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Categoría: Maduras

Soy la mamá de Gerardo

Resumen: Tengo 35 años y sin saber cómo, me vi de repente, de manera inconsciente teniendo que ver con un compañerito de mi hijo, de su edad, con quien di salida a mis instintos sexuales que tenía yo reprimidos y guardados por ahí. Fue algo completamente impensado, que brotó de lo más profundo de mí. A continuacion se los cuento, con un detalle mayor.



+++



Hola: soy Araceli, 35 años de edad cuando sucedió la historia que aquí les cuento. Madre soltera; tuve a mi hijo a la edad de 20 años y luego, pues nunca me casé; vivo yo sola con él.



 Soy una mujer de tez blanca, cabellos negros, poblados, cara bonita, senos menudos, caderona, piernas bonitas, nalgona. No soy muy dada a arreglarme ni a andar provocando a los hombres, pero he tenido suerte con ellos.



Esa tarde estaba preparando la comida cuando entró mi hijo con tres compañeritos de la secundaria; venían de jugar futbol, andaban los cuatro sudando, en short y camiseta, aun con las medias de fut.



                + ¿quieren agua de limón…?.



Me contestaron que sí, y me fui a prepararles.



Regresé hasta el comedor, en donde estaban bromeando, diciéndose de cosas, riéndose, como adolescentes que eran, sin embargo, educados, me agradecieron la jarra de agua que les había preparado:



                = ¡muchas gracias Araceli!,



me contestaron los chicos, que no solamente me tuteaban, sino que me decían por mi nombre, como si fuera su compañera de escuela, pues es así la costumbre de ellos.



Me retiré a la cocina y luego empecé a oír que reían y que se decían muchas cosas.



 Al asomarme miré a mi hijo dándole un puñetazo a uno de sus compañeros en el brazo, al tiempo que otro de ellos le decía:



                = ¡yo le echaba dos…!,



y los tres compañeros se soltaban a reír.



Esas risas se acabaron en cuanto yo me asomé.



Al cabo de un rato, los compañeros se despidieron y mi hijo se metió a la regadera. Salió, se vistió y nos sentamos a comer. Ahí le pregunté:



                + ¿qué tanto estabas discutiendo y peleando con tus compañeros…?.



                = ¡Son unos idiotas…, los tres…!.



                + ¿Idiotas…, porqué…?.



Como nos tenemos mucha confianza, mi hijo me dijo:



                = es que…, ¡dicen que estás rete buena…!.



Yo me sonreí, complacida, halagada y…, mi hijo continuó su relato:



                = Uno de ellos…, Bernardo, al que me estaba “surtiendo”, ese decía que “de buena gana te echaba



                  un palito…”



 ¡Me emocioné con esa revelación!, y…,  aunque andaba muy necesitada de sexo, me sentí algo intimidada por la edad de esos chicos, ¡de la edad de mi hijo!, que  terminó su relato al contarme que:



                = ¡y los otros idiotas dijeron que ellos te echaban dos…!.



 Yo, toda emocionada, con mi pantaleta mojada de la calentura que aquella plática me había producido, tuve que sonreírme y tratar de minimizar lo que había pasado, al decirle a mi hijo:



                + y qué caso le haces a esos chicos…, ¡nada más estaban tratando de hacerte desatinar…!



 Ahí dejamos esa conversación. Mi hijo me pidió permiso para salir en la tarde – noche, diciéndome que regresaría alrededor de la media noche.



 Le dije que sí. Se arregló por la tarde, se salió y yo me puse a ver la tele mientras planchaba la ropa. Vi algunas escenas eróticas en la tele y me sentí nuevamente…, ¡con ganas!.



 Terminé de planchar y me fui a preparar mi merienda: pasaban apenas de las 9 de la noche. Estaba terminando de merendar viendo la tele, que se encuentra en el comedor de mi depa, cuando tocaron la puerta: era Bernardo, el chico al que se “estaba surtiendo” mi hijo. ¡Venía muy arregladito, cambiado, perfumado!, ¡se veía muy guapito el chiquillo!:



                = ¡Hola Araceli!,



me dijo, tuteándome, como lo estilan los jóvenes de hoy:



                = ¡vengo por Gerardo…, para irnos a dar la vuelta por ahí…!.



Mirándolo sorprendida le dije:



                + pe…ro…, él hace ya rato que se salió…, ¡dijo que regresaba ya tarde, por ahí de la media



                 noche… Creí que se había ido con ustedes…!.



                = ¡Eeeehhh…, entonces…, el que no entendí fui yo…, creí que nos íbamos a ver aquí…!.



                + Pues no…



                = Oye…, qué rico huele tu chocolate…, ¿me invitas una tacita…?.



