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Categoría: Gays

Soy real y te amo arroba punto com

Quedé inscrito en un servicio gratuito de Internet para relacionarme con afines.

Mientras más fotos se agregaran al perfil, mayores serían las posibilidades de trabar contacto con otros, prometía el sitio. De tal manera, incluí tres fotografías (un acercamiento a un rostro sonriente y dos fotografías en bikini en la playa luciendo los atributos). El servicio cumplió con su cometido y pronto comencé a recibir respuesta de los interesados.

Uno de ellos en particular fue directamente al grano insistiendo en que cubría en exceso mis expectativas y que estaría dispuesto a entrevistarse conmigo cuando así lo deseara. Sus datos me interesaron porque era menor que yo y porque estaba obsesionado por el sexo, tanto que mis fotos ya habían provocado en él un deseo intenso y que sólo había satisfecho a través de la autocomplacencia. El “Adonis” en potencia podría encontrarse conmigo a mi entera conveniencia, aseguró tan pronto como se puso en contacto por la vía telefónica. Escuchar su voz fue una caricia para el oído, cumplido que recibió con agrado para agregar que su voz le permitía ganarse la vida parcialmente por ser cantante y guitarrista, pero también programador y experto en dar servicio a computadoras.

Entre otras informaciones, aclaró que era gay en teoría porque nunca había concretado y mucho menos consumado un encuentro con otro hombre. A pesar de la indecisión en ese sentido y de sus 35 años, las ganas lo corroían y mis fotos habían contribuido a arrastrarlo al punto en que deseaba consumar una fantasía: Eyacular con profusión en mi boca y que yo tragara sus fluidos internos. Pensar en ello lo trastornaba, pero también lo hacía sentir cachondamente feliz. Además, todo en mí “le latía” (su expresión favorita). Felipe supo envolverme con su palabrería sin dificultad y caí en la trampa irremediablemente, como si fuese un manso e ingenuo cordero. Aunque no pudiera creerlo, era virgen, afirmación que no creí.

Cuando sugerí un encuentro para un determinado día, Felipe fue tajante al señalar que deseaba encontrarse conmigo esa misma noche, cuando el reloj maraca las doce. Pero detectó en mí de inmediato el temor sentido y reconvino pronto para no presionarme y permitir que todo fluyera a su propio ritmo. En cambio, sugirió vernos en lugar céntrico para el día siguiente y estuve de acuerdo.

Felipe fue claro sobre algunos puntos. Detestaba, por ejemplo, las manifestaciones públicas de afecto entre dos hombres, pero que compensaría esa falta con creces ya en la intimidad. Además, como tenía que cumplir con sus compromisos de trabajo podríamos entrevistarnos por escasos momentos al siguiente día, pero que si lo deseaba y se daba la “química” en ambas partes, nos iríamos a vivir juntos; lo probaríamos esa misma noche. Por último, cuando me encontrara con él debía saludarlo simplemente y aceptar lo que él dijera y nada más. Estuve de acuerdo.

Antes de colgar escuché una descripción física de un hombre atractivo. De piel blanca, cabello negro rizado, ojos verdes, lampiño, nariz recta, labios carnosos y sensuales, complexión delgada pero fuerte y que vestiría un atuendo propio de oficina. Agregó que tenía una cicatriz visible en el cuello que lo hacía irreconocible y por último, a manera de remate, aseguró que su miembro medía siete pulgadas, o 18 centímetros, y que era un falo grueso, candente pero que lo comprobaría hasta el momento de vernos nuevamente en la intimidad de su hogar. Para terminar, aludió a mi persona y dijo que yo no sólo era atractivo sino que podía presentir “la belleza moral” en mi persona. Ante semejantes declaraciones, me vi envuelto en una nube extraña pero estimulante.

