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Sorprendida

No pudo disimular poner cara de asombro, al verlo regresar antes de la hora acostumbrada. Normalmente Román, su marido, regresaba de trabajar a las 9 de la noche y en ese momento el reloj de la cocina marcaba las 20:30 horas.



Por más que quiso esconder el objeto que traía en sus manos y que la hacía vibrar de alegría, no pudo hacerlo, porque él penetró por la puerta trasera y la sorprendió infraganti.



De inmediato se armó una discusión, porque no podía creer que ella fuera débil y cayera con facilidad en ese tipo de inclinaciones y debilidades. Román le reclamó e Idalia buscaba uno y mil pretextos para disculparse. Sin embargo, todo era evidente y estaba en su contra.



El objeto que tenía en la boca y el cual se vio que disfrutaba, no era para menos. Román no le perdonaría esa actitud que iba en contra de los principios de ambos.



Tenían 15 años de casados y jamás, en su matrimonio, había ocurrido algo que manchara el concepto que ambos se tenían. El era una persona responsable, muy cumplido en el trabajo y en las cuestiones del hogar. Su hija se sentía orgullosa de su padre.



Por su parte, ella, quien había dejado de trabajar para dedicarse íntegramente al hogar ni su marido Román, así como su hija Mariela, quien ya era una adolescente, tenían queja de ella.



Por ello a Román le extrañó verla en esa posición con ese objeto en la boca y en cuclillas. Francamente se sintió decepcionado de lo que estaba siendo testigo, pero le dolía más lo que hacía su esposa a quien amaba y dispensaba todo tipo de atenciones.



Las disculpas no apaciguaban el enojo y la ira que inundaba a Román, quien deseaba tomar una solución drástica para resolver el problema, además de que se sentía traicionado por Idalia a la cual idolatraba, incluso entre sus amistades los consideraban un matrimonio ejemplar.



Pero ya nada se podía hacer… El pensó para sus adentros, por qué voy a perdonarla si ha faltado con facilidad a su palabra empeñada. No es posible verla en cuclillas con ese objeto en la boca y lo más grave, verle ese gesto de satisfacción.



Román contenía su enojo, con los puños crispados. Pero no tenía la intención de golpearla, al contrario quería entenderla y entender él en que estaba fallando. La discusión se centraba en reclamos, tanto de él, como en disculpas por parte de ella.



No había nada que lo hiciera cambiar de idea. Román no aceptaba lo que había visto. Pero en su cabeza se agolpaban tantas situaciones embarazozas, como los momentos más felices vividos durante los 15 años de matrimonio.



También pensaba en lo que le diría a Mariela. No podían hacerle daño a su hija ni quería que ella tuviera el mal concepto de su madre, quien había demostrado con su actitud una inclinación perversa al tener ese objeto en la boca y en cuclillas.



La muchacha no se encontraba en ese momento en casa, se había quedado en casa de su tia Adela, hermana de Román, quien vivía sola y le gustaba su compañía. Por lo que respiró profundamente y se sintió aliviado de que su hija no presenciara la discusión que ambos habían iniciado.



Idalia ya no podía más y se soltó llorando, pero en ningún momento le reprochó a Román nada, al contrario, él se había comportado siempre como un buen esposo, un buen amigo, un buen consejero, pero, sobre todo, un buen amante.



Por eso se sentía mal ante él que la hubiera sorprendido en esa situación comprometedora. Sabía que a pesar de su dulzura, tenía un carácter fuerte y con facilidad se enojaba, pero tenía una virtud, quince minutos después se contentaba y comenzaba a hacerles bromas.



Por lo que no le respondía a sus reclamos. Dejó que Román desahogara su coraje. Sin embargo, se sentía mal y se lamentaba que sus debilidades y que se remontaban a sus años infantiles hayan aflorado en ese momento y, lo más grave, la sorprendiera su esposo a quien quería demasiado.



No obstante, Idalia cerró los ojos y se embelesó por un instante al recordar los 21 centímetros del objeto que tenía en la boca y que le produjo una gran satisfacción que no se comparaba con nada en la vida.



Mientras Román seguía echando pestes y sus gritos habían alertado a algunos vecinos, quienes nunca escuchaban esas expresiones y mucho menos tan ofensivas para Idalia, la cual era bonachona y de carácter muy alegre.



Poco a poco, la calma fue reinando y tras expresar todo lo que sentía por dentro… Román subió a su recámara y se introdujo al baño y se echó agua en la cara. Lo más que quería era tranquilizarse y hablar de nuevo sin gritos con Idalia a fin de tomar una decisión, porque esa actitud débil de ella no era para perdonarse, sino para buscar alternativas de solución.



Al mismo tiempo se sintió mal e incluso llegó a pensar que él era el que estaba fallando.



- No era posible –se dijo a si mismo-, que mi mujer no pueda controlar sus hábitos y sus inclinaciones. Sabedora de que al tener ese objeto en la boca, la publicidad en los medios de comunicación hablan de tantas y tantas enfermedades.



Veinte minutos después bajó a la cocina, ella se encontraba limpiando y le preguntó si iba a cenar… El sólo murmuró:



- Idalia tenemos que hablar seriamente. Recuerdas que hace seis meses hiciste una promesa.



Ella respondió:



- Si lo recuerdo.



- ¿Entonces –dijo él-, por qué estabas tomando esa Coca-Cola? ¿No fue lo primero que te quitó la doctora que te atiende para bajar de peso?



- Si amor –repuso ella al verlo más tranquilo-, pero fue un momento de debilidad y además me sentía acalorada y estaba bien fría. Pero te juro que no volverá a pasar. Tengo que seguir la dieta ahora que en verdad he bajado de peso.



- Espero lo cumplas –le contestó él-.


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