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(Advertencia: relato fetichista y con algún detalle escatológico y mucha sumision).
Hola amigos encontre un buen relato de este video y la verdad me exito tanto que tome la decision de compartirselos: https://www.miamierotic.com/2020/12/08/i-am-the-sex-slave-of-a-transsexual-mistress/
Hace dos años que vivo sometida a mi ama hablo de 2018. Lo que empezó como un encuentro con una profesional transexual, motivada por el morbo y las ganas de satisfacer mis fantasías fetichistas, ha terminado en una relación total sobre la que no tengo ningún control, pues me he convertido en una verdadera esclava.
En todo este tiempo, mi ama y yo hemos constituido un vínculo en el que poco a poco se han ido estableciendo patrones, fijado pautas y límites no pactados, y revelándose predilecciones. Es pues una relación “segura”, incluso predecible hasta cierto punto, y gozo cada segundo de sumisión, pero en todo momento, mi ama me hace sentir que no tengo ningún gobierno de la situación, que nada importan mis deseos, necesidades u opinión: soy tan solo un juguete de su propiedad, un instrumento a través del cual mi ama se recrea en la degradación, la depravación y la lujuria.
Deseo rememorar cómo comenzó todo, y compartir con el lector o lectora los detalles de una “jornada” cualquiera a los pies de mi ama.
Tras algunas (bastantes) experiencias, más o menos satisfactorias, con travestis y transexuales, con los que, a cambio de la tarifa establecida en cada caso, experimenté todo tipo de prácticas sexuales (oral como activa, oral como pasiva), llegó a mis manos un anuncio que se me antojó idóneo para dar rienda suelta a mis inclinaciones favoritas: la sumisión y el fetichismo. Una escultural transexual cuya reputación la acreditaba como experta en dominación, y con fama de guarra, de implicarse al 100% en sus sesiones, y de disfrutarlas sinceramente, más allá de la recompensa económica.
En seguida concerté un encuentro. Yo me sentía tremendamente excitada, ansiosa por refocilarme en mis perversiones. Horas antes había consumido medicamentos para evitar un embarazo pues anteriormente ya habia tenido relaciones con una hermosa trans colombiana y logicamente me hice un aborto a mis 22, y el declive de sus efectos estimulantes, acrecentaba mi impudicia. Nada más llegar a su piso me recibió metiendo su lengua entre mis labios, enroscándola con la mía y ensalivando con lascivia toda mi boca. Le dije que quería ser humillada, vejada, sometida a todo tipo de sucias obscenidades.
Le pedí que me escupiese en la boca, algo que me provoca sobremanera, y que hizo abundante y repetidamente. Viendo mi excitación creciente, y mis ansias de bajeza, mi ama empezó a desinhibirse y a entusiasmarse: me abofeteaba e insultaba cada vez con mayor furor y vileza; se sorbía profundamente la nariz, fabricando espesos y salados salivazos que yo recibía en mi boca abierta loca de sensualidad, y saboreaba durante unos segundos antes de tragármelos con un escalofrío de placer. Me arrastraba a sus pies sintiéndome una puta guarra, agradeciéndole que me bendijese de esa manera, rogándole que me siguiese alimentando con su saliva y que me dejase también degustar su sudor, pues eran los productos de su cuerpo, sacramento para mí.
Le lamí con voracidad los pies, las axilas y los grandes senos. Pero no me detuve aún en su entrepierna. Ella, mientras tanto, continuaba gritándome las más inconfesables cochinadas, dándome tortazos y fustigándome (sin apenas contenerse) con una cimbreante vara que me dejó marcas en la espalda durante varios días.