Me dio risa con ese muchacho, siempre tan “confianzudo” y directo en sus cosas… Le dije que sí. Se sentó a la mesa, se la fui a servir a la cocina y regresé:



                + ¿quieres una concha para tu chocolate…?



                = ¡si Ara…, gracias…!.



Se la di y nos sentamos a merendar, mirando la tele. Proyectaban una película mexicana, actual y de repente se ve una escena en donde estaban haciéndose el amor una pareja. ¡Me sentí que me ponía colorada!, y me fui a hacerme loca a la cocina, esperando que pasara esa escena.



Cuando regresé al comedor, vi que Bernardo se había cambiado a la sala:



                = ¡Vente p’acá…!. ¡Ya me piqué con esa película…, se está poniendo muy buena…!.



No se porqué, pero le hice caso al muchacho y me fui a sentar a su lado, al sillón, que era un sillón doble (para dos personas). Yo estaba al lado izquierdo de Bernardo del lado interior, del lado de la pared y desde ahí se alcanzaba a mirar bien la tele: de hecho, por eso estaba ahí ese sillón, para que miráramos la tele mi hijo Gerardo y yo.



Estuvimos mirando la tele, el transcurrir de la película, hasta que de repente se volvió a presentar otra escena erótica en la pantalla: me puse nuevamente colorada y muy tensa: sentía que mi corazón brincaba de la emoción y con la  respiración  entrecortada voltié a verlo, queriendo decirle que iba a la cocina de nuevo, pero sentí que su mano me agarraba la nuca;  en realidad no fue  ninguna sorpresa, y por ello no me moví. Así de esa forma vimos como el hombre comenzaba a “fajarse” y a desnudar a la chica: estuvimos así un buen momento;  Bernardo me jalaba hacia  él de manera  muy suave y luego  de un estremecimiento, me dejé ir hacia su hombro, pasivamente.



Tan pronto puse mi cabeza en su hombro, él volteó a verme y nos dimos un beso, ligero, juntando apenas nuestros labios, pero eso nos encendió y nos reacomodamos de manera inmediata y nos enfrascamos en un beso cachondo, encendido, apasionado.



Al mismo tiempo del beso, me puso su otra mano  sobre mi  pecho, sobre mi seno, el izquierdo, y se puso a frotarlo, a acariciarlo, a motivarlo, aunque a ratos era muy tosco y me lo apretaba con más fuerza de lo que yo hubiera deseado, pero esas caricias, grotescas, me estimulaban a mil por hora.



Consiguió levantarme el top que llevaba; me introdujo su mano por encima de mi estomago, por debajo de mis senos y comenzó a apretujarlos, por encima de mi brasier.



Las caricias no eran ni preciosas ni precisas, eran más bien desordenadas, bruscas, pero con mucha pasión, que logró contagiarme y le acariciaba su cabeza, sus cabellos y lo apretaba contra mi pecho, hasta que sentí que me levantaba el brasier y dejaba mis senos de fuera, para comenzar a besarlos, a chuparlos, a succionarlos.



Volví a apretarle su cabeza contra mi pecho, exclamando gustosa:



                + ¡Beeernaaardooo…!,



diciendo todo con ello, sin decir nada, a la vez.



El muchacho simplemente se despegó de mi seno, jaló una bocanada de aire y expresó mi nombre, como exhalación:



                = ¡Araceliii...!,



Y se volvió a clavar en mi pecho, a seguir succionando el pezón, que estaba muy erecto y muy grande, motivado por esos chupetones que aquel chico le daba.



En cada chupetón que me daba,  me sentía petrificada, me quedaba sin respirar y sentía cómo se me inundaba mi sexo, cómo mojaba mi pantaleta, de las emociones que me provocaba Bernardo. ¡Tenía cerrados los ojos!; estaba muerta de pena y deseo.  ¡Sentía que todo mi cuerpo vibraba!: mis senos, mi vientre...  ¡Me puse muy colorada y muy rígida!, pues me decía que no debía ser pero..., tampoco podía separarme de él..., es más, me seguía apretando yo misma su cabeza a mi pecho, para que me siguiera mamando.  



                + ¡Beeernaaardooo…!,



volví a pronunciar…, como dando salida a mis ansias, sintiendo su mano en mi estómago, a la altura de mi cintura, tratando de meterse por debajo de mis pantalones, pero no lo lograba.



Me bajaba su mano hasta la altura de mi entre-pierna, a la altura de mi sexo, por encima del pantalón, y luego se regresaba de  nuevo, hasta la cintura, hasta donde estaba la piel de mi estómago, descubierta, para luego volver nuevamente en su intento por introducirme su mano, debajo de mis pantalones, para introducirse hacia abajo, hacia la unión de mis piernas, hacia donde estaba mi sexo.



