haciéndome gemir sin parar. Era algo que no había sentido nunca. ¡Incluso pensé que podría llegar a tener un orgasmo! Pero no, ¿cómo iba a ser eso? ¿De ese modo? No podía ser...
Pero sí. Lo consiguió. Consiguió llevarme al clímax por primera vez esa tarde y, lo que es más extraño, consiguió que llegase al orgasmo de un modo en que nunca antes me había ocurrido. Pero, fuese como fuese, fue algo extraordinario.
Nos pusimos de pie y continuamos besándonos. Mientras yo metía mis manos por su pantalón y acariciaba su culo. Él hacía lo mismo por debajo de mi falda, levantándola hasta que la subió hasta mi cintura.
"Mmm... ¡qué imagen más sexy! Estás realmente imponente... me encanta ver a una mujer con tanga y esas medias, ufff... me pones muchísimo, lo sabes, ¿verdad?" – me dijo mientras me observaba de arriba abajo y me desabrochaba la falda, la cual cayó por mis piernas y retiré con un pie (lo había visto en las películas y siempre tuve ganas de hacerlo.
Mis medias son de esas que son para usar liguero, aunque yo no lo uso. De esas que en la parte de arriba llevan un trozo que, por la parte interior, lleva silicona, para que queden pegadas a la carne.
"¿Sí? ¿Te pongo mucho? Anda, dime cuánto te pongo... mmm..." - le susurré yo al oído mientras mis manos se deslizaban desde sus nalgas hasta su pené.
No hizo falta que me contestase. Su miembro contestó por él.
Iba a quitarme las botas pero m pidió que no lo hiciese, que le excitaba aún más con ellas puestas.
Comencé a bajar su pantalón, poco a poco, dejando ver primero su bronceado y duro culo, el cual besé un momento; le hice girarse, ponerse de cara a mí, y seguí besando toda aquella zona hasta que llegué a su sexo, que aún estaba parcialmente cubierto con el pantalón, pero que pedía a gritos salir de él. Lo acabé de bajar completamente y, al llegar la cintura del pantalón a su pene y pasarlo, éste salió disparado, tan erecto estaba... mmm...
Deseaba probarlo, pero le hice sufrir un poco. Besaba cada parte de su cuerpo, acariciaba con las yemas de mis dedos, arañaba superficialmente con mis uñas su espalda, sus brazos, acariciaba su abdomen. Besé sus pezones y eso le hizo gemir de placer, mientras él acariciaba su pene.
"Mmm... ¿crees que quiere que lo acaricie? ¿Le gustará que lo saboree? ¿Tú qué crees? Mmm... dime.. " – le dije yo, en un tono entre pícaro y tímido.
"¡Siiiiiii! Lo está deseando, ¿no lo ves? Corre, no le hagas esperar, desea tu boca tanto como yo" – y volvió a besarme.
Me arrodillé ante él, él apoyado en la mesa, y comencé a acariciar su sexo. A juguetear con el vello de aquella zona. Lo lleva cortito y muy cuidado, pero no depilado. Con una mano tocaba su pene y, con la otra, sus huevos. Sabía que aquello le gustaba mucho, aunque no tanto como que le acariciase la zona de su ano. Así que deslicé un dedo hacia allí, pudiendo comprobar que aquello le excitaba mucho más, pues cada vez que le tocaba ahí, dejaba escapar un gemido más fuerte.
Mi boca se acercó a la punta de su pene y le dio un leve beso. Lo tenía sujeto con mi mano y fui besándolo por toda la superficie. Besando levemente, haciéndole desear más y más. Poco a poco, sin parar de acariciar sus huevos con mi otra mano. Acerqué mi lengua a su duro pene y comencé a lamer, primero pequeñas lamidas, que fui haciendo más largas e intensas cada vez. Humedecía su pené con mi lengua y extendía la saliva por todo su erecto miembro. Y esto lo hacía mientras le miraba a los ojos y le preguntaba si le gustaba.