Tras entregarnos un buen rato a estos juegos, me ofreció su polla erecta. No era de un tamaño excesivo, lo cual celebré ante la perspectiva de que me follase el culo con ella, pero era gruesa y parecía a punto de reventar. Yo restregué lentamente mi cara por toda su bragadura, aspirando profundamente el aroma almizcleño de su sexo sudado, embriagándome de excitación morbosa, acariciándola con mis mejillas, mi nariz, mis labios…Una vez saciado de su fragancia, comencé a cubrir de besos toda la zona, desde el perineo a la punta del pene. Lamí con avidez cada centímetro, aplastando toda la superficie de mi lengua arriba y abajo, paladeando su exquisita embocadura. Y finalmente comencé a mamarle con glotonería la polla, subiendo y bajando rítmicamente mi cabeza y mis manos, enroscadas en su tronco, con un ritmo pausado pero intenso, y masajeando al mismo tiempo sus testículos. ¡Cómo se retorcía de placer mi ama! Gemía, se convulsionaba, agarraba mi cabeza, gritaba, y cuando el aliento se lo permitía, me distinguía con más improperios ultrajantes.
Me detuve y le supliqué que me permitiese adorar su culo. Con una risita, se dio la vuelta, colocándose a cuatro patas y ofreciéndome saborearle sus nalgas, que separó todo lo que pudo con sus manos. Totalmente fuera de mí, hundí mi nariz en su gruta, inhalando desesperadamente sus efluvios. Permanecí arrebatada oliéndole el ano un buen rato, y, despojado ya por completo de pudor y dignidad, le pregunté si tenía gases, implorándole que perfumase con ellos mi cara. Ella dejó escapar una carcajada perversa, mientras volvía su cabeza para dedicarme una libidinosa mirada que contenía a un tiempo asombro y satisfacción ante mis impuros placeres. Por desgracia, y a pesar de intentarlo, no consiguió liberar ventosidad alguna. Yo me concentré en fundir mis labios rojos contra su repujado agujerito trasero, y a recorrer toda la raja con mi lengua insaciable, para por fin introducirla en ese oloroso orificio todo lo que podía mi joven lengua, horadándolo con gula, rendido a mis propios ardores de fetichista viciosa. Podía sentir los escalofríos de placer que festoneaban la espalda de mi ama; sus gruñidos de gusto, multiplicaban mi lujuria de toda una puta.
Luego terminé la felación que había dejado inconclusa, añadiendo a mis anteriores caricias, la introducción de mi dedo hasta el fondo de su ano, frotándolo arriba y abajo, presionando la pared de su recto contra el perineo. Mi ama, fuera de control, incapaz siquiera de seguir injuriándome, se estremecía profiriendo alaridos de gozo. Unos violentos espasmos y la ferocidad de sus bufidos me anunciaron su orgasmo. Haciendo acopio del poco autocontrol que me quedaba, retiré la boca a tiempo para recibir un abundantísimo chorro de leche que se estrelló bruscamente contra mi rostro. Ardía en deseos de beberme el néctar de mi diosa, mas logré contenerme: era nuestro primer encuentro, apenas sabía nada de ella, y se impuso la prudencia.
En cuanto recuperó el aliento, me ordenó tumbarme a su lado, aplicándose en masturbarme a la vez que seguía humillándome verbalmente y bombardeando mi boca con sus divinos lapos. Exploté como un volcán, mi cuerpo se arqueaba sin obedecer mi voluntad; el torrente de semen me salpicó el pecho, la cara, el pelo largo, y se estampó contra la pared del dormitorio a varios centímetros de distancia.
El obsceno maratón de inmoralidad se había prolongado más allá del tiempo pactado cuando hice entrega a mi pareja de sus emolumentos, pero no parecía importarle lo más mínimo: despeinada, con el rostro desencajado tras la explosión de voluptuosidad, era evidente que ella también había disfrutado el encuentro plenamente. En ese momento, yo tenía claro que esta sería la primera de muchas visitas a mi casa, tantas como me permitiesen mi economía y compromisos. Lo que no podía imaginar es que la experiencia había hecho descubrir a mi partenaire una puerta tras la que se encontraba todo un universo de oscuras, inconfesables e intensas delicias, de las que, una vez experimentadas, no quería verse privada.