Sentía su mano, que me seguía acariciando mi vientre y acariciando mi sexo, por encima del pantalón. ¡Quería sentirlo mejor!; ¡él quería sentirme más dentro!, y luchaba por bajarme los pantalones, por desabrocharme el botón de hasta arriba.



Tuve que ayudarle a lograrlo: yo misma me desabroché ese botón de mis jeans y de inmediato el muchacho me bajó el cierre de la bragueta, para empezar a recorrerme mi pantaleta con su mano derecha.



Yo estaba mordiéndome fuertemente los labios, para no gritar del placer que yo estaba sintiendo. El chico me seguía succionando mis senos, me seguía acariciando mi pubis, mis vellos púbicos, mi sexo, por encima de mi pantaleta, muy suavemente,  estimulándome más aún, hasta que dejó de tocarme mi sexo y levantó su mano más alto, buscando un pasaje por la parte de arriba, por encima del elástico de mi pantaleta, para poder meterme su mano por debajo de mi pantaleta, para acariciarme mi sexo directamente, y no a través de la tela de aquella prenda íntima, que era alta, casi hasta la cintura y entonces, ¡sentí que brincaba el elástico del resorte!, que su mano se deslizaba hacia mi bajo vientre, desnudo, palpando directamente esa región, hasta que llegó a mi mata de vellos y…, ¡sentí que me estaba viniendo!, ¡completamente!.



¡Es una sensación deliciosa, alcanzar el orgasmo de esa manera, estimulada por alguien!, ¡en este caso un chiquillo!, compañerito de mi hijo, en la secundaria.



¡Deseaba que siguiera y retenía todo mi aliento!. Me abrió los labios vaginales y me introdujo sus dedos, en mi cosita peluda.



                + ¡Aaaaggghhh…, Beeernaaardooo…!.



¡Sentí una descarga eléctrica correr dentro de mí, y me volví a venirme tremendamente.



               = ¡Estás rete linda, Araceli…!.



Me dijo, mientras me apoyaba toda la palma de su mano abierta contra mi sexo y me lo comenzaba a apretar.



Una mezcla turbulenta, llena de pasión y vergüenza, se apoderó de mí en ese instante:



                = ¡Estás rete sabrosa, Araceli…!.



                + ¡Aaaaggghhh…!.



Emití un  breve gemido.  Bernardo me acariciaba en ese  momento mi sexo: ¿podría darse cuenta de que estaba yo ya toda venida...?.



                = ¡separa las piernas...!,



me dijo Bernardo, pero como yo me tardara en hacerlo, el chico me lo aclaró:



                = ¡para acariciarte mejor...!,



por lo que separé mis piernas como él quería, aunque en un arranque de pudor las volví a cerrar:



                + ¡No Bernardo..., no puede ser..., no está bien...!,



pero el chico simplemente volvió a repetirme:



                = ¡separa tus piernas...!,



y las volví a separar, lentamente,  aunque sentía que me estaba escurriendo  de mis venidas. 



El chico me colocó su mano abierta sobre todo mi sexo, sobre mi mata de vellos, apretándome con fuerza mi pubis, como tomando posesión de él y:



                + ¡Aaaaggghhh…, Beeernaaardooo…!,



grité, quejándome deliciosamente por ese apasionado apretón, soltando un gemido ronco,  especial...;  en ese instante me sorprendí a mí misma empujando mi pubis, mi sexo en contra de su mano..., pidiéndole al mismo tiempo que continuara, sin pedírselo abiertamente.



                = ¡Bájate el pantalón!,



me dijo el chiquillo, y me lo bajé hasta por encima de mis rodillas, dejándole expuesta a su vista mi pantaleta, mojada de mis venidas.



Los dedos del chico  me  palparon  de nuevo mi sexo, por encima de mi pantaleta, siempre  con  la misma pasión y deseo, con la misma ansiedad, ¡irresistibles...!. ¡Me tenía a su merced...,  me le estaba entregando, es más, me le estaba ofreciendo, era yo la que me le estaba ofreciendo...!.



                + ¡Bernardooohhh…!.



Con la respiración   agitada comencé a disfrutar sus caricias; ¡yo misma  escuchaba mis propios gemidos placenteros, y me volvía a excitar otra vez...!.



                + ¡Bernaaaahhhrdooohhh…!.



Todavía por encima  de mis  pantaletas,  el chico me acariciaba mi sexo a lo largo de mi rajadita..., lo hundía, introduciéndomelo un poco, con todo  y mi pantaleta,  moviéndolo  con mucha ansiedad y deseo.  ¿Cómo podía resistirme a  esos tocamientos tan  deliciosos?. Estaba sintiendo en ese momento una cosa gruesa y un tanto suave que se  movía del otro lado de mi pantaleta..., y que me empujaba con fuerza sobre de mi rajadita...



