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Llevábamos todo el día recorriendo el Parque de Peñalara y os tengo que reconocer que estaba hasta los huevos, porque Doña Mercedes olvidándose de que ya éramos amantes, se había dedicado a estudiar conmigo todas las formaciones rocosas que salían a su paso. A mí lo que me apetecía era ir al refugio donde íbamos a pasar la noche y allí dar rienda a nuestra pasión. Tenerla tan cerca y no poderla tumbar en mitad de un prado para follármela, era un suplicio difícil de aguantar.
Desde que había descubierto que la rubia era una máquina en la cama, no podía pensar en otra cosa más que en repetir. Si entre las paredes de la universidad era un ogro, una vez se había quitado la careta de estricta profesora, la cuarentona resultaba una hembra sedienta de sexo. Habiendo descubierto nuestra mutua atracción, durante un semestre nos habíamos limitado a calentarnos pero gracias a que durante ese viaje de estudios estábamos los dos solos, habíamos dejado en la cuneta los formalismos y habíamos follado a la orilla de un estanque.
Como teníamos que completar el trabajo que nos habían encomendado, mi profesora no había tenido más remedio que levantarse y ponerse a trabajar. Sé que tenía razón, si llegábamos sin nada, todo el mundo se preguntaría el motivo. No nos convenía ni a ella ni a mí que mis compañeros sospechasen de que entre nosotros había algún tipo de relación que no fuera la de docente-alumno.
Aun así, me molestó que ni siquiera me dejara tocarle el culo mientras examinábamos un conjunto de fallas. Con muy mala leche, me retiró la mano, diciendo:
-Señor Martínez, ¡Estamos trabajando!
Confieso que además de estar caliente como un puñetero mono, lo que me jodía es que esa mujer llevara las riendas de nuestra relación. Ella decidía como, cuando y donde podía tirármela. Yo no era más que un comparsa, un maldito instrumento de su lujuria. También os reconozco que ese papel tenía sus ventajas. Doña Mercedes con sus cuatro décadas, su metro setenta y sus enormes pechos, tenía un cuerpo maravilloso. Su trasero estaba formado por dos duras nalgas y un virginal ojete que me tenía extasiado. En cuanto pensaba en él, no podía dejar de imaginarme como sería desflorarlo.
“¿Me dejará hacerlo? ¿Gritará en su caso? ¿Querrá repetir?” eran preguntas que me traían atontado y aunque sabía que en unas horas iba a descubrirlas, no por ello dejaba de soñar con hacerlo.
Por otra parte el calor de ese mes de Junio, me tenía completamente sudado. Mi camisa estaba empapada pero eso no era importante. Lo que sí lo era, era que la de la cuarentona también estaba mojada. El sudor de su cuerpo había convertido la tela en una especie de baba transparente y por eso, no podía dejar de observar la belleza de sus pezones marcándose sensualmente tras ella.
-¡Como me apetece comérmelos- dije en voz alta sin darme cuenta.
-¿Decía usted algo?- preguntó la que hasta ese día solo había sido para mí la hija de perra de Cristalografía.
Cansado de disimular, me planté frente a ella y le respondí la verdad:
-Estoy hasta las narices de caminar por esas cuestas y que lo que realmente necesitó es echarla un buen polvo.
Doña Mercedes al oír mi ordinariez, miró su reloj y al ver que eran más de las siete de la tarde, sonrió diciendo:
-¿Solo uno? Me defrauda Señor Martínez, realmente pensaba que al menos me iba a echar media docena.
Picado en mi orgullo, la atraje entre mis brazos y olvidándome de su jerarquía, la besé mientras mis manos recorrían ese culo que me traía en vela. La rubia descojonada, se dejó querer pero cuando ya intentaba quitarle la falda, me paró en seco diciendo:
-Vamos al refugio que nos tienen reservado- y con voz sería, me avisó: -¡Ni se le ocurra hacer ninguna idiotez hasta que nos hayamos asegurado de estar solos!
Nuevamente tenía razón la cuarentona y como no podía objetar nada a su orden, decidí forzar un poco la relación diciendo:
-Doña Mercedes, ¿No cree que ya es hora de que deje de hablarme de usted?
-De acuerdo, Miguel- y pegando su cuerpo al mío, prosiguió diciendo: -Desde ahora, te voy a tutear pero te prohíbo que tú lo hagas hasta que cumplas una de mis fantasías-
-¿Cuál?- pregunté.
