Está amaneciendo y yo me encuentro tumbada en la playa, el sol comienza a calentar mi cuerpo desnudo.
Las manos de un extraño comienza a cubrirme de barro, desde la punta de los pies asta el último pelo de la cabeza.
No quiero verle, mantengo los ojos cerrados durante todo el tiempo, de esta forma percibo sus dulces, y a la vez apasionadas, caricias con mayor intensidad. Su respiración suena más y más fuerte cuando las yemas de sus dedos se aproximan a mi sexo o a mis pechos. Cuando estoy completamente cubierta de barro siento como su cuerpo se aleja del mío.
Puedo escuchar a lo lejos el ruido del mar, las olas al romper, su cuerpo sumergiéndose en las cálidas aguas, mientras tanto el sol va secando el barro, casi no me puedo mover.
De repente una mano ya conocida por mí vuelve a posarse sobre mi piel deshaciendo el barro, haciéndome renacer ... beso tras beso, caricia tras caricia, zambulléndome en las cálidas aguas del placer.