Entre jadeos podía entender que sí, que le estaba encantando, pues no paraba de gemir y de acariciarme el pelo, de retirarlo de mi cara para, según me decía, "ver bien cómo se la comía". Así que me dispuse a ello. Me entretuve un ratito en el agujerito de su punta, jugueteando con mi lengua. Metí toda la punta en mi boca, succionando como si de un chupete se tratase. Chupando la punta, que es algo que me encanta, tan suave, mmm... Y así estuve un buen rato, haciéndole sufrir de nuevo, pues sabía que él deseaba que la metiese toda. Pero no. La saqué y dirigí mi lengua a sus huevos, lamiéndolos sin parar, uno, otro... Mordisqueándolos con sumo cuidado, arañándolos, estrujándolos. Él estaba muy, muy excitado, eso podía verse, pero yo también lo estaba, más a cada segundo que pasaba.
Volví a su pene y entonces si que lo metí en mi boca, casi completamente. Iba metiéndolo y sacándolo cada vez más rápido, sintiéndolo cada vez más duro, más grueso. Sentía las venitas que lo recorrían, al pasar la punta de mi lengua por todo él. Y sentir cómo va creciendo en mi boca es algo que me resulta extremadamente erótico y excitante. Así estaba yo... mmm...
Él comenzó a moverse como si me estuviese penetrando, sólo que lo que penetraba era mi boca. Le miraba a los ojos y podía ver lo que estaba disfrutando, el placer que sentía; gemía, se cogía fuertemente del borde de la mesa, mientras sus embestidas eran cada vez más fuertes y rápidas.
Entonces, saqué su polla de mi boca y, sin dejar de tocarla con mis manos, la puse entre mis pechos y comencé a masajearlos. Quería que se corriese así, de aquella forma, pues debía de ser maravilloso ver su orgasmo desde aquella "perspectiva". Mientras yo apretaba su pene entre mis pechos, él tocaba sus huevos, y tanto sus movimientos como los míos eran cada vez más rápidos, más desesperados. Hasta que supe que no iba a tardar mucho en correrse.
-"Cariño, estoy a punto yaaa, me encantaría que probases mi semen" – me dijo entre jadeos.
"¡Siiiii! Dame tu leche, quiero beberla, quiero sentirla en mi boca... Córrete en mi cara, cariño.."
Y conforme decía estas palabras, pude ver cómo el caliente líquido comenzaba a salir de su polla. Acerqué mi boca al agujerito y comencé a probarlo. Tenía un sabor extraño. No es que fuese agradable, pero tampoco me desagradaba demasiado. Sólo lo probé un poco y no terminé de tragarlo, pero me gustaba que me cayese por los labios y salpicase mi pecho. La verdad es que fue un orgasmo bastante intenso, pero aún así, al momento estaba otra vez excitado. Le dije que me besase, que probase él también su semen. Me besó y también lo chupó de mis pechos, de mis pezones.
Volvíamos a estar excitados. Bueno, en realidad, yo en ningún momento había dejado de estarlo.
Salió un momento de la habitación. Me dijo que iba a por una manta para ponerla en el suelo y que pondría música.
Mientras le esperaba, vi algo que me dejó, en un primer momento, helada. En el mueble que tenía en la habitación había unas tarjetas de visita. Pensando que, evidentemente, serían suyas, de su trabajo, me acerqué para coger una. Y me quedé bastante sorprendida al ver que sí, que eran suyas, pero no exactamente de su trabajo. Si no de otro "trabajo". En las tarjetas ponía otro nombre junto al que podía leerse: "Acompañante de mujeres". ¡Era un gigoló!
Eso si que no me lo esperaba y me sentó tan mal que decidí marcharme. Pero no, no deseaba marcharme. Deseaba estar con él. Si como complemento a veces se dedicaba a eso, era cuestión suya. De hecho, en más de una ocasión yo misma comenté con amigas eso de:
"Chicas, me parece que como no pague a un hombre que sepa de sexo, no voy a encontrar lo q busco". Pero claro, una cosa era bromear sobre ello y otra muy distinta, hacerlo.
De todos modos, yo nunca le había pagado por tener sexo con él. ¡Es que ni sabía eso de su vida! ¿Por qué me lo habría ocultado? Bueno, decidí que lo hablaría con él, pero no esa tarde, sino en otro momento. En verdad le deseaba, hiciese lo que hiciese, pensé que me daba lo mismo. Le deseaba como nunca había deseado a nadie y eso no lo iba a desaprovechar. Volví a sentirme excitada y caliente.