-Esta noche quiero probar una cosa…
-¿El qué?- respondí francamente interesado
Avergonzada fue incapaz de mirarme a la cara mientras me respondía:
-Quiero… necesito saber que se siente… ¡Haciéndolo por detrás!
-¿Quiere que le dé por culo?- exclamé entusiasmado porque eso era exactamente mi mayor deseo.
-Sí- contestó molesta por mi expresión: -Me gustaría que me hicieras el sexo anal.
Midiendo mis palabras y manteniendo el respeto exquisito que me pedía, respondí:
-Doña Mercedes será para mí un placer hacérselo y si tiene otra fantasía que cumplir no dude en pedírsela a su esclavo Miguel.
Muerta de risa por el descaro de la respuesta, me pegó un azote en el trasero, diciendo:
-Si me acuerdo de otra, no te lo pediré, te lo exigiré.
Llegamos al refugio.
Como os imaginaréis, el viaje de ida al lugar donde íbamos a pasar la noche se me hizo larguísimo y no solo por la promesa que ese pedazo de hembra me había hecho sino porque no estaba plenamente seguro de si me la podría cumplir. Si al llegar allí, había alguien más, me podría dar por jodido. No solo no podría estrenar ese pandero sino que me tendría que conformar con una paja en la soledad de mi cama.
Afortunadamente, estaba solo el guarda del parque que al vernos llegar, nos saludó y como tenía prisa, dio con nosotros una vuelta rápida al refugio para marcharse acto seguido.
-¡Está cojonudo!- comenté al quedarnos solos - ¿Ha visto la cama? Es de dos por dos.
Poniendo cara de zorrón desorejado, mi querida profesora me cogió de la mano y pegando su pubis a mi sexo, se empezó a frotar mientras me decía:
-Ya lo he visto. Pero antes, ¿No te apetece una ducha?
Su actitud me puso a cien y tomándola en mis brazos, la llevé hasta el baño. Al depositarla sobre el suelo, abrí el grifo con ánimo de desnudarla pero sorprendido vi que la rubia se había arrodillado frente a mí y sin esperar a pedirme mi opinión, me estaba bajando la bragueta.
A continuación me miró sonriendo y al percatarse que mi pene había conseguido una considerable erección con solo mirarlo, me obligó a separar las piernas y sin más prolegómeno, vi sacaba la lengua y se ponía a lamer mi extensión mientras sus manos acariciaban mis testículos. En silencio y de pie, observé a esa mujer metiéndose mi pene lentamente en la boca. Sus labios presionaron cada centímetro de mi miembro mientras lo hacía, dotando a su maniobra de una sensualidad sin límites.
Tengo que reconocer que me sorprendió su maestría mamando. No solo fue dulce sino que como una autentica devoradora, se engulló todo y no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Entonces y solo entonces, empezó a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua no dejaba de presionar dentro de su boca.
Poco a poco fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en maquinaria de hacer mamadas que podría competir con éxito con cualquier ordeñadora industrial. Sabedora de lo que estaba sintiendo, se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:
-¿Te gusta la lección?
-Sí, Doña Mercedes, ¡Me encanta!
Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
-¡Dios!- exclamé al sentir que mi pene era un pelele en su boca y temiendo que al correrme dentro de ella, se pudiera mosquear, le avisé de la cercanía de mi orgasmo.
Mi aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa. Al obtenerla y explotar mi pene en bruscas sacudidas, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca. Era tal su calentura que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
-¡Estaba riquísimo!- y levantándose, insistió: -Esta noche querré más.
Esa nueva promesa me recordó la primera y sin esperar a que me lo pidiera, me puse a desnudarla mientras a mi espalda, sonaba el chorro de la ducha. Contagiada por mi pasión, mi profesora me ayudó a quitarme la ropa y ya desnudos nos metimos bajo el agua. Ver y sentir sus pechos mojados, fue algo tan excitante que no pude evitar hundir mi cara en su escote. La cuarentona al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi alicaído miembro.
-Deseo que cumpla lo prometido- dije al notar que entre mis piernas, mi sexo había recuperado su dureza.
Comprendiendo a que me refería se dio la vuelta y separando sus nalgas con sus dedos, me respondió:
-¡Es todo tuyo!-
Caí rendido ante tanta belleza y ya de rodillas, saqué mi lengua y con ella me puse a recorrer los bordes de su ano. Nada más notar la húmeda caricia en su esfínter, mi adorada profesora pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Urgido por romper ese culo, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.
-¡Qué delicia!- chilló al experimentar la nueva sensación.