Un par de citas después, cementamos una relación que fue el germen de lo que hemos mantenido durante dos años en los que, tanto ella como yo, hemos mutado en personas distintas a las que fuimos antes de que nuestras vidas se cruzasen. Lo que por mi parte comenzó siendo un calentónd puta inmunda, devino en una entrega total y absoluta a otra persona, a la renuncia de mi propia voluntad, al sometimiento y la adoración incondicional e irracional a un ser superior, a la convicción de que mi único propósito en la vida es el de servir, y proporcionar fruición a mi ama, y que ser degradada, ultrajada, doblegada y mortificada por ella suponía el mayor regocijo posible. Mi ama, por su parte, descubrió la dicha del poder, la indescriptible sensación de sentirse superior a alguien, el disfrute sádico que ofrecía la impunidad de torturarla a capricho y enfangarlo en la abyección cuando lo desease.
Pronto, estas inconfesables pulsiones, se convirtieron en una necesidad, lo que selló nuestro vínculo. “Oficialmente”, cada una vive en su casa (aunque pueden pasar semanas sin que yo pise la mía), y mantenemos, en lo esencial, nuestras anteriores vidas: los empleos que nos sustentaban y sustentan: ella como prostituta transexual, yo en un bufete de abogados. Pero aparte de ello, he renunciado a toda vida social, a formar una familia con mis esposo ya que me divorcie por ella, a cultivar mis antiguas aficiones: solo pienso en postrarme a sus pies, y exceptuando las horas que obligatoriamente debo pasar en la oficina, mi existencia transcurre de rodillas en su apartamento, prestada a cumplir, sin cuestionamiento, todas y cada una de sus caprichosas, deshonrosas órdenes.
Normalmente, nuestra rutina es la siguiente. Lo primero que he de hacer al llegar del trabajo, es desvestirme por completo, desnudarme y ponerme el babydoll o el plug anal que ella le gusta que use cuando estoy en la casa y tenderme en el suelo ante su butaca favorita. Entonces mi ama, sin mediar palabra, se sienta y desnuda sus adorables pies, apoyándolos sobre mi cara. Siempre que puede, procura tenerlos bien sudados y pestilentes después de un día entero encerrados en sus botas. Puede permanecer así durante horas, según su antojo, leyendo o viendo la televisión. Habitualmente, al cabo de un rato, me ordena con un gesto reposar la cabeza en la butaca, para a continuación dejarse caer sobre mi cara y acomodar sus posaderas sobre la misma. Las emanaciones de su culo me trastornan, y cuando mi ama se siente generosa, me colma con sus pedos, que yo inspiro presa del éxtasis.
En otras ocasiones, si ha tenido un mal día o se siente disgustada por algo, me recibe con la fusta, propinándome una paliza sin mediar explicación. Yo me acurruco gimoteando ante ella y agradezco en voz alta cada latigazo, patada o bofetón o que incluso para ella yo no sea mas Carolina soy solo una perrita ala cual ella llama MASCOTA.
Una práctica que le encanta escenificar cuando están presentes otras transexuales amigas suyas, es la lluvia dorada. Si tiene prevista una visita, suele beber grandes cantidades de líquido, para sentir ganas de orinar. Conozco de sobra lo que viene a continuación: en medio de la tertulia con sus colegas, interrumpe un momento la conversación para llamarme con un par de palmadas (o con algún degradante insulto); yo acudo a cuatro patas con mi correa y cadena y me planto de rodillas frente a ella con mi boca abierta. Apoya su glande sobre mi lengua y descarga toda su meada, que yo me esfuerzo en ingerir sin que se derrame una sola gota, mientras continúa charlando indiferente, como si aquello fuese lo más normal del mundo. Es algo que deleita a sus amigas, que prorrumpen en carcajadas y gritos de burla. Luego animaba a sus invitadas a desahogarse de la misma manera, y ni que decir tiene, que a menos que no sintiesen la más mínima necesidad física, todas aceptaban gustosas el ofrecimiento entre grandes risotadas. Es una de sus formas favoritas de humillarme, y aunque en ocasiones el sabor de los orines o la abundancia de los mismos, me resultaba harto desagradable, y su atropellada ingesta amenazaba con provocarme arcadas, yo no podía evitar lucir una vagina humeda y exitada (circunstancia que solía reavivar las mofas de las presentes), abandonada a una sensación de total degeneración, indignidad y sometimiento.