Esperé con ansias el encuentro. Tuve que escaparme de la oficina para encontrarme con él. A escasos metros del sitio de reunión convenido en plena vía pública, Felipe me avisó por teléfono que venía en camino y que de un momento a otro nos encontraríamos en persona, pero que venía acompañado de otra persona relacionada con su oficina de trabajo.

Mi corazón palpitaba al borde de la taquicardia, pero no me impediría llegar a donde nos habíamos citado. Deseaba verlo ya con urgencia. Aunque lo reconocí por su descripción a la distancia, él no pareció distinguirme y me dije en tono de reproche que las fotos siempre eran engañosas. Una vez al alcance de la mano, y hasta de un abrazo, Felipe me ofreció únicamente lo primero, su mano trémula, pero amistosa. Todo en él exudaba una personalidad varonil, sensual, muy agraciado físicamente y hasta el pronunciado bulto de la entrepierna era evidente. Advertí un cierto nerviosismo, pero su belleza reinó en ese momento, como si fuese lo único que existiera a pesar del ruidoso entorno.

Pude sentir como una descarga eléctrica recorría todo mi cuerpo al sentir la calidez de su mano, pero su actitud formal no varió en ningún momento. No me sorprendió porque ya me lo había advertido y guardé la compostura aunque me hubiese gustado darle un abrazo a manera de anticipo de lo que nos aguardaba para la noche. Ni siquiera tuve que referirme a él como me lo había indicado; estaba absorto y en exploración visual absoluta aunque cuidadosa. Si bien sentía que en cualquier momento me arrobaría con su presencia, Felipe se despidió y dijo que nos veríamos más tarde en su casa y partieron.

Aunque no me consideraba una persona desagraciada, no podía compararme con la extraordinaria belleza de un hombre ante el cual “el mismo sol se paraba a contemplarlo”. En la calle había decenas de hombres con los que no podría competir y todavía me parecía cuestionable que se hubiese fijado en mí precisamente para consumar su fantasía o incluso para pensar en la posibilidad de vivir juntos si resultaba una química entre ambos. Llegué incluso a tomar la determinación de aceptar si Felipe me cobraba por acostarse conmigo. Estaría dispuesto a pagarle. De hecho me había pedido una recarga para su celular, costo que me devolvería el día en que recibiera su paga pero no sentí que fuese un abuso porque aseguró que no contaba con recursos en ese momento y que deseaba contar con saldo para comunicarse exclusivamente conmigo.

A pesar de todo, poco después pasé del arrobamiento ciego a la preocupación absoluta. ¿Ocultaría Felipe un propósito siniestro? ¿Habría planeado secuestrarme, robarme, golpearme o incluso quitarme la vida? ¿Sería acaso un prototipo homofóbico para atacar a homosexuales? ¿Por qué me había citado en un sitio lejano, solitario y presuntamente peligroso según me lo aseguraron quienes pregunté sobre el barrio en que me había citado a tan altas horas de la noche?

Había aceptado reunirme con él a esa hora porque sus ensayos de canto habían reanudado y mientras se alistaba terminada la clase y llegaba a su casa, el reloj marcaría seguramente la media noche. Consternado por mis miedos, decidí llamar a Felipe nuevamente y encarar lo que fuese. Me escuchó con atención de principio a fin todo lo que tenía que decir para contestar con tranquilidad que aunque le llamaba la atención la retahíla de temores, tales comentarios, reflejaban más que nada la preocupación y el interés sobre mi persona de quienes me querían. Aseguró que era un tipo pacífico y muy espiritual y que nada tenía que temer. Pero también preguntó con desencanto si no iría a verlo como habíamos pactado. El sólo pensar que el muchacho pudiera entristecerse por mi indecisión me obligó a reconvenir de inmediato. Le ofrecí una disculpa y aseguré que todo podría pasar y que si me asesinaba o golpeaba lo tendría bien merecido que bien valía la pena. Entonces, varió la cara de la moneda al preguntar temeroso si no sería yo quien pensaba lastimarlo porque él era muy vulnerable. Se apresuró a agregar después que si lo deseaba podríamos vernos antes otra vez, tal vez en un parque para conversar y conocernos mejor antes de tener sexo o incluso estar solo los dos. Lo interrumpí para decirle que estaría en su casa como lo habíamos convenido. No había vuelta de hoja. Era verdad, “un culo o una verga jalaban más que una yunta de bueyes”.