Estimulado por sus palabras, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo. El chillido de placer con el que esa cuarentona contestó a mi maniobra, me dejó claro que iba bien encaminado y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras Doña Mercedes se derretía al sentirlo. Al minuto y viendo que entraba y salía con facilidad, junté un segundo y repetí la misma operación.
-¡Lo necesito!- escuché que gritaba descompuesta mientras apoyaba su cabeza sobre los azulejos de la pared.
La urgencia de esa mujer me hizo olvidar toda precaución y ya dominado por el desenfreno, cogí mi pene en la mano y tras juguetear con mi glande en esa entrada trasera, le pregunté si estaba dispuesta.
-Sí, ¡Cabrón! ¡Hazlo ya!
No esperé más y con lentitud forcé por vez primera ese culo con mi miembro. La rubia sin quejarse pero con lágrimas en los ojos, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se quejó diciendo.
-¡Cómo duele!
Intentando no profundizar en su castigo, me quedé quieto para que se acostumbrara mientras intentaba tranquilizarla acariciándole los pechos. Fue ella la que sin avisar empezó a mover sus caderas, deslizando mi miembro por sus intestinos. Paulatinamente la presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo por lo que comprendí que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer y sería sustituido por placer.
Previéndolo aceleré mis penetraciones. La cuarentona se quejó pero en vez de compadecerme de ella, le solté:
-¡Cállate puta y disfruta!
Que su alumno no le obedeciera y que encima le insultara, le cabreó y tratando de zafarse de mi acoso, me exigió que parara. Pero entonces por segunda vez, la desobedecí y recreándome en mi rebeldía, di comienzo a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Para! ¡Que me haces daño!- chilló al sentir el rudo modo con el que la estaba empalando.
-¡Te he dicho que te calles y disfrutes! – fuera de mí, grité y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas.
Como si mi nalgada fuera un truco de magia, al menguar el dolor que escocía en su cachete, le hizo reaccionar y sin llegárselo a creer, empezó a gozar entre gemidos.
-¡No puede ser!- chilló alborozada -¡Quiero más!
Recordando que en el estanque, esa zorra había disfrutado de los azotes, decidí complacerla y castigando sus nalgas marqué a partir de ese instante mi siguiente incursión. Dominada por una pasión desbordante y hasta entonces inédita en ella, la profesora esperaba con ansia mi nueva nalgada porque sabía que vendría acompañada al momento de mi estoque.
Dejándose llevar por el ardor que colmaba su cuerpo, me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. La suma de todas esas nuevas sensaciones terminaron por asolar todos sus cimientos y en voz en grito me informó que se corría. El oír su entrega y como me rogaba que derramara mi simiente en el interior de su culo, fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotados, nos dejamos caer sobre la ducha y entonces, la adusta profesora se incorporó y sentándose sobre mí, empezó a besarme mientras me daba las gracias:
-¡Ha sido estupendo!, me ha encantado todo. Incluso me he corrido al oír que me llamabas puta.
Estaba a punto de contestarle cuando de pronto, escuché:
-¡Debería darle vergüenza! ¿Quién iba a decir que Usted caería tan bajo de acostarse con un alumno?.
Al mirar quien hablaba, descubrí a Irene sentada tranquilamente en el lavabo. No supe calcular cuánto tiempo llevaba observando pero por la sonrisa que lucía en su rostro, comprendí que al menos lo suficiente para ser testigo del modo tan violento con el que había desvirgado el culo de su profesora.
Irene impone sus condiciones.
Como os habréis imaginado de antemano, aunque me había sorprendido y me había preocupado el haber sido sorprendido por mi compañera, no podía compara mi estado con el terror con el que la profesora. Completamente acojonada por la pillada, se enrolló una toalla alrededor y todavía empapada, salió a dar explicaciones.
Doña Mercedes nunca se imaginó encontrarse con su alumna, tranquilamente sentada en un sofá del salón. Nada más verla, se intentó disculpar aludiendo que ambos éramos mayores de edad y que era una relación consensuada. Es más, la oí decir:
-No hacemos mal a nadie.
Irene, que se había mantenido impertérrita durante dichas excusas, esperó a que terminara para mientras se seguía pintando las uñas decirle:
-¡Zorra! Me apetece tomarme un café mientras hablo con Gonzalo.