Entró en la habitación. No se había percatado de que vi las tarjetas. Menos mal.
Me cogió de la cintura y comenzó a besarme, esta vez con más pasión y deseo que antes, si es que era posible. Sí, lo era. Los dos estábamos ardiendo de deseo y se notaba.
Me agarró de las nalgas y comenzó a acariciarlas, apretándome más y más a él. Lo que hacía que yo notase que su pené estaba otra vez como antes, duro y erecto. Puso su mano en mi sexo por encima del tanga y se sorprendió de lo mojado que estaba. Es que estaba empapado.
"Quiero tu coñito todo para mí, quiero beberlo todo; quiero que sientas mi ardiente lengua penetrar en él y que te corras como nunca lo has hecho. Te haré disfrutar y gozar como nunca. Como tú me lo has hecho a mí" – cada palabra que decía me ponía más caliente... no podía ser posible tanta excitación, ufff.
Me tumbó sobre la manta que había colocado en el suelo, colocando un cojín para que apoyase la cabeza. La música sonaba de fondo, algo instrumental, acompañado por el aroma de unas velas que encendió, lo que daba a la habitación un ambiente realmente sensual y delicioso. Era perfecto.
Una vez tumbada, levantó mis brazos hasta ponerlos por detrás de mi cabeza y me propuso taparme los ojos y atarme las muñecas. Le dije que lo de taparme los ojos me parecía bien, pero que lo de atarme ya me daba un poco de "miedo". Me prometió que nada que yo no quisiese iba a suceder. Así que le dejé hacer. Sabía que no me haría nada malo. Estaba segura de ello. Así que me tapó los ojos con un pañuelo y me ató las muñecas con otro. Notó que estaba algo temerosa, por lo que me dijo:
"Cariño, relájate y disfruta. Déjate llevar..."
Una vez dicho esto, comenzó el momento más agradable que he pasado en mi vida. Con diferencia. Yo todavía llevaba el tanga, las medias y las botas, pero de momento creo que no pretendía quitarme nada.
Comenzó a acariciarme toda. Cuando digo "toda", quiero decir "toda": Con sus dedos y con su lengua. Llenándome de besos. Empezando por las yemas de mis dedos, y terminando por la parte superior de mis piernas, la que quedaba libre de mis medias, pasando por mis pechos, cuello, ombligo. Incluso se entretuvo un rato en mi cara, rozando mi nariz, frente, párpados, barbilla, siguiendo con sus dedos el contorno de mi boca, "dibujando" mi cara, cada rasgo. Haciendo esto también en el resto de mi cuerpo.
Debió de coger algo como una pluma, pues sentí unas cosquillas al acariciarme por el costado. Le pregunté, pues me daba la risa. Y me respondió:
"Shhhhh... algo de eso es, sí, tranquila..."
Como acto reflejo ante las cosquillas, intenté llevar mis atadas manos hacia esa zona, pero no pude. Por lo visto las había atado a una silla o a la mesa.
"Creo que eres muy malo... No quieres que me escape, ¿eh?"
No me contestó. Su única respuesta fue seguir con lo que estaba haciendo. Poniéndome cada vez más cachonda, era irremediable. Entonces me quitó las botas, con la misma delicadeza.
Bajaba la cremallera poco a poco, e incluso el mismo sonido de la cremallera al bajar me excitaba. Le oía susurrar la música que sonaba. Cada cosa que hacía, por insignificante que pudiese parecer, aumentaba mi estado de plena excitación.
Y, sin quitarme las medias, empezó un masaje en los pies. He leído que en los pies hay puntos que se pueden llamar "eróticos" y que, si se saben "trabajar", pueden mejorar la calidad y cantidad de los orgasmos. Él sabía de eso, se notaba. Y era realmente placentero lo que me estaba haciendo. Subió por mis piernas, acariciando, incluso arañando, haciéndome sentir un leve dolor, pero ese dolor era mitigado por el inmenso placer que me estaba proporcionando.