Me bañé, me peiné, me mudé de ropa y salí fresco y perfumado con la más exquisita esencia entre mis colonias. Tampoco olvidé comprar condones tamaño extra grande, jalea lubricante, crema para masaje, una venda para los ojos, desodorante y llevar un cambio de ropa para el día siguiente. Sería una noche apasionada, pletórica de caricias y mucho sexo. Estaba seguro, dead sure!

Cuando terminé la conversación, Felipe se escuchaba satisfecho y emocionado de que al fin hubiese vencido mis miedos y fuera a buscarlo. Prometió que no permitiría que nadie pusiera una mano encima de mí. Me protegería contra cualquier peligro y nada tendría que temer. ¡Era todo un valiente! ¡Era un verdadero hombre!

Antes de colgar me dijo que lo más importante en las personas no era la belleza física sino la interior. Insistió en preguntar si estaba de acuerdo con él sobre esta declaración y contesté afirmativamente. No podía dar crédito que alguien tan hermoso físicamente pudiera distraerse con esos pensamientos de aquellos no agraciados. De cualquier manera, me gustó que lo dijera.

Abordé un taxi y a pesar de que el conductor era bien parecido y parecía interesado en mí al preguntar insistentemente sobre mi persona, elogiar mi apariencia y luego subir de tono sus cumplidos cada vez más sobre mi físico, no le di importancia al pensar que en poco tiempo estaría revolcándome de placer con un hombre en verdad atractivo, de pies a cabeza, de sentimientos profundos y lleno de pasión. No necesitaría a nadie y tampoco tenía más que pedir.

Como el lugar al que íbamos no era de fácil acceso, tuve que poner en contacto a Felipe con el taxista cuando estábamos por llegar a fin de que lo guiara. Finalmente me dejó frente a la casa donde me esperaba la belleza.

La puerta estaba abierta y toqué. Todo estaba en penumbras, pero la melodiosa voz de Felipe cortó el silencio y me invitó a pasar y a cerrar la puerta tras de mí. Escuché que se encontraba al fondo de la casa habitación y que se había recostado porque estaba cansado, pero también muy excitado. No había ningún obstáculo que temer por lo que me brindó confianza para llegar hasta el fondo de la casa sin detenerme… Una vez que llegué a la habitación del fondo, todavía más oscura, pidió que me acercara y luego dijo vehementemente que deseaba que lo tocara, que lo besara, que cumpliera con todo lo que le había prometido en correos y conversaciones anteriores.

Poco a poco mi vista se fue acostumbrando a la oscuridad, pero ¿qué fue lo que vi en realidad? ¡No podía dar crédito!.. Gracias a una rendija por donde la luz pasaba pude comprobar, pese a la oscuridad, que no era Felipe quien estaba acostado en la cama, sino un muchacho discapacitado, alguien que había sufrido poliomielitis y mostraba las piernas literalmente torcidas. Además, había sido víctima de un acné implacable que había dejado profundas cicatrices en su rostro. Mis observaciones fueron interrumpidas de súbito con esa dulce y melodiosa voz de siempre al preguntar si estaba sorprendido y nada contesté. ¡Estaba conmocionado!.. ¡Felipe me había engañado! No podía creerlo. Cuando tuve intenciones de encender la luz tras mi consabida reacción a fin de “levantar el telón” y observar el escalofriante panorama con toda claridad, me suplicó que no lo hiciera y prorrumpió en llanto.