La estricta catedrática pegó un respingo al oír el insulto, pero sabiendo que esa morena la tenía en sus manos, se calló y fue sumisamente a hacerlo a la cocina. Mientras tanto yo acababa de salir del baño. Me había dado tiempo solo a ponerme unos pantalones y por eso con el torso desnudo, le pregunté qué quería. El cerebrito, esa cría que parecía no haber roto en su vida una regla, me señaló una silla y me ordenó que me sentara. Una vez había obedecido, con gesto serio, me soltó:
-¿Sabes que me he levantado de la cama para estar contigo? Llevo deseando que me des una oportunidad desde que empezamos la carrera y cuando pienso que al fin tendría una ocasión durante estos dos días, me encuentro que te estas follando a esa puta estirada.
Su confesión me cogió fuera de lugar porque desconocía no solo sus sentimientos sino incluso que tuviera alguno, porque esa niña se dedicaba solo a estudiar. Sin saber cómo contestar, esperé a que siguiera hablando. Si ya estaba suficientemente confundido, cuando escuché sus condiciones me quedé perplejo:
-En fin- dijo tomando aire – estoy muy jodida y no creas que no pienso en hacértelo pagar.
Sus palabras que escondían un chantaje, me encendieron y casi gritando le contesté que por mi podría contárselo a todo el mundo porque me traía sin cuidado. En ese instante se nos unió Doña Mercedes con el café, de forma que fuimos los dos los que escuchamos su amenaza. La muy zorra, muerta de risa, nos explicó:
-Mira chaval. Si esto llega a oídos del rector, la guarra de tu amante puede darse por despedida y tú serías expulsado porque ya me ocuparía de convencerles de que te has beneficiado de tu amoralidad.
Tratando de mantener la cordura, la respondió:
-Irene. ¿No te has dado cuenta de que nadie te creería? Al final es la palabra de una niñata celosa contra la de una profesora de fama intachable.
Reconozco que estuve de acuerdo con la cuarentona pero entonces mi compañera soltó una carcajada diciendo:
-Zorrita, ¡Mejor te callas! – y dirigiéndose a mí, me dio su móvil- Gonzalo mira el mensaje que me acabo de mandar a mi email.
Todavía sin conocer el alcance de sus pruebas, empecé a ver el archivo y ni siquiera hizo falta que se lo contara a la profesora porque el sonido era lo suficientemente aclaratorio: “¡Nos había grabado”. Fue entonces cuando la rubia se desmoronó y llorando, le imploró que lo borrara.
-Realmente me toma por imbécil- Irene contestó sin inmutarse –Os tengo a los dos en mi poder y pienso aprovecharlo.
-¿Qué quiere?- intervine de muy mala leche. Seguía sin creerme el cambio dado por esa chavala.
-Es fácil, para empezar: ¡Quiero que esa zorra se arrodille y me descalce!
Ya cabreado por lo que imaginaba, intenté razonar con ella, al ver que la profesora le hacía caso y se estaba agachando:
-De nada te sirve, humillarla-
Pero entonces, mientras la que en teoría era su superior le quitaba un zapato, me respondió:
-No solo voy a humillarla, pienso usarla durante dos días del modo que me venga en gana – y señalando a la mujer que tenía a sus pies, dijo: -Siempre he querido tener una esclava y gracias a ti, la he conseguido.
Asustado pero en parte excitado, pregunté:
-¿Y yo? ¿No querrás qué sea tu sumiso?
Poniendo cara de putón, contestó:
-Todavía no lo he decidido, deja que piense mientras mi perra me chupa los pies.
Mi respeto por esa rubia se diluyó al ver que cediendo a los caprichos de la alumna, Doña Mercedes estaba lamiendo los dedos de la muchacha. No me podía creer que la afamada geóloga se comportara de un modo tan servil, pero entonces me fijé que sus ojos brillaban con un fulgor extraño y alucinado, me di cuenta que ese duro trato, estaba estimulando su lado más oscuro. Irene, viendo que tenía su control, dio otro paso en su dominio diciendo:
-Gonzalo, ¿No te parece ridículo ver a una cachorrita envuelta en una toalla? ¿No crees que estaría más guapa sin ella?
La cuarentona me miró pidiendo ayuda pero no la encontró porque para entonces, me estaba gustando el jueguecito de mi amiga. Al percatarse de ello, casi llorando se levantó y se quitó la franela. La cría no pudo reprimir una risita al ver que la profesora cumplía a rajatabla sus peticiones y por eso, tomó una decisión que me afectaba diciendo:
-Sabes, nunca me ha comido el coño una mujer. ¿Te apetecería ver como lo hace?
Olvidándome del poco o mucho cariño que tenía por esa rubia, respondí que sí. No me pasó inadvertida la mirada de odio de mi profesora al oírme pero sin darle tiempo a reaccionar, Irene se levantó la falda y le dijo:
-Ya has oído. ¡Comételo!