Nunca me ha utilizado de retrete para sus necesidades mayores, aunque tengo el convencimiento de que terminará dando ese paso, y yo lo aceptaré sin rechistar como el mayor de los galardones. De momento se limita a, cuando está sentada defecando, enterrar mi cabeza entre sus muslos, para que su delicioso hedor inunde mis fosas nasales, amenazándome con hacerme tragar su mierda (repito que hasta ahora, no ha cumplido su “amenaza”). Para lo que sí me usa invariablemente, es para dejarle bien limpio el ano (con mi lengua, desde luego) una vez ha terminado. He desarrollado una práctica tal, que devoro hasta la más mínima mácula, y hace mucho tiempo que en su casa el papel higiénico solo lo usan las visitas o sus clientes en si aparte de ser su mascota, la sirvienta, su migitorio y ahora su papel de baño.
Otra cosa que, según su humor, suele proveerle un inmenso disfrute, es utilizarme con sus clientes, como si fuese un juguete sexual más. A pesar de mi inexplicada atracción hacia los transexuales, e incluso los crossdressers, no siento inclinaciones heterosexuales “puras” (esto es, no me atrae un varón a menos que venga revestido de una panoplia transformista). Por ello, la humillante sensación de vergüenza que me embarga cada vez que me obliga a servir a uno de sus clientes varones, es abrumadora. Le encanta forzarme a mamarles las pollas, los ojos le brillan de forma salvaje, y su respiración se agita mientras me ridiculiza llamándome puta, zorra, guarra, perra, “esto es para lo único que sirves: mamar pollas, mascota de mierda, puta esclava salida. Te gusta, ¿eh?” A menudo, en el exacerbamiento de su pasión, me agarra del pelo y me refriega la cara contra sus sexos, mientras, con voz entrecortada me susurra al oído las más sucias procacidades. O me hunde el rostro entre sus nalgas y me obliga a lamerles el ano. No es raro (aunque tampoco muy frecuente) que también permita a sus clientes sodomizarme. Yo siento que no puedo ser más degradado y ello me colma de gozo.
Ya he mencionado que mi ama tiene una polla de tamaño perfecto, ni muy grande, ni muy pequeña. Adoro que me folle el culo y si estamos felices me hace el amor en la cama de nuestro cuarto o en la regadera de la casa, cosa que suele hacer casi todos los días. A ella también le gusta ser penetrada ya sea por mi lengua en su ano o mis dedos, y es un honor con el que me enaltece de manera habitual. Me vuelve loca clavarle la lengua y escucharla gemir complacida. Siempre termina corriéndose en mi boca (y, ahora sí, yo me afano siempre en tragarme su corrida sin desperdiciar nada); creo que desde que “formalizamos nuestra relación”, no ha habido un día en el que no le haya practicado una mamada o bien ahora que tengo 6 meses de embarazo de ella no ha dejado de cuidarme y de tratarme como la puta amante de transexuales que soy.
Otro día seguiré relatando otras prácticas a las que me somete mi ama durante mi embarazo…espero que os haya gustado.
Si queréis comentar algo: no duden en contactarme por este video que subimos juntas: https://www.miamierotic.com/2020/12/08/i-am-the-sex-slave-of-a-transsexual-mistress/
Besos y abrazos
Juan Alberto 09-01-2021 22:57:12
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invitado-miguel 06-01-2021 20:54:25
excelente y excitante relato |
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Que guarra que eres, pero me gustas.