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Después de abandonarme María, mi vida cambió radicalmente. La distancia había producido una debacle en nuestra relación que dio como consecuencia que ella no quisiera volver a verme.
No tenía demasiados amigos, así que empecé a frecuentar chats, me afilié a páginas de contactos.
Yo vivía en una ciudad pequeña, próxima a Barcelona. Un día apareció en mi vida Ana. Su pelo era negro como el carbón, tenía unas curvas impresionantes, pechos prominentes y un culito que podría hacer las delicias de cualquier hombre.
Después de varios mails, un día nos decidimos a quedar. Conocía poco de su vida, sólo que su historia era muy parecida a la mía. Su marido la había abandonado hacía dos meses, sin ninguna justificación, sin ninguna excusa, sin ningún motivo aparente, simplemente, un día al volver del trabajo, no se encontraba ni él, ni todas sus cosas.
Fuímos a tomar una cerveza, y posteriormente a cenar. Su conversación era amena, y su contínua sonrisa, me hacía flotar. Después estuvimos en local de moda de nuestra ciudad, y nos besamos por primera vez. Cuando salimos, le propuse ir a mi casa, a lo que ella se negó, excusándose con el motivo de que seguía enamorada de su marido, aunque este le había abandonado.
Me dejó esa noche con un calentón importante. Nos vimos aún dos veces más, y siempre me respondía lo mismo, ante lo cual, dejé de insistir en ella. A los pocos días de esta última vez, me telefoneó muy contenta, diciéndome que había tenido noticias de su marido y que este volvería a casa el próximo fin de semana.
Sabía que mis posibilidades habían terminado, pero como un caballero la animé, le di mi enhorabuena y le comenté que esperaba no perder el contacto con ella, aunque temía que sería así.
El fin de semana que debería haber vuelto su marido, volví a recibir una llamada suya. Estaba llorando, tremendamente desolada, puesto que al final su esposo no había vuelto con ella. Le dije que si necesitaba algo, me lo dijera, y me respondió que necesitaba un amigo, y hablar.
Viendo la oportunidad, le expuse que era mejor que nos reuniésemos en mi casa. Allí podríamos hablar tranquilos y prepararía una cena especial para los dos.
Ella no se encontraba con demasiadas fuerzas para discutir, y supongo que todo lo que yo dijera le pareció bien.
A las 9.30 de la noche, todo estaba preparado para su visita. Unos entrantes, una suculenta cena, y sobre todo un vino excelente, que amenizara la velada y la hiciese olvidar un poco sus problemas.
Charlamos un poco, lloró bastante la humillación que sentía por la nueva espantada de su pareja y al final, imagino que por los efluvios del vino, volvía a sonreir como la primera vez que nos vimos.
Al rato, recogimos un poco la mesa, y preparé unas bebidas en el sofá. La veía un poco pasadilla ya, y muy desinhibida, lo que produjo cierta alegría y bastantes esperanzas.
A los pocos minutos estaba acariciándole las piernas, luego la cara, le dije que estaba tremendamente guapa, algo que era cierto, y decidí besarla. Ella me respondió efusivamente, echándose encima mío.
A partir de ahí, todo fue fácil, le desabroché la blusa y le subí el sujetador para poderle besar sus pechos. Lo hice, mientras ella empezaba a excitarse.
Desabotoné su pantalón, y empecé a acariciar su bello púbico por debajo de la braguita que llevaba puesta. Le propuse ir a la habitación, donde estaríamos más cómodos.
En ese momento, noté que la situación se podría complicar, puesto que se negó y volvió a salir a relucir el amor que tenía a su marido.
Para tranquilizarla, le dije que estaríamos mejor tumbados, y que no pasaría nada que ella no quisiera que pasara. Esa frase siempre me dio resultados y esta vez tampoco podía fallarme.
Ella accedió de mala gana, pero sabía que si llegaba a la cama, sería mía. Allí la desnudé enseguida, e hice yo lo mismo.
Empecé a acariciar su rajita mientras lamía sus enormes tetas. Los pezones se erizaban fruto de la excitación. Ella no paraba de tocar mi pecho y empezó a chupar mi polla, que ya se encontraba al máximo exponente.
Pasé mi lengua por su rajita durante varios minutos, hasta que estuvo totalmente mojada. Una vez en esta situación, le metí mi polla dentro de su vagina. Empezó a gritar y a moverse. Me ponía muchísimo verla así, y sobre todo, el sentir que estaba poniendo los cuernos al cabrón de su marido, que tanto me había hecho prorrogar la situación a la que había conseguido llegar ahora. Después de unos minutos, me corrí inténsamente dentro de ella.
Ella aún quería más, y empezó de nuevo a chupármela para que volviera a estar en forma. No le costó trabajo, y enseguida volvió por sus fueros. Volvimos a follar como descosidos, pero esta vez me pidió que me corriera en su boca.
Saqué mi pene de su coñito y se lo metí entre sus labios. Era una auténtica experta follando y mamando. Pensé que su marido no era consciente de lo que perdía. Volví a correrme de nuevo, pero esta vez, dentro de su boca.
Cuando terminamos, me dijo que prefería no verme en algún tiempo. Se sentía sucia, según ella, pero a mi me hizo la mejor mamada de mi vida.
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