Siguió subiendo hasta que llegó a mi empapado sexo. Todavía más que antes, claro. Sentí cómo acercó su cara, pues noté su respiración. Abrió mis piernas y jugueteó un rato con mi tanga aún puesto. Me estaba matando de gusto. Otra vez, con cada roce me hacía temblar, hasta sé que se me ponía la piel de gallina y no era precisamente por el frío que digamos. No.
Entonces, lo que tanto estaba yo deseando, llegó. Me quitó el tanga. ¡Siiiiii! Le dije entre jadeos... "Lo estaba deseando... mmm... ".
Y entonces me hizo el mejor sexo oral que haya tenido nunca. En algún momento no podía evitar pensar: "claro, con razón sabe tan bien lo que hace y cómo hacerlo. ¡Es un profesional!" Pero lejos de sentirme algo mal por ello, me resultaba más excitante y más morboso. Y lo veía por el lado positivo: "no todas tienen la suerte de tener un amante como él".
Comenzó acariciando mi sexo con sus dedos, recorriéndolo todo, desde el ano hasta el Monte de Venus. Todo. Entonces, sentí sus labios en los míos. Y su lengua separándolos, lentamente, su caliente lengua que se unía al calor que yo desprendía. Aquello parecía que iba a arder. Me hablaba. Me decía:
"Qué coño más sabroso tienes, cariño. Me encanta tu sabor, tu olor... mmm"
Y yo no paraba de gemir. Es algo que no puedo evitar. Incluso puedo llegar a ser un poco "escandalosa", he de reconocerlo. Pero cuando estoy en un momento así no puedo disimular lo que siento.
Su lengua se acercó a mi clítoris, jugueteando con él, dándole golpecitos, suaves... haciendo que se endureciese por momentos, que se hinchase y se enrojeciese, lo mismo que ocurría con mis labios. Aunque esa vez no lo podía ver, lo sabía por otras veces y también porque él me iba diciendo.
"Me encanta ver cómo se endurece tu clítoris y cómo tus labios depilados se van hinchando. Me gusta ver tu coñito depilado..." Sí, lo suelo llevar siempre totalmente depilado, totalmente.
Yo sentía cómo me mojaba cada vez más, incluso temí que fuese algo exagerado. Pero es que era así, era así como me hacía sentir él. Total y absolutamente excitada. Total y absolutamente abierta. Total y absolutamente desinhibida. Siguió lamiendo, succionando mi clítoris con sus labios, mis labios también. Separando mis labios con su lengua, recorriendo cada pliegue, cada rincón. Yo alzaba mis caderas, para estar más cerca de él, pero más cerca ya no podía estar. Lo tenía dentro de mí. Su lengua penetrando, entrando y saliendo, cada vez más deprisa, de modo que arrancó el segundo orgasmo, éste muy intenso y largo, y arrancando también de mi boca un gemido más fuerte, que se entrecortaba con los espasmos provocados por el orgasmo. Mis piernas temblaban sin parar. Y él no paró. Seguía chupando, ahora más lentamente, apenas rozando, pero sin dejar de estimularme al fin y al cabo. Se ayudaba de sus dedos, penetrándome con dos o tres, mientras su lengua se entretenía en el clítoris. Incluso introdujo un dedo en mi ano, cosa que no me desagradó para nada. Más bien todo lo contrario.
Así estuvo un rato, durante el cual perdí la cuenta de los orgasmos que llegué a tener. También perdí la noción del tiempo. No veía, por lo que no podía ni siquiera saber si aún era de día o si, por el contrario, ya había anochecido. Pero supuse que habría pasado bastante tiempo. Apenas había tenido un orgasmo, volvía a "atacar" de tal modo que no dejaba un segundo de tenerme a sus expensas, con lo cual ya no sabía si lo que hacía era provocarme otro orgasmo o si era el mismo, que lo alargaba a su antojo. Pero no me importaba. Lo que me importaba era el gran placer y goce que me estaba haciendo sentir. Al principio pensé que el hecho de no ver podría ser negativo. Pero nada más lejos de la verdad. Todo lo contrario. Hizo que los demás sentidos se desarrollasen en extremo, haciéndome disfrutar de cada sonido, de cada olor...