                = ¿Te gusta..., Araceli...?,



me preguntó Bernardo en esos momentos



               + ¡Bernaaahhhrdooohhh..., sí, sí...!.



En realidad nunca supe si  le respondí a su  pregunta  o le había hecho, simple y sencillamente una solicitud para que le siguiera.



                + ¡sííííí.......!,



y le volví a empujar mi sexo, totalmente mojado, contra su mano.



Fue en ese momento, casi como si estuviera entre brumas, que alcancé a escuchar la voz de ese chico ordenándome:



               = ¡quítate tus calzones...!.



Un temblorcillo me recorrió mi cuerpo, de pies a cabeza y…, sin poder oponerme, comencé a bajarme yo misma mis pantaletas, cumpliendo los deseos de ese chico. Me miraba a mí misma llevándome  mis manos hasta el  elástico  de mi pantaleta y luego,  comencé a jalármelas  hacia  abajo: ¡no podía evitarlo...!, estaba aprisionada por el deseo.



Me levanté un poco del asiento para  permitir que mi pantaleta me pasara por debajo de mis asentaderas y me la dejé justo arriba de mis rodillas, en donde se encontraban también mis pantalones, que no me había terminado de retirar.



Por mi misma, volví a sentarme en ese sillón y separé de  nuevo  mis  piernas, para que ese chico pudiera “tocarme”. ¡Estaba sin respirar!,  esperando  lo que siguiera... 



Levanté mis  ojos  para  mirarlo, con  unos  ojos de súplica y entonces.., él me tocó; me puso un dedo, ¡un solo dedo!, y  me  sobresalté  por  completo...  Me  separó mi vellos púbicos, todos batidos de mis secreciones,  hacia  cada  lado  de  mi  rajadita y  luego, comenzó a deslizarme su  dedo  de  abajo hacia arriba  y luego  otra vez... Luego  fueron  dos dedos...,  luego  fueron  los tres,  que se me insinuaban entre mis labios, luego entre los pequeños, por arriba y luego también más abajo... ¡Estaba más que mojada…, completamente batida de mis secreciones y de mis venidas…!.



             = ¡Ber… naaahhhr… dooohhh..., sí, ahhh..., sí..., ahhh....!.



Gemía en cada una de sus pasadas y giraba mi cabeza y mi cara a los lados, respirando con mucha velocidad. Le empujaba mi vientre buscando su mano y clavaba mis dedos en el sillón, transida totalmente por el placer...



Los dedos de Bernardo se pusieron a recorrerme con mayor rapidez y mayor fortaleza;  ¡me estaba dedeando con fuerza!, me los metía y los sacaba, simulando al acto sexual, con sus dedos en vez de pene,  y yo abierta, abierta de par en par...



Mis labios mayores estaban inflados y abiertos por  el empuje de  la carne interior. ¡No me importaba ni adonde estaba, ni quién era,  ni con quién estaba, todo lo que importaba era que mi sexo estaba recibiendo placer!.



Me estaba  metiendo  sus dedos entre mis  labios  vaginales todos batidos;  hacían  un  ruido…,  bastante  particular,  al entrar y salir.



Estaba tan ensimismada con ese…, “ejercicio”, que…, el tiempo se me fue por completo, hasta que el “cucú” de la sala comenzó a repicar, señalando la media noche: ¡Gerardo!, ¡mi hijo!, ¡no debía de tardar en llegar!.



Me separé de ese chico, con las pantaletas y los pantalones atorados a la rodilla, arribita de la rodilla:



                + ¡Gerardo…, no debe de tardar en llegar…!,



Y me lancé a la carrera hacia el baño, dejando a Bernardo descontrolado.



No bien acababa yo de sentarme en la taza del escusado, cuando oí que la puerta se abría y luego unas voces: ¡ya había llegado Gerardo!.



Me lavé la cara, me arreglé lo mejor que pude y salí hacia la sala, a saludar a mi hijo y a despedir a Bernardo.



Le di de cenar a mi hijo, quién me miraba con cara de interrogación, pero ninguno de los dos dijimos nada.



Nos fuimos a dormir y ya ahí, acostada en mi cama, algo dentro  de mí comenzó a decirme que  había  disfrutado muchísimo, que me había gustado a morir y que había sentido mucho más bonito que cuando me acariciaba  yo sola, en  mi cama. 



Me sentí apenada de haberlo hecho, pero con muchas ganas de repetirlo.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 4.33
  • Votos: 3
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