Incapaz de desobedecer, Doña Mercedes se arrodilló entre las piernas de la cría y dirigiéndose a su captora, preguntó si le quitaba las bragas. El tono sumiso con el que realizó su pregunta me dejó claro que iba a ceder a todo lo que le pidiera aunque ello supusiera ser su puta. La morena, sonrió y quitándose ella misma el tanga, respondió:
-Hazlo lento, ¡Quiero disfrutar!
Os confieso que no pude retirar los ojos y que con un calor enorme, contemplé la escena que esas dos mujeres me estaban regalando. La mayor dela dos desnuda arrodillada mientras la joven con la falda levantada y enseñándome el coño, le exigía que se lo zampara.
-¡Me encantará verlo!- exclamé sin percatarme todavía de mi papel de convidado de piedra.
Irene sonrió al escucharme y dirigiéndose a la sumisa que tenía en frente, le exigió que comenzara, tras lo cual, se concentró en ella. Las manos de la profesora comenzaron a recorrer las piernas desnudas de mi compañera con una dedicación no impuesta. Con mi pene ya erecto, disfrute de como la cuarentona le empezaba a besar los tobillos y como lentamente iba subiendo por sus pantorrillas. Para entonces, la morena, cogiendo un pecho con sus manos, empezó a acariciarlo mientras Doña Mercedes se empezaba a mojar al sentir la excitación de ser mandada. Sin poderlo evitar sus pezones se erizaron al oír los gemidos de su alumna, más afectada de lo que le hubiese gustado reconocer por sus maniobras.
-¡Vas a ser una perra obediente! ¿Verdad?
-Sí- masculló entre dientes sin dejar de besar cada centímetro de sus muslos.
Al sentirla tan cerca de su meta, mi compañera se desbrochó la camisa, dejándome observar por primera vez, la perfección de sus pezones rosados. Maravillado por esas dos maravillas, acomodé mi pene bajo mi pantalón y buscando una mejor posición, seguí espiando. Os confieso que tuve ganas de saltar sobre esos pechos juveniles casi adolescentes pero cuando ya estaba a punto de hacerlo, Irene se dio cuenta y me dijo:
-Todavía no es tu turno-
Cabreado pero estimulado por la escena, admiré el modo tan sensual en el que la profesora se apoderó del clítoris de la muchacha. Lo primero que hizo fue separar esos labios ya hinchados y con una delicadeza brutal, sacó su lengua y se puso a lamer tan codiciado botón.
-¡Dios! ¡Cómo voy a disfrutar con esta puta!- soltó Irene al sentirlo y presionando contra su pubis la cabeza de la rubia, le ordenó que no parara.
Su víctima, ya poseída por la lujuria, se dio un banquete al sentir que se aproximaba el orgasmo de la que era su dueña. Usando su lengua como cuchara, fue recogiendo el flujo que manaba del coño de la chavala e involuntariamente, usó una de sus manos para masturbarse mientras tanto. Los gemidos de ambas me llevaron a un estado tal que sin ser capaz de retenerme, me saqué el pene y cogiéndolo entre mis manos me empecé a hacer una paja en su honor.
Irene miró mi dureza con deseo y pellizcándose duramente los pezones, me preguntó si ella no estaba más buena que nuestra profe:
-Sí- respondí sin mentir porque esa morena estaba buenísima.
Satisfecha por mi respuesta, se dejó llevar y clamando su éxtasis se corrió dando gritos. Creyendo que mi turno no tardaría en llegar, estimulé su placer diciéndole lo mucho que la deseaba. Tal y como había previsto, la cría se retorció al oírlo pero tras dos minutos donde unió un orgasmo con el siguiente a manos de Doña Mercedes, se desplomó agotada.
Os juro que estaba convencido de que en ese momento iba a tomar el puesto de la profe. Desgraciadamente tras descansar un breve rato, mi compañera obligó a levantarse a la rubia y cogiéndola del brazo, le dijo:
-¡Puta!, hoy no vas a dormir hasta dejarme satisfecha.
La cuarentona sonrió al escucharla y sumisamente se dejó llevar hasta la habitación. Casi corriendo, las seguí y fue entonces cuando pegándome con la puerta en las narices, Irene me soltó:
-Lo siento Gonzalo, hoy has perdido tu oportunidad. ¡Mañana hablamos!
Sin todavía llegar a asimilar su desplante, señalé mi pene diciendo:
-¿No me dejarás así?
Soltando una carcajada, respondió:
-¡Hazte una paja!
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