I El encuentro
Todos los sábados, al despuntar el alba, la veía en su atuendo de religiosa, blanco, como debía ser su pureza, suponía yo. Era inevitable no seguirla con la mirada, después de ver su rostro tan hermoso, sus bellos ojos azules y sobre todo, la gracia de su figura, que aún con la cantidad de tela que la cubría, dejaba ese halo de misterio que invitaba a ver más adentro de su ropaje. Ya para mí se había convertido en una obsesión…llegaba más temprano de lo acostumbrado a mi negocio de venta de frutas y verduras, tan solo para esperar que ella pasara. Tal era la ansiedad por su llegada, que mis ojos estaban desorbitados como bailando de un lado a otro, buscándola y la saliva se me escurría de mi boca, mojando todo el mostrador, hasta que al fin, llegaba y la observaba lujuriosamente hasta que su figura desaparecía confundida entre el montón de gentes que a esa hora ya deambulaban por el mercado. Afortunadamente, mis empleados aún no llegaban, por lo que después de verla, me dirigía al fondo del depósito para hacerme una paja en su nombre; a veces tan solo con la mano, otras, tomaba una lechoza o papaya, le abría un agujero circular con la navaja e introducía mi falo, moviendo la fruta hasta que la llenaba de leche…después, cuidadosamente la tapaba otra vez con el pedazo sustraído, la llevaba hasta el mostrador de venta al detal para que cualquiera que pidiese una papaya más económica, se le vendiese la misma por un precio más barato, dado que tenía un orificio. Después de ello, pasaban varios minutos más antes que llegara el primero de los empleados y yo me regresaba a casa. Dio la casualidad, que el siguiente sábado, llego temprano y veo a la religiosa que se acercaba…no podía creer que se dirigiera hacia mi negocio, el pene sentía que podía reventar el pantalón…llega y me pregunta: “Buenos días…¿tiene papaya?” Ante tal pregunta que me dejó mudo, no sé si por lo extraño o por la saliva que me ahogaba…le contesto: “Sí…puede tomar la que desee” Ella comienza a buscar entre el grupo de papayas, palpándolas y observándolas, pero no consigue la que desea, a lo cual me pregunta: “Señor…estoy buscando del tipo de papaya que está en oferta, la que no necesita leche para hacer merengada” Mire hermanita, le digo, le puedo dar las papayas que desee, pero la leche se la pongo aparte. La religiosa se dio cuenta de mi proposición y de un salto se me montó encima cruzándome las piernas, dándome besos y gimiendo como una loba… “Dame la leche..pero ya” Como pude, me la llevé al fondo del depósito y la tiré encima de los sacos de papa…mi verga estaba tan tiesa, que reventó el pantalón…30 cm de largo y 8 cm de diámetro con una cabeza más grande que el puño de mi mano…la religiosa, se levantó el poco de tela y dejó ver una cuca rosada, depilada, que latía y derramaba un líquido espeso como almíbar…se la introduje de sopetón, pues, ya para entonces me decía que esta monjita debía pertenecer a la orden de las zorritas descaradas…fue tan dura la embestida, que la religiosa emitió un grito tan fuerte que tuve que taparle la boca con una de las papas…Qué monjita tan sabrosa…me apretaba fuertemente con sus brazos a la vez que se movía y gemía como toda una experta…el saco de papas se rompió y las mismas se desparramaron por el suelo, entonces me dice: Métemelo por detrás…la puse en cuatro patas, tomé un tomate y se lo espachurré como lubricante y de otro zopetón, le introduje medio palo por ese culo…pobrecita, la monjita pedía “más, más…” pero yo sentía que le llegaba al fondo. “Imagína que es una papaya” decía…hasta que ambos acabamos al mismo tiempo…la leche le escurría del culo…lo tenía tan abierto que se podía ver todo en su interior, ella quedó tranquila, de vez en cuando se estremecía a la vez que emitía breves “ayyy..ayyyy”. Se paró, le dio una mamadita al pene, bebiéndose el poquito de leche que aún contenía y se marchó, a la vez que me decía: “le diré a la madre superiora que no había papaya” Me guiñó un ojo y se fue con una sonrisa picarona…