Sentí ganas de salir corriendo, pero poco a poco fui controlando el malestar que me había envuelto, aunque persistía la terrible impresión de no encontrar a quien había conocido por la tarde. Me atreví a preguntar por él y dijo que había pagado el servicio de “engaño” pero que no se arrepentía porque me tenía junto a él. Me advirtió que esa persona no era gay y que lo había convencido fácilmente para jugarme una broma y aparte recibir dinero por prestarse a ello. Su declaración produjo en mí repugnancia; pero el juego continuaba. Felipe inició una manipulación de consciencia muy hábil, diabólica, temí. Preguntó si un discapacitado como él tenía o no derecho a tener sexo con alguien sano que pudiera brindarle placer y seguridad en el acto. Cuando afirmé que me parecía legítima su aspiración pidió que lo masturbara, que lo demostrara acariciando la única parte sobre la que no había mentido en absoluto. Además, no me iba a fornicar con la cara, ni con el cuerpo, sino con el mismísimo pito, totalmente capacitado para ese menester.

Tenía razón, el tamaño de su miembro era enorme y muy grueso, tal vez más de lo que lucía en realidad. Felipe estaba en verdad excitado… Insistió en que debía masturbarlo e incluso succionarlo y me suplicaba que venciera el temor y la repulsión que sentía por él, pero me negué una y otra vez. Después, sus palabras me hicieron entrar en conflicto con mis valores y víctima del engaño, lo único que deseaba era salir de ese miserable lugar a toda costa, pero me advirtió que era muy peligroso hacerlo solo y que difícilmente los taxistas se animarían a llegar a esa zona a tan altas horas de la noche y que muy probablemente si llegara alguno, no se pararía para brindarme el servicio. Felipe insistió otra vez en que por lo menos lo tocara. Su cuerpo exudaba a cigarro y a un olor rancio desagradable a pesar de que minutos antes se había bañado, dijo.

No tenía otra alternativa y acepté casi en contra de mi voluntad que tenía que condescender por mi propia seguridad pues no sabía qué más me depararía la experiencia. Decidí vencer el terror, asco y toda la inmundicia que sentía por él. Sin pensarlo más, sujeté el miembro y luego de friccionarlo violentamente pero sin pasión, se vació por completo. Mientras lo masturbaba farfullaba palabras incomprensibles para mí pero que indicaban claramente la proximidad de un orgasmo nunca compartido. Escupió furiosamente…

Recuperada la compostura me preguntó si lo podríamos repetir, que si lo había disfrutado, que si podría amarlo, o que si por lo menos había dejado de sentir repulsión por él. Nada contesté y mucho menos sentí a pesar del engarrotamiento de su poderoso miembro. Felipe confesó su deseo de que me quedara a su lado esa noche, pero yo no lo consentiría jamás por lo que apresuré mi salida. Entonces, Felipe –apesadumbrado-- dijo que viajaríamos juntos para que no me fuera solo. El se quedaría en casa de sus padres y yo podría volver a la mía, para pensar en él, tuvo el descaro de afirmar.

Pronto encontramos un auto y no hablamos mas que para despedirnos. La terrible sensación inicial había desaparecido por fortuna, pero todavía estaba conmocionado. Hice el esfuerzo por decir adiós a Felipe sin rencor pero no fue posible. Le ofrecí la mano y él pidió que me reportara con él cuando llegara a casa. Sin embargo, sabía desde ese momento que no lo haría nunca más.

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 19869
  • Fecha: 01-05-2008
  • Categoría: Gays
  • Media: 6.18
  • Votos: 317
  • Envios: 3
  • Lecturas: 4250
  • Valoración:
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Christine
invitado-Christine 24-12-2008 00:00:00

buenísimo!!! de tu pluma tan ágil. saludos christine

Laura Roman
invitado-Laura Roman 24-12-2008 00:00:00

Casi me da un infarto!!!!! y creeme que ahora ya nada me conmociona, pero esto, estuvo de la chingada.....

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