Como decía, estuvo así un buen rato tras el cual, sentí que salió de la habitación. Lo cual me vino bien para relajarme un poco. Tanta excitación iba a terminar conmigo y no sabía por qué, pero tenía la sensación de que la tarde aún no había terminado.
Le oí acercarse por el pasillo. Se agachó junto a mi y mientras me susurraba algunas cosas al oído, me acariciaba... haciéndome estremecer de nuevo.
"Quiero que me folles... Quiero sentir tu polla dentro de mi. Lo necesito" – hasta yo me sorprendí por la forma en que se lo dije, por las palabras que utilicé. Pero eso le encantó.
Me desató las manos y me destapó los ojos. Y ahora sí me condujo a su cama, donde empezamos a jugar como dos niños. Sólo que nuestro juego no era tan inocente como el de un niño.
Le hice tumbarse boca arriba en la cama. Se incorporó un poco, apoyando la cabeza en el respaldo de la cama. Comencé a comer su polla de nuevo, haciéndola crecer nuevamente, sintiéndola cada vez más gruesa, larga y dura, más preparada para lo que vendría después. Cuando lo vi bien dispuesto, me senté sobre él, sobre ella...
Mmm... que inmenso placer sentir su pene entrando en mi. Era algo grueso y costó un poco entrar (aunque ya no tanto como las otras veces), a pesar de que estaba totalmente excitada y empapada. Pero esa "presión" conforme entraba, ese roce de su polla con el interior de mi coño, me excitaba aún más. Me sentía arder, arder por mi propio calor y por el calor de su sexo. Era como si estuviese forzando la entrada a algo tan mío... La sentía entrar lentamente, poco a poco, centímetro a centímetro. Me tenía cogida por las caderas, apretándome más contra si, para hacer más fácil la penetración y lo conseguía. A cada segundo la notaba más adentro, llenándome por completo.
Me abracé a él, besándole sin parar, arañándole la espalda, los brazos, hasta que estuvo completamente dentro de mi. Entonces, comenzó un vaivén cada vez más frenético. El levantando sus caderas; yo apretándome contra él, hasta que volví a correrme otra vez, arqueando mi espalda hacia atrás y apoyando mis manos en la cama. Y soltando un fuerte gemido. Miré hacia delante y me puso a mil ver su pene dentro de mi y él teniéndome agarrada...
"Quiero más. Quiero que me sigas follando, una y otra vez, hasta que ya no podamos más" – le dije entre jadeos.
Entonces, me puse a cuatro patas en el lugar de la cama donde él había estado hasta ese momento y él se colocó detrás. Podía verle, porque la pared al lado de la cama está cubierta por un gran espejo, del cual me percaté al ir a ponerme en esa postura..
Sentí cómo acercaba su pene a mi clítoris y estuvo un rato jugueteando así, rozando, recorriendo con la punta desde mi culito hasta mis labios, excitándome más y más, poniéndome a mil, tan cachonda que tuve que rogarle que me la metiese ya.
Pero no acercó su pene a mi vagina. No. Sentí una presión en mi otro agujerito y me retiré. Nunca había hecho eso y me daba algo de "miedo". Pero él, acariciándome sin parar, los pechos, el clítoris, me dijo:
-"Sé que nunca lo has hecho. Pero puedes estar tranquila. Sé muy bien lo que hago. Y, si vemos que no puede ser, lo dejamos. Pero probemos, ¿de acuerdo?"
Estaba tan sumamente excitada y le deseaba tanto, que no me importaba probar algo como eso. De todos modos, alguna vez lo había "fantaseado", pero creí que nunca podría llegar ni siquiera a intentarlo. Así que le dejé hacer. Sí, tenía razón, hasta ahora siempre me había demostrado que sabía lo que se hacía y cómo hacerlo. Claro, era todo un experto.
Sentí cómo lo que metía era un dedo. Al principio me molestó un poco, pero el placer era mayor que el dolor, tanto que éste casi ni lo notaba. Y así estuvo un rato, con sus dedos, hasta que sentí que lo que comenzaba a entrar en mi era otra cosa, más grande, más larga, más gruesa. Mmm... me dolía, si, pero en absoluto era un dolor insoportable, no lo era. En realidad tampoco puedo decir que fuese "dolor", sino más bien una "molestia". Y puede que fuese también debida a que, a pesar de estar totalmente excitada y mojada, no conseguía dejarme llevar del todo. Él se percató y con una mano comenzó a acariciarme los pezones, alternándolos con mi sexo. Mientras él acariciaba mis pechos, yo necesitaba masturbarme y, ufff, nunca había estado tan sumamente chorreando como en aquel momento. Era verdaderamente increíble.
Mientras tanto, iba sintiendo su pene entrar en mi ano, muy, muy lentamente, pues de vez en cuando yo me quejaba levemente. Me dijo un par de veces que lo dejaba, pero es que yo no quería que parase. Me molestaba un poco, pero sabía que una vez que estuviese dentro no querría que se saliese. Lo deseaba de forma bestial.
Era como si me desgarrase, aunque sabía que no era así, pues estaba siendo cuidadoso en extremo. Sentía cómo aquella zona me ardía, una sensación totalmente extraña que no sabría cómo definir. Pero, al fin y al cabo, una sensación muy placentera. El sólo hecho de sentirle dentro de mí en esa parte de mi cuerpo en la que nunca nadie se había atrevido a entrar, sólo hacía que calentarme más y más. Y después de un rato intentándolo, la sentí, por fin, totalmente dentro de mi. Volvió a sacarle y vi cómo observaba mientras decía:
"¡Ufffff! Tendrías que ver cómo se ha abierto tu agujerito, lo dilatado que está. Pero creo que desea que mi polla vuelva a llenarlo. Tendré que metértela otra vez, ¿no? Mmm"
"¡Siiiii! Vuelve a llenarme el culo con esa polla que tanto me gusta. ¡Siiiii! Corre, fóllame el culo..."
De modo que volvió a penetrarme, esta vez como si nada y empezó a moverla, muy despacio, con calma, para no hacerme daño. Yo nos miraba en el espejo y la visión era... mmm, de lo más excitante, de lo más cachonda. Verle moverse agarrándome por las caderas, ver su polla entrar y salir de mi culo, ver su cara de lujuria, escuchar sus gemidos, que se mezclaban con los míos, acallados a veces por la música que sonaba de fondo.
Sentir una mano suya en mi húmedo coño, la otra que agarraba mi cadera, mientras me llenaba de besos y lamía mi espalda; sentir su gran polla en mi ano, entrando y saliendo, entrando y saliendo cada vez más rápido... todo aquello mitigó por completo el pequeño dolor que hubiese podido sentir; todo aquello no hacía sino que llevarme a un punto en el que sabía que iba a explotar, y no iba a tardar mucho.
Me sentía enloquecer. Tanto placer me estaba volviendo loca. Seguía mirando en el espejo. Cuando sentí una mayor y más profunda embestida de él, que me arrancó un grito, y me dijo:
"Voy a correrme en tu ano. Deja que lo llene con mi leche"
Y así lo sentí. Sentí cómo se vaciaba dentro de mí. Sentí el caliente líquido golpear mi interior, al tiempo que sentía sus convulsiones, su polla palpitar dentro de mi,, llevándome todo ello a correrme de una manera salvaje, brutal. Su polla temblaba dentro de mí, mis piernas temblaban por el orgasmo, durante el cual jadeaba y gemía sin parar, primero aumentando de intensidad, para luego ir disminuyendo conforme el orgasmo pasaba...
Me dejé caer completamente en la cama, tal y como estaba, boca abajo, y él se dejó caer encima de mí, pero todavía dentro de mí, sintiendo cómo perdía fuerza y dureza. Y así nos quedamos unos minutos, yo sintiendo su respiración en mi oído; sintiendo los últimos movimientos de su pene en mi ano. Así, los dos, empapados en sudor. Hasta que sacó su pene de mi y sentí cómo salía un poco de su semen.
Nos quedamos un rato así en la cama, tumbados uno junto al otro, primero callados, sólo escuchándonos respirar aún entrecortadamente; luego, susurrándonos cosas agradables, incluso calientes. Al cabo de un momento nos levantamos y nos fuimos a la ducha, donde repetimos algunas de las cosas que habíamos hecho esa tarde.
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